Este viernes será un gran día. Desde este 25 de junio comenzará a aplicarse, por fin, la ley de la Eutanasia. Un derecho luchado por muchísimas personas de todo el espectro de la sociedad. De todas esas personas que han luchado por esta ley me gustaría destacar sobre todo a los pacientes que junto a sus familias han tenido la valentía, la dignidad y la fuerza moral para dejarnos ver sus miserias y sufrimientos, siendo ésta la única forma para que generaciones futuras puedan elegir el camino de la eutanasia para acabar con un dolor y sufrimiento insoportables.
Este viernes la sociedad española tiene la oportunidad de adquirir otro derecho social y, en mi criterio, fundamental. Podrán elegir cuándo, dónde, cómo y con quién morir, en definitiva, este viernes somos un poco más libres. España es un país mejor, el mundo será un poco mejor. Desde mañana, la persona que considere que su vida ya no tiene más sentido debido a que "una enfermedad incurable" le imposibilita seguir luchando por sobrevivir podrá decidir él y nadie más que él. Podrá decir basta. ¿Si elegimos vivir bien, por qué no podemos elegir morir bien?
Esto no significa que la única forma de morir bien sea el camino de elegir la Ley de Eutanasia. Los que creen en Dios tienen una muerte muy digna según sus creencias y mueren bien. Los que decidan luchar hasta las últimas consecuencias también mueren bien y dignamente si así lo eligen. ¿A alguien se le ocurriría convencerlos u obligarlos a que mueran de otra manera? ¿Alguien se atrevería a imponerles cómo morir? Entonces a la inversa ¿por qué no se ha permitido de la misma manera? ¿Por qué a aquellos que eligen decir basta al sufrimiento insoportable no se les deja, y les imponemos que sigan con su sufrimiento hasta que el sistema diga basta, y no puedan elegir ellos hasta cuándo? ¿Quiénes somos nosotros, los otros, -sea quien sea el otro, jueces, médicos, políticos, familiares-, para decidir que deben seguir con ese dolor insoportable? Nadie. Absolutamente nadie.
Ser más libres, poder elegir, vivir mejor, poder hablar sin miedos, amar sin prejuicios, trabajar dignamente, educarnos lo mejor posible, envejecer lo mejor posible, tener un techo y un plato de comida, cuando nos enfermemos que nos cuiden. Se trata de cuestiones simples de la vida, pero que a veces no lo son aunque deberían serlo y que se van logrando con el esfuerzo de todos, poco a poco. De la misma manera que la democracia hay que defenderla cada día, y no solamente con un voto cada cuatro años, los derechos se defienden día a día. Porque si no, se pueden perder sin darnos cuenta.
Ha costado mucho lograr esos derechos. Mucha gente, como comenté anteriormente, ha trabajado para conseguir la ley de Eutanasia. Mi historia es la de ser el primer médico condenado en España por haber practicado la eutanasia, y en un día como hoy no puedo dejar de mencionar la suerte que he tenido de trabajar con la Asociación de derecho a morir dignamente de Catalunya, ni tampoco la huella dejada por el Doctor Luis Montes. Luchadores incansables, todos, para llegar al día de hoy.
Hablar de la muerte es hablar de la vida. "Si le pierdes el miedo a la muerte eres más libre. Tal vez, ser libre es peligro, ese es el problema quizás". Esta frase la decimos en la obra Celebraré mi Muerte, dirigida por Alberto San Juan y Víctor Morilla e interpretada por mí mismo, y la menciono aquí porque es la clave de todo. Se trata de libertad. De eso, precisamente, va la ley de Eutanasia. No va de ideologías, ni de religiones ni de imponer nada, simplemente habla de la libertad sin interferir en la libertad del otro. Estoy convencido de que si entiendo mejor vivir comprenderé mejor mi final. La ley de la Eutanasia me deja vivir más tranquilo, tengo menos miedo de enfermarme y ya no tengo más sobre cómo me voy a morir. ¿Y saben por qué? Porque desde mañana podré elegir. Hace 14 meses que enfermé por primera vez, la primera vez que me estiraba en una cama como paciente. Estuve grave, sentí la fragilidad y la vulnerabilidad de la vida, tenía más miedo de seguir vivo en aquellas circunstancias y volver a casa imposibilitado que de morirme en aquella sala de ese hospital. Hoy ese miedo ha desaparecido.
Por otra parte, ¿alguien se cree con la capacidad de juzgar el dolor humano? ¿Y si mañana el que cree fervientemente en dios o que ahora cree que luchará hasta el último momento decide que no puede más y se acoge a esta opción? Y a la inversa, ¿quién me garantiza a mí que opte sin pensar en otra alternativa que no sea la de utilizar el derecho a la ley de eutanasia y decida luchar hasta el final? Lo que quiero decir es que, en definitiva, de lo que hablamos no es nada más que de libertad de elección, eso es todo. Esto no va de peleas de ningún tipo, ni de convencer unos a otros, esto va de respetar los unos a los otros.
La ley de Eutanasia no obliga a nadie. Es una opción más. Vamos a tener que defender este derecho día a día, como otros tantos. Como la ley del aborto, la ley de matrimonio homosexual y otros derechos que aparecerán con el tiempo. Depende de nosotros, de nadie más.
Con respecto a la ley es una enorme alegría poder haber llegado a obtenerla. No cabe duda de ello. Ahora es momento de alegría, pero no de euforia. Ahora llega el momento de su aplicación con todo lo que ello implica. La ley no es perfecta. No sé si hay alguna que lo sea, pero aprovecho esta enorme oportunidad para comentar dos aspectos que desde mi humilde opinión hubiera preferido que fueran diferentes.
La Ley contempla dos comisiones evaluadoras: una previa con el solicitante vivo y una segunda posterior al hecho de haberse practicado la eutanasia. Yo era más partidario de una primera y única. Sin la segunda. Los defensores de que haya una posterior nada más (modelo holandés) argumentaban que al ser las comunidades las que elijan los comités, dado que las competencias en sanidad son autonómicas, crearía diferencias de igualdad de oportunidades a la hora de ejercer ese derecho entre las autonomías. Lo cual es cierto. Mi respuesta a ello es que prefiero luchar por que esa comunidad opte por la libertad y entendimiento del solicitante siempre con el vivo que a una segunda comisión arriesgándonos a que esta segunda comisión encuentre algún fallo de cualquier tipo sin el paciente vivo, y en consecuencia, a problemas de inimaginables consecuencias para los demás.
El segundo punto es el del registro de objetores de conciencia.
Las leyes hay que cumplirlas, así nos enseñan en un Estado de Derecho. En consecuencia no tendría razón de haber objeción de conciencia a nada habiendo una ley aprobada por el Congreso de los Diputados, es decir, por los representantes del pueblo. Pero la realidad es otra. Yo mismo salí de la ley y fui condenado. En la Ley de Eutanasia existe la posibilidad de que personal sanitario sea objetor de conciencia, se registre, y opte por su derecho individual antes del colectivo. No estoy de acuerdo, aunque lo entiendo. Y lo entiendo porque antes de ser médico uno es un ser humano con sus creencias, educación y formación. Está claro que las instituciones hospitalarias sí que están obligadas a satisfacer el derecho a la Eutanasia, y es la institución quien tiene que garantizar que cuenta con el personal sanitario necesario y capacitado para que se garantice el derecho a practicar dicha prestación. Sin embargo, solo un día antes de la entrada en vigor de la Ley he leído una información que señalaba que 70 instituciones sanitarias de Catalunya se niegan a practicar la eutanasia.
Por todo ello, ojalá que aquellos objetores que defienden sus creencias, sus códigos deontológicos y sus ideas y respeto puedan hacerlo, de la misma manera que deseo que aquellos que consideren que la Ley de Eutanasia es un derecho más también puedan defender sus creencias, sus ideas y su código deontológico y se les permita, sin estigmatizaciones, dar cobertura al nuevo derecho, ayudar y escuchar a aquellos individuos que ya no pueden vivir sufriendo ni un solo segundo más.
Comentarios
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