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Los sirios acudirán a las urnas el 26 de mayo para elegir a su presidente en unas elecciones que no guardan ningún misterio puesto que Bashar al Asad, que gobierna desde la muerte de su padre en 2000, volverá a salir elegido sin ningún género de dudas por una amplia mayoría para otro mandato de siete años.
Serán las segundas elecciones presidenciales que se celebran bajo el clima de la guerra civil que se inició en 2011, un conflicto que ha dejado alrededor de 400.000 muertos y que ha desplazado a más de la mitad de la población, tanto al exilio exterior como a otras regiones del país.
En las presidenciales de 2014, Asad obtuvo el 92 por ciento de los votos y es muy probable que el resultado del mes que viene sea similar, a pesar de que el presidente del parlamento anunció este fin de semana que los sirios del exterior podrán votar en las embajadas.
Se ha abierto un periodo de diez días para que se inscriban los candidatos. Cualquier aspirante tiene que haber residido en el país durante los últimos diez años, una condición que aparta a posibles candidatos de la "oposición" en el exilio, una oposición muy dividida y sin apoyos sólidos en el interior, aunque cuente con el respaldo de las potencias occidentales.
Representantes de esas mismas potencias occidentales que incitaron y allanaron el camino de la guerra civil, con el exembajador de Estados Unidos Robert Ford a la cabeza, se han apresurado a denunciar que las elecciones no tienen ninguna legitimidad, una circunstancia que es obvia y que no contribuirá a reconducir la situación.
Estas potencias aspiran a establecer una democracia de corte de liberal que sea aceptable para EEUU y Europa, aunque se trata de una quimera que carece de cualquier base real si tenemos en cuenta la complejidad de Siria en cuanto a etnias y religiones, sin descartar el extremismo religioso de los yihadistas que han acosado al gobierno de Damasco con el apoyo económico y militar de los países occidentales y de otras potencias regionales.
El bloqueo de Siria, que no se inició en 2011 sino que viene del siglo pasado, se ha endurecido en los últimos años llevando la pobreza y escasez a todos los rincones del país controlados por el gobierno. La libra está hundida y la miseria y el desempleo son cada día mayores, aunque eso no preocupa a las potencias occidentales.
En las capitales occidentales siguen creyendo, o dicen creer, que existe una "oposición liberal" sólida capaz de hacerse con el control del país y reinar idílicamente como en un cuento de hadas, ignorando que los mismos yihadistas a los que ellos han apoyado durante años harían la vida imposible a cualquier gobierno de ensueño como el que defienden los occidentales.
Otra cuestión pertinente es si Occidente quiere dividir Siria en varias partes, como ya ha hecho sobre el terreno. En realidad, la situación de Siria recuerda a lo ocurrido con Irak a partir de 2003, cuando las tropas americanas invadieron el país prometiendo otro régimen democrático idílico que al final ha destrozado Irak de norte a sur, una desastrosa lección que no se ha aprendido, salvo que ese fuera el ansiado objetivo de los estrategas occidentales que ahora quieren repetirlo en Siria.
Es evidente que las sanciones occidentales que están causando tanto daño a los civiles no van a corregirse de la noche a la mañana, de manera que el gobierno de Damasco no tendrá ninguna otra opción que no sea ponerse en manos de Rusia e Irán.
Por si esto fuera poco, Líbano está hundido económica y políticamente. Ese país, que durante años fue una válvula de escape para Siria, es ahora otro teatro donde los líderes occidentales, en este caso con Emmanuel Macron por delante, juegan a un monopoly virtual simulando querer salvar a los libaneses del abismo, pero sin afrontar nunca los problemas reales de Oriente Próximo.
No se trata solo de que los mandatarios occidentales no aprendan de sus errores, sino que enfangan cada día más la situación de la región, algunos de ellos quizá por ignorancia, aunque examinando las políticas que siguen se desprende que seguramente existe un hilo conductor que une a Irak con Líbano con Jordania con Irán o con Siria.
Puede decirse que las presidenciales del 26 de mayo forman parte del juego que llevan a cabo los dirigentes occidentales y son la otra cara de la misma moneda. Unos y otros se limitan a guardar las apariencias que se esperan de ellos, aquellos imponiendo un brutal bloqueo a Siria y estos convocando regularmente elecciones.
Bashar al Asad controla la mayor parte del país, incluidas las ciudades más pobladas, aunque se trate de un país fantasma que nada tiene que ver con el que fue en los años ochenta, cuando Hafez al Asad gobernaba. Hafez al Asad jugó la carta occidental en 1990, cuando Irak invadió Kuwait y Siria abrazo a la coalición occidental. Al cabo de muy poco tiempo, los mandatarios occidentales pagaron a Siria con un mayor bloqueo y un creciente aislamiento que condujo a la guerra civil.
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