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La portada de El alma dormida (Pentatonia Records) muestra a un orador de verbo elevado que viste traje negro y vuelve de predicar en el desierto de Almería. La parroquia es devota y exquisita, pero José Ignacio Lapido (Granada, 1962) no ceja en su empeño de evangelizar a los infieles con un rock de autor primoroso que no ha sufrido mella alguna desde que comenzó su misión con Ladridos del perro mágico. Ya han pasado casi veinte años, los mismos que celebró durante el fugaz regreso de la añorada banda 091, a la que en su día le prestó su pluma y su guitarra. Una aparición lapidiana que llenó el templo de ovejas descarriadas, que aguardaban esperanzadas la llegada de su mesías.
“Mis letras hablan de gente que no ha abandonado toda esperanza de que las cosas puedan cambiar. De lo contrario, caeríamos en el nihilismo más absoluto”
Algo de eso hay en su último disco: una reflexión sentida sobre el lugar que habitan quienes una vez estuvieron, pero ya se han ido. También echa pie a tierra para maldecir los males mundanos, encarnados en el juego que nos ha tocado participar con los dados trucados: la marejada de la crisis y el naufragio del desempleo: “Alguien no ha atado bien los cabos. Algo no concuerda. Tenéis la realidad y no es como os la han contado”, canta en La versión oficial.
Aun rodeado de una banda de confianza, Lapido está solo. En el púlpito, un músico que jamás ha sucumbido a la tentación del sermón vacuo, aferrado a la verdad indiscutible, custodio de la palabra sagrada. Su perseverancia hace tiempo que le valió ser considerado uno de los mejores letristas del país —lo llaman el Poeta Eléctrico, inseparable de su Gibson SG, pero bien podría haber sido apodado el Profeta Eléctrico—, hasta el punto de que el compositor ahora ya solo lucha contra sus propios demonios, que viene a ser lo mismo que no dar la espalda a su fervorosa feligresía.
Se entiende que Lapido es un artista de culto. Así sea.
La crítica ensalza su trabajo y cuenta con un público leal, pero le resulta complicado tener eco fuera de su santuario. ¿Confía, al menos, en la justicia divina?
El acto primario de crear surge en soledad, pero sería hipócrita decir que compones una canción o pintas un cuadro sólo para ti mismo. Otra cosa sería crear una obra de arte pensando solo en el público o en el gusto mayoritario, algo que en mi caso no se da, porque no sería honesto conmigo mismo.
Incluso en esa búsqueda de la fórmula comercial, los caminos de la canción del verano son inescrutables: tampoco resultará fácil dar con un gran éxito.
Ahora es muy difícil, porque no está tan claro lo que funciona, pues todo está compartimentado. Por ejemplo, la televisión de ayer es el Youtube de hoy.
En cambio, cuando ha compuesto para otros grupos, como M-Clan, Los Hermanos Dalton, Amparo Sánchez o Mikel Erentxun, ¿pensaba en canciones que funcionarían?
Lo hice porque eran amigos y me lo pidieron. He intentado que las canciones lucieran en su voz, pero ellos ya saben cuál es mi forma de componer, que es precisamente lo que vienen buscando. Meterte en la cabeza de otro resulta un ejercicio curioso, aunque podría haberlas cantado yo también. Nunca les daría canciones que yo no defendería.
¿Le ha dolido desprenderse de ellas? ¿Ha recuperado alguna?
No, porque me gusta oír mis canciones en boca de otros. También ha ocurrido que un artista grabase una pieza que yo ya había interpretado, como hizo Miguel Ríos con El ángulo muerto. Cuando publicó Solo o en compañía de otros, su último disco de estudio. al escucharla pensé que su voz era espectacular. Con Quique González pasó lo mismo: Algo me aleja de ti, incluida en Daiquiri blues, le quedó preciosa. Cuando ocurre esto, pienso que es una satisfacción. No me arrepiento en absoluto de haber prestado mi música.
En las fotos siempre sale serio, pero durante esta charla no ha parado de sonreír.
Me han dicho que en el videoclip de ¡Cuidado! salgo muy serio, algo que según ellos no pega con la canción [risas].
¿Fue un niño adulto?
Quiero creer que no, porque sería horrible. Aunque parezca redundante, la infancia es una época de la vida en la que hay que ser niño.
Su gesto es adusto y, en alguna ocasión, ha comentado que ya salía serio en las fotos de la primera comunión.
Porque estaba transido de emoción religiosa [risas].
¿El carácter se le ha agriado con los años o siempre fue un escéptico?
No creo que tenga un carácter agrio. Salgo serio en las fotos para que no se me vea la muela que tengo partida [risas]. Obviamente, mis letras no son humorísticas, pero en muchas hay una ironía subyacente y un sentido del humor oculto.
Pese al desencanto, hay esperanza: no son canciones cerradas.
Para nada. Cuando hablo de los olvidados y los perdedores, reivindico la ética de la resistencia. No es gente que haya abandonado toda esperanza de que las cosas puedan cambiar. Hay que ser consciente de la realidad que nos rodea, pero también de que se puede superar.
Seis discos después, vuelve a dar la cara en una portada. No lo hacía desde 1999, aunque en un par de ocasiones había asomado su rostro fragmentado. ¿Timidez, vergüenza, modestia?
No es algo meditado. Las anteriores portadas las hizo Alfonso PerroRaro. Eran muy metafóricas y jugaban con los títulos de los discos, por lo que no venía a cuento enseñar mi rostro.
Porque un cantautor roquero suele dar la cara...
Claro que pega. De hecho, el nuevo diseñador, Jesús Gilabert, vio conveniente que volviese a salir yo en portada. Pero bueno, tampoco es algo que tenga gran importancia.
La imagen, obra de Jesús Gilabert, es muy americana.
Concretamente, americana almeriense [risas]. Fueron hechas en Rodalquilar, cerca de Tabernas, donde se rodaban las películas de Sergio Leone.
Todo un submundo, como En otro tiempo, en otro lugar.
¡Auténtico spaghetti western!
Sus cimientos musicales se asientan en los sesenta, pero ha bebido de otros autores.
Primero escuchaba a los jefes (The Who, Jimi Hendrix, Bob Dylan…), pero cuando aprendí a tocar de modo rudimentario el punk y la new wave me sirvieron como acicate, porque iban en contra de la sofisticación y el barroquismo del rock sinfónico, el jazz rock y el rock progresivo de los años setenta.
“El sistema siempre tiende a perpetuarse en el poder y, evidentemente, lo ha hecho a costa del pueblo, buscando subterfugios de todo tipo”
Los Ramones, Sex Pistols o The Clash dieron un zapatazo en el suelo para volver a la energía primaria del rock and roll. Fueron un espejo, porque nosotros no éramos músicos de academia. Sin embargo, nos dimos cuenta de que esas bandas transmitían algo poderoso solo con acordes básicos. Sin ellos, habríamos tardado mucho más en subirnos a un escenario.
El punk camuflaba las carencias técnicas de los primeros tiempos.
Claro. Con dieciséis años, éramos grupos de instituto sin conocimientos musicales. Para eso sirvió el punk, aunque con el paso del tiempo, evidentemente, no te puedes quedar ahí.
El punk fue a los grupos de los ochenta lo que el noise a los de los noventa. Ruido para enmascarar la falta de pericia.
Efectivamente.
¿Qué grupo de sus inicios no ha sido reivindicado lo suficiente?
Muchos… Farmacia de Guardia, Dogo y Los Mercenarios, La Granja o PVP, que fue la respuesta madrileña a The Clash.
Ahí están las novelas de Sergio Algora, Zahara o Perales; y los poemarios de Nacho Vegas, Xoel López, Fee Reega, Santi Balmes, Marwan, Mikel Izal... ¿Tiene usted algún libro en el cajón?
Pues no, aunque he recibido algunas propuestas. Ahora hay una oferta editorial de músicos que escriben inédita en España. Hace bastantes años, estuve a punto de publicar un libro de poemas, pero se fue postergando y, cuando lo volví a retomar, no me vi reflejado en lo que había escrito. Al menos, algunos poemas se terminaron convirtiéndose en canciones.
Un poema con música puede ser canción; en cambio, ¿qué le falta a una letra de canción para ser poema?
Ambas comparten ciertos aspectos, pero son cosas distintas. Un poema está hecho para ser leído y una canción, para ser escuchada con acompañamiento musical. Un poema casi siempre se puede musicar, pero no todas las letras de canciones pasan la prueba del papel. Sin embargo, hay textos primarios con melodía que tienen una energía y una expresividad que superan la disyuntiva poema-canción.
También ha ejercitado la pluma como guionista de series y en la columna Señales de humo del diario Granada Hoy. ¿Le resultaba más difícil la ficción televisiva que el papel reciclado del periódico?
Lo que más difícil me resulta es escribir canciones, porque partes de la nada. Las columnas se apoyan en la actualidad y los guiones televisivos responden a un proceso más industrial y menos artístico. Aunque hay detonantes, ante una canción estás tú solo. Lo bueno es que, pese a ser más complicado, también resulta más placentero.
La inspiración tiene que encontrarlo trabajando.
Claro. Me levanto muy temprano, escribo casi todos los días y desecho mucho por eso mismo: las palabras escritas hay que encajarlas en la música y a veces las letras no son lo que parecen. Es bueno hacer limpieza.
En España, el nivel de las letras es tal que algunos autores pasan por grandes letristas, aun teniendo letras sonrojantes.
Habría que comparar ese nivel con el de otros países. ¿Cómo está el tema lírico en España? Buf… Evidentemente, podría estar mejor, pero no seré yo quien señale con el dedo acusador [risas].
“El poder camufla las políticas que fastidian la vida de la gente con un manto de banderas o con cualquier otra excusa. Cuando alguien se cubre con una bandera es para tapar algo que quiere ocultar”
Aquí se abusa de las grandes palabras a la hora de calificar como genio a alguien, y buena culpa es de los medios, que le ponéis la capa de genialidad casi al primero que llega. Serrat, Aute o Kiko Veneno son unos maestros. Califiquemos al resto según sus méritos, porque no es normal que se halague de tal manera a un chico joven que está empezando, pues parece que estamos ante el nuevo T. S. Eliot o ante el nuevo Jim Morrison. Las carreras musicales son de largo recorrido y hay que demostrarlo continuamente.
Los lectores del Ideal lo eligieron como uno de los 100 Granadinos del siglo XX. ¿A quién incluiría en la lista del siglo XXI?
Cuando me metieron, me quedé muy sorprendido: ¿qué pintaba yo ahí, al lado de Lorca? [risas] Incluiría a poetas como Luis García Montero, Daniel Rodríguez Moya o Fernando Jaén. En lo musical no me voy a extender, porque ya son muy conocidos.
Los músicos granadinos son como una cadena humana que porta cubos de canciones para extinguir el silencio.
Pues sí. El simple hecho de que cada generación tenga un grupo que despunta hace que la gente joven se anime a montar una banda.
¿Por qué los músicos de Granada se quedan en Granada? Bueno, La Guardia vivía en Madrid entre semana…
Lo de irse a Madrid era más propio de los años sesenta, cuando Miguel Ríos y Los Ángeles. Había que estar allí, porque todo estaba centralizado. Ahora es distinto, por lo que puedes seguir viviendo en Granada, una ciudad culturalmente viva y con una escena musical notable. Los bares de rock son pequeñas cátedras donde quienes empiezan se mezclan con las bandas consagradas, algo muy importante en la época de aprendizaje.
Cuando 091 recibió el pasado octubre la Púa de Plata, un metal que abunda en su vitrina, usted comentó con ironía desde el escenario: “Cuando se anunció nuestra vuelta, decían las malas lenguas que volvíamos para hacernos de oro. Se equivocaban: era para hacernos de plata”, como relató Arancha Moreno en su crónica para Efe Eme. El Ayuntamiento ya les había concedido la Medalla de Plata al Mérito de la Ciudad y, la verdad, podrían haberse estirado un poco.
Y en Vélez de Benaudalla, donde nos han dedicado una calle, también nos dieron
el Pestiño de Plata. ¡Todo es de plata!
Al menos, con la gira de 091 se llevaron un pellizco...
Fue sorprendente y funcionó muy bien. Cuando recibí la propuesta, estaba componiendo El alma dormida, por lo que decidí meterlo en el congelador, pues hacer la guerra en dos frentes a la vez no parecía una buena idea.
¿Cómo vivió el reencuentro con las viejas canciones de los Cero?
La gira Maniobra de resurrección fue un extraño viaje en el tiempo. Llevábamos veinte años fuera de combate, con nuestros discos descatalogados. No las teníamos todas con nosotros, pero la respuesta del público resultó increíble y la experiencia me pareció asombrosa. ¡Había mucha más gente que cuando estábamos en activo! Dos décadas, en el pop, son una eternidad, porque las modas se suceden. Sin embargo, el paso del tiempo ha sido benévolo con nuestras canciones.
Antes de volver a salir a la carretera con 091, había podido seguir editando discos con garantías gracias a los guiones para Arrayán, el hotel más popular de Andalucía, líder de audiencia en Canal Sur hasta su desaparición.
Empecé a escribir guiones antes de empezar mi carrera en solitario [en 1999, con Ladridos del perro mágico], porque me permitía compaginarlo con la música y tener una solvencia económica.
“Nadie se ha puesto a componer canciones porque pensase que se iba a forrar. Un día estás arriba y otro, abajo. Quien quiere asegurarse un futuro no se mete en una actividad artística”
Me sirvió para tomar las riendas de mi propio destino discográfico, porque desde 2005 autogestiono mi carrera a través del sello Pentatonia Records. Entonces, los guiones estaban muy bien pagados, aunque ahora no tanto. Durante diez años, trabajé para la productora granadina Lince, que hacía series para Canal Sur. Arrayán fue un éxito, aunque La dársena de poniente, emitida en TVE, no funcionó tan bien.
Una recomendación para el artista adolescente: “Búscate un trabajo alimenticio y crea por las tardes”. ¿En eso se ha convertido el arte —en una actividad laboralmente secundaria, en un pasatiempo, en un lujo— o siempre ha sido así?
Nadie se ha puesto a escribir o a componer canciones porque pensase que se iba a forrar. Esto es muy incierto e irregular: un día estás arriba y otro, abajo. Quien quiere tener estabilidad y asegurarse un futuro no se mete en una actividad artística. Montar un grupo de rock en los setenta era apostar a caballo perdedor. A ningún padre se le puso una sonrisa de oreja a oreja, no sólo por el tema económico, sino también porque tenía cierto estigma de actividad peligrosa y no era nada inocente. No es como ahora.
Hoy en día, quizás lo que desanime más a los jóvenes es ver cómo el consejo paterno —“Estudia y serás alguien en la vida”— no se corresponde con la realidad que les ha tocado vivir: están formados, pero no hay trabajo, y menos aun en lo suyo.
Los trabajos no suelen tener nada que ver, ni remotamente, con la formación recibida. Hace años, eso te podría llevar a engaño, pero ahora la carga de escepticismo es mayor y nadie, excepto que sea un iluso, piensa que ejercerá la carrera que estudió.
"El acto primario de crear surge en soledad, pero sería hipócrita decir que compones una canción o pintas un cuadro sólo para ti mismo"
No sé si eso es un engaño o no, porque estamos viviendo un cambio de paradigma. Los sistemas de producción clásicos han desaparecido, se ha prescindido de la mano de obra y los perjudicados, como siempre, son los trabajadores. O, peor todavía, los futuros trabajadores, personas que ni saben si un día conseguirán un empleo.
“Si queréis jugar, los dados están trucados”. ¿Cree que hemos sufrido varias estafas sucesivas: la hipotecaria, la de las preferentes, la laboral...?
El sistema siempre tiende a perpetuarse en el poder y, evidentemente, lo ha hecho a costa del pueblo, buscando subterfugios de todo tipo. El nacionalismo es una forma de enmascararlo, porque lo que le importa realmente a la gente es el día a día, subsistir, sacar su vida adelante… Sin embargo, camuflan esas políticas que fastidian la vida de la gente con un manto de banderas. Cuando alguien se cubre con una bandera es para tapar algo que quiere ocultar.
Sus letras no son panfletarias, aunque su cancionero desgrana los efectos del capitalismo malabar: “Hoy es día de paga, pero nadie va a cobrar, aunque lo diga el calendario”, canta en La versión oficial. Al tiempo, desde el mismo título del disco, hay referencias a Jorge Manrique que apuntan a cuestiones de mayor calado existencial.
El alma dormida remite al primer verso de Coplas a la muerte de su padre. Cuando el disco estaba casi terminado, mi madre falleció. Entonces, escribí No hay prisa por llegar y Lo que llega y se nos va, que están imbuidas de ese ambiente que comparte temática con el poema clásico de Manrique. La situación en la que me encontraba me llevó a plantearme la fugacidad del tiempo y a preguntarme adónde se han ido los que estuvieron con nosotros y ya no están.
¿Hay luz al final del túnel?
Si te refieres a un túnel que nos lleve a otra vida, yo no creo en él, aunque en mis canciones hable mucho del más allá. Si te refieres a un túnel vital, a si hay esperanza, creo que debemos vivir creyendo que sí existe, porque si no caeríamos en el nihilismo más absoluto.
¿Lapidista, lapidiano o lapidario?
Lapidario, no. Mejor cualquiera de las otras dos [risas].
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Próximos conciertos de José Ignacio Lapido:
- Viernes, 2 de febrero. Sala El Loco (Valencia).
- Sábado, 3 de febrero. Sala Joy Eslava (Madrid).
- Viernes, 23 de febrero. Sala La [2] de Apolo (Barcelona).
- Sábado, 24 de febrero. Sala Las Armas (Zaragoza).
- Viernes, 16 de marzo. Sala Hangar (Córdoba).
- Sábado, 17 de marzo. Sala Trinchera (Málaga).
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