Por José Bautista (@joseantonio_bg)
A ver cómo lo explico. Kiribati es un país pequeño de 110.000 habitantes, más que Orense pero menos que Jaén capital. Está compuesto por 33 islas de coral en mitad del Pacífico, bien lejos de España, su ama y dueña a principios del siglo XVI. Quizás su nombre no te suene, pero seguro que has visto las playas azul turquesa de Kiribati en alguna revista de viajes.
Kiribati tiene un problemón. En realidad, ahora tiene dos. El primero se llama cambio climático. Si no nos ponemos las pilas, la subida del nivel del mar borrará a Kiribati del mapa. El punto más alto de la parte más alta de su isla más alta mide dos metros, es decir, 16 centímetros menos que Pau Gasol. La sal de ese mar ya está destruyendo la fertilidad de la poca tierra de sus islas, un verdadero quebradero de cabeza para las familias que viven del coco, cultivo estrella de Kiribati y cada día el de menos gente. Los kiribatianos no andan muy sobrados: su renta media es de 5.700 dólares al año, seis veces menos que la española. Su otro "motor" económico es el turismo de sol y playa, de momento.
El segundo problemón lo arrastra desde hace cuatro meses. En diciembre de 2018, la comunidad internacional se reunió en Marrakech (Marruecos) y sacó adelante el primer Pacto Mundial sobre Migración, aprobado por la Asamblea General de la ONU. Aunque es un acuerdo no vinculante (no es de obligado cumplimiento), la gente especializada en migraciones asegura que fue un éxito histórico -hay quien lo eleva a "milagro"- porque lo firmaron más de 160 países, entre ellos España, precisamente en un contexto que se caracteriza por la división, la tensión diplomática y el auge de gobiernos que creen que las personas migrantes son principal amenaza pública. El Pacto va en dirección contraria a esa última percepción y consta de 23 objetivos que merece la pena leer (versión oficial extendida para 'frikis' haciendo clic aquí).
El Pacto Mundial sobre Migración es "el punto de inicio" para cambiar la forma de gestionar las migraciones y para que los derechos de las personas migrantes "sean la norma y no la excepción", como recordó el diplomático mexicano Fernando de la Mora, buen conocedor del Pacto y sus bambalinas, en un debate organizado esta semana por Fundación porCausa y la Secretaría General Iberoamericana. Entre sus puntos llama la atención que por primera vez se reconoce a los refugiados climáticos, es decir, a personas que se ven obligadas a migrar debido a los efectos del calentamiento global.
He aquí el segundo problemón de Kiribati: a última hora, su gobierno decidió no firmar el citado Pacto. Para que se entienda: uno de los países más amenazados por el cambio climático y que más refugiados tendrá en los próximos años decidió no firmar el primer pacto de la historia que reconoce a los refugiados climáticos. ¿Por qué? Todo apunta a que la decisión forma parte del juego geopolítico de Washington. Al igual que Kiribati, tampoco firmaron el Pacto países Hungría e Israel, gobernados por ultras adinerados, los Estados Unidos de Donald Trump, el Brasil del entonces recién llegado Bolsonaro, o República Dominicana, cuyo gobierno esgrime a los inmigrantes haitianos para esconder sus propias ineptitudes y corruptelas.
El gobierno de Kiribati intenta adquirir pedazos de tierra en Nueva Zelanda, uno de los países vecinos más cercanos, a tan solo 4.481 kilómetros en línea recta, algo así como la distancia de Madrid y Teherán (Irán). También compró 21 kilómetros cuadrados en Fiji, país también amenazado a corto plazo por el cambio climático a solo 2.147 kilómetros en línea recta. Dicen en mi tierra natal que "el que tiene un tío en Granada, ni tiene tío ni tiene nada".
"La gente de Kiribati tendrá un hogar si su país se sumerge por el creciente nivel del mal", dijo el presidente de Kiribati y antiguo pastor de la Iglesia Unitaria. Si la piel de sus honorables escrotos flotara, los kiribatianos estarían salvados. Pero no es el caso.
Kiribati tira piedras sobre su tejado, de la misma forma que lo hace la Unión Europea al regalar millones y millones a los autoritarios gobiernos de Marruecos y Libia para "controlar" el flujo migratorio, o igual que hace España al vender armas a Arabia Saudí y otros países que financian a grupos yihadistas, o de manera similar al ciudadano de a pie que rechaza al extranjero pobre por miedo y desconocimiento. Kiribati está en jaque y sin lugar para marcharse. Moraleja: no cometamos sus mismos disparates.
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