El día 29 de noviembre de 2021, cientos de lectores alzaron las novelas de Almudena Grandes para despedirla en un día soleado y frío entre los árboles callados del Cementerio Civil de Madrid. Habían sido convocados por el periodista Ramón Lobo, al que tristemente despediríamos del mismo modo el pasado 4 de agosto en una procesión laica que llenó el camposanto de flores, como él mismo dejó entre sus últimas voluntades: «Hay guardar algunas para Pérez Galdós y las Trece Rosas», escribió en Twitter cuando la suerte ya estaba echada. Allí, entre las tumbas de cientos de republicanos, librepensadores y artistas, quiso regalarle a su amiga un homenaje a la altura de su legado, tal y como lo tuvo José Saramago. «No hay amor sin admiración», decía la propia escritora y ese fue el cartel que quedó a los pies de su tumba junto a una fotografía que la retrataba mirando a lo lejos, quizás al progreso. Ana Belén recuperó para la ocasión un artículo de Grandes dedicado a Joséphine Baker en el que recordaba la sorpresa que le causó descubrir que su abuela Paca ―católica, apostólica y romana― fue a verla bailar vestida sólo con una falda de plátanos. «España nunca ha seguido una línea contínua», resumía entonces al referirse a los avances sociales y a cómo la Guerra civil y la posguerra se llevaron por delante muchas de nuestras libertades.
Ella vivió otra época. Ganó el certamen La Sonrisa Vertical en 1989 con su primera novela, Las edades de Lulú. Su éxito la llevo por los platós de una televisión noventera llena de caspa y prejuicios. En ese entorno, su literatura fue definida como «femenina» y aquella reiteración absurda hizo que se plantease la pregunta más importante de su carrera: «¿Quería ser famosa o escritora?». Hoy sabemos que escogió lo segundo, tal y como destaca Aroa Moreno Durán (1981) en una biografía ilustrada por Ana Jarén (1985) que acaba de publicar Lumen. «Almudena fue y será libre, más allá de todo, de los años que habitó, de lo que dijo o calló. (…) Porque la literatura sí es indestructible. Sus novelas permanecerán», concluye Moreno en este volumen.
La escritora madrileña conoció a Grandes en 2018. Fue en La Semillera, una librería que ya tampoco existe, donde se presentaba Los pacientes del doctor García. Un mes antes recibió una llamada de Radio Nacional de España durante la que la propia autora le comunicó que había ganado el premio de narrativa El Ojo Crítico por su ópera prima, La hija del comunista. Luego llegaron otros galardones, como el Premio Grand Continent 2022 por La bajamar, pero lo verdaderamente significativo de aquellos minutos de conversación telefónica fue la relación que acababa de nacer entre las dos. «Lo importante no es el premio, Aroa, es el libro», le dijo entonces y quizás por eso ahora ella ha decidido convertirla en protagonista de uno.
Almudena Grandes escribió para que su generación lograra ser tan moderna como lo había sido la de sus abuelas durante la Segunda República. Sin embargo, sus letras cuentan con miles de lectores entre millennials y zetas, generaciones posteriores que han conocido otras épocas por medio de su relato. ¿Cómo afrontasteis el retrato de una escritora tan leída y premiada?
AROA MORENO: Yo recuerdo que, de adolescente, con la paga que me daban en mi casa, me compraba libros en la papelería de mi pueblo. La primera novela que leí de Almudena Grandes fue Las edades de Lulú, en 1995 y enseguida me di cuenta la transgresión que tenía, aunque no supiera ponerle nombre entonces. Algunos años después, en 2006, cuando sale El corazón helado, lo leí y volví a sentir otro impacto que sigo recordando hoy. Esa misma mujer me estaba contando la historia de mi país. Ya había leído Los aires difíciles y Malena es un nombre de tango en mi etapa universitaria y, con la carrera de periodismo acabada, empiezo a escribir cosas que me gustan, de ficción o poesía. De pronto, toda su obra cobraba sentido y sentía que dedicarse a esto debía ser bonito. Aparte de ser una gran autora, para mí se convierte en un referente. Ella me permite soñar con ser escritora siendo una mujer de 25 años. Hace dos décadas no había tantas escritoras novedades de las librerías y yo pensaba que, si ella estaba ahí, podía aspirar a ello. Luego, en el año 2017, que mi camino se cruza personalmente con el suyo. Es entonces cuando publico mi primera novela, La hija del comunista, que a Almudena le gustó muchísimo, y establecimos una conexión que tiene que ver con la memoria como eje de nuestra literatura. A partir de ahí estuvimos en contacto y cuando murió, yo sentí que nunca le había dado las gracias por todo esto, ni por la cuadrilla de amigos que casi me ha dejado en herencia. No le había dicho adiós. Durante todo el proceso de la enfermedad me costó estar muy cerca de ella y mi forma de ser no me dejó despedirme, así que esta ha sido la manera que encontré de hacerlo.
ANA JARÉN: En lo que a mí me toca, Almudena siempre ha estado ahí, pero llegó a conocerla a través de los ojos de Aroa como escritora. Yo no la había leído apenas. De hecho, entra en mi vida por las películas y eso me animó a acercarme a los libros. Entre las dos versiones, me quedo con sus novelas; pero este trabajo con Aroa ha sido muy revelador. Descubrí que Almudena Grandes era alguien mega conocida y muy cotidiana, pero ahora he descubierto a la mujer que vivía detrás de todas esas obras.
En las 168 páginas que abarca esta biografía y se tocan muchas aristas de lo que Grandes significó, entre las que destaca su geografía emocional. El libro transita por Rota (Cádiz), Granada, Becerril (Madrid) y, sobre todo, por las calles de la capital. ¿Se entendería esta ciudad sin ella y viceversa?
AROA MORENO: A Almudena es imposible entenderla sin que sea madrileña y yo, que soy de aquí también, creo que la gente que hemos crecido en esta ciudad conocemos la perspectiva histórica de la capital, aunque no sea muy larga la mirada hacia atrás somos conscientes de cómo esta ciudad se ha ido rebelando continuamente contra tantas agresiones que le hacen padecer. Esta es una ciudad difícil, pero también es un escenario casi costumbrista y Almudena es muy de su barrio, de sus tiendas, de sus calles y del centro. La suya es una región muy concreta que comprende esa Gran Vía, la calle Mayor, el Barrio de Maravillas, el mercado de Barceló y la calle Velarde. Su biografía no se podría entender sin esos lugares.
ANA JARÉN: A mí me ha resultado muy amigable ilustrar ese Madrid de Almudena porque soy de Sevilla, pero vivo en Madrid desde hace bastantes años y en otra etapa viví por esa zona. Esa casualidad ha hecho que me haya movido mucho por ahí y he sentido muy cerca las zonas que se describían en el libro hasta el punto de que me hacía una ilusión casi tontuna ir paseando y pensar que yo había pintado ese rincón. El otro día estuve por la calle Acuerdo, que hace esquina con la Fábrica de Cajas, y pensé en una ilustración concreta de esta biografía. Este trabajo me ha ayudado a redescubrir la ciudad y hacerla más cercana.
Uno de los capítulos claves de esta obra versa sobre cómo era ser escritora en los años noventa. Se cuenta que después del premio La Sonrisa Vertical, Grandes luchó para sacudirse etiquetas simplistas y determinó que prefería ser novelista antes que famosa. ¿Todavía hoy se establece esa dicotomía?
AROA MORENO: Empecé a escribir esas páginas un 8M, el ocho de marzo del año pasado y están atravesadas por esa esencia feminista que ella desprendía. En aquella época le preguntaban cosas en las entrevistas como «¿qué hace usted para escribir tan bien y tener las tetas tan bonitas?». Hablaban todo el rato de su aspecto físico y le insistían una y otra vez sobre si iba a volver a escribir una novela pornográfica. La definían así. Su condición de escritora mujer marcó absolutamente las críticas y la mayoría de las conversaciones no tenían nada que ver con literatura. Desgraciadamente, todavía hay personas que siguen haciendo preguntas distintas si eres un escritor o una escritora. A mí, por ejemplo, me han preguntado mil veces cómo hago para escribir con mi hijo y me gustaría saber cuándo vamos a escuchar que le planteen eso a un hombre. Eso no quita que hayan cambiado muchas cosas. La propia Almudena también había cambiado a través de los años. Ella terminó por responder a todas esas preguntas riéndose, con esa fuerza descomunal y arrolladora que tenía. Se reía porque todavía no estábamos preparadas para contestar a esas barbaridades o a levantarnos y marcharnos, pero es que en aquellos años Almudena era casi de las únicas que publicaba y ahora somos muchas más mujeres haciendo literatura en España.
Almudena Grandes mantuvo un compromiso férreo con la memoria. ¿Qué huella han dejado los Episodios de una guerra interminable en la literatura española?
AROA MORENO: ¡Qué pena que no estén acabados y que falte ese último sobre el Norte!. Nos quedamos sin conocer Mariano en el Bidasoa, pero lo que nos dejó es valiosísimo. Los Episodios de una guerra interminable, aunque sean ficción, son historia, son memoria y son todo eso que nuestro país debe reivindicar. Yo no creo que la literatura tenga la capacidad de ajusticiar ni de reparar, porque su pacto y el de Almudena es con la ficción, pero sí tienen la capacidad de alumbrar rincones, habitaciones conscientemente apagadas, y estos libros son una obra monumental contra el Pacto de olvido de España. Ella fue apartando un poco el silencio.
Antes hemos comentado lo mucho que le gustaba recorrer los mercados y beberse la vida. Lo demostró hasta el final, con Todo va a mejorar, una obra póstuma que concluyó su pareja, el poeta Luis García Montero. La obra habla de solidaridad, optimismo y resistencia. ¿Diríais que la alegría fue su sello?
AROA MORENO: Ella ponía la alegría en todo, tanto para ponerse a escribir por las mañanas como para opinar y mantener esa militancia política de izquierdas. Era una característica suya que a mí me da mucha envidia, porque yo no entiendo tanta la alegría en la vida. Era muy bonito escucharla reír y lo hacía mucho.
En esta biografía se cuenta que Grandes soñaba también con contar la historia de sus abuelos en un ejercicio de autoficción. ¿Qué valor hay que otorgarle a la familia en su obra?
AROA MORENO: Creo que me cuenta esto en el año 2018 o 2019, en un momento en el que las ficciones autobiográficas estaban viviendo un boom y me habría encantado leer la suya, porque de algún modo ella ya retrata su niñez en muchos de sus libros. La familia también fue, en cierta medida, su piedra de toque. Está en todas sus novelas, en las que se retrata a unos abuelos que se llaman todos Manuel o por lo menos, se parecen bastante al suyo. Yo conozco un poco la historia de ese abuelo paterno, el arriero que llegó a Madrid caminando con una mula desde La Rioja; pero creo que se refería a los abuelos maternos, que formaban parte de una familia de muchísimos hermanos, con un militar a la cabeza que llegó a comandante durante la guerra y luego se dedicó a los negocios. Hubiera sido un placer descubrir esa otra parte de su relato.
Almudena Grandes dejó a los lectores 13 novelas y centenares de columnas. Con más de cinco millones de ejemplares vendidos y traducida a 30 idiomas, a Grandes todavía le quedaban maletas llenas de palabras cuando partió; pero a Moreno le dejó una herencia mucho más personal: la receta de chipirones en su tinta. Dicen que el amor es una construcción social y cultural, una especie de equipaje que traemos encima, dispuesto para abrigarnos, como recoge la autora de este libro. El de Almudena se cocía a fuego lento en la cocina, con vino blanco, perejil y jamón serrano picado. En un curso de poetas en El Escorial, allá por 2002, ofreció su mejor consejo para combatir la crisis de la página en blanco: «Cuando me pasa, me dedico a cocinar», afirmó entonces. Ahora toca a las nuevas generaciones de escritoras colocarse el delantal y mancharse de tinta.