pontevedra
El mar y el campo generan riqueza en Galicia. Las mujeres siempre han formado parte de ambos sectores desempeñando trabajos feminizados, lo que impidió, junto con los techos de cristal y el trabajo de cuidados, ser valoradas. Aunque conviviesen en los trabajos tradicionales con los hombres, existen grandes diferencias en el reparto de las actividades. Los prejuicios de género continúan arraigados en la sociedad patriarcal y son impedimentos para que ellas accedan a los puestos de poder y representación. Aún tienen que visibilizarse.
Hace 20 años era impensable que una mujer en Galicia fuera titular de una explotación agrícola. Eran consideradas "ayuda familiar" y, por ende, no eran tenedoras de ningún tipo de derechos que las amparasen. La propiedad tenía nombre de hombre. Aunque ellas constituyesen un conjunto profesional al desempeñar labores de extracción y producción de alimentos, tanto en el rural como en la cadena pesquera, las administraciones no las reconocían como tal. Era común que la mujer gallega, desde pequeña, sembrase, produjese y recolectase estos productos para sostener a sus familias. Era visto como una extensión de su trabajo doméstico y de cuidados. Todos estos procesos no eran reconocidos profesionalmente, lo que dificultaba su autonomía y originaba la dependencia económica hacia sus maridos.
En la actualidad, la mujer rural gallega predomina en el sector lácteo, agrícola y vitícola, en lo referente al número de explotaciones. Según una estadística de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (FADEMUR), existe un 54% de mujeres titulares de explotaciones de vacunos de leche. Este conjunto de actividades constituye los trabajos remunerados, pero en la parte no formal, todavía imperan un gran número de explotaciones familiares en donde las agricultoras y ganaderas trabajan sin reconocimiento legal y no ganan dinero. "Es una parte de la economía familiar que tiene que ver con la producción propia, y habría que ponerle valor a toda esa producción que se hace para el autoconsumo. Esos alimentos no quedan en casa y los fines de semana van en los maleteros para el consumo de otras familias", cuenta la presidenta de Fademur Galicia, Rosa Arcos.
Fademur señala también el fracaso de la ley de Titularidad Compartida del 2011 de las Explotaciones Agrarias, nacida con el objetivo de profesionalizar la actividad agraria de las mujeres, fomentar la igualdad y visibilizar su trabajo. Esta legislación supondría un reparto de rendimientos al 50% entre ambas partes de la pareja, siendo ambos beneficiarios de las ayudas y cotizando en la Seguridad Social. Según el último informe de Ministerio de Agricultura, en España, de las más de 945.024 explotaciones, solo el 28,81% pertenecen a mujeres. En total 352 altas de Titularidad Compartida, 17 en Galicia.
Esta discriminación puede extrapolarse también a las trabajadoras del mar, que cuentan a Público cómo sus abuelas desempeñaban el oficio diariamente para llevar comida a sus casas o para otras familias, sin percibir ningún tipo de remuneración. No existían las agrupaciones de mariscadoras ni un colectivo con el que defender sus derechos. Luego fueron constituidas por las mujeres que bajaban a la playa para llevar alimento a sus hogares y, gracias a formar un equipo, pudieron acceder a un seguro social y a un plan de explotación formal, elaborado por ellas mismas y aprobado por la Administración. "Hoy en día el oficio de mariscadora está reconocido y visibilizado, aunque somos autónomas, nos queda mucho camino", explica la vicepatrona de la Cofradía de Carril y mariscadora de a pie, Rita Vidal. "Para nosotras es muy importante poder conciliar la vida familiar, en verano puedes llevarte a tus hijos a mariscar, creo que por eso somos mariscadoras, es lo que hemos aprendido a ser desde pequeñas", cuenta la arousana.
La feminización de los trabajos
Los trabajos típicos gallegos están feminizados, aunque gracias a los planes de igualdad y al feminismo que entra en las esferas del sector primario, con el tiempo se observan diferencias. En el rural, donde es más difícil que el movimiento de la igualdad penetre por el envejecimiento de la población y la tradición, los hombres realizan las tareas técnicas y emplean maquinaria pesada, manejan los tractores y las máquinas para labrar la tierra, aunque ellas sepan manejarlos. Las ganaderas, por ejemplo, se encargan de ordeñar y cuidar a los animales mientras que ellos desempeñan tareas más "rudas". Ellas también asumen las gestiones y los trámites burocráticos sobre una explotación familiar. Según cuentan desde Fademur, todo ello está sometido a una estructura de hábitos que a lo largo de la historia dividieron el trabajo en función del sexo.
También en el mar los roles están definidos. Cuenta la vicepatrona de Carril que los trabajos más "duros y peligrosos" se reservaban para los hombres, como los barcos de pesca, marina mercante o extracción de percebes. Ellas se ocupan del marisqueo a pie, de la acuicultura, el procesado de pescado, crustáceos y moluscos y el comercio, al conllevar un "menor riesgo" en comparación con salir a faenar al mar. Esto se refleja en las estadísticas. Ellas doblan en número de permisos de marisqueo a los hombres porque es un trabajo desempeñado en tierra. Según el Instituto Galego de Estadística (IGE), en el 2019 se registraron 2.633 permisos para ellas y 1.144 para ellos. Diez años atrás, las diferencias eran mucho más duras: 3.887 mariscadoras frente a 394 mariscadores.
Rita Vidal también señala la emigración como un factor clave que contribuyó a que tradicionalmente se relacione este tipo de trabajos del mar con las mujeres. Ellas se encargaban de cuidar a las familias mientras que ellos trabajan fuera y lejos de sus hogares en barcos de pesca de altura y gran altura, que los mantenían largos meses navegando. Las mujeres, por el contrario, tenían que cuidar a sus hijos, padres y familias, por ello buscaron otras alternativas para mantenerse, como bajar a la playa con los infantes a extraer moluscos.
Despoblación, relevo generacional y ecología
Galicia es una de las regiones que más despoblación sufre del Estado. Como consecuencia, esta tendencia provoca que desaparezcan miles de explotaciones agrícolas al año, y por ende, la economía de base. "Hay un problema de relevo generacional donde persiste una relación con el sesgo de género importante, siguen siendo muchos los hombres que buscan trabajo fuera del núcleo familiar. Si hay una explotación familiar y los mayores se jubilan, el relevo cae en las mujeres, pero no por decisión vital propia, sino porque sigue habiendo un sesgo", explica Rosa Arcos, de Fademur Galicia.
No obstante, se observa en el mundo rural gallego que las mujeres encabezan el emprendimiento relacionado con la innovación, con el cuidado del entorno, con la sostenibilidad y la ecología, una reivindicación de la tradición de los oficios y de la cultura, que crean valores añadidos muy potentes. No son los únicos espacios a los que llegar. "A efectos de visibilidad de las mujeres en la actividad agrícola y ganadera, hemos avanzado, pero la vida pública, social y política sigue teniendo cara de hombre. Basta con mirar la fotografía de cualquier periódico especializado en el sector primario", cuenta Fademur.
En el mar, la vicepatrona de Carril cuenta que la juventud está interesada en mariscar. En las convocatorias para la obtención del permiso para la extracción, por ejemplo, las listas son "interminables", si bien es cierto que en ocasiones las profesionales que acceden "se decepcionan con el oficio y otras se enamoran de él". El frío, el sol y la lluvia van calando en sus cuerpos y desarrollan dolencias que a día de hoy aún no están reconocidas como enfermedades profesionales. Ellas también defienden la pesca sostenible y el cuidado del producto de mar para poder recolectarlo durante todo del año. Luchan contra el furtivismo y los vaivenes del mercado.
Feminismo rural y empoderamiento
Despacio, pero llega. En el campo existe una mayor conciencia y la gente joven pone en valor el trabajo que desempeñan las mujeres, precisamente reclamando los espacios que están siendo ocupados por hombres. Sin embargo, la resistencia al cambio está condicionado por el entorno y es mayor que en las ciudades; es visible en la lucha contra la violencia de género, donde impera la ley del silencio y la idea de que "lo que pasa en casa, se queda en casa", aunque el maltrato y la violencia machista sea conocida por los vecinos. Aquí las administraciones, según Fademur, "juegan un papel fundamental".
Los referentes, tanto en el mar como en el campo, han permitido que las mujeres puedan verse reflejadas y crear redes de acompañamiento. Ha sido gracias a la sororidad y a los grupos de mujeres lo que ha permitido avanzar en términos de igualdad. "El empoderamiento tiene que ser un trabajo para el colectivo, si avanza una tenemos que avanzar todas juntas", apostilla Fademur.
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