Cuando se estaba rodando la tercera temporada de Succession le preguntaron a su creador, Jesse Armstrong, cómo habían introducido la covid-19 en la trama. ¿Llevarían mascarilla los personajes? Dijo que no. Los millonarios que salen en Succession no se guían por las mismas normas que el resto. No se han puesto mascarilla, se mueven en helicópteros y aviones privados por donde les da la gana. Son dueños de islas donde poder ir a hacer "detox digital". La covid-19 no les ha afectado de la misma manera y contar que han vivido una experiencia similar a la del resto sería mentir e incluso traicionar el espíritu de la serie. Porque Succession va, precisamente, de contarnos las vidas de gente que vive fuera de la realidad con un enorme poder y cero punto cero de sentido de la responsabilidad. Gente que gestiona imperios de la comunicación, que financia a los grandes partidos en EEUU y que si tienen que aliarse un poquito con un posible candidato nazi... Pues se alían.
Las ficciones sobre los más privilegiados son un género que va creciendo poco a poco, año a año. La Palma de Oro en Cannes fue entregada a El Triángulo de la Tristeza, la última película de Ruben Ostlund, una versión escatológica y marítima de Succession, y también vimos la segunda entrega de Puñales por la Espalda, que ridiculiza con saña la vida de quien más tiene y a la colección de moscones que les acompañan.
Coincide el estreno de la cuarta (y última) temporada de Succession con el estreno de la segunda temporada de Georgina, el reality sobre la vida de la influencer, modelo y pareja de Cristiano Ronaldo. Es interesante esta coincidencia porque ya la primera temporada planteaba un modelo de reality que "se hacía cargo" de la corriente de odio a los ricos que iba dominando el mainstream y optaba por producir un contenido conscientemente paródico. Resulta provocador decir que Succession y Georgina hacen lo mismo por otros métodos, pero me temo que un poco sí. En un caso con sofisticadísimos ejercicios de escritura televisiva, interpretaciones descomunales y tramas perfectamente hilvanadas y en el otro con platos de jamón y los problemas de coordinar los horarios del jet privado mientras te llevas a tus mejores amigos a ver carreras a Mónaco. Los tonos son distintos, pero el mecanismo de atracción funciona de forma similar.
Y esta es la cosa. ¿Es el odio a quienes más tienen una perversa manera de seguir reproduciendo el deseo aspiracional y el dominio de los relatos en el lado privilegiado de la balanza?
Como fan de Falcon Crest y Dinastía puedo decir con bastante alegría y tranquilidad que no tengo ni idea. La tradición narrativa de "contarnos la vida de los ricos" lleva existiendo desde que se inventó la televisión y se despliega en casi todos los formatos posibles. Tengo la sensación de que el "giro irónico" (cuando no la vergüenza ajena) nos habla de una forma particularmente intensa de ese odio. Soy consciente también de que es imposible (imposible) pasar una cantidad elevada de tiempo viendo a alguien y no empatizar fuerte con sus razones simple y llanamente porque no queremos que se acabe aquello que nos produce gozo. Sobre esa ecuación se sostiene Los Soprano, The Shield y casi toda la ficción que se mueve con el protagonismo de unos monstruos a los que no puedes evitar querer un poquito (o bastante más que un poquito).
Quizás lo más interesante de los últimos productos sobre este tema es que los ricos están empezando a perder. The White Lotus es ejemplar, en ese sentido. No es sólo una estupenda descripción de las pasiones del "privilegio turistificado", sino también una fábula de clase. La primera temporada, como pasa en Succession, nos recuerda que el azar y el privilegio se alinean, pero en la segunda las cosas transcurren de otra forma. El final de Puñales por la Espalda también nos deja al Elon Musk poco disimulado que interpreta Edward Norton en posición de derrota. Succession, como pasa con Georgina, han mantenido el dominio de clase constantemente. En Succession, la relación padre-capital se mantiene inalterable sin que sus estúpidos hijos sean capaces de desafiar su genio ni una sola vez. Reconozco que yo sigo deseando una victoria de estos ricos idiotas, egocéntricos, narcisistas y cobardes sobre su padre porque reconozco que la legitimidad que la serie le otorga ese dinero ganado "desde abajo" me sigue pareciendo sospechosa.
Esta semana se ha estrenado una serie española que avanza en una dirección interesante. Sin Huellas cuenta una historia mitad Thelma y Louise, mitad 800 Balas y con aliento de Airbag que, a ritmo de rumba y reaguetton cuenta la historia de dos limpiadoras a las que culpan de un asesinato que no han cometido y que, mientras escapan de rusos mafiosos, policías y políticos corruptos, van poniendo patas arriba el mundo de unos personajes que muy bien podrían haber salido de Succession.
Quizás se trata de eso, precisamente. De dar a quien menos tiene la oportunidad de vencer, de poblar las ficciones no sólo de ricos decadentes y pobres sufrientes, sino también de victorias populares. De complementar las historias de los ricos a los que amamos odiar con historias en las que su dominio toca su fin.
Eso, o una buena reforma fiscal. Las dos cosas valen.
Comentarios
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