Por más que el príncipe Mohammad bin Salman (conocido como MBS) quiera dejar atrás el trágico episodio ocurrido el 2 de octubre de 2018 en el consulado saudí de Estambul, el asesinato del periodista Jamal Khashoggi le perseguirá hasta la tumba. El príncipe puede tratar de correr un tupido velo, pero más de uno se rebelará contra esa acción. En cualquier caso, dos años después siguen sin conocerse las respuestas a las preguntas más básicas: quién ordenó el asesinato, quién lo ejecutó y dónde está el cadáver.
Distintos organismos, ONG y personalidades internacionales han rechazado la cancelación de cinco penas de muerte contra los acusados que Riad anunció el lunes, y esas voces, persistentes no se acallarán en el futuro. La responsabilidad seguirá recayendo sobre los hombros de MBS, sin cuya autorización difícilmente se habría consumado el asesinato.
Una de las réplicas más contundentes ha llegado desde The Washington Post, periódico para el que trabajaba Khashoggi, que en un editorial señala que la anulación judicial es una maniobra con la que MBS pretende allanar el camino para la cumbre del G-20 convocada próximamente en Riad y a la que están invitados los principales líderes del mundo democrático.
El periódico considera que los mandatarios deberían boicotear la cumbre hasta que se aclare lo sucedido y se depuren las responsabilidades. Es evidente que en caso de que la cumbre se celebre, MBS logrará legitimar su posición en la escena internacional. El poderoso príncipe ha mantenido un perfil bajo en los últimos meses y considera que la cumbre puede ser su tabla de salvación.
MBS ha untado con millones de dólares a la familia de Khashoggi para mantenerla callada, hasta el punto de que los hijos del malogrado periodista dijeron en mayo que han "perdonado" a los asesinos de su padre. La familia prefiere no hacer declaraciones aunque en alguna ocasión ha dado a entender que no va a hurgar en el asesinato, una posición que no comparte la novia turca de Khashoggi, quien no se ha doblegado a las presiones ni al dinero y se ha convertido en la voz más crítica contra el régimen saudí.
MBS será el primer huésped árabe del G-20 y cuenta con el respaldo de la administración Trump, no solo para organizar la cumbre sino también para el caso específico del crimen de Estambul. El mismo presidente estadounidense ha querido pasar página y ha protegido al príncipe impidiendo que los servicios de inteligencia americanos hagan público lo que saben del asesinato.
Los críticos recuerdan que la muerte de Khashoggi no es la única espada que pende sobre la cabeza de MBS. En realidad hay bastantes espadas, como los sistemáticos bombardeos en Yemen, la represión de disidentes en Arabia Saudí, o el férreo bloqueo contra Qatar por no avenirse a las controvertidas políticas de los gobernantes de Riad y los Emiratos Árabes Unidos.
El lunes el sistema judicial saudí volvió a lavar la reputación de MBS al rebajar las penas de los ocho acusados de matar y descuartizar a Khashoggi. Una prueba de que la sentencia carece de los mínimos estándares de transparencia es que la identidad de los culpables ni siquiera se ha revelado. Los dos principales sospechosos, el subdirector de Inteligencia, Ahmed Asiri, y el destacado consejero del príncipe Saud al Qahtani ya fueron exculpados en su momento. Por no haber, ni siquiera se tienen pruebas de que quienes fueron condenados a entre siete y 20 años de prisión estén en la cárcel.
La sentencia recuerda que el cuerpo de Khashoggi nunca se encontró. El método del asesinato, ahogamiento seguido de descuartizamiento con una sierra, solamente afloró tras una investigación de la francesa Agnès Callamard, relatora especial del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, quien llegó a esa conclusión examinando las grabaciones turcas que implican a MBS.
Callamard publicó el mismo lunes un tuit en el que calificaba de "parodia de la justicia" una sentencia que no aporta ninguna "legitimidad legal o moral" al caso y que ni siquiera revela los nombres de los sentenciados. La relatora recuerda que "los altos funcionarios que organizaron la ejecución (de Khashoggi) quedaron libres desde el principio".
Según The Washington Post, todo este teatro obedece a la intención de MBS de cerrar el caso cuanto antes con el fin de que los grandes mandatarios acudan al cónclave del G-20. Los líderes europeos tendrán que decidir en las próximas semanas si ceden a la presión de Washington para que acudan o bien si boicotean al príncipe. Eso es lo que está en juego ahora mismo, sin olvidar las jugosas ventas de armas a los saudíes.
La ausencia de justicia en el caso Khashoggi no va a impedir que Trump asista a la cumbre, pero los europeos deberían reconsiderar su participación. Es cierto que por una parte están los miles de puestos de trabajo en las fábricas de armas europeas, pero por otro lado Europa debe dejar atrás de una vez por siempre el cinismo que domina sus relaciones con Oriente Próximo y que contradice los principios que asegura defender.
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