La gran banca española post-rescate lleva varios años consolidando un peculiar modelo de negocio de mano dura con el cliente, al que impone elevadas comisiones a las que ahora se suman los crecientes intereses, y guante de seda, o quizás resulte más apropiado el término bandeja de plata, para sus socios e inversores.
Estos últimos, fondos de inversión y de pensiones en muchos casos, reciben pagos millonarios en forma de dividendos con cargo a los beneficios, de los que llevan años repartiéndose entre el 40% y el 50%, mientras dedica cifras elevadas a recomprar sus propias acciones para, precisamente, elevar esa remuneración al accionista.
Esa estrategia está provocando, más allá del elogioso relato mediático en torno a los resultados de la gran banca española, serios daños en la reputación de ese sector, el financiero, precisamente donde los inversores se juegan el dinero: el valor de mercado de los seis grandes bancos españoles, su capitalización bursátil, se encuentra en el 70,96% del que indican sus propias contabilidades.
Es decir, que el mercado, los eventuales inversores que compran sus acciones en la bolsa, están dispuestos a pagar poco más de dos terceras partes de ese valor por entrar en la propiedad.
Dicho por pasiva, que ese deterioro abre la puerta de entrada al accionariado a accionistas que no actuarían de la misma manera con mayores costes y que, al mismo tiempo, acaban realimentando ese bucle con sus exigencias de remuneración.
“Los fuegos artificiales de los beneficios no ocultan la debilidad estructural del sistema. Cuando una empresa cotiza por encima de su valor en libros es porque el mercado valora que tiene cualidades que la sitúan por encima de su balance, y en la banca española no ocurre eso sino lo contrario”, explica el economista Carlos Sánchez Mato.
“Hay enormes debilidades para afrontar los próximos meses”, en los que se prevé un crecimiento de la morosidad y una mayor mengua del saldo vivo de créditos e hipotecas, advierte, cuando “lo que notifica el mercado es que ese valor contable no es creíble”.
No obstante, esa valoración o deterioro (según se mire), que apenas ha variado en el año natural de ganancias récord a cuenta de la misma subida de tipos del BCE (Banco Central Europeo) que comienza a asfixiar al tejido productivo y los hogares como tampoco lo hizo el anterior, no es homogéneo en el sector.
Así, según indica el cruce de los datos de capitalización bursátil facilitados por el gestor de la bolsa de Madrid (BME), y con ella del Íbex35, y de los balances de las propias entidades, Bankínter tiene una sobrevaloración del 12%, y la de BBVA está a apenas cinco puntos de lo que dicen sus cuentas.
Por su parte, la de CaixaBank supera el 80% y la de Santander se acerca al 60%, mientras Sabadell no acaba de llegar a la mitad y Unicaja fluctúa entre el 30% y el 40%.
¿Quién se beneficia de ese modelo de negocio?
Los principales beneficiarios de esa forma de operar resultan ser los principales accionistas de esas entidades financieras, ya que son los destinatarios de los principales paquetes de dividendo.
Los seis bancos del Íbex35 presentan participaciones de fondos de inversión y/o de pensiones, de bancos de negocio y de aseguradoras de entre casi el 5% y algo más del 10,5%, a las que se añaden las de algunos operadores peculiares como el propio estado, que posee un 17,3% del Caixabank a través del FROB (Fondo para la Reestructuración y Ordenación del Sistema Bancario) como dueño de Bankia tras su intervención, un peso que el año pasado le reportó algo más de 300 millones de euros.
El más habitual de esos fondos en el accionariado de la gran banca española es BlackRock, una gestora que mueve activos por valor de 180.000 millones de dólares en todo el planeta, y que participa en BBVA (5,9%), CaixaBank (4,99%), Santander (5,42%) y Sabadell (3,96), unas presencias que este año le han reportado unos ingresos de 391 millones de euros en dividendos.
Esa cifra supone algo más del 5% de los 7.615 millones de euros que han repartido este año esos seis bancos por esa vía con cargo a las ganancias netas de 2022, y también equivale al 2% de los 19.430 de beneficios limpios que se anotó el conjunto de la banca española.
Le sigue en presencia Norges Bank, el banco central de Noruega, que posee un 3,11% de BBVA y un 5,4% de Unicaja que este año le han reportado una inyección de casi 95 millones de euros.
Las grandes participaciones locales
Otros accionistas de este perfil en la banca del Íbex35 son la mutualidad estadounidense Dodge&Cox con un 3,03% de Santander (71,4 millones de euros en dividendo), el banco de inversión neoyorquino Lazard con un 3,02% de Bankínter (8,4), el fondo de pensiones Fidelity con un 2,83% de esa misma entidad (7,8) y el fondo Citadel con otro 1,01% (2,8).
Cierran la lista Dimensional Fund y Fintech Europe con sendos paquetes del 3,01% y el 3,1% de Santander que les han aportado 70,7 y 73 millones y la aseguradora española Santa Lucía con un 5,17% de Unicaja (8,2), además de otras participaciones históricas como el 21% de Cartival (Jaime Botín) en Bankínter (58,4), el 32,2% de Criteria en CaixaBank (571) o el 30,2% y el 6,56% de Unicaja (48) y Cajastur (10,4) en el banco que mantiene el nombre del primero de ellos.
El resto hasta los 7.615 millones de euros se reparte entre accionistas el tamaño de cuyas participaciones no alcanza la categoría de significativas, partícipes de fondos de inversión de entidades financieras e inversores en bolsa, aunque la cifra de esos beneficiarios se ha ido reduciendo en los últimos años mediante los programas de recompra de acciones, en los que el banco adquiere las participaciones de sus socios.
La reducción supera los 250.000 en nueve meses entre los seis grandes bancos, según informa Cinco Días, como consecuencia de unos procesos que tiene como objetivo reducir el número de beneficiarios del dividendo y, en consecuencia, aumentar la participación en las ganancias de los accionistas de mayor peso.
Grandes beneficios, pero escaso saneamiento
Sin embargo, esas dos acciones, el reparto de dividendos y la recompra de acciones, se están llevando una parte cada vez mayor de los beneficios, lo que a su vez desnuda la fragilidad de esos grandes bancos.
El cruce de los datos sobre los resultados y sobre los balances que publica el Banco de España resultan, como poco, inquietantes: entre 2018 y 2022, la banca española acumuló beneficios netos por valor de 56.642 millones de euros mientras su patrimonio neto, el indicador que muestra su solidez real, se reducía en 11.183, una situación paradójica por mucho que en ese periodo tuvieran lugar las absorciones de Popular por Santander, de Bankia por CaixaBank y de Liberbank por Unicaja.
Esa situación se ha ido equilibrando en el último año y medio, entre enero de 2022 y junio de 2023, cuando un beneficio neto acumulado de 32.038 millones de euros corrió parejo a una mejora del patrimonio neto de 10.169.
Aunque esta, al mismo tiempo, revela que la gran banca española sigue dedicando dos tercios de sus ganancias a cosas distintas del saneamiento de sus cuentas como el reparto de dividendos y la recompra de acciones, tal y como exponen las dos principales entidades: Santander entrega este año 2.351 millones a sus accionistas y destina 1.310 a recompras, mientras que las previsiones de BBVA apuntan a 5.600 para los socios y 4.600 para adquisiciones desde 2021.
“Trasladar esos beneficios históricos a un aumento del patrimonio neto deterioraría la rentabilidad. No se ha reforzado porque han preferido repartir más beneficios”, apunta Sánchez Mato, quien llama la atención sobre cómo “que en estos dos años no se haya fortalecido mucho el balance dice mucho de la gestión” que se lleva a cabo en esas entidades.
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