Cada vez que a la derecha no le favorece la calle, cuando todas las encuestas se vuelven en su contra o la recogida de firmas es tan masiva que apabulla, no falta el líder conservador que esgrime aquello de "la mayoría silenciosa" que sí les apoya, esa que no hace ruido, que no se moviliza del mismo modo... Igual, eso es lo que está sucediendo con los indultos a los condenados del procés, que sólo quienes protestan contra ello son los que andan calentando el ambiente.
El club de los desahuciados de la política ha convocado una nueva concentración, otra fotografía de Colón para protestar contra los indultos. Es lícito, están en su derecho y aunque se trata de una convocatoria partidista, a líderes y primeros espadas de PP y Ciudadanos ya les están temblando las canillas sólo de pensar que volverán a fotografiarse con los fascistas de Vox, dándoles alas de nuevo.
La derecha y extrema-derecha se oponen a la mesa del diálogo, se oponen a los indultos y su única solución es aplastar e imponer al pueblo catalán esta españolidad que se le atragante, incluso, a buena parte de esa ciudadanía 'libre' de Madrid. Su fórmula es la que condujo a unos juicios del procés que jamás tuvieron que celebrarse, a que Felipe VI perdiera su neutralidad y, una vez más, deteriorara la imagen de una monarquía caduca y, en definitiva, a negar un problema territorial en España que trasciende a Catalunya y se extiende a otras Comunidades Autónomas como Euskadi.
Es innegable que los indultos harán pagar un peaje político al PSOE y a Unidas Podemos (UP), especialmente por la falta de altura de miras de la derecha, que valora muy positivamente las tragaderas de la Transición porque salvaba a los franquistas que después fundaron partidos como el PP y siguieron tirando de las riendas de empresas del Ibex, pero que no son capaces de poner en libertad a quienes ya han cumplido cerca de cuatro años de cárcel por un delito que ni siquiera existe en el resto de Europa.
A pesar de este coste político, el gobierno parece que tirará para adelante. Equivocado o no, el convencimiento de Pedro Sánchez es que es lo correcto, lo más beneficioso para el país y, en ese sentido, está haciendo lo que debería ser el mantra de cualquier político: huir del partidismo, ignorando el coste político de sus decisiones, y tener coraje para ejecutarlas por el bien común. Pensar que detrás de los indultos sólo se encuentra el deseo de seguir en el poder es una teoría tan simplona como hueca: ¿acaso no creen que entre que gobierne el PP apoyándose en el partido fascista o PSOE-UP la mayoría del Congreso no seguirá respaldando las medidas progresistas del gobierno actual?
Por eso, quizás y aunque no esté subiendo el tono ni la tensión como hace la derecha y su hinchada, una amplia mayoría española silenciosa esté del lado de los indultos, confiando en que, como asegura el secretario general de Junts per Catalunya (JxCat), Jordi Sànchez, el gobierno catalán estará también a la altura. Esa mesa de diálogo que, por cierto, debiera activarse antes incluso de proceder con los indultos, tendrá que extender su alcance a todo el territorio nacional, porque la realidad española es muy distinta a la de hace 40 años. De nuevo, todos los caminos conducen a nuestra particular Roma, esto es, la Constitución, cuyas goteras son demasiadas y es preciso reformarla, sino abrir un proceso constituyente que, además de sacudirnos de una vez por todas la monarquía, plantee un nuevo modelo de Estado.