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Actualizado:¿Cómo explicarle la muerte a un niño? Los adultos suelen hacerlo con rodeos, evasivas y eufemismos, pese a que las preguntas de los críos son directas. Que se lo digan a Caitlin Doughty, quien las considera más "estimulantes, valientes e intuitivas" que las de una persona mayor, de ahí que en su último libro se haya propuesto responderlas con ingenio y humor, no necesariamente negro. "No podemos hacer que la muerte sea divertida, pero sí podemos hacer que aprender sobre la muerte sea divertido", plantea en ¿El gato se comerá mis ojos? (Capitán Swing).
Así, la agente funeraria convierte un tema tabú en un morboso filón, aunque sin faltar al respeto de los difuntos ni de sus familiares, al tiempo que proporciona a abuelos, padres, tíos y demás parentela un recurso para afrontar las dudas de los más pequeños. Tantas, que la escritora estadounidense ha necesitado un epílogo para responder de manera urgente a algunas cuestiones que, por razones de espacio, quedaban fuera de su manual. No solo porque el libro se extendería hasta el más allá, sino también porque su editor le pidió que cada capítulo ocupase varias páginas.
Ahí caben preguntas que responde con una sola frase. Por ejemplo, ¿qué pasa si el horno incinerador se avería durante la incineración? "No lo sé y espero no tener que averiguarlo nunca", comenta con ironía la autora de un libro ameno y gracioso, donde las desconcertantes reflexiones de los críos abren un campo (santo) inabarcable, que Caitlin Doughty acota con réplicas ocurrentes, sarcásticas, evidentes y palmarias. "Tener conversaciones francas y concretas con los niños para hablar de la muerte puede ayudarles a superar sus miedos", deja claro la escritora en su libro.
Pero ojo a las preguntas de los "angelitos morbosos", como los define la fundadora del colectivo La Orden de la Buena Muerte: ¿me pueden enterrar en la misma tumba que a mi hámster?, ¿los muertos del cementerio le dan mal sabor al agua que bebemos?, ¿le podemos hacer a la abuela un funeral vikingo?, ¿cómo es que un adulto entero cabe en una caja tan pequeñita después de que lo incineren?, ¿se puede donar sangre después de morir?, ¿puedo quedarme con el cráneo de mis padres cuando se mueran?, ¿qué pasa si me trago una bolsa de palomitas antes de morir y me incineran? Caitlin Doughty responde a las preguntas de los niños sobre la muerte en '¿El gato se comerá mis ojos?'.
Aunque Caitlin Doughty tiene respuesta para todo, con apuntes históricos y científicos, no conviene destriparlas. Vayamos, pues, a la pregunta que da título al libro: ¿el gato se comerá mis ojos? "Después de que te mueras, Dorito Bigotitos se pasará horas, días incluso, esperando a que te levantes de entre los muertos y le llenes su tazón normal de comida normal", responde la escritora con candidez. Sin embargo, cabe esperar que, muerto de hambre, "se aparte de su tazón de comida vacío y vaya a averiguar qué puede ofrecerle tu cadáver".
La escritora y youtuber explica que los gatos tienen querencia por la cara y el cuello, especialmente la boca y la nariz. "No hay que descartar algún bocado en los ojos, pero lo más seguro es que Dorito se decida por las alternativas más blandas y accesibles", añade Caitlin Doughty, quien a su vez cuestiona cómo una mascota podría hacerle eso a su dueño. "No nos olvidemos de que, por mucho que quieras a tu ser gatuno domesticado, ese pedazo de cabrón es un asesino oportunista que comparte el 95,6% del ADN con los leones", recuerda en ¿El gato se comerá mis ojos? Y otras preguntas sobre cadáveres.
¿¡Horror!? "El alimento es el alimento y tú estás muerto", concluye la propietaria de Clarity Funerals, no sin antes hacer un repaso del destino que nos deparará morirnos sin que nadie se entere, excepto nuestra mascota, sea una serpiente, un lagarto u, ojo, un perro. Mejor dejar los chuchos al margen para no indigestarnos y pasar a esas preguntas escatológicas que siempre rondan la mente de un niño: "Cuando me muera, ¿seguiré haciendo caca?". La respuesta, después de años de experiencias en funerarias, no tiene desperdicio, aunque la autora matiza que el trabajo de los patólogos forenses es, si cabe, más meticuloso y maloliente.
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