Opinión
El imposible Pacto Verde-Militar


Por Miguel Urbán
La pasada legislatura europea comenzó en 2019 con una “histórica” declaración de emergencia climática por parte del Parlamento Europeo en la que se exigía a la Comisión Europea garantizar que todas sus propuestas se alinearan con el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 °C, reduciendo las emisiones en un 55 % para 2030 con el fin de lograr la neutralidad en 2050. Nacía así la justificación política y democrática del Pacto Verde Europeo.
Un Pacto Verde que no habría sido posible sin la creciente movilización popular liderada por la juventud en los meses previos a las elecciones europeas de 2019. En estos tiempos en los que tanto se habla del voto joven a la ultraderecha, es necesario recordar cómo, hace tan solo cinco años, el movimiento Fridays for Future convocó una huelga estudiantil climática en más de 1600 ciudades de toda Europa con el objetivo de incidir en el ciclo electoral con su mensaje de emergencia ecológica. Y un somero análisis electoral demuestra que lo logró —y de forma significativa—: los verdes europeos fueron los principales beneficiados, pasando de 50 a algo más de 70 escaños en el Parlamento Europeo. En Alemania, con el 20,5 % de los apoyos, fueron la segunda fuerza más votada, por delante de los socialdemócratas. En Francia alcanzaron el tercer puesto con 12 eurodiputados, siete más que en la anterior legislatura. Y en Bélgica lograron 3 representantes y el 15 % de los votos.
Aunque el Pacto Verde fuera insuficiente y no representara plenamente las aspiraciones de las movilizaciones climáticas de la juventud europea, sirvió como coartada para relegitimar socialmente un desgastado proyecto europeo. Especialmente desde la crisis de 2008, con los mal llamados rescates de los "hombres de negro de la Troika”, el golpe de Estado contra la Grecia de Syriza, la crisis de los refugiados o el Brexit. En este sentido, el Pacto Verde apareció como la justificación perfecta para dotar de una nueva legitimidad política y social al proyecto neoliberal europeo, esta vez teñido de verde.
De hecho, el Pacto Verde no solo fue una forma de legitimación social de la UE, sino también un mecanismo para pilotar la transición del modelo productivo europeo hacia nuevos nichos de negocio verdes y digitales para las multinacionales. Los fondos Next Generation, teñidos de verde, se convirtieron en el buque insignia de la propuesta europea para salir de la crisis pospandémica. Así, se pretendía sustituir un sistema energético fósil por otro supuestamente descarbonizado, como si bastara con darle la vuelta a un calcetín, sin tocar el modelo económico, las relaciones de poder ni las lógicas de explotación del territorio.
Incluso, el Pacto Verde no solo se ha revelado como insuficiente, sino que, a la postre, ha favorecido la agresividad comercial de la Unión Europea y el extractivismo neocolonial, bajo la coartada de obtener materias primas para la supuesta transición ecológica. Un buen ejemplo de ello ha sido la estrategia del global gateway. Porque, para que haya coches eléctricos en abundancia en París o Berlín, se necesitan más minas que destruyen territorios y ecosistemas en Perú, Bolivia o Ecuador. Este ha sido su Pacto Verde.
La invasión de Putin sobre Ucrania se ha convertido en el pretexto ideal para aplicar una auténtica doctrina del shock en Europa. Todo vale cuando estamos en guerra. Una buena muestra de ello ha sido cómo el maquillaje verde de la Unión Europea ha saltado por los aires. La directiva De la granja a la mesa, la más ambiciosa del Pacto Verde, se convirtió en una víctima más de la guerra en Ucrania. Incluso el gas y la energía nuclear pasaron, de la noche a la mañana, a ser consideradas energías verdes con el pretexto de romper con la dependencia energética rusa. Se reactivaron megaproyectos gasísticos y se le dio una nueva vida a la energía nuclear.
El mejor ejemplo de cómo la guerra en Ucrania ha desmantelado el maquillaje verde de la UE es la deriva de Los Verdes en el gobierno alemán. Pasaron de ser los más beneficiados electoralmente de las movilizaciones climáticas de la primavera de 2019 a tirar por tierra todo su programa de capitalismo teñido de verde con la guerra como gran coartada. Así, desde el gobierno germano han apoyado: la continuidad de las dos centrales nucleares alemanas que seguían activas; la reactivación de más de veinte centrales térmicas de carbón; el establecimiento de varias terminales de gas licuado; y la ampliación de la mina de carbón de Garzweiler, en Renania del Norte-Westfalia, donde se demolió un pueblo ocupado desde 2020 por activistas climáticos para bloquear la expansión del proyecto. Todo en nombre de la “seguridad energética” ante la guerra.
De esta forma, la tantas veces anunciada transformación del modelo productivo, así como la transición energética necesaria para cumplir con los planes de descarbonización, han quedado sepultadas bajo las bombas. Pero la carrera armamentística europea, además de evidenciar el fracaso del greenwashing verde y digital, supone una aceleración hacia el abismo de la emergencia climática. Consumiendo materiales esenciales y escasos —incluso para asegurar una transición ecosocial—, que ahora también se utilizarán en los planes de rearme europeo.
Hace cinco años comenzó la legislatura europea con la Eurocámara declarando la emergencia climática; ahora, la Comisión Europea acaba de anunciar el rearme europeo. Un ambicioso plan de gasto militar sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Así, hemos pasado de la era del Pacto Verde a la militarización de la economía europea: todo el dinero que no teníamos para políticas de justicia social y climática sí lo tenemos para una carrera armamentística que nos conduce hacia un escenario de guerra. Nos estamos jugando el modelo de sociedad para las próximas décadas. Porque en este mundo en llamas, el conflicto de fondo es aquel que enfrenta al capital contra la vida, a los intereses privados contra los bienes comunes, a las mercancías contra los derechos. En estos momentos en los que todavía pretenden utilizar su vacua propaganda verde para acometer el proyecto de remilitarización europea, no olvidemos que nunca será posible acometer una verdadera transición ecosocial sin combatir la enfermedad capitalista del militarismo.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.