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El experto en arte que defiende tirar sopa de tomate a la Mona Lisa

Manu Martín, historiador del arte e investigador en derecho del patrimonio.
Manu Martín, historiador del arte e investigador en derecho del patrimonio. Imagen cedida

Las obras de arte sufren robos, apuñalamientos, incendios y todo tipo de violencia. Dos activistas tiraron el pasado enero sopa de tomate a la Mona Lisa de Leonardo da Vinci bajo proclamas a favor de una alimentación sostenible. Un ecologista lanzó una tarta contra la misma pintura en mayo de 2022 y reclamó a los asistentes que pensaran en la Tierra. Seis meses más tarde, dos activistas de Futuro Vegetal se pegaron a los marcos de Las majas de Goya en el Museo del Prado. En noviembre de 2023, miembros de Just Stop Oil le pegaron varios martillazos a la Venus del espejo de Velázquez, la misma obra que en 1914 la sufragista Mary Richardson apuñaló siete veces como protesta por la detención de su compañera Emmeline Pankhurst. El 28 de febrero de 1974, el artista iraní Tony Shafrazi, pintó "Kill Lies All" (Matar todas las mentiras) con spray rojo sobre el Guernica de Picasso después de que el presidente de EEUU Richard Nixon indultara a un oficial del ejército por los crímenes cometidos durante la guerra de Vietnam. Del ecologismo al feminismo y pasando por el pacifismo, la lista de ejemplos continúa ad infinitum.

El mundo se echa las manos a la cabeza con cada cuadro al que los activistas tiran una sopa de tomate o un bote de pintura. Algunas autoridades institucionales y académicas consideran estas acciones una forma de sacrilegio, pero la intervención sobre la cultura forma parte de sus propias biografías. El arte siempre ha cumplido un rol fundamental en la historia de las luchas por los derechos humanos, pues sirve de altavoz para señalar injusticias y conquistar libertades. ¿Tiene el activismo el poder para cambiar significados y contestar a los discursos dominantes a través del patrimonio?

Así lo defiende Manu Martín (Madrid, 1998), historiador del arte (UAM) especializado en derecho del patrimonio por la Universidad de Roma La Sapienza, UNED y UC3M. Ha escrito  sobre la iconoclasia desde abajo y las políticas de participación y memoria que el patrimonio cultural ofrece. Hace unas semanas, su tesina marcó un clamor en redes sociales a favor del activismo ciudadano y su intervención en las obras de arte. El autor apoya toda clase de acciones sobre la cultura en general, y las del activismo climático en particular.

¿Hay una sacralización del arte?

El patrimonio no está democratizado. Está sacralizado y al servicio de unos pocos: de empresas que lo restauran o de Estados que celebran su cenas y eventos. Pero cuando el pueblo lo necesita para ensalzar un discurso social, sobre todo cuando este va de la mano de los derechos humanos, creo que tiene mucho más sentido utilizarlo para llevar a cabo acciones.

Si las obras tienen cristales protectores, ¿qué dañan los activistas?

A principios del siglo XX, el patrimonio se entendía como lo bello, lo raro o lo antiguo. Pero en los años 60, Italia cambia esta concepción por la de aquello que aporta un valor de civilización. En este sentido, el patrimonio no es material, sino inmaterial. Lo que atacan los activistas no es en ningún caso lo físico; atacan el símbolo del patrimonio, su valor de culto.

"Los activistas no atacan lo físico, sino el símbolo del patrimonio, su valor de culto"

Antes del turismo, el patrimonio cultural era mucho más identitario y tenía más participación ciudadana. Pero el turismo lo taxidermiza y se queda con la piel. Es decir, con aquello que es visible, con lo bello. Y le quita toda la función. Hace que parezca vivo algo que está muerto. Los activistas recuperan la inmaterialidad que se pierde con la turistificación de las ciudades.

¿Por qué se eligen unas obras de arte y no otras?

No suele aparecer en los medios, pero hay una motivación detrás. Dos ecologistas de Futuro Vegetal se pegaron en noviembre de 2022 a los marcos de La maja vestida y de La maja desnuda, en alusión a que se quita la ropa a causa del calor. Por si hubiera algún problema, llevaban una lista de obras posibles y todas estaban ligadas a un discurso ligado con la subida de temperaturas, la contaminación de las aguas, las estaciones del año, etc. Para eso existe el patrimonio: para estar en relación con las causas sociales.

La Fiscalía consideró a Futuro Vegetal como grupo "ecoterrorista", aunque luego rectificó.

La comparación con el terrorismo es muy peligrosa. El mismo director del Museo del Prado hizo un comentario muy desafortunado después del ataque a los marcos de Las Majas. En concreto, dijo que iba a dejar allí las huellas de la acción ecologista porque eran algo así como los agujeros de bala del Congreso de los Diputados. El filósofo del arte y miembro del Patronato del Museo Reina Sofía Fernando Castro se posicionó de forma muy clara contra este tipo de comparaciones porque no tienen nada que ver con los actos terroristas.

Dos activistas se pegaron a los marcos de 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado, a 5 de noviembre de 2022.
Dos activistas se pegaron a los marcos de 'Las Majas' de Goya en el Museo del Prado, a 5 de noviembre de 2022.  (Archivo)  Futuro Vegetal / EFE

¿Cómo se castiga a los activistas que intervienen sobre el patrimonio?

La carga penal es muy desproporcionada. En Italia, por ensuciar un monumento hay multas de hasta 50.000 euros y penas de reclusión. El mundo académico, político y mediático ha criminalizado y estigmatizado esas acciones. Cuando gana el Real Madrid, también le colocan una bufanda a la Cibeles. Está bien porque el patrimonio también tiene ese significado y responde a una función de la comunidad. El problema es que las leyes  siempre penalizan y persiguen a los mismos.

¿De qué manera contribuyen las autoridades a generar esta aura sagrada?

No es algo que se crea, sino que se mantiene. El patrimonio nace históricamente en subordinación a las religiones. Siempre ha tenido un fin cultual –que no cultural, sino de culto–. En el siglo XX, el cine y la fotografía son artes que no nacen al servicio de ningún dios, por lo que tienen un valor mucho más democratizante.

Dos manifestantes de Just Stop Oil rompen un cuadro en la National Portrait Gallery de Londres.Just Stop Oil / PA Media / Europa Press
Dos manifestantes de Just Stop Oil rompen un cuadro en la National Portrait Gallery de Londres (Archivo). —Just Stop Oil / PA Media / Europa Press.
"El cine y la fotografía son artes que no nacen al servicio de ningún dios"

El museo lo único que hace es mantener esa concepción sacralizada que tienen sus obras. Por ejemplo, el origen de los retablos tiene como finalidad el culto dentro de un templo eclesiástico. Ahora podemos ver diferentes retablos en el Prado, que funciona como un templo civil. La gente reacciona igual en la iglesia que en el museo: con silencio, respeto y contemplación. Parece que se le debe esa dignidad al patrimonio cultural, como un momento de epifanía o algo sobrenatural.

¿No es así?

En realidad, el patrimonio son objetos y ya está. No tiene nada detrás. Los objetos mutan y cambian de manera natural. Es una cuestión lógica que un objeto material pase por transformaciones, pero sobre todo es lógico que en algún momento desaparezca. Todo el patrimonio acabará desapareciendo poco a poco. Por esta razón creo que lo que debemos conservar del patrimonio no es su materialidad, sino su función.

¿Qué hay que hacer para lograrlo?

"Lo que debemos conservar del patrimonio no es su materialidad, sino su función"

Realizar políticas de diálogo social y poner el patrimonio al servicio de las comunidades. Es la comunidad en la que se encuentran los bienes culturales la que debería decidir cómo sobreviven. Lo que no tiene sentido es que el patrimonio quede ajeno a la sociedad, como una herramienta turística o como un medio para que una empresa privada lo restaure y pueda hacer una gran campaña. La manera de conservar el valor inmaterial es favorecer todo tipo de inclusión, democratización y participación de los colectivos en el patrimonio.

¿Cuál es la posición habitual de la academia?

Me preocupa que los grandes divulgadores hayan creado un discurso de odio contra los activistas cuando la contaminación de los museos, por ejemplo, también destruye el patrimonio. El mundo del arte, de la universidad o de la "Gran Academia" siempre parece muy progresista, pero no es verdad. El mundo académico es muy rancio y cerrado a los discursos ecologistas. De hecho, uno de los argumentos que más se ha utilizado es que "qué tiene que ver el patrimonio con el ecologismo". ¡Coño, pues todo! No puede estar más en relación el mundo del arte y la sostenibilidad climática.

"El mundo académico es muy rancio y cerrado a los discursos ecologistas"

Me parece un cliché del buen gobierno y del buen ciudadano ser defensor de la cultura. La defensa de la cultura es también defender el activismo porque es lo que hace que esta valga para algo y mantenga su función, no solo su materialidad.

¿Cómo ha tratado la divulgación española el activismo?

Creo que ha sido muy decepcionante el tratamiento que ha tenido en medios de comunicación, museos y administraciones públicas, pero sobre todo en el mundo académico, que ha estigmatizado todavía más a los agentes. Esos discursos no son inocentes y revelan que el ámbito de la cultura, aunque vaya de progreso, es un mundo casposo, de señoritos con su cátedra cogida desde hace años. Espero que algún día mi generación tire todo esto abajo.

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