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Ahmed Sene Diagne (Doun Baba Dièye, Senegal, 1961) espera sentado en el marco de la puerta de su casa en Diele Mbam. "Si no llegáis en diez minutos, me voy" dice, apremiado por las múltiples tareas con las que tiene que luchar diariamente este hombre de 62 años nacido en la región de Saint Louis, al norte de Senegal.
Preside la entrada de la concesión un gastado mapa, casi ilegible, del estuario del río Senegal donde estaba la aldea que dirige, Doun Baba Dièye. Poblada por casi 900 personas y fundada por su abuelo, desapareció hace doce años bajo el agua. Además del cargo, heredó de su ancestro sólidos conocimientos del entorno que hoy son referencia por acercar soluciones ecológicas en las que inspirarse para la gestión de fenómenos naturales.
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Colaborador incansable, pero cada vez más celoso del uso descontextualizado de sus datos empíricos, Sene Diagne recibe amable a los investigadores, periodistas y curiosos, locales o extranjeros, que le requieren para entender los cambios del delta de este río, una de las zonas de acumulación de riesgos hidrológicos más estrechamente controladas.
Gobernanza del río Senegal
El caso es de interés internacional ya que permite analizar la compleja gobernanza que se da en la interacción de escalas, en el despliegue de diferentes políticas de desarrollo dentro y entre los Estados que comparten las aguas del río Senegal (Guinea Conakry, Malí, Mauritania y Senegal), unido al interés de comprender el impacto localizado de fenómenos globales asociados al cambio climático.
En concreto, Doun Baba Dièye quedó expuesta al riesgo, y después a la fatalidad, debido a las consecuencias nefastas de una decisión política del Gobierno de Senegal en 2003, que lejos de mejorar la gestión de la ría, la empeoró.
En el año 2003, el casco histórico de Saint Louis, construido en una isla arenosa de 65 hectáreas que estaba 17 kilómetros río arriba de Doun Baba Dièye, estuvo a punto de inundarse. Estamos hablando de la primera ciudad fundada por europeos en África occidental, en el siglo XVII, que ostentó el título de capital de la colonia de la África Occidental Francesa (AOF) hasta 1902, y de Senegal hasta 1958, cuando se trasladó a Dakar. Por lo tanto, unos de los bastiones simbólicos de la historia francófila en la región.
Un área dinámica a la sombra de la ciudad colonial
La ciudad se sitúa, como también la isla de Baba Dièye, en una zona donde el río discurre en paralelo a la costa hacia el sur, solo separado del océano por una estrecha banda de arena de unos cientos de metros de ancho, la Langue de Barbarie, que la protege de las olas. Al mismo tiempo, esta lengua de tierra impedía la evacuación rápida de las aguas a finales de la estación de lluvias cuando el río llegaba casi desbordado, y por eso, hasta ese año, las inundaciones fluviales eran recurrentes.
A pesar de que no era la primera vez que se afrontaba este riesgo -se cuentan nueve grandes inundaciones en el siglo XIX y otras nueve en el XX-, el agotamiento de la población y el nombramiento de la ciudad tres años antes por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad fueron los detonantes que movieron a las autoridades a ordenar en 2003 la apertura artificial de una brecha en la Langue de Barbarie a siete kilómetros al sur de la ciudad. Esto supuso un cambio radical en la región, tanto para Saint Louis cómo para el resto del territorio.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Como explica el doctor en Geografía de la Universidad Gaston Berger de Saint Louis Adrien Coly, "después de la apertura de la brecha el mar comenzó a roer la Langue de Barbarie llevándose con él campos, casas, hoteles, etcetera, con graves consecuencias socioeconómicas para las poblaciones, sobre todo de la zona del Gandiolés, donde está Doun Baba Dièye". "Fue un cambio brusco", afirma, señalando, no obstante, la naturaleza dinámica de los estuarios. El geógrafo cuantifica que la duración de la presencia del agua marina aumentó en un 35% en esta zona.
A los pocos días de la intervención, la brecha se amplió drásticamente. Si la obra del 3 de octubre de 2003 fue de cuatro metros de ancho por 1,5 metros de profundidad, ese ancho aumentó a 80 metros dos días después, y a 330 metros en menos de tres semanas: la hendidura se convirtió finalmente en la nueva desembocadura del río Senegal, llegando a medir diez kilómetros de anchura y provocando la colmatación paulatina de la antigua, que se encontraba originariamente a 23 kilómetros al sur.
En 2007 la gente comenzó a salir de Doun Baba Dieye ordenadamente, hasta noviembre de 2012 cuando no quedó nadie
Además, desde su apertura hace dos décadas, la brecha aun no está estable: con una dinámica que combina ampliación y movimiento global hacia el sur en dirección a Gandiol, en 2010 devoró la aldea de Doun Baba Dièye y expuso otras localidades, afectando a unas 10.000 personas por daños materiales.
"A nivel ecológico hubo impactos muy evidentes en la diversidad de la flora y fauna, como la desaparición de una isla de reproducción de pájaros" explica Coly, recordando que también impactó en la reserva especial de fauna de Guembeul, protegida por la convención de Ramsar en 1986 como zona húmeda de importancia internacional y reserva de la biosfera de la Unesco.
Las enseñanzas de la estirpe de Baba Dièye
Lo más impactante acaso fue que, según los estudios, la evolución de la brecha y el brutal desequilibrio que supuso sobre el litoral de la región, no había sido prevista a priori por las autoridades locales. Pero sí por el padre de Ameth Sene Diagne, Ibrahima Diagne, quien por entonces ostentaba el cargo de jefe de Doun Baba Dièye.
El mandatario, atento al plan de hacer una apertura artificial, había comunicado a las autoridades que las poblaciones de Gandiol corrían serios riesgos si se abría una brecha en la franja costera. Por su experiencia, Ibrahima Diagne entendió que la franja costera servía de muralla entre el mar y la costa de su aldea.
La apertura de la hendidura debilitaría ese cordón y eliminaría la muralla contra las mareas, lo que expondría claramente a su villa a los riesgos de inundación y destrucción. Se dice que fue amenazado por los poder públicos, que no querían escuchar nada en contra. Finalmente, se abrió la hendidura y las consecuencias demostraron que tenía razón: con la muralla protectora debilitada, las potentes olas llegaron fácilmente a la ría y destruyeron las viviendas allí construidas.
Ahmed Sene Diagne asumió la jefatura de la aldea en 2012, cuando su padre falleció. El pueblo vivía esencialmente de la pesca y de la agricultura. "Todo bio", afirma. Las dimensiones de la isla eran de aproximadamente cinco kilómetros de largo por una anchura de entre 200 y 600 metros, según la zona.
Sene Diagne presume de que su isla tiene "50 años más que Saint Louis" y de que fue ambicionada "primero por holandeses, después por portugueses y por último por los franceses". En realidad, Doun Baba Dièye fue una isla de aves hasta la llegada de las poblaciones normandas en 1634, que dieron el nombre de Islas Bocos al islote. Pese a acoger las primeras instalaciones francesas, su abuelo, Baba Dièye Diagne, decidió mudarse allí y trabajar con los colonos sobre el estuario del río Senegal.
"Desde la apertura de la brecha en 2003, la gente de la isla sabíamos que pronto sufriríamos las consecuencias"
Su misión principal fue sondar la barra en la desembocadura y controlar la entrada de barcos. Era una persona con sólidos conocimientos de geomorfología e hidrología y le fue muy útil al poder colonial para atender sus importantes y estratégicas necesidades en la zona.
"Desde la apertura de la brecha en 2003, la gente de la isla sabíamos que pronto sufriríamos las consecuencias", comenta Sene montado en su canoa. Dirige discretamente a uno de sus hijos hacia Doun Baba Dieye, en una travesía de unos 15 minutos bordeando manglares.
"Lo primero que hicimos fue un canal que partía en dos la isla, intentando así que las aguas evacuaran por el medio. Y efectivamente, en 2004 las corrientes comenzaron a comerse la zona del norte poco a poco. La preparación de la gente hizo que no hubiera grandes pérdidas materiales, al margen de las construcciones, ni lamentar ninguna vida perdida", explica.
En 2007 la gente comenzó a salir de Doun Baba Dièye ordenadamente, hasta finales de noviembre de 2012 cuando no quedó nadie. De las 875 personas que allí vivían, el jefe del pueblo fue el último en abandonar la tierra que los vio crecer. La mayoría de la población, unas 375 personas, fueron reinstaladas en la aldea próxima de Diele Mbam, donde Diagne tenía tierras y donde construyeron un nuevo barrio. Bajo su dirección ordenaron los asentamientos de la manera "más segura posible".
También hubo mudanzas a Buntu Ndour y a otras zonas del Gandiolés. Según cuenta la gente de Doun Baba Dièye, el Estado no aportó ninguna ayuda, "ni económica, ni material, ni tampoco tierras".
Para Sene Diagne, el hundimiento de la isla en el mar les hizo perder, además de sus casas, otras cosas: "Oxígeno )aire más puro), disciplina social (ya que allí no había perturbaciones) y la esperanza de muchos jóvenes que hoy prefieren optar por la emigración", reflexiona.
Estabilizar las zonas fluciales
Gracias a las experiencias históricas heredadas de sus antepasados y transmitidas a través de generaciones, Sene Diagne se puso manos a obra. Trabajo constante, sin descanso. Desde 2017 se dedica a estabilizar tres de las zonas fluviales a las que él dio prioridad por diferentes motivos: Doun Baba Dièye, donde estaba la aldea; un arenal de cultivo que también se había perdido en la Langue de Barbarie, enfrente de ésta; y la isla de reproducción de pájaros.
Bajo el "árbol del pueblo" se deliberaba sobre los asuntos comunes y se celebraban los eventos familiares"
De camino hacia allí, la barca pasa al lado de unas ramas de árbol que sobresalen de las aguas copadas por cormoranes. "Era el árbol del pueblo, la sombra bajo la que se reunían las personalidades y cargos tradicionales para deliberar sobre los asuntos comunes, y alrededor de ella se hacían los eventos y celebraciones familiares", rememora con morriña.
En 2019 reconstruyó los muros del cementerio más antiguo de la isla, actualmente la única construcción sólida que existe, además de las ruinas de una escuela de nueve aulas de la que hoy quedan solo restos de cuatro paredes.
En las tres zonas está reforestando las franjas de árboles casuarinas. Así, las arenas se quedan fijadas a ellos y protegen al del riesgo de quedar sumergido en el mar.
Sene Diagne confía en las observaciones lunares para predecir el nivel del agua a partir del calendario wolof -la lengua mayoritaria en Senegal-, como vio hacer a su padre y a su abuelo demostrando su operatividad.
Como sistema de alerta, confía en los cangrejos y en los lagartos que dan la voz de alarma cuando va a subir el mar. "Si ellos se van hacia un lado, hay que seguirlos porque quiere decir que el agua vendrá pronto desde el otro", explica.
Técnicas basadas en la observación de la naturaleza
Con técnicas basadas en la observación de la naturaleza, en la Langue de Barbarie consiguió aumentar ocho hectáreas de tierra que cultiva para el sustento familiar y para vender los excedentes. Para eso, fue creando un sistema de trampas al mar con palos y plantas enredaderas para ganar terreno.
Después de la época de lluvias -nawet, en wolof-, que va desde julio a septiembre, tala pequeñas ramas que coloca para que la arena se asiente encima y se fije con las hierbas. Afirma que cada año gana dos metros de costa, que mide con la plantación de una nueva casuarina que funciona de referencia.
En algunas partes el agua tiene sólo dos centímetros de profundidad, de modo que, cuando sube la marea, alcanza la superficie filtrándose naturalmente por la arena y por cuatro tipos de plantas enredaderas que absorben la sal. Sene Diagne canaliza el agua dulce a través de tubos hasta la zona en la que cultiva patatas, zanahorias, berenjenas, coles, etcétera.
"Las pequeñas soluciones como las que está preconizando el jefe del pueblo de Doun Baba Dièye, llamadas 'infraestructuras verdes', son un ejemplo a seguir y podrían tener importantes impactos si se replicaran en otros sitios", considera Adrien Coly.
"Las 'infraestructuras verdes', son un ejemplo a seguir y podrían tener importantes impactos si se replicaran"
El geógrafo piensa que las infraestructuras duras que propusieron las autoridades públicas senegalesas junto con otros organismos y agencias internacionales en las últimas dos décadas para frenar la erosión costera, como la construcción de un dique en cemento, "son medidas que no tienen sentido: procuran impresionar a la población con la visibilidad y la inmediatez, pero saben que no son duraderas".
Actualmente Sene Diagne estaría dispuesto a comenzar la repoblación de la isla, pero no quiere hacerlo sin un puente que la una con Diele Mbam. "Serían solo unos 170 metros, pero permitirían traer de manera más sencilla los materiales de construcción y no tener que gastar gasolina en las barcas ni abusar de la extracción de tierra de la zona", reflexiona.
El mandatario colabora con diferentes universidades de todo el mundo, pero sus aportes no están remunerados económicamente. En contrapartida, les pide algo para mejorar la vida de la gente de la aldea.
Por ejemplo una universidad holandesa donó tres llaves para el consumo de agua potable que se había salinizado tras la realización de la brecha. Ahora espera que alguien poda construirles el puente.
Revalorización de los saberes locales
"Desde que nací estudio la erosión costera y el cambio climático. La universidad está en mi cabeza", dice Sene Diagne. Piensa que el francés "retarda" el desarrollo Senegal, "porque hace que la gente no cree pensamiento a partir de sus propios conceptos".
El hundimiento de la isla les hizo perder "oxígeno, disciplina social y la esperanza de muchos jóvenes"
El profesor e investigador de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar (Senegal), Cheikh Ba, escribe esto de él en uno de sus artículos académicos: "Papa Ameth, así lo llamaba yo en el campo por su sabiduría. El respeto que inspira en su comunidad es notable. No estudió, pero conoce perfectamente el estuario, como otros habitantes de la zona. Todo el mundo tiene una experiencia específica que contar. Estas experiencias ecológicas pueden (re)fertilizar posibilidades imaginarias, generosas y optimistas que curarán la conmocionada memoria de las comunidades. Estas están traumatizadas por la repentina acción pública que no contó con su implicación real y que fue desastrosa".
En la agenda de las principales organizaciones internacionales desde finales del siglo XX, la gobernanza de las zonas costeras se convirtió en un tema de estudio de primer nivel, con el auge de la problemática del cambio climático. Las zonas costeras constituyen un conjunto de ecosistemas vulnerables, normalmente muy pobladas y amenazadas por una pluralidad de riesgos: subida del nivel del mar, modificación de corrientes, vientos y olas, y en algunas, un aumento de las desigualdades consecuencia de políticas desafortunadas desarrolladas en nombre de la seguridad de los territorios potencialmente afectados.
El trabajo de Ba se centra en el caso de Doun Baba Dièye porque el conocimiento incorporado y transmitido intergeracionalmente entre los que él llama "centinelas del mar" dentro de esta comunidad "tiene un carácter operativo que se fue poniendo en práctica paulatinamente y con reconocimiento científico".
En un contexto de crisis ecológica, los saberes endógenos en el campo medioambiental están cada vez más valorados
El mantenimiento de los equilibrios propicios para la vida dependerá de las políticas de mitigación y adaptación que tienen que pasar por la responsabilización de las poblaciones locales. Para el Centro Vasco de Cambio Climático (BC3), que desarrolló en 2022 y 2023 el proyecto Gobernadapt II en la zona de Saint Louis, el conocimiento local es "esencial" para "comprender las singularidades del territorio, obtener una visión general y evaluar la percepción del riesgo y las posibles medidas de adaptación".
En la entrevista, Adrien Coly no quiso dejar de comentar que el resquicio artificial trajo también impactos positivos. "La entrada de agua salada redujo las poblaciones de mosquitos y mejoró la salud del ecosistema estuario en Gandiol", señala. Pero sobre todo, subraya que a nivel social se produjo una fuerte movilización de los actores sobre el medio ambiente y el cambio climático. "Se formó una generación de expertos en las comunidades", concluye.
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