a coruña
Actualizado:La principal dificultad con la que se va a encontrar el nuevo presidente de la Xunta es construir un perfil propio que esté a la altura del hiperliderazgo que ejerció durante trece años Alberto Núñez Feijóo. Porque toda la carrera política de Alfonso Rueda (Pontevedra, 1968) se ha construido desde esa posición de escudero.
Hijo de un militante de AP que apoyó a los populares tránsfugas que acabaron con el Gobierno de Xerardo Fernández Albor en 1987 , Rueda fue un buen estudiante que se hizo opositor después de una breve etapa como comercial del Banco Santander. Sacó la carrera de Derecho en cinco años y la oposición para secretario municipal a la primera. Su primer destino en prácticas fue Bueu, y hoy está en excedencia en el Ayuntamiento de Marín.
Da la impresión de que siempre se ha sentido cómodo con esa imagen pública de opositor pulcro y educado que pasa desapercibido en todos los corrillos. De hecho, nunca ha ganado unas elecciones como cabeza de cartel. A pesar del ostracismo a que el PP sometió a su padre desde 1987, se inició en política en las Nuevas Generaciones del PP de Pontevedra, ascendió a concejal en sustitución de otro edil que dejó su escaño y a jefe de gabinete de Xesús Palmou, uno de los conselleiros de Fraga, hasta que Feijóo regresó a Galicia y, por consejo del propio Palmou, le convirtió en su segundo como secretario xeral del PPdeG.
Desde entonces hasta hoy siempre se ha presentado a los comicios detrás de Feijóo -en los últimos, en el 2020, como número tres por Pontevedra-. Y a pesar de que es de las pocas personas a las que el presidente del PP entregó cierto poder en la Xunta y en el partido, se ha mantenido en ese segundo plano a la sombra del líder, que en el 2009 lo nombró conselleiro de Presidencia cuando los populares recuperaron la Xunta, y en el 2013, vicepresidente, cargo que ha ocupado hasta la fecha.
Esa condición, sumada a la estrategia de Feijóo de construir tanto sus Gobiernos como las ejecutivas del partido con personalidades de escaso carisma que no pudieran eclipsar el suyo, hizo de Rueda prácticamente el único perfil de la formación con posibilidades para sucederle. Sin embargo, tras la negativa de Feijóo a pelear por la presidencia estatal del PP tras la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2018, pareció que él mismo daba por hecho que nunca heredaría la Xunta.
De hecho, para la ciudadanía es un perfecto desconocido, y es difícil anotar una sola medida o proyecto propio que haya puesto en marcha en los últimos años y que pueda vender como éxito de gestión. Al contrario, si por algo se le recuerda es por la huelga de funcionarios de justicia que entre el 2017 y el 2018 paralizó por completo durante 114 días los juzgados gallegos, que aún arrastran hoy el enorme atasco que provocó su negativa a negociar con los trabajadores.
Según una encuesta de Sondaxe realizada poco después de la caída de Pablo Casado en febrero pasado, más de la mitad de los gallegos declaraban que ni siquiera saben quién es, menos de la mitad del índice de conocimiento que tiene la líder de la oposición, la nacionalista Ana Pontón.
Y eso a pesar de que lleva trece años contando con el favor de los medios públicos -la Televisión de Galicia y la Radio Galega, agrupados en la Corporación de Radio y Televisión de Galicia CRTVG)- y de los medios privados que han puesto su línea editorial al servicio del dinero público que los ejecutivos de Feijóo les ha ido entregado en forma de ayudas millonarias injustificadas.
El nuevo presidente de la Xunta ha contribuido, desde su posición de responsable de la administración pública autonómica, a la manipulación que llevan años denunciando los trabajadores de la CRTVG, reventando huelgas incómodas, como las del 8M, con servicios mínimos abusivos declarados ilegales por el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia. Rueda sigue haciendo lo mismo, consciente de que esas condenas no conllevan más efectos que el limitado reproche moral que trasciende a la opinión pública.
Para eso cuenta con el favor de la mayoría de medios. Y también apoyos relevantes -es íntimo de José Benito Marín, pareja de la ex ministra Ana Pastor y alma máter del clan de Pontevedra que ampararon tanto Mariano Rajoy como el propio Feijóo-. Pero dentro de su partido hay quien cuestiona que vaya a ser capaz de contener a quienes no confían en su capacidad para darse a conocer y convencer al electorado de que entregue al PP una nueva mayoría absoluta en Galicia.
Le quedan poco más de dos años para superar esa imagen de eterno segundón.
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