JERUSALÉN
Cuando este miércoles por la tarde entre en la Casa Blanca, Benjamín Netanyahu lo hará para hablarle a Donald Trump de varias cosas, pero sobre todo de los palestinos y de Irán. Netanyahu ha tenido tiempo para prepararse el encuentro y ha consultado la estrategia que seguirá durante la reunión con el llamado gabinete de seguridad, un equipo frecuentado por ministros todavía más radicales que él.
En algunos medios internacionales se señala que Netanyahu es prisionero de los extremistas que le rodean. Sin embargo, esta es una explicación incorrecta y propia de la izquierda israelí, ya que si Netanyahu hubiera deseado un gobierno distinto del actual, nadie le hubiera impedido formarlo, empezando por el líder laborista, Isaac Herzog, que ha dado numerosas muestras de desearlo con gran intensidad. Si no hay otro gobierno es porque Bibi no lo desea, y no hay que olvidar que los gobiernos laboristas no han hecho nada significativo por la paz desde hace más de veinte años.
Existe una narrativa exculpatoria difundida en Israel, que repiten los medios internacionales, y que sostiene que el pobre Netanyahu ha viajado a Washington con la comisión de no mencionar en ningún momento el tema de los “dos Estados”. Sería lo que le ha encargado el jefe del partido nacionalista y religioso La Casa Judía, Neftalí Bennett, y aquí circulan apuestas para ver si Netanyahu lo conseguirá.
Las antenas de los periodistas locales están trabajando para detectar el sentido de las palabras que Netanyahu pronunciará antes y después del encuentro, sobre todo si habla de un Estado palestino, pues en este caso consumará una traición al ideario del Likud y de los demás partidos que integran la coalición. Cualquier señal de Netanyahu, por mínima que sea, se examinará concienzudamente como si se asistiera a una vieja lección de sovietología.
Neftalí Bennett y otros ministros de distintos partidos, incluido el Likud, sostienen que lo que tiene que hacer Bibi es pedir permiso para anexionarse Cisjordania. En Israel se habla sin remilgos de esta cuestión. Ayer, el propio presidente, Reuven Rivlin, se mostró partidario de la anexión del territorio palestino, y también de la población palestina, una posición que hace unos años era característica de los colonos más radicales y que hoy cuenta con amplio apoyo, sobre todo entre los partidos nacionalistas y religiosos, aunque no solo ahí.
Netanyahu tratará por todos los medios de mantener una posición que él ha calificado de “constructiva” y de atraer a Trump hacia sus propias ideas. Esta semana ha revelado que en la primera conversación telefónica que los dos mantuvieron, dos días después de la entrada de Trump en la Casa Blanca, el presidente americano le dijo que está determinado a lograr la paz entre israelíes y palestinos.
Naturalmente, esta fue una mala noticia para Netanyahu y su gobierno. En la reunión del gabinete del último domingo, Bibi advirtió a los ministros de que vayan con cuidado con lo que dicen en un momento tan sensible como este. “Hemos de hacer todos nuestros esfuerzos para evitar una confrontación con él”, advirtió según la prensa hebrea.
En la referida conversación del 22 de enero, Trump recalcó que apoya la solución de los dos Estados, de ahí que en Israel todo el mundo esté pendiente de las menciones que se hacen del Estado palestino, una solución que en Israel se considera vieja e impropia tras haber creado en los últimos años una realidad muy distinta en las colonias de los territorios ocupados.
La anexión de Cisjordania, o de una parte considerable de Cisjordania, se ve en Israel como algo fácil de conseguir a poco que Trump se muestre un poco flexible. Por lo demás, no sería la primera vez que Israel toma medidas unilaterales en esa línea, pues eso ya ocurrió en su momento con el sector ocupado de Jerusalén y con el Golán sirio.
El segundo tema que preocupa a Netanyahu es Irán, un país que se ha convertido en un auténtico chollo para el Estado judío puesto que está facilitando la introducción de Israel y sus empresas de seguridad y defensa en Arabia Saudí y en otros países suníes de la región. La agencia de noticias americana Bloomberg descubrió a principios de febrero una parte de la significativa y silenciosa penetración israelí en Arabia Saudí.
Netanyahu se opuso frontalmente al acuerdo de Barack Obama con Teherán acerca de su programa nuclear, y la posición de Israel no ha cambiado desde entonces. Es natural que para profundizar en sus relaciones con los saudíes y demás países suníes, Netanyahu busque choques frontales con Teherán, y todo indica que las ideas que va a presentar en la Casa Blanca van en esa línea.
Por supuesto, Trump tendrá que valorar los planteamientos de Netanyahu pero el presidente americano ya ha dado muestras de una fuerte antipatía hacia Irán y de una marcada islamofobia. Netanyahu ha llegado a Washington coincidiendo con la repentina dimisión del consejero para la seguridad nacional de Estados Unidos, Mike Flynn, un islamófobo reconocido, pero existen alrededor de Trump otros islamófobos no menos reconocidos, como su estratega jefe Steve Bannon, de manera que Netanyahu no tendrá que esforzarse demasiado en esta línea.
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