El conjunto del bloque occidental y especialmente la Unión Europea se enfrentan en estos momentos ante una toma de decisión crucial, esto es, el envío o no de armamento de carácter ofensivo al frente de la guerra en Ucrania. Lo que se decida en la base alemana de Ramstein entre los titulares de Defensa de Estados Unidos, Alemania y el resto de aliados junto con Jens Stoltenberg, será determinante de cara a dar un paso más hacia una mayor implicación en el conflicto armado contra Rusia puesto que ya no se trataría sólo de armamento defensivo, sino que el objetivo de los envíos sería la reconquista del territorio hoy ocupado por el ejército ruso. Y, como todas las decisiones que se toman en la vida, también esta, tendrá, sin duda, consecuencias.
Es importante identificar cuál es el marco en el que ha de tomarse esa decisión. Y ese marco es en el que se sitúa (aparentemente) la mayoría de los gobiernos que estarán presentes en dicha reunión que no es otro que el de apostar por una victoria militar sin paliativos sobre Rusia. Hasta hace poco se podían encontrar reticencias en este sentido, apelaciones a la prudencia e, incluso, alguno que recordaba que una opción podría ser intentar algún tipo de diálogo preliminar. A día de hoy, el único que parece no tenerlo del todo claro es el canciller alemán Olaf Scholz. La mera imagen de ver tanques alemanes desplegados contra el ejército ruso debe de estar siendo una de sus peores pesadillas. Y es que, efectivamente, en gran medida el incremento de la implicación europea en la guerra depende básicamente de Berlín. Se trataría de la exportación de unos tanques extremadamente sofisticados y de producción 100% europea, o quizá debería decir, alemana. Esto hace que los países que quieren donar o vender (sí vender, no se olviden de que aquí hay un ingente negocio de armas) sus Leopards, necesitan el permiso de re-exportación que tiene que ser emitido por el proveedor. Por tanto, la firma de Alemania es la que determinará la implicación europea en la siguiente fase de esta guerra.
Nadie a estas alturas se atreve todavía a hablar de algún tipo de alto el fuego, cuando menos de una negociación. Ninguna de las partes se siente todavía lo suficientemente extenuada como para pensar en parar. Más bien al contrario. Ambos contendientes se rearman de cara a lo que se espera sean lo enfrentamientos más duros de cara a la primavera. Es entonces cuando los Leopards y los Patriots podrán, quizás, determinar el sentido de la guerra, o eso es lo que nos dicen nuestros líderes.
Y, sin embargo, la realidad es tozuda. Y la realidad nos muestra que lo que se vive en Ucrania es una suerte de guerra de trincheras revisitada, una carnicería donde la aniquilación está a la orden del día. Es cierto que la llegada de la ayuda occidental tanto financiera como militar ha impedido hasta la fecha la derrota ucraniana, pero no es menos cierto, que esa ayuda financiera y militar no será suficiente para alcanzar una derrota total de Rusia. Y esto, los ministros de defensa de la OTAN lo saben.
Son tres los escenarios sobre los que se trabaja. El primero, es el de la expulsión total de las tropas rusas de todo el territorio ucraniano, incluido Crimea, algo que, a todas luces parece extremadamente complicado, incluso con el despliegue de los Leopards y los Patriots. Tan complicado es, que sería necesario el colapso total de todas las defensas rusas con el consiguiente riesgo de enfrentamiento directo con OTAN, algo de lo que son conscientes los que reúnen en Ramstein. El segundo de los escenarios sería el de la negociación. De nuevo, una opción poco probable a la luz de las acciones y declaraciones recientes de las partes. Putin, más que ofrecer una negociación, quiere imponer unas condiciones que incluyen el reconocimiento de la soberanía rusa sobre los cuatro oblasts anexionados y, por supuesto, Crimea. Por su parte, Zelenski ha dejado claro en reiteradas ocasiones que no va a ceder territorio ucranio a cambio de una paz que además no ofrece unas mínimas garantías de seguridad. Además, ninguno de los dos considera que ha llegado al limite de sus capacidades y de sus fuerzas.
Por tanto, el último escenario que queda abierto, es el de una guerra de desgaste y larga y que se irá congelando en un línea de confrontación que ninguna de las dos partes reconocerá. Queda así despejada la pregunta que nos hacíamos en abril sobre si estábamos antes una guerra largo o corta, una vez que ya era claro que la primera ofensiva relámpago había fracasado.
Y frente a estos tremendos escenarios Occidente no está, al menos públicamente, considerando la posibilidad, de que la guerra no termine ni con una victoria ni con una negociación, sino que simplemente se quede ahí, como un mar de fondo. Y ante eso muchas son las preguntas que quedan por responder: ¿Cómo actuar? ¿Qué hacer? Por el momento, nadie dice nada sobre cómo hacer que el conflicto no se intensifique, que esté controlado, que no escale. ¿Cuánto aguantarán las sociedades globales con la amenaza permanente de una escalada militar? Pero, además, hay que pensar sobre una futura arquitectura de seguridad europea que incluya a Ucrania, sí, pero que no puede ignorar a Rusia, porque Rusia, como el dinosaurio de Monterroso, seguirá estando ahí.
Pero mientras a alguien se le ocurre ponerse a pensar sobre estas y otras muchas cuestiones pendientes y esenciales para el futuro de Europa, por el momento, sólo se debate de manera miope sobre Leopard sí o Leopard no.
Comentarios
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