madrid
A finales de cada año el diccionario británico Collins publica una lista de 10 palabras que reflejan el lenguaje y las preocupaciones de aquellos que lo usan. Hace dos días sacaron su top-10 de las palabras del año 2022. Una de ellas, aunque sea en inglés, es universal y bien comprensible para todos.
‘Permacrisis’. Se trata de un periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad como resultado de una serie de eventos catastróficos. Un acrónimo de dos palabras: permanente crisis -o lo que traducido del inglés significa crisis permanente-.
La inflación en la zona euro está en sus niveles récord. Un promedio de 10,7% en octubre, y superando el 20% en los países bálticos. Todo eso con una tasa de crecimiento muy modesta, por decirlo de forma suave, de un 0,2%.
En Reino Unido, más de lo mismo. Como si la ‘permacrisis’ que estamos sorteando todos (Reino Unido incluido) fuera poca cosa, el destino -o más bien los conservadores- mandó al país a la brillante gestora, Liz Truss, cuya breve permanencia en el cargo de primera ministra más que resolver enredó. La inflación superó el 10% en septiembre, y a la espera de los datos de octubre, escribe Larry Eliott, el columnista de economía de The Guardian que "la economía está retrocediendo, la producción nacional es más baja que al inicio de la pandemia, los precios de las propiedades empezaron caer, cada vez más hogares prefieren ahorrar, el nivel de vida está cayendo, las facturas de energía son el doble comparadas con el año pasado y los funcionarios están barajando escenarios de apagones de energía durante el invierno. El sistema de salud pública está desbordado con más de 7 millones de personas en listas de espera y lo que sí se está disparando es el uso de los bancos de alimentos". Lo dice The Guardian, yo solo les traigo traducción textual.
Estados Unidos, que en tres días vota en las elecciones de mitad del mandato y en las que muy probablemente los republicanos se hagan con la mayoría en el Senado y el Congreso, sigue con unos niveles de inflación récord, mayores que en España: más del 8%. Y todo ello pese a sus recientes subidas de la tasa de interés. Ayer mismo, en un nuevo intento de domar la inflación, la Reserva Federal aprobó la sexta subida en lo que va del año, elevando el tipo de interés otros 0,75 puntos porcentuales hasta alcanzar el 4%.
De momento en la eurozona el tipo de interés se sitúa en el 2% y mientras EEUU sea más rápido subiéndolo, el euro seguirá debilitándose frente al dólar. Y como la energía se paga en dólares en los mercados internacionales, a Europa le saldrá todo aún más caro.
¿Quién se aprovecha de esas subidas de precios, de todo que tenemos que afrontar tú, yo, y todos los trabajadores? Los sectores empresariales. La industria energética y financiera. La industria de los combustibles fósiles. Empresas como Shell, Total Energies, Repsol o Eni no es que hayan ganado más que el año pasado: es que han ganado el doble. Según los datos que cita El Salto, esas cuatro energéticas que acabo de mencionar, recibieron, hasta septiembre de 2022, unos 77 millones 900 mil euros de beneficios.
El Salto cita una investigación que revela que desde el inicio de la guerra en Ucrania, los lobbistas de las grandes empresas de combustibles fósiles han tenido un acceso privilegiado a los líderes de la UE. Ursula von der Leyen, por ejemplo, se habría reunido con algún que otro representante de esos grupos de intereses unas 500 veces en los últimos 3 años.
Unos 400.000 millones de dólares recibirán empresas de EEUU a finales de 2022, según cálculos de Deloitte. El nivel de beneficios de Exxon Movil, Chevron y Shell es tan obsceno que Biden baraja subirles los impuestos sobre sus ganancias en caso de que no aumenten la producción de crudo.
Después de repasar todos estos datos, uno se pregunta, ¿hacia dónde vamos? Parece que solo queda especular y en ello está la revista The Economist, que sacó unas predicciones basándose en los análisis de la consultora noruega de energía, Rystad. Barajan tres escenarios: el regular, el malo y el extremo. Vamos con ellos.
El regular supone que, gracias al buen tiempo, Europa llega al verano de 2023 con algo de gas en sus depósitos, y luego empieza a llenarlos con gas de esquisto de otros proveedores que no sean Rusia. Así Rusia ganará apenas algo menos de lo que ganó en 2021, pero Europa sortea la crisis energética con más o menos éxito.
El escenario malo prevé que Rusia corte el flujo de su gas a través de Turquía, los países occidentales la multen, la OPEP apruebe otro recorte de la producción petrolera y los precios se disparen todavía más. Europa pierde mucho dinero. Rusia, esquivando sanciones y vendiendo por más dinero lo que no termina de cortar sigue ganando, aunque algo menos.
El escenario extremo plasma un acto de sabotaje, igual al de los gasoductos Nord Stream, pero en las instalaciones de Noruega, seguido de un desastre. Los precios para los combustibles fósiles se descontrolan absolutamente con consecuencias políticas poco claras.
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