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Actualizado:Prolífico como nunca, Fito Páez (Rosario, 1963) compuso durante la pandemia un sinfín de canciones que dieron para una trilogía, escribió el guion de su próxima película y se confesó en la autobiografía Infancia & juventud (Cúpula). En sus memorias desvela su intensa vida hasta los treinta años, el mismo período que abarca la serie El amor después del amor (Netflix), que toma el nombre del disco más vendido de la historia de Argentina. Con invitados de lujo, lo acaba de versionar bajo el título EADDA9223 (Sony), aunque durante su gira española de julio (Marbella, Valencia, Icónica Sevilla Fest, Barcelona, Madrid, Cartagena y Las Palmas) interpretará los temas clásicos.
Muchas personas han superado momentos difíciles o sobrellevado la vida gracias a sus canciones. ¿Cuál ha sido su flotador?
El amor que me dieron en mi casa cuando era niño. Fue tanto que me ayudó a sobrevivir y a sobrevivirme de una manera infinita. Esto uno lo piensa después de la experiencia, de haber tenido suerte, de no haberse caído del séptimo piso [hace 23 años, su amigo y músico Charly García se tiró a la piscina desde la novena planta de un hotel y salió indemne del balconing], de no haber sido asesinado durante una reyerta en un barrio bajo de madrugada... La suerte y lo que te han dado en la casa familiar durante tus primeros años es siempre central.
¿Habría sido músico sin la influencia de su padre (Rodolfo, melómano) y de su madre (Margarita, pianista), cuyo piano bajo llave lo acompañó en su infancia?
Ah, no lo sé. Tampoco me interesa, es lo que me tocó. Me la paso muy bien, la disfruto mucho y andá a saber... Si hubiéramos nacido en el palacio de un país exótico o en mitad de una guerra, con los brazos amputados, ¿cómo habría sido nuestra vida? Lo desconozco. En el mundo de la imaginación, todo puede funcionar, pero lo que tenemos hoy es esto y yo estoy muy agradecido. Además de la voluntad de uno, también está la posibilidad de haber tenido suerte, como te decía, y de haber sido acompañado en esta búsqueda del deseo personal por un montón de personas.
Los grandes temas universales, el amor y la muerte, en su caso son intrínsecamente personales.
Son universales porque nos tocan a todos.
Sí, pero usted los vivió en carne propia, a una edad muy temprana [su madre murió cuando él tenía ocho meses y las mujeres que lo criaron —su abuela, su tía abuela y una empleada del hogar— fueron asesinadas años después, un trágico suceso precedido por el fallecimiento de su padre].
No, no me parece... En ese sentido, todas las personas somos atravesadas, tarde o temprano, por el amor —o por la falta de amor— y por la muerte, que es inevitable. A todos nos espera en el mismo lugar [risas]. El dato peculiar puede ser: "Este pibe se dio cuenta muy temprano de que todo iba a suceder o estuvo en el medio de ese pantano muy chiquito". Después, respecto a cómo uno procesa eso, bueno... Posiblemente ahí sí haya tenido una experiencia muy temprana del significado del dolor o de cómo el cuerpo registra el dolor.
¿Cómo lo superó?
Peleando, haciendo música... Las expresiones en sí son altamente liberadoras. Drenas el dolor y el conflicto que tienes. Por supuesto, para eso hace falta también estudiar, ensayar, estar concentrado, escribir, formarse... Un montón de cosas que son muy proteicas.
Su padre pudo ver cómo destacaba en la música antes de fallecer. Para él fue un orgullo y me imagino que para usted la reconciliación definitiva con alguien tan querido que no quería que fuese músico, sino que estudiase una carrera.
Por un lado, sí, quería que estudiase. Estaba la búsqueda obsesiva de que el hijo no padeciera los males de este mundo. Como si un título resolviera eso, un pensamiento que, hasta el día de hoy, aún perdura en las clases medias que todavía quedan [sonrisa irónica]. Por otro lado, no, porque él me ingresa a los libros, al cine y a la música de una forma también obsesiva y permanente.
"El amor que me dieron en mi casa cuando era niño me ayudó a sobrevivir y a sobrevivirme de una manera infinita"
Claro que quería que tuviese un título, pero si te pone a leer, a escuchar discos y, a los seis siete años, te lleva a ver en el cine 2001: Una odisea del espacio, claramente hay algo ahí que estaba dando vueltas en él. Es decir, su deseo de despertar una sensibilidad especialísima en mí.
Si no sus padres, supongo que ir a los conciertos de Charly García y Luis Alberto Spinetta, cuando era un chaval, lo marcaron musicalmente. ¿Cuánto pesaron esas escuchas y experiencias iniciáticas en su carrera?
Totalmente. Estamos hablando de dos de los artistas más trascendentes y fundamentales en la música mundial. Tuve la suerte de descubrirlos a temprana edad y, después, de que me apañaran en su sala de ensayo y de compartir proyectos con ellos. Para mí, junto a Litto Nebbia y Hugo Fattoruso, fueron personas centrales y definitivas.
Me marcaron un camino de tú a tú, porque podía escuchar a Astor Piazzolla, a Aníbal Troilo, a Cuchi Leguizamón, a Chabuca Granda o a Chico Buarque, pero no los tenía ahí conmigo. En cambio, con todos ellos experimenté y aprendí muchísimo.
¿Cuándo sintió que había entrado en el olimpo de la música en español? ¿Quizás con el disco El amor después del amor (1992) y la gira que concluyó en el estadio Vélez Sarsfield?
Ah, no, no, vamos a aclarar... En primer lugar, detesto la falsa humildad, porque me parece un sentimiento de lo más bajo que puede ofrecer una persona. Yo pienso esto: formo parte de la cultura rock, en el sentido del entendido David Bowie. Es una cultura inclusiva, que trae gente de todo el mundo y de todas las épocas, donde las cosas se entreveran de la manera más simpática y relajada posible. Pero el rock no está preparado para el olimpo, ni para el mausoleo, ni para las estatuas. En todo caso, me siento parte de una cultura que no tolera ese tipo de cosas.
¿Por qué en España no hay referentes equivalentes a las estrellas del rock argentino? Habría que pensar en Miguel Ríos, en Joaquín Sabina o incluso en Joan Manuel Serrat, aunque no es lo mismo. Como si los Stones hubiesen llegado con retraso.
Cada lugar tiene su idiosincrasia y su manera de ser, no hay que pedirle algo que no está en su ADN. Entiendo más a Sabina y a Serrat desde el lugar de la chanson francesa, de la copla española y de su vinculación a la palabra, a la rima, al cuento y a la literatura. Así también es la sociedad española, o parte de ella. Entonces, yo no le exijo nada, simplemente disfruto de las mieles que me da España, con compositores de la talla de Joaquín y Joan Manuel. Luego cada uno hace su recorrido, su historia y sus alianzas.
Posiblemente, los argentinos hayamos estado mucho más conectados con otro tipo de estética. En España no sucedió, porque tuvo otra clase de vinculaciones, tanto musicales como literarias o cinematográficas. Cada lugar tiene su mundo y ninguno tiene por qué poseer los ingredientes del otro.
Durante la pandemia, compuso canciones que darían para una trilogía y escribió sus memorias, aunque solo abarcan hasta los treinta años. Entiendo que sería poco tiempo para contar toda una vida como la suya.
No [risas]. Todo fue hecho en el marco de la desesperación de un encierro, con la suerte de tener un lugar como este, donde puedo tocar el piano y grabar [Fito Páez muestra el salón de su casa, donde responde a las preguntas por videoconferencia]. Pero no quería asumir que estaba encerrado. Entonces, simplemente disfruté las mieles de mi oficio y salí a viajar por el pasado y por la música. Y me puse a trabajar y a ocupar el tiempo: hacer tres discos, escribir mi autobiografía y terminar un guion me salvó de la locura.
En Infancia & juventud. Memorias (Cúpula) narra sus treinta primeros años de vida en 400 páginas. Ahora que ha cumplido sesenta, le tocan otras 400 más. Esperemos que llegue a los noventa para completar las 1.200.
No creo que lo haga [risas]. Entonces estaba muy presionado por mi editor, Nacho Iraola, a quien siempre le había dicho que no [a la propuesta de escribir una autobiografía]: "¿A quién le va a interesar todo eso? Es una pavada". Sin embargo, cuando llegó el confinamiento, me dijo por teléfono: "Bueno, ahora estás ahí, escribila". Aquella noche comencé y me gustó, pero no creo que vuelva a atravesar por todo eso otra vez [risas].
¿Le gustó la serie de Netflix?
Me pareció muy efectiva, aunque hay cosas que trascienden tu historia. En ese sentido, es un gesto de extrema libertad que hay que celebrar. La autobiografía ya estaba escrita y las cosas no están como pasaron, ni tampoco como figuran en el libro. El resultado final es el de alguien intentando versionar la vida de otra persona. Y creo que funcionó muy bien.
"Durante la pandemia, hacer tres discos, escribir una autobiografía y terminar el guion de una película me salvó de la locura"
El que tomó la decisión de transformar todo en un melodrama fue un genio. Lo aplaudo, porque metió un golazo. En la serie es todo mucho más entretenido, tiene más humor y hay más sustancias, como decía Andrés Calamaro. Fueron por un camino que fue muy efectivo y que le gustó mucho a la gente, por lo menos aquí en Argentina.
Qué bueno Andy Chango encarnando a Charly García, ¿no? También sorprende el parecido de Daryna Butryk con Cecilia Roth, una de sus exparejas. Usted ha amado, pero también conservado esos amores, transformados en amistades, caso también de Fabiana Cantilo.
Sí, aunque no hallo ninguna virtud en eso. Estamos todos en el barco, avanzando rumbo hacia la muerte. Entonces, muchachos, abracémonos: hoy somos pareja, quizás mañana no. Riámonos, divirtámonos, démosle amor a nuestros hijos... Lo otro va y viene.
Por eso creo que la amistad es una forma de nombrar los vínculos más profundos de una manera muy clara, aparte de los hijos, por supuesto. Ahí uno encuentra la idea del amor muy rápidamente. No solo yo: lo pudimos hacer con Cecilia, con Fabi y con tantas personas. Con otras no, pero con algunas sí puedes lograr salirte de la neurosis de la crisis marital y entender que estás en la vida por otro motivo, no solo por eso.
Me ha recordado esa placa colgada en la casa de sus padres con uno de los Consejos de Martín Fierro a sus hijos, de José Hernández, que cita en su biografía.
"Naides sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo".
Un enemigo que puede ser íntimo.
Sí [risas]. Esas son ocurrencias de Joaquín [Sabina], que es buenísimo con las ocurrencias. Debería haber sido asistente de Billy Wilder o estar en su equipo, porque siempre es muy ingenioso, da la nota correcta, nos hace reír, encuentra la salida insólita... Dio con un título que, de alguna forma, reflejó muy bien lo que fue el trámite de nuestra amistad durante el lapso que duró la grabación del disco [Enemigos íntimos, álbum conjunto publicado en 1998 y que no llegaría a ser presentado en directo por desavenencias entre ambos músicos, cuya relación no volvería a recomponerse hasta diez años después].
En su gira española interpretará las canciones clásicas de El amor después del amor o las versiones de su último disco, EADDA9223?
Estoy evaluándolo. Hay mucho repertorio que mostrar y creo que voy a hacer un mix de muchísimos discos. Será una lista sui generis en la cual va a haber temas en su versión original de El amor después del amor, por supuesto, pero también de otras épocas.
Hay músicos que han mejorado con sus versiones las canciones de otros. ¿Es más difícil reinterpretar el trabajo de uno mismo que el ajeno o, precisamente, por ser propio, puede permitirse deconstruirlo a su antojo, sin miedo?
En la versión siempre tiene que haber un deseo perverso, porque si no para qué vas a versionar. Siempre que hice versiones, no solo mías sino también de otras personas, he intentado transformarlas, en algunos casos de manera más radical. En ese sentido, yo pienso como Charly García: "La música no es de nadie".
"Todas las personas somos atravesadas, tarde o temprano, por el amor —o por la falta de amor— y por la muerte, que es inevitable"
Todas las opciones son muy buenas. Por ejemplo, cuando Charly cumplió setenta años, en el Teatro Colón de Buenos Aires hicimos versiones de muchas de sus músicas con sus notas originales, pertenecientes a épocas diferentes. Fue alucinante, como tocar Mahler o Mozart, porque eran sus sonidos primigenios.
La otra manera es agarrar el material, reordenarlo y cambiarlo todo. Es como lo que hablábamos sobre la serie, donde los directores y productores dijeron: "Con esto vamos a hacer tal cosa". Se aventuraron y les salió muy bien. Por supuesto, la partitura es mucho más rigurosa y las intervenciones que uno puede hacer sobre una música son mucho más auditables, porque está escrita y grabada, por lo que el resultado luego es más opinable. Sin embargo, en el caso de una vida, es más difícil, porque cada uno tiene su versión [risas].
Durante la pandemia, también aprovechó para escribir el guion de su cuarta película. Hablando de cine, el pasaje de sus memorias sobre sus escarceos sexuales con dos hígados, cuando tenía trece años, recuerda a aquella escena de la película Leolo.
Sí [carcajadas]. Esos cuentos los ves en Amarcord, de Federico Fellini, y en un montón de películas que evocan la infancia y las travesuras de esa edad. Casualmente, ayer vi con mi hija Los 400 golpes, de François Truffaut, pero hacerlo junto a ella fue hermoso, porque la revisas de otra manera. En todo caso, mi nuevo filme no tiene nada que ver con eso. Va en otro plan, bastante más duro. Es sobre un grupo de artistas que se enmarañan en medio de un rodaje y todo se complica.
A saber qué pensaría el carnicero cuando le pidió los hígados…
De alguna forma, él se alarmó: "¡Guarda, que tus abuelas nunca llevan hígado, eh!" [carcajadas]. En fin, disparates de la vida…
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