México D.F.
Actualizado:No hizo falta esperar al recuento oficial, que todavía no ha terminado. Andrés Manuel López Obrador se declaró vencedor de las elecciones después de que sus rivales, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, asumiesen su derrota. Se trata de un triunfo histórico y con un amplio margen que abre un nuevo ciclo para México.
Fue más rápido y fácil de lo esperado. Para las ocho de la tarde (las dos en España), Ricardo Anaya y José Antonio Meade, los dos principales rivales de Andrés Manuel López Obrador, habían reconocido su derrota. Daba igual, por lo tanto, que el Instituto Nacional Electoral (INE) no ofreciese datos definitivos, que podrían tardar dos días más. El candidato de la coalición Juntos Haremos Historia y líder de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) será el próximo presidente de la República de México. Su triunfo es holgado, con posibilidad de superar el 50% de apoyos, lo que supone una cifra histórica.
Ahora tiene por delante cinco meses para establecer su plan de acción, ya que no tomará posesión hasta el 1 de diciembre. Sus seguidores tomaron las calles de la capital mexicana. López Obrador, de 64 años, llega a la jefatura de Gobierno de México en su tercer asalto. Como ha repetido en campaña, era esto o irse “a la Chingada”, el rancho familiar que tiene en Tepetitán, estado de Tabasco.
“No les voy a fallar”, ha sido uno de los mensajes principales de López Obrador, que se desplazó hasta el Zócalo, plaza emblemática de la capital mexicana, para festejar su triunfo. Hace doce años, en su primer intento, los fieles del presidente electo tomaban estas calles con un propósito bien distinto: protestar por el fraude que, según denunciaron, les arrebató el triunfo para beneficio de Felipe Calderón, del Partido de Acción Nacional (PAN). Eran otros tiempos. Entonces, López Obrador lideraba la plancha del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que en esta ocasión concurría a los comicios con sus supuestos antagonistas de la derecha, el PAN. Este triunfo supone la puntilla del actual modelo partidario en México, hasta ahora dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el PAN.
“Debemos festejar doce años de lucha junto con López Obrador. Ahora hay que esperar que cumpla, que luche contra la corrupción y busque el reencuentro social”. Erick Ramírez, de 30 años, enarbola una bandera de Morena junto al escenario del Zócalo. Todavía hay mariachis calentando el ambiente y, a pesar de las protestas del público, no se emite el discurso que el ya presidente electo está ofreciendo ante los medios en el hotel Hilton. Ramírez es de los que ha acompañado al líder progresista desde que se lanzó a la presidencia en 2006. Se manifestó. Se plantó. Participó en la acampada de protesta. Ahora celebra pero cree que viene lo más duro: “hay que combatir la corrupción”.
Cientos de personas tomaron las calles en cuanto se supo que Meade y Anaya reconocían la derrota. La posibilidad del fraude ha estado presente durante toda la campaña así que la rápida aceptación desató la catarsis. “Este es un pueblo que está harto de la corrupción y la podredumbre”, dijo Gerardo Díaz, de 27 años. “Todavía me cuesta creérmelo, nadie descartaba un fraude, pero tenía que ganar de una vez”, explica este joven, que votaba por López Obrador por segunda vez en su vida.
A pesar de ello, durante la jornada se registraron diversas denuncias por compra de votos. Se trata de un fenómeno habitual que no solo tiene su impacto en las presidenciales. Este domingo se escogían más de 18.000 cargos públicos y, ante el tsunami Morena, el resto de partidos han tratado de aferrar poder institucional a nivel local.
Además, cuatro personas murieron en hechos violentos vinculados con el proceso electoral. Entre las víctimas se encuentran Flora Reséndiz, activista del Partido del Trabajo (PT), que participa en la coalición de López Obrador, y Fernando Herrera Silva, gobernante del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en Puebla.
El combate contra la corrupción es la gran exigencia que realizaban muchos de los que se concentraron en el Zócalo. Esta demanda es recogida por López Obrador, quien en su primer discurso prometió: “Erradicar la corrupción y la impunidad será la misión principal del nuevo gobierno. Bajo ninguna circunstancia, el próximo presidente de la República, permitirá la corrupción ni la impunidad”. Con esto incluye una advertencia: ni familiares ni compañeros de partido estarán exentos de la persecución si incurren en prácticas corruptas.
"El triunfo de Morena supone la victoria de un aspirante progresista en medio de la ofensiva neoliberal"
Con cinco meses por delante para definir equipo y proyecto, la celebración tiene más de simbólico que de concreto, aunque ya apuntó medidas como el incremento de pensiones para los jubilados. Sobre lo emocional resulta clave el “no nos falles” que acompañó a las palabras del presidente electo en el Zócalo. La plaza ruge y lo primero que hace es advertir contra una futura frustración. “No quiero ser recordado como un mal presidente”, responde López Obrador. Para entender qué significa la victoria de Amlo, como es popularmente conocido el político tabasqueño, hay que fijarse en la euforia de sus seguidores y los lloros.
El Zócalo era una tremenda fiesta de banderas mexicanas, de Morena y caretas con el rostro del futuro presidente. La responsabilidad para López Obrador es enorme, como él mismo reconoció en su intervención.
El triunfo de Morena es histórico por varias razones. En primer lugar, por la amplia diferencia sobre sus oponentes, lo que revela que ha sido el único capaz de conectar con el hartazgo de una población que ve al país hundido entre la corrupción, la crisis y la violencia. En segundo, porque supone la victoria de un aspirante progresista en medio de la ofensiva neoliberal en el continente. La llegada al poder de Mauricio Macri en Argentina o el golpe de Estado contra Dilma Rouseff en Brasil, profundizado con el encarcelamiento de Lula da Silva, había reducido el espacio del campo izquierdista en América Latina. Ahora emerge un nuevo referente: López Obrador, que proclama a su movimiento como “la revolución de las conciencias” y promete afrontar la “cuarta transformación” del país, tras la independencia, la reforma y la revolución, en los siglos XIX y XX. Una diferencia: todos estos procesos implicaron el derramamiento de sangre, mientras que López Obrador reitera que su revolución es pacífica.
Con las elecciones en el bolsillo tocaba también ser conciliador. Ante la prensa, antes de darse el baño de masas, negó tener previsto “instalar una dictadura, abierta o encubierta”. Sus rivales, desde hace doce años, han tratado de vincularlo a la revolución bolivariana en Venezuela y a su fundador, el fallecido presidente Hugo Chávez. Él trata de marcar un perfil moderado, asegurando que los cambios que impulsará tendrán como base la estructura institucional que se mantiene en México y no asustar a los empresarios. Su jefe de gabinete será Alfonso Romo, un hombre de negocios del norteño estado de Nuevo León que ha reivindicado en campaña que sus políticas serán “de centro” y tiene la misión de congraciarse con los acaudalados que ven a López Obrador como una amenaza.
Uno de los primeros en felicitar a López Obrador a través de Twitter ha sido el presidente de EEUU, Donald Trump. “Estoy deseando trabajar con él. Hay mucho por hacer que beneficiará tanto a Estados Unidos como a México”. La relación con el vecino del norte, con una política antiinmigración que ha encendido los ánimos tanto en México como en Centroamérica, será uno de sus primeros retos.
También está pendiente renegociar los términos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Washington y Canadá. Durante toda la campaña, el líder de Morena ha abogado por potenciar la economía nacional para que no haya mexicanos que se vean obligados a transitar el peligroso camino de la migración irregular. Sin embargo, ahora tendrá que lidiar con un homólogo norteamericano que agita el discurso racista y que ha sido capaz de implementar políticas como la separación familiar en la frontera.
"Se abre un período de esperanza para millones de mexicanos"
Otros líderes regionales, como el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, o el de Bolivia, Evo Morales, también saludaron ya a su futuro compañero en cónclaves internacionales.
Por el momento, López Obrador tiene cinco meses para perfilar su equipo y sus políticas. Ha anunciado dos meses de encuentros con diversos sectores sociales y una nueva gira por todo el país. “No crean que esto ha terminado, que he ganado y ustedes se vuelven a casa”, advirtió a sus seguidores, con quienes buscó la complicidad prometiendo un gobierno “del pueblo y para el pueblo”.
Queda por ver cómo se redefine el sistema político mexicano. El triunfo arrollador de Morena deja a sus competidores (PRI, PAN y PRD) ante una profunda crisis y con la necesidad de reinventarse. Pero esa será otra historia. Por el momento, las calles de Ciudad de México son una celebración. La izquierda se hace con el gobierno en la segunda economía de América Latina y se abre un período de esperanza para millones de mexicanos.
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