El ‘puto’ Guerra, por Ana Pardo de Vera
publicado el 22 de Septiembre de 2023
Pongamos que esta plumilla empezó a hacer periodismo en Madrid a finales de los 90, al poco de llegar el PP de Aznar al Gobierno con mayoría simple, es decir, gobernando con apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos. Qué tiempos.
Pongamos que cuando llegué al Congreso, donde empecé en Madrid, lo primero que hice fue presentarme a compañeros, compañeras y al presidente de la Cámara Baja, entonces Federico Trillo, del Partido Popular. Alfonso Guerra seguía siendo diputado por el PSOE y llevándose su sueldo público, como desde hacía 20 años entonces y como hizo durante 27 años hasta que abandonó la política constructiva, o eso dicen. Ahora se dedica a tratar de dinamitar su partido y lanzar comentarios machista-misóginos contra las mujeres en política y otras.
Por eso, hoy he decidido que no voy a contarles esa historia de mi llegada al Congreso como lo haría una periodista, sino como lo haría Alfonso Guerra con las mujeres.
Cuando conocí a Trillo, me pareció un señor muy antiguo pero de trato agradable. Lo comenté con mis compañeras. “Parece simpático el presidente del Congreso ...”. “No te fíes”, me dijeron, “está todo el día pendiente de su imagen: el traje bien cortado, el chaleco, el pelo, la sonrisa, los zapatos bien brillantes. Lo único que le importa ..., un ligón, además”. “Pero si es del Opus”, contestaba otra. “Sí, y el Congreso, un convento ...”. Guerra era otro de los seductores del Congreso; entonces se les llamaba así, ahora se les llama de otra forma, sobre todo, si son muy pesados. Guerra era un político que dedicaba más tiempo al espejo que a la vida parlamentaria, sobre todo, desde que Felipe González -su alter ego del siglo 21- lo mandó a hacer gárgaras y los españoles y españolas los mandaron a ambos a hacer puñetas. Estaba todo el día con el machismo en la boca, fuera para criticar o para lo contrario. Famosa es su frase en público: “Soledad Becerril es Carlos II vestido de Mariquita Pérez” o la otra sobre la jueza Mercedes Alaya, que llevó el caso de los EREs andaluces: “Incluso hay una relación fuerte personal entre la jueza y el actual alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, que eran compañeros y dicen que algún expediente en común tuvieron ...”. Y se reía como una hiena.
Guerra era en los 90-2000 estéticamente antiguo; no tanto como Trillo, pero sí como hijo educado por un militar, aunque por un tiempo, González y él cogieran chaquetas de pana como si fueran el colmo de la vanguardia. Ellos, sin embargo, siempre se sintieron más cómodos con trajes bien cortados y corbatas de lujo discreto pero caro, que se notara. Lo de la pana y las mangas de camisa fue para disimular antes de llegar al Gobierno, cuando llegaron los afeites, las peluquerías, las monturas de carey último modelo, los relojes buenos, la beautiful people, los habanos, los restaurantes caros ... Alfonso Guerra no es guapo, decían mis compañeras de los 90, pero era atractivo al ser alto, delgado -“por rachas”, apuntaban, “tuvo etapas de
barriga”-, muy simpático y “ligaba mucho”. Hay hasta un libro sobre esto, con sus presuntas amantes y tal ... Guerra sería un ‘puto’ de la época, como cualquier mujer que ligara como él era una ‘puta’. Pero a él no se lo llamaban, ya saben.
No sigo más, porque creo que es suficiente y además, desagradable. ¿Les ha gustado mi crónica política? A mí tampoco, y de política no tiene nada. De hecho es tan política como cuando Alfonso Guerra lanza públicamente su opinión política -un decir- sobre la vicepresidenta Yolanda Díaz o a Soledad Becerril o a Mercedes Alaya; como cuando a las mujeres, incluso otras mujeres, nos critican por la imagen que no gusta en lugar de por el trabajo que hacemos. Sigue pasando, Guerra es la prueba viviente. Y créanme, se puede respetar a las personas sin respetar necesariamente sus opiniones, pero a Guerra y a las y los diplodocus como él es imposible mostrarles la más mínima consideración. Que se callen ya.