SEGOVIA
El pasado domingo los medios de comunicación israelíes se volvieron locos. El gimnasta Artem Dolgopyat había ganado en los juegos olímpicos de Tokyo la segunda medalla de oro que obtiene Israel en toda su historia, de manera que la alegría estaba justificada y su ejercicio sobre el suelo fue retransmitido y comentado una y otra vez sin descanso.
El primer ministro Naftalí Bennett, con las cámaras de televisión presentes, llamó al gimnasta para felicitarlo y expresarle la satisfacción que sentían todos los ciudadanos de Israel, y lo mismo el presidente del país. De hecho, los parabienes se multiplicaron ese mismo domingo y los días siguientes, y el regreso del medallista fue saludado en el aeropuerto de Tel Aviv como un acontecimiento de gran envergadura.
Todo andaba sobre ruedas hasta que la madre de Dolgopyat confesó con disgusto en una entrevista radiofónica que el nuevo héroe no puede casarse. El gimnasta tiene novia y su deseo es contraer matrimonio pero no lo puede hacer porque ni él ni su novia son judíos de acuerdo con la misma ley religiosa que otorga a los rabinos la potestad exclusiva de registrar los matrimonios.
Israel presume de ser el único país occidental de Oriente Próximo, y sin embargo no permite el matrimonio fuera de la esfera religiosa. Es el único país "occidental" que no admite el matrimonio civil, sino solo el religioso, así que si un cristiano quiere casarse, solamente puede casarse con una cristiana; un musulmán solo puede casarse con una musulmana; y un judío solo puede hacerlo con otra judía.
Los matrimonios mixtos no están reconocidos. En cada caso el rabinato escudriña hasta en los mínimos detalles el origen de los dos novios para determinar si son judíos pata negra y en función de ello autoriza o desautoriza la boda. Para ser judío se ha de ser hijo de una mujer judía o haberse convertido al judaísmo a través de un puntilloso proceso impartido por el rabinato ortodoxo.
El problema de Dolgopyat, oriundo de Ucrania, es que su padre sí que es judío pero su madre no lo es, y por lo tanto según la ley religiosa, el medallista olímpico no lo es. Para serlo debería seguir el riguroso proceso de conversión que dictan los rabinos, algo que ni Dolgopyat ni su novia, que tampoco es judía, parecen dispuestos a hacer. En estas circunstancias, la pareja no puede casarse. Podría hacerlo civilmente en el extranjero pero no en Israel.
Durante la entrevista radiofónica, la madre de Dolgopyat, Angela Bilan, explicó que su hijo se encuentra atrapado en la misma trampa que cientos de miles de israelíes a quienes el rabinato no considera judíos, la mayor parte de ellos originarios de la antigua Unión Soviética y de sospechosas raíces cristianas. Muchas parejas viajan al extranjero para casarse mientras que otras hacen una vida común pero estarán en el limbo durante toda su vida, y sus descendientes tendrán el mismo problema.
Cuando le preguntaron si quiere que Dolgopyat, que tiene 24 años, le dé nietos, Bilan respondió: "Para tener nietos, mi hijo necesita casarse y el país no le deja casarse". La entrevista abrió por enésima vez el debate de los matrimonios mixtos o no religiosos, una posibilidad que los judíos ortodoxos rechazan frontalmente porque consideran que amenaza con abrir las puertas a la desaparición del pueblo judío.
Bilan recordó que el padre de su hijo, Oleg, sí que es judío puesto que la madre de Oleg lo era y existen certificados que lo prueban. En la Unión Soviética era habitual que los matrimonios se celebraran entre personas de distinta religión, o de ninguna religión, de manera que a Israel emigraron a partir de los años noventa cientos de miles de soviéticos que jamás habían prestado atención a ese detalle que en Israel es crucial.
La madre explicó que la novia de Dolgopyat es una joven bielorrusa no judía con la que el gimnasta ha estado viviendo durante los últimos tres años. La pareja tendría la opción de casarse en el extranjero, los israelíes en estas circunstancias prefieren Chipre, pero las condiciones derivadas de la pandemia se lo han impedido. En un año normal, alrededor de 9.000 parejas israelíes contraen matrimonio fuera del país, la única manera de burlar al rabinato.
A diferencia de su madre, el gimnasta no ha querido contestar a los periodistas que le han interrogado sobre el problema. Cuando todavía estaba en la villa olímpica de Tokyo, los periodistas le preguntaron sobre este asunto. "En primer lugar, se trata de mi vida personal, y creo que no es apropiado discutirlo delante de todo el país. Estas son cuestiones del corazón, y son mías, así que prefiero no contestar", respondió elusivamente.
Consternación
Algunos ministros han mostrado por enésima vez ante la galería su consternación con las leyes de matrimonio derivadas del rabinato, aunque poco pueden y quieren hacer para cambiarlas. Los acuerdos de gobierno afirman explícitamente que el statu quo religioso solamente puede modificarse si hay acuerdos entre los partidos que forman la coalición, y dentro de la coalición hay formaciones, como la del primer ministro Bennett, que no están dispuestas a cambiar la ley.
El ministro de Exteriores Yair Lapid, ha declarado que es "intolerable" esta situación, pero la realidad es la que es en un país azotado por un religionismo y un nacionalismo que lo impregnan todo. En el caso de los matrimonios, la ley es clara y nada sugiere que vaya a cambiar de la noche a la mañana con la última controversia del medallista olímpico.
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