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Actualizado:“Dormir en la calle acá, en España, me supo tan bien...” Mauricio Castaneda no quiere que se le entienda mal. Lo dice sinceramente, porque el país del que viene, El Salvador, es uno de los más violentos del mundo. En 2018 se registraron más de 3.300 homicidios, 51 por cada 100.000 habitantes en un Estado en el que no hay una guerra. Al menos convencional. “Duermes en un parque pero tienes la tranquilidad de que vas a amanecer con vida. Te sientes libre”, sostiene. Aunque eso, en pleno invierno, no es suficiente. Menos aún cuando regresar a tu país ni siquiera puede ser una opción. “Vinimos porque la violencia nos tocó directamente”, revela. Las pandillas, más conocidas como maras, comenzaron a extorsionarle hace meses en la ciudad de Soyapango, a pocos kilómetros de San Salvador, la capital. “Trabajaba en un negocio familiar, allí domina la mara 18 y yo era un recién llegado a la ciudad, porque soy de Antiguo Cuscatlan, no muy lejos”, precisa. Se negó a pagar a los pandilleros y comenzó el tormento. “Me apuntaron con una pistola y dijeron que si no pagaba me matarían, y a mi mujer también”, recuerda, mientras Aida Burgo, su esposa, empieza a derramar alguna lágrima. “No quiero ni recordarlo ni regresar allá”, apostilla la mujer.
La pareja decidió huir y llegó al aeropuerto de Barajas el 3 de octubre. ¿Por qué España? "Primero porque aquí no gobierna Donal Trump, segundo por el idioma y tercero porque no piden demasiados documentos para venir", explica Castaneda. Aunque no esperaban que fuera tan difícil salir adelante en Madrid. Se quedaron en una pensión los seis días que les permitió el poco dinero que traían. Luego les tocó la calle, como les ocurre cada día a decenas de solicitantes de asilo que llegan a Madrid. “Preguntamos en CEAR, nos mandaron al Samur Social. Allí esperábamos todo el día a que nos dieran un lugar para pasar la noche. Pero no había plazas. Hemos dormido en la parroquia San Carlos Borromeo, a veces en un parque, hemos pasado mucho frío esperando junto al Samur”, lamenta Burgo, que enfermó y tuvo que ir al hospital por problemas respiratorios. “Ni siquiera tenía dinero ni para comprar medicamentos”, dice. Entre breves ataques de tos, Burgo reconoce que gracias a esa infección respiratoria ganaron algunos puestos en la lista para acceder a una plaza.
Tardaron más de una semana en obtener una cama en alguno de los albergues de los servicios sociales del Ayuntamiento. Ellos ya habían solicitado asilo y el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social debería cubrir sus necesidad básicas desde ese momento, tal y como establece la ley de asilo y refugio para quienes no cuentan con medios económicos y hasta que entren en la primera fase del sistema nacional de acogida. Pero no ha quedado libre ninguna de las 9.000 plazas aproximadamente con las que el Ministerio cuenta en todo el país. Al menos hasta el pasado lunes, cuando les informaron de que había una en Burgos. “Desde que aterricé llevo diciéndole a Mauricio que tendríamos que ver Burgos algún día. Me hacía ilusión. Ahora vamos a vivir allá, de casualidad. Quizás sea una señal de que todo irá bien”, sonríe.
Según el Ayuntamiento, hay más de 150 solicitantes de asilo que les piden asistencia cada semana
Compartirán piso con varias familias solicitantes de asilo mientras su petición es estudiada y les asignan una plaza definitiva, en la que contarán con ayuda para una vivienda, aunque el colapso del sistema hace imprevisibles los tiempos. Hasta el martes, la pareja había residido en el Albergue Municipal Mejía Lequerica, que hasta 2017 era un albergue juvenil, pero la emergencia de refugiados en situación de calle obligó al Ayuntamiento de Manuela Carmena a habilitarlo como recurso de emergencia social, ya que también compete al Consistorio buscar una alternativa habitacional ante este tipo de emergencias imprevistas. Este albergue cuenta con 25 habitaciones y puede alojar a 128 personas. Se destinó provisionalmente a familias de solicitantes de asilo, y así continúa. Siempre lleno, según el nuevo Consistorio, que apremia al Gobierno central a tomar medidas ante esta situación. Según el Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento, hay más de 150 personas solicitantes de asilo que les piden asistencia cada semana. Los derivan a albergues para personas sin hogar, que suman más de 4.000 camas, pero no están siendo suficientes.
Castaneda y Burgo, al menos, no tienen queja del lugar que les asignaron salvo porque han tenido que dormir en estancias separadas y porque, en alguna ocasión, la comida que les sirvieron estaba en mal estado. “Hemos pasado muchas dificultades, pero lo entendemos y se lo agradecemos al país y a toda la gente que nos está ayudando, como la Red de Solidaridad Popular (RSP) y la parroquia de Entrevías”, añade Castaneda, que sin embargo hace hincapié en que en estos centros apenas puedes sobrevivir. "Es algo de paso, no es cómodo para desarrollar tu vida, para centrarte. Los tiempos se alargan demasiado el cansancio de acumula", dice.
El día, en la calle
Al otro lado de la mesa bromean frente a ellos Jonatan Urdaneta, venezolano de 35 años, y Alexander Orellana, salvadoreño de 40. También son solicitantes de asilo y, junto a la pareja salvadoreña, han celebrado su última comida juntos después de un mes compartiendo odisea. El improvisado comedor es un almacén donde se amontonan kilos y kilos de pasta y arroz, paquetes de galletas, briks de leche y zumo, legumbres y más alimentos básicos que la RSP recoge a las puertas de los supermercados de Madrid. Con el estómago lleno y a cubierto del frío, todo parece más fácil, afirman. Aunque en realidad no lo es.
“Si la gente piensa que cuando el Samur te da una plaza para dormir se acaba el problema, se equivoca”
“Si la gente piensa que cuando el Samur Social te da una plaza para dormir se acaba el problema, se equivoca”, apostilla Urdaneta. Él llegó el 20 de octubre y también pasó por la parroquia de San Carlos Borromeo, esperó junto a la reja del Samur Social y desesperó, como todos, aunque ellos lo hicieron juntos, los cuatro. “Somos como una pequeña familia ya”, afirma.
Pero también hay clases entre los más necesitados, y Urdaneta y Orellana estaban a la cola. “Somos hombres, jóvenes, sanos y solos. La prioridad para el Ayuntamiento son las familias con niños. Lo entendemos, pero era muy frustrante ver cómo siempre nos quedábamos sin plaza, con el frío y la lluvia”, apunta Orellana, que aterrizó en Barajas el 16 de octubre. Pasó casi dos semanas esperando, hasta que le dieron una cama en el Centro de Acogida El Vivero, en Villa de Vallecas. Es otro de los centros improvisado por el anterior Ayuntamiento, a principios de este año, para hacer frente al aumento de llegadas de solicitantes de asilo a Madrid, donde ya han pedido protección internacional más de 41.000 personas este año. Pero El Vivero no se parece al albergue de Burgo y Castaneda. Cuenta con 120 plazas y es sólo para varones que llegan solos. “Podemos pasar la noche, pero a las 9 de la mañana nos tenemos que ir”, explica Urdaneta, que ha pasado allí más de una semana.
“No tenemos ningún sitio al que ir. Pateamos la calle, caminamos como camellos, porque además tenemos que presentar documentos para la solicitud de asilo. Yo ando tanto que he roto hasta un zapato”, prosigue el venezolano. “Dicen que podemos entrar a partir de las 20.00 horas, pero la cola para entrar a veces tarda dos horas. Cuando podemos dormir ya es la una de la madrugada. Apenas descansamos”, lamenta. Es peor dormir en la calle, aseguran, pero sus más de 12 horas vagando por la ciudad no se las quita nadie. Reciben algo de cenar y un pequeño desayuno en el centro. El resto del día se las tienen que apañar, por eso agradecen tanto a la RSP, que no sólo les da ropa y comida, sino también apoyo y orientación y les deja pasar el rato en el local de Puerta del Ángel donde se reúnen en asamblea y guardan lo que la gente les dona. “Ellos nos están brindado no lo que nos da el Estado”, resume Urdaneta, que sin embargo, dice ser afortunado. El martes se trasladó a Sevilla. El lunes, el Ministerio le asignó una plaza concertada con CEAR en la ciudad. “Espero que salga bien. Me han dado una dirección, un teléfono al que llamar, un billete de autobús y 12 euros”, enumera. No sabe dónde va a dormir ni con quién tendrá que compartir los próximos meses de su vida. Casi no sabe ni dónde está Sevilla, bromea, pero tiene la sensación de avanzar, y eso, después de más de un mes de bloqueo, ya es mucho.
En realidad, hace tiempo el Ministerio debería haberle concedido esa ayuda, explican fuentes de CEAR Madrid. No es una de las fases del sistema de protección internacional lo que le ha concedido, sino una etapa previa de evaluación, derivación y acogida de emergencia al que tenía derecho desde que pidió protección internacional en la comisaría de Aluche. Urdaneta, Burgo y Castaneda han esperado más de un mes por un recurso de emergencia, pero el Estado sólo cuenta con 4.500 alojamientos provisionales para esta fase previa. Hace ya demasiado que los tiempos son imprevisibles por el desborde del sistema de asilo. Bien lo sabe Orellana, que pidió asilo varios días antes que Urdaneta y sigue sin tener noticias de su acogida de emergencia. “Se habrá traspapelado algo. Esperemos que pueda salir de El Vivero pronto porque la convivencia allí es difícil. Hay cuatro trabajadores para 120 personas, cuatro duchas y todos vamos con prisa. También hay robos”, sostiene. Pero hasta que reciba la llamada del trabajador social del Ministerio, seguirá deambulando por las frías mañanas de Madrid.
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