MADRID
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Jesús Arias descapulló el punk en Granada antes de la irrupción del rock radical vasco. Pionero del género al frente de TNT y fundador de otras bandas, como Qüasar, su labor trascendería las tablas: fue el anfitrión de Joe Strummer en las sombras de la Alhambra —donde el cantante de The Clash produjo el segundo disco de 091, Más de cien lobos—, propagó las músicas del sur en sus textos para la prensa local y El País, ejerció como el ideólogo tapado del Omega de Morente… Se apagaba 2015 cuando Granada perdía una voz, un referente, una leyenda de la intrahistoria local que veía más allá de las torres vigía que siglos atrás advertían a los nazaríes de que el invierno estaba llegando desde el norte.
Tres años después, Jesús sigue vivo. Lagartija Nick ha inoculado sus letras y sus canciones en Crimen, sabotaje y creación, un envite más del combo granadino, empeñado en hacer valer su mensaje y caminar hacia la luz aunque fallen los interruptores. El corte Agonía, agonía se precipita hacia el abismo colgado de un interrogante existencial. También extraído del elepé Eclipse parcial de lunas, editado por Qüasar hace un lustro, Europa, Europa carga contra una unión política conducida por las riendas de los mercados. La canción protesta le sienta bien a la banda capitaneada por el hermano de Jesús, Antonio Arias, acostumbrado a sembrar la semilla de la esperanza en un solar apocalíptico.
“¿Cómo puede ser un single Agonía, agonía?”, se pregunta el cantante y bajista del grupo, que ha vuelto a los estantes de la mano de Universal/Virgin. “¡Es una locura! ¡Si la letra es muy deprimente!”. Lo comenta sorprendido de sí mismo, consciente de que el disco lo edita una multinacional que también concede incluir temas infinitos como La leyenda de los hermanos Quero. “Dura ocho minutos... ¿Y nos dejan meterlo?”, insiste. Menos es nada, ya que el adagio final supera los once. Cuestión de prestigio: Lagartija Nick fue la banda que metalizó el Omega de Morente e hizo tirarse de los pelos a los puristas del flamenco, quienes más de veinte años después siguen encomendados a los milagros capilares del santo Svenson.
Un disco fundamental en la historia de la música española que convocaba a los espíritus de Cohen y Lorca, al gran cantaor moderno del Albaicín y a una nómina de reputados escuderos, de Tomatito a Cañizares, amén de la artillería pesada de los Lagartija: el dream team del flamenco rock. También en Crimen, sabotaje y creación está presente Federico, que habla por boca de Jesús en El teatro bajo la arena, un concepto lorquiano plasmado en la obra teatral El público, donde el poeta escribe un texto que —si cambiamos “teatro” por “música”— podría ser atribuido a los hermanos Arias: "Hay que excavar un túnel bajo la arena para extraer una fuerza oculta. Hay que destruir la música o vivir en la música. No vale silbar desde las ventanas".
Lagartija Nick ha visto pasar por la suya a bisoños grupos de pop que terminaron convirtiéndose en cabezas de cartel de festivales, pero ellos siempre han defendido su trabajo al margen de las modas, hasta el punto de convertirse en un clásico en vida: algunas de sus añejas canciones podrían publicarse ahora y resistirían el paso del tiempo; lo mismo puede decirse de sus composiciones actuales, cuyo poso podría hundirse en sus discos iniciáticos. Prueba de su tersura son las recientes recreaciones de Hipnosis e Inercia, que siguieron funcionando tanto en la mesa de sonido como en los directos a cargo de la banda original, que ahora vuelve con nuevo material: Eric Jiménez, Juan Codorniú, M.A.R. Pareja y el propio Arias.
El segundo álbum, incluso, mereció un disco homenaje a cargo de Amaral, León Benavente, Triángulo de Amor Bizarro o sus paisanos Niños Mutantes. “No te ves fuera de juego, sino revisable y reflejado en las nuevas generaciones, porque nosotros vivimos en la boca de los demás”, afirma Antonio Arias, quien siempre ha ayudado a los músicos que han ido tomando el testigo para seguir ejerciendo de embajadores de la música granadina, como antes lo habían hecho Los Ángeles, Miguel Ríos o 091, banda que abandonó en la cresta de la ola para sacar adelante Lagartija Nick a comienzos de los noventa.
“Hemos practicado una especie de ubuntu, donde la comunidad ayuda a los más capacitados para que emigren”, explica Arias. Padrinos, colegas o incluso compañeros de furgoneta: Eric Jiménez comparte la batería con Los Planetas; el propio Antonio toca el bajo junto a él en Los Evangelistas, donde Soleá Morente canta escoltada por Jota y Florent; el teclista de la superbanda, JJ Machuca, presta a su vez sus servicios a Lagartija y a Lori Meyers, con cuyos miembros Antonio también ha colaborado; uno de ellos, Miguel López, fue bajista de Los Planetas, pero sigue en Grupo de Expertos Solynieve, donde milita Víctor Lapido, exguitarrista de 091 y de Lagartija Nick... Si no promiscuidad, llámenlo poliamor.
Antonio Arias: "Este sistema injusto está matando a nuestros hermanos, pero no podemos dejar que nos aniquile"
Desde que publicaron Hipnosis e Inercia a principios de los noventa, Arias ha portado el estandarte de un rock visionario y futurista mientras daba cuenta de los efectos de la modernidad en nuestras vidas. Sin embargo, a medida que sumaban seguidores, fueron adentrándose en la oscuridad, como prueba el disco que cierra la trilogía inicial, Su.
Comienzan los virajes: primero el Omega —bendito volantazo—, luego Val del Omar —en el que reivindican al poeta, inventor y cineasta experimental— y posteriormente Space 1999, Lagartija Nick y Ulterior, culmen de la escalada industrial, electrónica y metalera, que le lleva a echar el freno y a mimetizarse en un ecosistema que remite a su primera época. En Lo imprevisto, donde es posible respirar, abonan el terreno para los fans seminales, que seguirán abrazando la producción posterior: El shock de Leia, Larga duración y Zona de conflicto.
El cambio de estilo y, en concreto, la etapa oscura espantaron a algunos fans, desconcertados, y atrajeron a otros, más metaleros y siniestros. Nadie podrá rebatirle que en todo momento han hecho lo que les vino en gana, incluso lo que algunos entenderían como pegarse un tiro en el pie.
Siempre nos hemos dejado llevar por el tema que estábamos tratando, aunque supusiese un cambio vertiginoso. Por ejemplo, en el místico Val del Omar, recurrimos a una música repetitiva y secuenciada con el objetivo de alcanzar el éxtasis mecánico. Todos han sido sitios donde quedarse un rato y aprender. Los aciertos que has tenido son absolutamente aleatorios e involuntarios. Están en el deseo y han sido invocados, pero cuando tu mente acude a entenderlo todo, ya han pasado de largo. Cuando me acerqué a la música industrial o metalera, pensé que no iba a poder hacerlo. Sin embargo, al final puedes hacer todo lo que te propongas, pues los músicos no tenemos límites. ¿Así pierdes fans? Claro, y ganas otros. Eso sucede cuando te acercas a sitios alejados de tu zona de confort. Decía José Ignacio Lapido que componer a estas alturas es como horadar una mina muy explotada. Y yo siempre he cambiado de mina: en unas encuentras oro; en otras, plata, y a veces, nada. Debes emprender ese viaje iniciático y dejarte llevar por los autores, o sea, por una experiencia que no estás controlando. No obstante, en ese descontrol es donde te estás buscando. Estilísticamente, puede ser cuestionable, pero artísticamente no. Tienes que dejarte llevar por la poesía, porque la música es un juguete, si bien las letras te guían.
Precisamente, a partir de una palabra o de un concepto, usted comienza a construir las letras.
Y a destruirlas, porque la destrucción también es un avance. Avanzar es conocer y destruir al mismo tiempo. Y, en esos caminos, sólo encuentras almas gemelas. Inercia te lleva a Lorca, Lorca a Val del Omar, y Val del Omar a la poesía astronómica. Si tú abres la puerta y eres un pionero, le haces el camino más comprensible a otra gente. Hay que establecer contacto con otras personas que no tienen nada que ver con tu mundo.
La cosmovisión de Antonio Arias.
Una curiosidad natural del artista es la ciencia. He trabajado mucho con el físico y poeta David Jou, traductor de Stephen Hawking al español. Es un mundo que parece cerrado, aunque lo he visitado muchas veces. Lo único que nos distancia en nuestro propósito es el tiempo, no la experiencia ni las ganas.
Con el paso de los años, se ha expandido por el universo, ¿pero ha mantenido un pie en la tierra?
Por supuesto, porque siempre vuelves. Puedes darte un paseíllo por un mundo virtual, aunque luego hay que ir a recoger al niño al cole. Siempre debes regresar, si bien tener otro mundo te libera y te hace diferente a los demás. Al mismo tiempo que política y socialmente vivimos en una multirrealidad, debes admitir que tu vida también es multirreal. Tienes que visitar esos mundos porque si no te mueres, pero tienes que volver porque si no te quedas colgado. Es como elegir entre susto y muerte.
En Multiverso, su proyecto en solitario, vuela solo. Sus letras trascienden lo pop, quizás porque se le quede pequeño.
El primer disco de Multiverso fue más pop y el segundo, más cósmico: un haz de luz de la galaxia de Andrómeda también puede ser música. Ahí trabajé más con David Jou, o sea, más con el científico que con los poetas, que fueron quienes me abrieron el camino. Ahora bien, reconozco que me resulta imposible entender las teorías cuánticas. Hay cosas que sólo entiendo si las rozo con el arte.
Poesía científica. Aunque hoy en día, salvo excepciones, las humanidades y la ciencia parece que habitan en compartimentos estancos.
No hay metáfora más grande que el Big Bang. Los científicos siguen buscando una ecuación no sólo que lo defina todo, sino también que sea bonita. Por eso Einstein es el mayor pintor de la ciencia: E=mc². No sólo es perfecta, también es preciosa.
¿Cuándo y por qué el interés por la astrofísica? ¿Cómo le dio por el espacio?
El padre de una amiga tenía un telescopio. Cuando ves por primera vez esa pelota flotando —que puede ser Marte o Júpiter— y la mente conoce ese vértigo, ya no lo puedes olvidar. Se trata de intentar comprender lo incomprensible y lo inabarcable. Y ya te haces un converso: quiero ver más. Sin embargo, cada vez tenemos menos espacio para ver por culpa de la contaminación lumínica. El acto de mirar las estrellas se ha convertido en un acto de rebelión contra el suelo. Ahora vivimos en las ciudades como si nos estuviésemos quedando ciegos, porque estamos perdiendo el universo completamente. Por eso yo, antes de quedarme ciego, siento la necesidad de ver todo lo posible del universo.
¿Qué hay más allá? ¿Cree en Dios?
Yo siempre he sido bastante catolicón, pero me he acercado a las otras posturas. Fíjate: David Jou es creyente y Hawking, ateo.
“Más bien eres creyente en lo trascendente”, tercia Juan Codorniú, guitarrista de Lagartija Nick desde sus comienzos, en 1991. “Claro”, prosigue Arias, quien fue a una escuela de misioneras combonianas cuando era niño. “La Iglesia al servicio de la gente me interesa como movimiento de cohesión social”. Universo y lucha han sido dos de sus leitmotive. “En este álbum vuelve a haber letras muy comprometidas socialmente, aunque conservamos la temática lorquiana y la de la oscuridad. Resulta ameno porque hay paisajes diferentes”, explica Codorniú, quien dejó la banda a finales de los noventa y transitó por un par de formaciones locales hasta que volvió a defender en directo las reediciones de los primeros discos.
Su último trabajo fue Val del Omar, que llevó a Lagartija a tocar en el Museo Reina Sofía durante la exposición Desbordamiento, dedicada en 2010 a las ensoñaciones místicas y tecnológicas del visionario granadino. Codorniú, antes de regresar, se licenció en Ciencias Políticas y pasó a formar parte del grupo de investigación Paz imperfecta y conflictividad, de la Universidad de Granada. Su discurso se adentra en el “clima político irreal e inconcluso” que nos ha tocado vivir. Así lo define Antonio, mientras que Juan recurre a las enseñanzas de Joaquín Herrera, un profesor de Sevilla que se fue a la India y regresó a la capital andaluza andando. La travesía duró dos años. Codorniú estuvo fuera dieciséis, aunque entre su último disco y Crimen, sabotaje y creación han pasado casi veinte.
“Nos han robado las llaves en una esquina oscura y las estamos buscando en la única farola que hay encendida”, recuerda el guitarrista. “Aquel maestro explicaba cómo el consenso de los medios pone los focos sobre un determinado tema, mientras que los que nos afectan verdaderamente nos los usurparon en la esquina anterior, donde no estaba la farola encendida”. De la política a la comunicación, pues Jesús Arias ejerció como periodista durante años en el Granada Hoy, alumbrando a Lorca y, por extensión, a los represaliados por el franquismo. “Las páginas de cultura de los periódicos crecían en las manos de mi hermano. Era un periodista a la antigua y de una generosidad enorme, porque compartía sus conocimientos”, rememora Antonio.
[Entrevista a Lapido: "Reivindico la ética de la resistencia"]
Juan establece un paralelismo entre el sector musical y el de la comunicación: “En ambos hay mucho precariado”. Arias cree, sin embargo, que el segundo está “más tocado” que el primero. “En la música, lo nuevo y lo viejo coexisten, mientras que en el periodismo lo viejo va desapareciendo”, afirma el líder de Lagartija Nick, incapaz de llenar el hueco que dejó Jesús. “La fuerza de mi hermano está presente en este disco. Todo lo aprendido se ha decantado en este trabajo, que resume la experiencia nueva y remota, así como nuestro interés por el folclore andaluz. Y la argamasa que une todo el disco es el homenaje a la figura de Jesús, que está sobrevolando todo el álbum”.
Aquí también hay flamenco y sevillanas pa los pobres. Por un lado, La leyenda de los hermanos Quero comienza con la semblanza quejumbrosa que la garganta del Charico hace de los legendarios maquis urbanos que le plantaron cara al franquismo en las cuestas del Sacromonte y el Albaicín. Decía Jesús Arias que "podrían ser perfectamente los protagonistas de un argumento de Hollywood si hubiesen nacido en Chicago o en Nueva Orleans", pero les tocó Granada, por lo que sus escaramuzas con la guardia civil tan sólo alimentaron la tradición oral, recuperada ahora por Lagartija. Por otro lado, Soy de otra Andalucía escarba en la tradición a la contra de Gente del Pueblo y sus sevillanas jornaleras: "Sigue sangrando la herida / que la historia no cerró. / Siguen dos Andalucías / siendo una misma nación. / Una es la del señorito, / chaqueta corta y sajón, / la otra suda en la era / la herencia que le quedó / siendo una misma nación”.
¿Es necesario ser reivindicativos y críticos en estos tiempos?
No es que sea necesario, sino que no podemos dejar que nos aniquilen de esta manera. Este sistema injusto está matando a nuestros hermanos, mientras nosotros lo permitimos… Las leyes que te calles o que te parto la boca y te meto en la cárcel ya serían un motivo suficiente para ser críticos, pero encima ha vuelto la lucha de clases. Los ricos, de puta madre; y los pobres, poniendo el muerto y sonriéndole al sistema.
De forma evidente o críptica, siguen en su línea, sin ceder un palmo: combativos y oníricos.
¿Cómo voy a hacer un disco por conveniencia para asegurarme cuatro festivales? Prefiero cobrar menos y tocar más, porque, además de un arte, es un oficio. Si canto, toco y compongo todos los días, lo haré mejor y podré reivindicar la figura de mi hermano, así como darle voz a los movimientos vecinales y sociales, porque ésa es la forma de cambiar el mundo. Tú puedes cambiar el mundo si un niño de tu barrio te ve y luego se hace ingeniero técnico nuclear y toca la guitarra en Houston. Como decía Fred Astaire, nunca sabes quién está entre el público. La gente debe ver en ti no sólo un estilo y una academia, sino también una gran verdad.
¿Qué lugar ocupan en el rock granadino y español?
Hemos sido capaces de dar un mensaje distinto al de los demás y de asociarnos con todos los grupos granadinos para buscar más el error que el acierto, porque el acierto nos resume y el error nos expande. Pasamos del indie a las multinacionales; tras el Omega llegaron los conflictos; quisimos sacar un disco cuádruple cuando el sistema había cambiado por completo y ya no teníamos ese poder; volvimos a las compañías independientes y, finalmente, otra vez a una multi. Es una carrera clásica, pero muy diferente a la de otras bandas, porque pocas han dado tantos giros estilísticos y seguido siendo amigos [risas]. Fíjate que en Su, nuestro tercer disco, ya queríamos hacer otras cosas.
¿No se ha sentido frustrado por no lograr más ventas o público?
Hay que diversificar para no ahogarte. Debes abrirte porque, si ves que lo tuyo no funciona, te vas a sentir frustrado. Conozco a músicos que se han quedado en los ochenta o en los noventa, porque esperaban algo imposible: la justicia. Cuando nos embarcamos en el Omega, nos decían que no siguiésemos por ahí porque nos íbamos a quedar solos, cuando ahora otras bandas están haciendo lo mismo. Por mucha pasta que ganen otros grupos, yo gano todavía más. Porque vengo de Nueva York, de Bruselas o de París, y estoy haciendo amigos por todo el mundo. Para establecer una comparación, tengo que ir al teatro: nuestra carrera se parece a la de La Fura dels Baus, porque es un proyecto que va más allá de las personas.
Niño de Elche y Toundra han sacado adelante Exquirla. Un terreno, como usted sugería antes, ya labrado gracias al Omega. Lagartija Nick trabajó la tierra para que otros enfilasen sus respectivos surcos.
Los vi el otro día y, cuando los escucho, me siento partícipe. Nosotros hicimos Omega con un maestro y eso tiene otra carga, porque no estás sólo tocando, sino aprendiendo una forma de hacer música. Unir el after punk y lo oscuro con el flamenco no ha impregnado a los puristas, aunque sí a otros artistas. Entre todos estamos haciendo algo grande. Nos pueden aislar, pero no somos islas. Nos pueden vencer, mas no nos pueden convencer.
Trabajar con Soleá Morente en Los Evangelistas es continuar el legado que dejó Enrique.
Era la demostración de que ya estamos hermanados con los Morente. Enrique, en vida y muerte, bendijo esa unión, que tiene un carácter trascendental. Morente era una constelación y el Omega, como obra, es una bomba. Aquello fue un maremágnum de genios.
¿Eran conscientes de lo que estaban pariendo?
Encontrar nuestra posición entre tanto talento fue un milagro, pero la sola presencia física de Lagartija ayudó a que el disco saliese así. La experiencia musical de trabajar con flamencos es de por vida. Aprendimos mucho de ellos, desde la capacidad de improvisar hasta la gestión de las emociones. Hemos transitado por mundos que hoy no permitiría ninguna compañía discográfica. En ese sentido, la improvisación debería ser una asignatura. Es más, el proceso de creación del Omega tendría que enseñarse en las escuelas de música. Lo más difícil en nuestro oficio es emocionar, y el resultado está ahí.
Juan Codorniú, que en el último disco firma Nuda vida, matiza la respuesta. “Éramos conscientes de lo que estábamos haciendo, pero no de la trascendencia que iba a tener”. Del inclasificable disco de Morente se ha dicho todo, aunque Antonio lo resume en una frase: “El flamenco, desde Omega, se entiende de otra manera”. Allanó el terreno para que hoy se pueda escuchar a Los Planetas, Exquirla, Los Evangelistas y tantas otras bandas sin tropiezos. Hasta Sonic Youth prestó su carrocería al Ronco del Albaicín. Sin embargo, aquello fue un sacrilegio para los puristas del género.
Esa reacción contrariada de los flamencos viejos y la falta de éxito comercial —cita apócrifa: el astronauta Pedro Duque supuestamente comentó que era más difícil encontrar un disco de Lagartija Nick en una tienda que llegar vivo a Marte— llevan a Codorniú a hacerse una pregunta: “¿Cuál es el criterio para valorar una determinada música o a un determinado grupo? Si te fijas sólo en el público que tienes, entraríamos en la tiranía de la audiencia: sólo lo que es multitudinario tiene valor. No obstante, hay otro tipo de criterios, empezando por los artísticos”. Lo secunda Arias: “Muchos tienen demasiada prisa y lo quieren todo ya. Sin embargo, el tiempo no es nada. Sólo le preocupa a quien necesita definirse y aprovechar sus recursos en un determinado momento, pero nosotros nunca hemos sido impacientes”.
El guitarrista no ha sentido el paso ni el peso de las agujas. Cuando llegó al primer ensayo, después de una dilatada ausencia, Antonio le dijo: “Oye, Juan, llegas tarde”. Se había ido tras Val del Omar, aunque Omega había dinamitado al combo. La crisis fue tal que Antonio se quedó solo. Codorniú, que había debutado en los algecireños Fumigado Hermanos, pasó del trash metal de Lagartija al pop en inglés de Hareh Lareh y al power pop de Matilda. Su antigua banda se había endurecido y seguiría haciéndolo hasta Lo imprevisto, casi una década a tientas. “Cuando volví, seguía engrasada. Vimos que había que desarrollar su sonido no de una manera revivalista, sino actual. Recogimos nuestra herencia y la llevamos a otro terreno, actualizándola y abriendo nuevas vías. Eso motivó que llevásemos las reediciones al directo”, recuerda.
¿Cómo era antes el mundillo y cómo lo ve ahora? “Ha habido una gran eclosión musical, pero nosotros siempre hemos estado en los márgenes de todo eso, en el filo entre una cosa y otra. La escena está viva, aunque hay ciertos sectores que se han estandarizado mucho. Para encontrar algo, a veces tienes que ir a escenarios más pequeños”. ¿Y resulta más difícil llenar ahora que antes? “Todo ha crecido y es más profesional. Quizás no haya tanto público para la enorme oferta existente. Además, la música se ha segmentado, por eso es complicado llenar las salas”, razona Juan Codorniú (Algeciras, 1966), granadino de adopción desde que alcanzó la mayoría de edad.
Antonio Arias (Granada, 1965) tiene un año más que él, pero ha dosificado las energías. Una persona inquieta, mental, artística y físicamente: no para de hacer cosas, ni tampoco de moverse, como si la electricidad le recorriese el cuerpo. Hace nueve años, durante un concierto en Ciudad Real, decidió abrazar al público al vuelo. Apenas habían tocado media hora, cuando trató de saltar sobre el público. Sonaba La curva de las cosas, un corte de Su: “Mi mente cae / empiezo a descender / la curva cae / sin ti mi mente cae”. Antonio se pegó tal trompazo contra una valla que tuvo que ser ingresado en el hospital. “El parte médico de A.A.S., de 42 años, es traumatismo torácico y neumotórax”, rezaba el comunicado del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha.
Más allá de la anécdota peterpanesca, los conciertos de Lagartija Nick son atronadores, como conducir un blindado por un camino de cabras: te puede parecer cívico o no, pero más vale apartarse. En las letras hay mensaje; en los instrumentos, virtud. Un grupo muy rodado en el directo —engrasado, que diría Codorniú— que, cada vez que se sumerge en el estudio, parece querer salir a la superficie con su mejor disco. Crimen, sabotaje y creación es una joya para los fans, como antes pudo serlo —al menos para los aficionados a su vena más pop, luminosa y abierta— El shock de Leia, que incluía aquella bellísima canción dedicada a la hija de Antonio y la exbajista Lorena Enjuto, Carmen Celeste.
Zona de conflicto, su penúltimo álbum, fue publicado hace ya seis años. Desde entonces, ha despachado varios con Los Evangelistas y, en solitario, dos entregas de Multiverso, donde mira hacia el cielo. ¿Le resulta fácil desdoblarse? Cuando compone, ¿tiene claro a qué proyecto destinará cada canción?
Me gusta ir teniendo canciones. Siento pánico por el paso del tiempo, por eso me agrada grabar temas y guardarlos, para luego ir soltándolos por ahí. Hay proyectos que siempre están esperando a la puerta o ladrando flojito. Por ejemplo, tenía ganas de musicar Aniara, el poemario de Harry Martinson —traducido al español por la granadina Carmen Montes— que inspiró la ópera homónima. Sin embargo, no pude hacerlo porque estaba enfrascado en Multiverso. Al final, cuando surgen propuestas, sueles hacer caso al más quejoso, no al más discreto. Ahora le estoy dando vueltas a la cabeza y creo que el Multiverso III podría titularse Milkómeda. Mola el nombre: cuando se encuentren la Vía Láctea y la galaxia de Andrómeda.
A Lagartija Nick le pone el riesgo. Encontrar petróleo o perderlo todo.
Al final, uno vive. Y si ha muerto por eso, al menos murió haciendo lo que le gustaba. Es como si te pegas un hostión en parapente. La vida se impone mucho más allá de las amenazas y de las prohibiciones. Puedes equivocarte o quedarte solo, pero... [“Lagartija Nick es un deporte de riesgo”, sopla Juan por detrás; que se lo digan a Antonio...]. En nuestra carrera hay mucho ying yang. Entre el arriba y el abajo es donde está la realidad.
Por cierto, 091 han vuelto a los escenarios. ¿Le gustaría estar allá arriba?
Cuando dejé la banda, era el momento de 091. Joe Strummer solía decirme: “Con la voluntad de un grupo no puede nadie; debe estar unido”. Sin embargo, cuando había que grabar un disco con la multinacional de turno, aparecían los amigos del productor para ganarse un sobresueldo. Me di cuenta de que éramos un vehículo del mainstream. Todo a cambio de ir “por el buen camino”. Yo tenía sólo veinte años y pensé: “O lo hago ahora o nunca”. Y me fui para montar Lagartija. Joe solía decir que las multinacionales compraban todo lo que fuese joven. Las canciones eran lo de menos, lo que querían era barullo. Joe was right!
Afuera es noche y Juan esgrime la cajetilla de tabaco. Antes de retirarse, Antonio menta al hermano, cuyo Exilio cierra Crimen, sabotaje y creación. “Es complicado cuando la vida te pone delante a maestros como él. Están tan cerca que no los ves, y luego la muerte te los deja muy lejos”. Jesús Arias, “la pasión por la palabra”. Jesús Arias, “la figura que le da sentido a todo”. Jesús Arias, “la materia oscura que nos mantiene unidos”.
Antonio, un alucinado de Granada —en la segunda acepción del término— que parece de otra galaxia. Arias, siempre a vueltas con el más allá, hacia la luz. “Como decía un amigo, la ciencia nos da respuesta a las tres preguntas fundamentales. ¿De dónde venimos? Del Big Bang. ¿A dónde vamos? Al vacío y al frío cósmico. ¿Qué somos? Polvo de estrellas”. Habría una cuarta, pero queda sin contestación: no se sabe si el universo gira alrededor de Antonio, o si Antonio gira alrededor del universo.
Próximos conciertos de Lagartija Nick
Jueves, 23 de noviembre. Sala Apolo (Barcelona).
Viernes, 24 de noviembre. Sala Mandalar (Sevilla).
Viernes, 15 de diciembre. Sala Rock City (Valencia).
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