Chico conoce a chica. La ecuación parece sencilla. Sin embargo, las cosas pueden complicarse de un modo extraordinario. Desde que en el otoño de 2012 se lanzara Tinder, la ‘app’ más famosa del mundo para ligar, ha ido creciendo como la espuma: en la primavera de 2014 se alcanzaron los 1.000 millones de matches, la cifra se duplicó cuando llegó el verano del mismo año y su comunidad crecía a un ritmo de 4.500 nuevos usuarios por día. Había ganas de follar y, bueno, puede que también de encontrar pareja. ¿Quién sabe?. Esta aplicación cumplió una década el año pasado con 57 millones de usuarios haciendo swipe a todo trapo. Diez años al servicio del mercantilismo del amor, que se dice rápido. Eso es un montón de tiempo para cualquiera y, si lo trasladamos al universo inmediato de los Zeta, nos encontramos con el efecto psicológico equivalente al paso de un millón de años en la historia de la humanidad.
Si según la teoría del psicólogo William James se requiere de un proceso de 21 días para crear un hábito, está claro que la metodología para hacer match ha cambiado radicalmente. Aunque en esto de las relaciones no hay matemáticas que valgan, el teorema habría evolucionado a algo así como: chica entra en el garito de moda y ficha al personal (premisa 1), se hace su buen selfie y geolocaliza la foto en Instagram (premisa 2), repasa la lista de imágenes etiquetadas en el mismo lugar, comprueba quién está conectado y da unos cuentos likes (premisa 3). Al salir, muy probablemente, tenga el privado deseado en su bandeja de mensajes y plan para terminar la noche sin necesidad de haberse sometido a los riesgos del cuerpo a cuerpo (conclusión). El procedimiento en Tinder no es muy diferente, quizás es menos sutil, pero no perdamos el foco. Aquí de lo que se trata es de captar la atención de nuestro objetivo. Ya lo decía Rosalía en Brillo: «he subido quince stories, ¿no lo ves?».
Amor y libre mercado
Desde la rueda, está todo inventado. Hemos pasado por los anuncios por palabras de la Superpop y Bravo, el canal #camelot de IRC, Fotolog, Messenger, el chat de Terra, Badoo y hay quién se pone creaitvo y lo intenta hasta por Wallapop o jugando al Apalabrados. La cuestión es adaptarse a los tiempos. En 2012, una investigación elaborada por Rosenfeld y Thomas evidenció que desde 1995 el porcentaje de personas que conocían a sus parejas en Internet había crecido de manera exponencial y, en paralelo, se iban anotando cada vez menos historias que arrancasen a la antigua usanza. La explosión en el mercado español de las apps de citas trajo consigo un discurso apocalíptico: Tinder llegaba para terminar con el romanticismo, como si cuando alguien te ‘mete cuello’ en un bar hubiera mucha poesía de por medio. Un fenómeno que generó ochocientos millones de facturación en 2018 y que promueve más de un millón de citas por semana en más de ciento noventa países merece un retrato con más pinceladas.
Alizée —nombre ficticio, anécdota absolutamente real— cuenta que, una noche de fiesta, conoció a un tipo que la invitó a su casa. Olvidemos cualquier escenita de la serie inspirada en la célebre columna del New York Times, Modern Love: ella iba decidida a quemar la noche y desquitarse de una ruptura reciente con sexo potente sin implicaciones. No saber nada del otro, le parecía un planazo. Sin embargo, lo de la potencia se quedó en asunto pendiente y el anfitrión cayó desplomado sobre el colchón. Después de un rato comiendo techo, nuestra chica optó por hacerse un ghosting de los clásicos y desaparecer sin dejar rastro. Nada de esto sería memorable de no ser porque ella decidió que lo fuera. Antes de salir por la puerta, echó un vistazo a la librería del desconocido y se agenció un tomo. «De alguna manera tenía que rentarme el viaje», se dijo y así lo confiesa a UwU en un privado por Twitter. El suyo fue un encuentro fortuito, sin algoritmos de por medio, y el resultado, decepcionante —no hace falta jurarlo —.
Matemáticas para el ‘match’
La periodista francesa Judith Duportail se abrió una cuenta en Tinder después de —¡sorpresa! — otro fracaso amoroso. Pronto descubrió que la aplicación otorga un “elo” [término de la teoría de juegos que se emplea en los rankings de ajedrez] a cada usuario con el que puntúa su grado de deseabilidad y trató de averiguar la suya. Luego se arrepintió, pero le dio para publicar El algoritmo del amor. «Tinder sabe mucho más sobre ti cuando estudia tu comportamiento en la aplicación. Sabe con qué frecuencia te conectas y en qué momentos; el porcentaje de hombres blancos, hombres negros, hombres asiáticos que has emparejado; qué tipo de personas están interesadas en ti; qué palabras usa más; cuánto tiempo pasan las personas en tu foto antes de deslizarte, y así sucesivamente. Los datos personales son el combustible de la economía. Los datos de los consumidores se intercambian y negocian con fines publicitarios”, declaraba Alessandro Acquisti, profesor de tecnología de la información en la Universidad Carnegie Mellon, en un reportaje publicado por Duportail en The Guardian.
Su sistema de puntuación posiciona mejor a la gente que recibe un mayor número de likes, pero no todas las interacciones valen lo mismo. Serán más valiosas para el algoritmo en función de quién los conceda, según ha reconocido su propio fundador Sean Rad en The Fast Company. Tampoco es que descubriese la pólvora. Mark Zuckerberg, en inicio, había pensado Facebook como algo muy distinto. Pretendía ser una web para puntuar a las chicas del campus de Harvard y establecía un rating con ellas —algo así como el precario, cosificador y archiconocido Sexy o no—. Luego, su idea creció y todos conocemos el resto de la historia, pero Sean Rad y Justin Mateen recuperaron su espíritu años más tarde. Estos dos amigos lo vieron claro: la clave estaba transformar las páginas de citas online en una especie de juego. Corría el año 2021 y la gamificación móvil estaba en alza. Hicieron popular su proyecto en fiestas de hermandades y fraternidades de las universidades de Estados Unidos y la startup lo petó. No sin algún escándalo en el camino: Mateen fue demandado por acoso sexual por Whitney Wolfe, la vicepresidenta de Marketing de la compañía y eso provocó su despido. Semanas después, Sean Rad abandona su cargo como CEO y, entre tanto, Wolfe se una a otros dos empleados de Tinder y lanzan un rival: Bumble. Sin embargo, en el mundo empresarial, a menudo, el que pega primero, pega dos veces, y la app, ahora propiedad de Meetic, es ya un gigante difícil de tumbar. La criatura camina sin sus creadores, como una suerte de Frankenstein.
Citas malas, buenas historias
Varias usuarias de esta red social se han puesto en contacto con este medio para contarnos sus experiencias en apps para ligar después de que hiciéramos un llamamiento. Tinder les ha legado a todas tienen algún encuentro bochornoso que, si bien no dejará un recuerdo imborrable en su corazón y / o en su memoria de experiencias sexuales, se han transformado en buen material para amenizar los brunchs entre amigas y, en algunos casos, los hechos acaban aderezándose y creciendo hasta adquirir una dimensión de una leyenda para ese petit Comité. Es el caso de Natalia. «Corría el año 2017. Yo tenía 17 años, me registro en la plataforma como si tuviese la mayoría de edad y aquí no ha pasado nada. Unos cuantos matches y decido quedar con A. El día se resumió en cuatro besitos y para casa, que mamá y papá reclamaban mi llegada a la cena. Seguimos hablando un tiempo y todo bien, que si un regalito por aquí, una cena por allá, un viaje por no sé dónde. Y de repente nunca más se volvió a saber de A, hasta dos años después», relata y aquí es donde viene el plot twist.
«A tiene una novia que conoció estando conmigo. Twitter me dio la razón con el tiempo. En 2019 yo ya jugaba Tinder en modo histórico. No puedo decir qué ocurrió exactamente para retomar el contacto porque nadie me creería, pero tuve un problema y no podía volver a mi casa (80km). La única persona que vivía en esa zona era A. Entonces decidí llamarlo y decirle: ‘me debes un poco el salvarme de esta situación porque te fuiste con B'», cuenta esta tuitera. Para sorpresa del lector y de la propia protagonista del suceso, coló. «Jamás volvió a pasar nada entre A y yo, pero a veces tenemos conversaciones profundas de la vida. En una de ellas me dijo que se casaba con B y me propuso que fuese a la boda. Es este verano, ya tengo la ropa comprada. A veces bromeo con A y le digo que, si no se porta bien conmigo, el día de la boda cuento que soy de Tinder. ¿Me pondrá en una mesa con más mujeres de la app?», se plantea Natalia. «Por supuesto, no tengo con quien ir pero juro por mi vida que iré con alguien de Tinder, aunque no la conozca de nada», remacha.
Las apps de citas son el perfecto caladero para los infieles. El 42% de los usuarios de Tinder tiene pareja y busca una aventura en la red de contactos, según un estudio realizado por GlobalWebIndex (GWI) con una muestra de 47.000 participantes. Desde 2020, Tinder exige a sus usuarios que verifiquen su identidad, pero los controles se reducen a hacerse una foto en tiempo real y en una serie de poses preestablecidas. Las imágenes se enviarán a la compañía, que será la encargada de establecer coincidencias con el contenido del perfil y confirmar que las fotos que se han colgado son reales. Si la inteligencia artificial da la prueba por superada, el usuario recibirá una insignia azul similar a la de las cuentas verificadas en Twitter o Instagram. Esta mecánica no otorga ninguna garantía más allá de que alguna mente iluminada se haga pasar por Brad Pitt o Scarlett Johansson, como sucedía en los tiempos del mítico programa de la MTV, Catfish: Mentiras en la Red, cuando todos éramos un poco zafios y naif.
Ahora sabemos montárnoslo mejor para desmontar las redes de mentiras —gracias por tanto, Google—, pero hay cosas que nunca cambian. Siempre puedes encontrar a algún tipo que, si apareciese en un programa de First Dates, pondrías la mano en el fuego porque está todo guionizado. A Patricia le faltó buscar la cámara oculta en esta ocasión: «Quedé con un tipo aparentemente normal. Tenía un rollo un poco mistiquito, insistía mucho en el destino y estas historias, pero era gracioso y para follar, me daba», dice para ponernos en antecedentes. «Vino a recogerme en su coche y, nada más que me subí, empezó a hacerme una batería de preguntas, como en una entrevista de trabajo. Me acuerdo de algunas: si fueses un animal, ¿qué animal serías?; ¿qué preferirías: quedarte ciega o sorda? y ¿qué opinas de la eutanasia?», rememora. «Son preguntas que, contextualizadas, lo mismo podrían dar para mucho, pero aquello era como una especie de cuestionario en el que, además, tenía tiempo de contestación. Ni siquiera podía extenderme, porque en mitad de mi argumento, ya me estaba planteando la siguiente», añade. Aquello le dio el suficiente cringe como para no repetir y, aun con todo, el tipo siguió buscando el contacto durante meses, mientras ella le daba la callada por respuesta.
Cynthia acababa de mudarse a otra localidad y pensó que no tenía nada que perder. Se abrió una cuenta en Adopta un tío casi como un pasatiempo, para salir a tomar algo de cuando en cuando. Lo que no esperaba es que terminaría atesorando una buena colección de cuñados. «Las dos palabras que más puedo odiar en la vida son ‘mariquita’ y ‘panchito’ y las dos salieron en la conversación. Hubo un momento que me dije: ‘¡Estoy teniendo una cita con Arévalo!'», comenta al recordar un encuentro desafortunado. Su interlocutor no solo resultó ser racista y homófobo sino, además, tacaño. «Cuando ya nos íbamos, se adelanta para decirle al camarero: ‘Cóbrame a mí el batido aparte’. No se puede ser más cutre, ¡si yo solo me había pedido un café. Así que saqué un billete y pedí que me cobraran todo a mí. El Arévalo se quedó con la cara roja y yo, tan ancha», rememora. A pesar de que todos los indicios parecían dejar claro que aquello no se podía alargar, el muchacho hizo gala de un derroche de optimismo y le propuso continuar en el Telepizza con un argumento que él no podría rechazar: era día de promoción. Cynthia lo despachó con un «no me gusta la pizza» y cruzó los dedos para no verlo nunca más. Lamentablemente, no todos los municipios pueden cumplir con los estándares de Ayuso y, en la mayoría, encontrarte con tu ex es una posibilidad muy real. «El verano pasado me mandó mi familia a recoger pizzas a la franquicia y, ¿quién estaba allí? ¡Arévalo!. Me contuve para no gritar: ‘¡Era mentira, pinche pendejo!. ¡Me encanta la pizza!'», cuenta entre risas.
La sabiduría de la inteligencia artificial
Casos como este, nos dejan con la desazón de que quizás los guionistas de Black Mirror tenían razón. En el episodio Hang the DJ, de la cuarta temporada, se plantea un escenario futurista en el que una aplicación junta a dos personas por un límite de tiempo: exactamente el que la relación puede funcionar. ¿Sabrá más la inteligencia artificial de nuestro grado de compatibilidad que los propios implicados?. Abril Camino, pseudónimo bajo el que publica autora de Las 27 citas de Charlotte May, cree que sí. «La incertidumbre siempre tiene su gracia, pero todos tendríamos una relación mucho más sana con el amor si asumiéramos que puede tener un principio y un final. Y ese final no siempre tiene que ser triste, puede ser una oportunidad para crecer por separado o, simplemente, una forma de salir de una relación que no te aporta o no te hace bien», plantea. «Eso del amor eterno suena genial, y no digo que sea imposible, pero teniendo en cuenta que hay muchas más posibilidades de que una relación se rompa que de que dure eternamente, quizá deberíamos empezar a ser un poco más realistas, aunque solo sea para protegernos de futuros daños», concluye.
En su novela, la protagonista experimenta una epifanía el día que cumple treinta años y se obsesiona con que está incompleta si no encuentra pareja. «La sociedad siempre se ha estructurado alrededor de la familia y existe un estereotipo muy arraigado de la “solterona”, que hace que mucha gente incluso las compadezca, al contrario de lo que ocurre con los hombres, a los que se les concede un halo de ‘soltero de oro'», desarrolla la escritora coruñesa. «La realidad, a mi alrededor, es bastante diferente. Somos las primeras generaciones que nos planteamos la vida bajo otros esquemas y eso no siempre es fácil, pero muchas mujeres nos hemos dado cuenta de que la vida en pareja no es ni mucho menos el único camino hacia la felicidad», advierte.
Camino, como el personaje de su comedia romántica, también probó suerte en las apps de citas. «En realidad, no veo gran diferencia entre Tinder y cualquier otro método para conocer gente. Yo aterricé en la aplicación hartísima de aguantar tonterías en discotecas, citas a ciegas y otros entornos propicios para ligar. No sé por qué pensaba que Tinder sería diferente, pero hay lo mismo, para bien y para mal», asegura. Al final, los entornos virtuales han acabado por convertirse en un espejo que solo puede ofrecer nuestro reflejo como sociedad, nos guste o no.