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El 17 de abril de 2011, hace poco más de ocho años, iniciaba su andadura televisiva una poderosa saga literaria que para entonces ya contaba con una legión de seguidores. El característico zumbido de HBO daba paso a la primer escena de Juego de tronos. Esa en la que tres jinetes cruzaban un muro, el Muro, hacia un paisaje helado para darse de bruces con una escena salvaje y mostrar a un caminante blanco. Después sonaba por primera vez la sintonía creada por Ramin Djawadi. Aquel capítulo, al que le seguirían 72 más, se llamaba Winter is coming, frase que se ha repetido hasta la saciedad como un mantra para asustar a los timoratos. Lo que pasó después ya es parte de la historia de la televisión.
Al margen de lo que ocurra la madrugada del lunes y de lo satisfechos que queden o no los millones de seguidores de la serie creada por David Benioff y D. B. Weiss, Juego de tronos se ha convertido en los últimos años en La Serie. Así, con mayúsculas. De la que todo el mundo habla, de la que todo el mundo evita spoilers y la que casi todo el mundo ha visto. Y quien no ha caído en sus redes ha de sufrir el martirio de que familiares, amigos y conocidos hablen de ella e insistan en convencerles de que deberían asomarse a los Siete Reinos y elegir favorito al Trono de Hierro.
Sin embargo, ser fan de Juego de tronos no siempre fue fácil. Llevar el sello de HBO es sinónimo de algo, de calidad. Le da cierta garantía al espectador. Aunque lo cierto es que la conversión de Canción de hielo y fuego en serie de televisión no era tan ambiciosa en las primeras temporadas como lo ha sido en las últimas. Basta con echar la vista atrás para recordar aquella imagen de Nido de Águilas que parecía de cartón piedra o ese Torneo del Rey con más bien pocos súbditos. Ha cambiado y crecido mucho la población de Desembarco del Rey en estos años. Como lo han hecho los efectos visuales y el trabajo en postproducción. Nada que ver aquellos planos de entonces, cuando aún Ned Stark conservaba su cabeza, con los últimos de los dragones sobrevolando tropas y ciudades y arrasándolas con su aliento de fuego.
Esa evolución es una muestra más de la importancia y de la magnitud de una historia que primero se convirtió en un fenómeno más allá de los libros y después lo hizo más allá de las pantallas, por supuesto. Para los lectores de las novelas, que eran muchos, era inevitable asomarse a ella con la perspectiva de quienes ya conocen de qué va, su universo y cuáles son las reglas del juego. El resto se encontró con una serie ambientada en un mundo fantástico de estética medieval y criaturas pálidas con ojos azules, sexo, violencia, incesto, magia, mucha controversia (eso siempre viene bien a la hora de sumar adeptos en este sentido) y algo con lo que no todos los guionistas se atreven: presentar a un personaje haciendo creer que es su protagonista, el héroe de la historia, y decapitarlo antes del final de la primera temporada. Hubo tiempo suficiente para encariñarse con él de manera que el mazazo fuese mayor y llorar con pena su muerte. No fue la única para una ficción televisiva a la que no le ha temblado el pulso a la hora de eliminar personajes de las formas más horribles y, a veces, incluso espectaculares.
Habrá quien no esté de acuerdo, pero es muy posible que la sexta y la séptima temporada sean las mejores
Esta ha sido una de sus señas de identidad. Hasta el punto de convertirse en una suerte de medidor a la hora de valorar las bajas en otras series. Además de, claro, una broma recurrente entre los actores, que cada vez que recibían un nuevo guion lo hacía con la espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas. Fueron cayendo uno a uno. A veces en grupo, como en la memorable Boda roja o cuando el fuego valyrio arrasó el Septo de Baelor. Unos eran muy queridos y fueron llorados. Otros, más odiados y celebrados. Muertes en las que al otro guapo oficial le reventaban la cabeza en un combate, a un mal padre le disparaban con una ballesta en el retrete, a un tipo detestable le devoraban sus propios perros hambrientos y un gigante bonachón parco en palabras moría sujetando una puerta y convirtiéndose en leyenda. Ni los niños se han salvado del exterminio en esta serie. Algo que estaba en los libros y que dotó a Juego de tronos de unas reglas propias del juego, el suyo.
El momento clave en el que la serie se adelantó a las novelas
Todo eso contribuyó a que el fandom fuese creciendo hasta el punto de conseguir romper récords de audiencia y congregar semana semana a millones y millones de espectadores delante del televisor para saber cuál sería el siguiente movimiento en la batalla por los Siete Reinos. Durante las primeras cinco temporadas (casi) todo estaba escrito de antemano por George R. R. Martin pese a que los guionistas se tomaron sus licencias. Es lo que tiene la adaptación, que no ha de ser literal. Después, cuando la trama voló libre de lo que marcaban las novelas el interés se multiplicó exponencialmente. Ya no había camino marcado y todo era nuevo. Habrá quien no esté de acuerdo, pero es muy posible que la sexta y la séptima temporada sean las mejores. Al hecho de que algunos personajes dieran el salto de madurez que se les venía exigiendo desde hacía tiempo, que la acción llegase a raudales y de calidad y que algunas muertes fuesen más que aplaudidas se unió que por fin quienes no habían leído las novelas dejaron de oír la letanía de ‘es que esto no se parece al libro’.
Entonces, hace cinco semanas, llegó la octava y crítica y fans se dividieron en facciones. A falta de un solo episodio, pocos están satisfechos al 100%. Primero, que si por qué perder el tiempo con dos capítulos de personajes que se reencuentran y hablan cuando la chicha está en la batalla. Después, que si el enfrentamiento final con los Caminantes Blancos no fue para tanto y no murió nadie de primera línea. Luego, que si se cuela una taza de café para llevar y una mano crece milagrosamente. O que ese personaje se merecía una muerte más cruel a la altura de sus barrabasadas o que la evolución de esa otra no se corresponde con lo que debería haber sido… Críticas y más críticas, quejas y más quejas que no pueden hacer olvidar la importancia de Juego de tronos ya no como serie de una calidad que puede ser más o menos discutible según quien la defienda o denoste, sino como fenómeno seriéfilo. Que haya tantos comentarios en su contra tras los dos últimos episodios o que cientos de miles de personas hayan firmado una petición para que se rehaga esta última temporada no es otra cosa que una muestra más de su importancia.
Juego de tronos se ha convertido en La Serie porque ha dado razones para ello y porque los espectadores así lo han querido. Antes que ella lo fue Perdidos, cuyo final aún se discute casi una década después. Desde el cierre de aquella isla misteriosa con un oso polar como inquilino inexplicable dentro ninguna ficción había logrado llenar ese hueco. Como la creada por Damon Lindelof, Jeffrey Lieber y J. J. Abrams, la de Benioff y Weiss ha alimentado durante ocho años ese caldo de cultivo que es el fandom que convierte una serie en suya para lo bueno y para lo malo. Su trama de conspiraciones políticas, rivalidades y poder en la que los bandos se dividen por casas ha contribuido a que, como explicaba hace ya seis años Natalie Dormer a Público, una gran parte de quienes la siguen se comporte como hinchas de un equipo de fútbol. En lugar de ir con el Real Madrid o con el Barcelona lo hacen con los Stark, los Targaryen o los Lannister. Incluso los actores se han decantado por un personaje u otro como candidato a ocupar el Trono de Hierro. “Si Daenerys no lo consigue va a ser un anticlímax”, reconocía en una entrevista con este periódico Sophie Turner en la sexta temporada. En la cuarta, Sibel Kekilli apostaba más por Tyrion. Ambos siguen vivos.
El juego de adivinar qué pasará
Lo intrincado de los linajes, los secretos, las profecías y las confabulaciones entre familias han sido durante ocho años el terreno idóneo para desarrollar teorías más o menos locas y jugar a adivinar qué pasará en el siguiente capítulo o temporada. La lucha es por el trono, pero al final quién lo ocupe ese lunes no es lo que realmente importa, sino el camino hasta llegar a ese momento definitivo. Que haya sido una serie de degustar semana a semana también ha ayudado a engrandecer al fenómeno como en su día ocurrió con Perdidos. Eso hace que la digestión se pueda hacer con calma, con tiempo para buscarle segundas intenciones a cada frase, cada detalle y que se desarrollen esas teorías que tanto han hecho crecer a Juego de tronos fuera de su emisión.
Otra de las razones por las que ha trascendido más allá de la pantalla tiene que ver con sus personajes, el cariño u odio que se les ha cogido y la importancia dada a quienes son ninguneados en otro tipo de ficciones o en la vida real. Los repudiados son aquí quienes más interés despiertan. Un bastardo, un enano y un puñado de mujeres que han demostrado que el poder es cosa suya y se han convertido en iconos de un feminismo que algunos han puesto en tela de juicio en la recta final debido a los derroteros que ha tomado la historia pese a que lo más prudente sería esperar al último minuto para juzgar. Como ha demostrado Juego de tronos, en Poniente cualquier cosa puede pasar y aún quedan 80 minutos por recorrer.
Ocho años después el fenómeno es tal que rellenar el hueco que deja no va a ser fácil. En HBO lo han intentado con Westworld, que les ha dado buenos resultados, y su idea es alargar la sombra de la creación de Martin apostando por los spin-off. De momento, a falta de un episodio, lo que se puede asegurar es que sí, que por mucho que Juego de tronos acabe, su legado permanecerá y que aún quedan semanas, sino meses, de teorías sobre esta o aquella escena, sobre el significado de cada plano y protestas -las habrá seguro- sobre el desenlace que le han dado.
La serie más premiada de la historia de los Emmy se despide la noche de este domingo -madrugada del lunes en España- dejando a millones de fans huérfanos y a un amplio reparto de actores teniendo que buscarse el pan en otros lares. A los de Perdidos el fenómeno que les aupó también les devoró en parte y ninguno ha logrado repetir el éxito de la isla. En Juego de tronos, quienes han salido antes ha tenido suerte dispar. Para Pedro Pascal o Richard Madden, por ejemplo, ha sido un auténtico trampolín. Para otros, no tanto. De los que que aún seguían vivos al comienzo de la octava, algunos ya habían demostrado su talento como actores antes de enrolarse en esta aventura. Unos pocos han sido auténticos descubrimientos. Pero también hay quien, pese a su protagonismo en Poniente, ha dejado claro que sus capacidades interpretativas son limitadas. Su habilidad para reinventarse será la clave.
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