Los 'niños lobo' del nazismo, el último farol de Hitler
El Tercer Reich trazó un plan para retrasar la derrota nazi: crear unas guerrillas para cometer sabotajes y asesinatos en la retaguardia aliada.

Madrid-
Con la guerra perdida, pero incapaz de reconocerlo, Adolf Hitler se encomendó a unos niños para estirar la contienda y retrasar la llegada de los aliados a Berlín. Las imágenes del Führer —decrépito, enfermo y enganchado a las drogas— saludando a unos soldaditos imberbes reflejan un régimen que se ha desmoronado y la inminente caída del Tercer Reich.
Meses antes de esa icónica foto, tomada en vísperas del suicidio de Hitler en su búnker de la capital alemana, comienza a gestarse un plan para hostilizar a los soldados enemigos, sobre todo a los soviéticos, en la retaguardia.
La idea original había sido de Martin Bormann, jefe de la Cancillería del Partido Nazi, aunque Heinrich Himmler, responsable de las SS, la hizo suya y, tras convencer al Führer para que se llevase a cabo, le encargó a Hans-Adolf Prützmann que organizase una guerrilla para sembrar el caos y el terror en las filas contrarias.
Prützmann, un alto cargo militar, se inspiró en las tácticas de guerrilla que había sufrido en carne propia durante su paso por Ucrania y recurrió a cuadros de las SS, de la Wehrmacht y de las Juventudes Hitlerianas. En septiembre de 1944, nacía el movimiento Werwolf, cuyo nombre remitía al hombre lobo del título de una novela de Hermann Löns.
Hitler y las guerrillas nazis
Sus miembros debían llevar a cabo acciones de sabotaje y asesinatos, por lo que a medida que avanzaban los ejércitos unos 5.000 o 6.000 efectivos nazis se quedaron rezagados, escondidos en refugios subterráneos, donde almacenaban explosivos y emisoras de radio. Las tropas aliadas tenían, pues, al enemigo delante y detrás.
"En términos generales, las acciones de guerrilla del Werwolf fracasaron porque no se beneficiaron de ninguna prioridad en materia de armamento, reclutamiento y organización", escribe Jean Lopez en Los últimos cien días de Hitler (Espasa). Es decir, los expertos en sabotaje no contaban con recursos para llevar a cabo su labor.
El director editorial de la revista Guerres & Histoire subraya en su libro que sus repercusiones no fueron reseñables y "solo tuvieron éxito contra objetivos poco o nada vigilados", como los "inmensos tesoros culturales" destruidos en la torre de defensa antiaérea de Friedrichshain. "¡Los museos berlineses perdieron en esta acción más obras de arte que a causa de los bombardeos y los combates!", se sorprende Jean Lopez.
Aunque se desconoce la cifra exacta, es probable que cientos de militares muriesen envenenados cuando no dudaron en beber las botellas de alcohol abandonadas que se iban encontrando a su paso, una siniestra estratagema urdida por Prützmann, quien confió en la sed de la soldadesca, ignorante de que les habían inyectado metilo.
"Se trataba de intentos de última hora para prolongar la guerra, emprendidos con tan pocos medios y en el marco de tal caos que surtieron más efecto en la percepción de los Aliados, sobre todo los estadounidenses, que sobre el terreno", reflexiona el experto en la Segunda Guerra Mundial. Un farol que los desorientó y los atemorizó a un tiempo.
Ya en marzo de 1945, Joseph Goebbels plantea que la guerrilla debía convertirse en un "movimiento político que llamase al pueblo a las armas" y proclama en la radio: "¡Quien no está con nosotros está contra nosotros!". El ministro de Propaganda vislumbra un Partido Nazi en la sombra tras la ocupación de los vencedores.
Las partidas del Werwolf comienzan entonces a apuntar a los "tibios y los traidores" y a perpetrar asesinatos selectivos, como los de varios alcaldes designados por los aliados, entre ellos el de Aquisgrán, Franz Oppenhoff. Cuatro miembros de las SS y dos de las Juventudes Hitlerianas, entre ellos un chaval de dieciséis años, se hicieron pasar por pilotos nazis en territorio hostil y lo mataron en la puerta de su casa.
La amenaza nazi
"El único éxito verdadero fue el de Goebbels, que, mediante la creación de Radio-Werwolf, logró hacer creer a los Aliados la persistencia duradera de una amenaza nazi", sostiene Jean Lopez, pese a que la programación de la emisora era un cúmulo de bulos, noticias inventadas y consignas para prender el ardor revolucionario en la juventud.
Las ondas también animaban a realizar pintadas en las paredes: "¡Traidor, ten cuidado, el Werwolf te observa!". Sin embargo, la guerrilla estaba sola y desabastecida, carecía de autonomía y poder de decisión, y comenzó a nutrirse de miembros cada vez más jóvenes, chavales menores de catorce años que, más que hombres lobo, eran niños lobo.
Con el Ejército Rojo a las puertas de Berlín, el 1 de abril de 1945 Goebbels alecciona a la guerrilla para vengar cada ultraje en una alocución radiofónica, donde señala como objetivo a "cada bolchevique, inglés y estadounidense" y amenaza a los alemanes colaboracionistas. Centenares de afiliados a las Juventudes Hitlerianas pasan a engrosar el Werwolf.
Hitler y los niños lobo del nazismo
El Führer recibe con los brazos abiertos a los niños lobo. Semanas más tarde, la medianoche del 30 de abril, le pide a Heinz Linge, su mayordomo: "Prepare en mi habitación mantas de lana y bastante gasolina para dos cremaciones. Me voy a quitar la vida con Eva Braun". A las 15.30 horas, ella muere envenenada y él se pega un tiro en la cabeza, detalla Jean Lopez en Los últimos cien días de Hitler.
"Tras su desaparición, el resorte [del nazismo] se destensa, todo se detiene rápidamente [...]. Los movimientos de resistencia, como el Werwolf, no tardan en aparecer como un farol de la propaganda", reflexiona el autor francés, quien menciona otro engaño que se tragaron los estadounidenses: el reducto alpino.
Aunque lo califica como una "autointoxicación" —producto de las exageraciones de la prensa americana, las fuentes suizas poco fiables y la propia propaganda de Goebbels para desatar la histeria en torno al mito—, Jean Lopez afirma que los generales estadounidenses barajaron la posibilidad de la existencia de un último Estado nazi en los Alpes bávaros.
Allí, en Berchtesgaden, donde se ubicaba el Nido del Águila y la residencia de Berghof, habría "200.000 miembros de las SS que disponían de fábricas de armamento y de campos de aviación excavados en la roca, así como de reservas de gas de combate y miles de rehenes". Ejercería, además, como la base de operaciones del Werwolf.
Ese mito llevaría al general Eisenhower a desviar a sus tropas para evitar un repliegue de soldados alemanes hacia el bastión nazi. Sin embargo, la resistencia alpina nunca llegaría a producirse. "En realidad, el Reich no poseía ya los recursos necesarios para organizar la defensa de nada, menos aún en la montaña", concluye el ensayista.
Hitler, además, había decidido no abandonar su búnker de Berlín. Antes de despedirse de sus fieles aquel 30 de abril de hace ochenta años, con los rusos y los americanos ya en Berlín, le pide a su mayordomo que queme su cuerpo para evitar que sea exhibido. Quince minutos antes de suicidarse, le recuerda su última petición y le aconseja que huya hacia el oeste.
- Pero ¿por quién debemos abrirnos paso ahora? —le pregunta Heinz Linge.
- Por el que vendrá —responde Hitler, dándole la mano y haciendo el saludo nazi.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.