MADRID
Actualizado:Indiferencia sin precedentes y negligencia intencionada. Micah Zenko, investigador en el Centro para la Acción Preventiva del Consejo de Relaciones Exteriores, foro de expertos que aconseja a la Casa Blanca sobre riesgos geoestratégicos en el orden mundial y miembro relevante en el Whitehead para EEUU y América de Chatham House, un think-tank que vigila el contexto global para los países del nuevo continente, lo ha empezado a plasmar en varios canales informativos. En Foreign Policy, por ejemplo, dice que la Administración Trump ha forzado a la sociedad civil estadounidense a superar una sorprendente catástrofe estratégica, la crisis del coronavirus que, a diferencia de Pearl Harbor, el triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979 o los atentados del 11-S (asuntos, todos ellos, sobre los que las diversas comisiones investigadoras del Congreso expandieron las responsabilidades sobre varias administraciones), en esta ocasión, los fallos en el diagnóstico de gravedad son"sólo culpa de la actual Casa Blanca".
Zenko rememora un diálogo con un vicepresidente de una de las compañías incluidas en el Fortune 100, en Washington (que no desvela) el pasado mes de septiembre sobre los riesgos más acuciantes que penden sobre el ciclo de negocios y las relaciones empresariales internacionales, en el que presagiaba los efectos perniciosos del covid-19. El ejecutivo de esta multinacional, con una prolongada trayectoria en los servicios de inteligencia estadounidenses, no dejó lugar a dudas: "¿Lo más preocupante en estos momentos?". Sin pausa alguna, replicó que el "elevado nivel de contagio que ha empezado a propagarse desde algún lugar de China de forma meteórica", escribe en su tribuna de opinión.
Esta firma americana, con intereses, delegaciones y oficinas por casi todos los países del sudeste asiático, ya impuso entonces medidas de mitigación preventivas para contener la, por entonces, potencial amenaza del covid-19.
Este episodio lo reprodujo días más tarde, el pasado 29 de marzo, en The Guardian, donde utilizó un título más contundente: "El coronavirus es el peor fallo de la inteligencia americana en toda su historia". A juicio de Zenko, la premonición del empresario estadounidense de que el covid-19 tenía visos de propagarse por el mundo era, en el fondo, un riesgo calculado de una amenaza real y en ciernes que, sencillamente, podría ocurrir.
Un peligro en estado latente sobre el que la mayoría de los dirigentes aplicaron medidas disciplinarias drásticas, de confinamiento social a gran escala, cuando otearon el horizonte y vieron venir la pandemia y, los menos, pusieron en marcha planes de contingencia para contener los contagios. Sólo algunos identificaron de forma correcta la virulencia de la plaga y se adelantaron a las circunstancias reforzando los diques para frenar su expansión.
Europa, la mayor parte de los países asiáticos y China o Corea del Sur, son las naciones que se ajustan a esta trilogía de la gestión ejecutiva internacional para combatir el coronavirus.
"Donald Trump ha minimizado los riesgos y ha tomado una serie de decisiones que han propiciado que EEUU sea un lugar mucho menos seguro que al inicio de la pandemia"
Pero la Administración Trump ha seguido otros derroteros, explica este experto en seguridad, en los que ha acumulado errores genéricos y específicos. Por encima de todos, ha hecho caso omiso de las advertencias de las agencias de inteligencia sobre la extrema gravedad y la facilidad de profusión del coronavirus.
Porque la Casa Blanca es "exclusivamente" la institución que posee la autoridad y la recopilación de recursos, fuentes y datos que deben revelar a la opinión pública y los agentes económicos para que valoren convenientemente los daños que puede ocasionar el coronavirus.
Desafortunadamente, "Trump ha hecho una serie de juicios de valor oficiales en los que ha minimizado los riesgos del Covid-19 y ha tomado una serie de decisiones como la de no actuar con la urgencia requerida, que han propiciado que América sea en la actualidad un lugar mucho menos seguro que al inicio de la pandemia", escribe Zenko.
Alertas preventivas desde la CIA
El capítulo 8 del voluminoso informe de la comisión del Congreso americano sobre el 11-S dejó un título de lo más elocuente: El sistema tuvo luces rojas parpadeantes. La frase procedió del entonces director de la CIA, George Tener, quien admitió que, en el verano de 2001, meses antes del mayor atentado de la historia en suelo estadounidense, desde la comunidad de inteligencia (fórmula colectiva para referirse a los distintos servicios de información confidencial de EEUU), dieron cuenta de un inminente ataque terrorista aéreo en el país, a través de varios conductos oficiales.
A pesar de lo cual, las advertencias quedaron en intentos vanos y desesperados en los días que antecedieron a los atentados desde la jerarquía intermedia de las agencias de contraterrorismo por revertir la casi nula trascendencia que la Casa Blanca estaba dando a la amenaza. "No vimos evidencia alguna de que alguna acción del gobierno fuera a interceder para evitar que el complot prosperara", reconoce el informe. "El tiempo se evaporó", concluye.
La Administración Trump prefirió mofarse de la ‘gripe leve’ y no dio credibilidad a la alerta; ni en enero, ni en febrero
Con el coronavirus ha ocurrido algo similar. A finales de marzo, The Washington Post informó de las primeras advertencias de los servicios de inteligencia en enero y, posteriormente, en febrero, con escaso impacto entre los altos cargos de la Administración Trump, indudablemente influidos por los constantes comentarios con sorna del presidente estadounidense, que empezaron ya el 22 de febrero: "Lo tenemos totalmente bajo control; si alguien viene de China, la pondremos en vigilancia, así todo funcionará correctamente".
En apenas diez días, ha pasado a admitir que los efectos del covid-19 en EEUU provocarán más de 100.000 muertos, a liberar un plan de estímulo de 2 billones de dólares y a alertar a la opinión pública de que las próximas dos semanas serán especialmente duras. Y mientras, estados como Nueva York y California adelantándose a los pasos de la Casa Blanca al decretar confinamientos civiles y acelerar los recursos materiales, humanos y técnicos para afrontar la crisis hospitalaria en sus territorios.
Zenko cita tres comportamientos achacables al liderazgo de Trump que explican por qué EEUU se ha convertido en el epicentro mundial de la pandemia. La primera es el hecho constatable de que una vez que cree en algo no hay manera de convencerle, ni incidiendo en la pobreza de sus argumentos, ni con sugerencias sobre lo inadecuado de sus propósitos o por constatar que no ha sido informado suficientemente sobre la materia. Trump se arrincona en su impresión inicial o juramento. Los dirigentes, a menudo, caen en episodios más o menos constantes de exceso de confianza, de insolencia. Muchos están convencidos de que su elevación al poder resulta ser una evidencia de su inherente sabiduría. Cuando los mandatarios que han sido más solícitos con las críticas, receptivos a asesores y consejeros con libertad de pensamiento y capaces de cambiar concepciones iniciales, han sido los que han demostrado más valía y habilidad transformadora. Trump, dice, no ha sido dotado con estas competencias.
En segundo término, la alta capacidad de contagio de sus asesores y altos cargos hacia los actos de fe de Trump cuando realiza algún juramento expreso. Más elocuentes con quienes están con él desde el inicio de su carrera política. No sorprende que las personas que le rodean, las que conforman su círculo más próximo, piensen, actúen e, incluso, vistan como él. Y sus comentarios desafortunados también acaban siendo reciclados por quienes, en otros tiempos más o menos lejanos, ejercieron algún tipo de liderazgo militar, empresarial o en estamentos de los servicios y agencias de inteligencia. De no ser así (es decir, si alguien no muestra sus proclamas con una intensidad que considere adecuada) sus días, u horas, en el cargo están contados.
El último de estos capítulos, explica Zenko, la persistente impaciencia de Trump en la comparecencia para ofrecer datos de la fulgurante expansión de la pandemia en EEUU de Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. Finalmente, y quizás la consecuencia colateral de mayor peligro, es que sus proclamas acaban contaminando con inusitada rapidez a todo el gobierno federal y, lo que es peor, al legislativo, el contrapoder del ejecutivo. Todo esto, aderezado por la pérdida de autonomía que, bajo el mandato de Trump, se ha apoderado de la jerarquía de las agencias de inteligencia, en otro tiempo dirigidas por personas con experiencia y sin carreras políticas, como ha ocurrido en las plantillas de sus efectivos, o en el peor de los casos, en periodos concretos, bajo el liderazgo ejecutivo de algún oficial de proximidad ideológica al presidente americano, pero con cualidades para desarrollar un cometido complejo y que requiere de un perfil de independencia demostrable.
Advertencias sin acciones ejecutivas
El propio diario de la capital estadounidense informaba de un mensaje anónimo de un cargo de la Casa Blanca: "Puede que Trump no esperara un mensaje de estas características, pero muchas de las personas que le rodean no mostraron sorpresa alguna [por la advertencia de inteligencia sobre el coronavirus], y, lo que es peor, no movieron un dedo para convencerle de la gravedad. Mientras, el sistema mostraba luces rojas parpadeantes", en alusión al informe sobre el 11-S.
Ante esta actitud, cobra sentido que ni la estructura de inteligencia, ni los expertos médicos o los analistas de modelos epidemiológicos y los directores de hospitales de salud pública fueran capaces de interceder en los planeamientos de la Casa Blanca. Como se jactaba un ex asesor de Seguridad Nacional de Henry Kissinger, cuando recibía alguna alerta geoestratégica de primer orden ("me advertiste [del riesgo], pero no me convenciste"), Trump no admite puntos de vista que pueden llegar a hacerle cambiar de opinión, asegura Zenko, en su tribuna de Foreign Policy.
Trump moduló su gestión hacia políticas de tiempos de guerra: emergencia nacional y confiscación de mano de obra
"La cerrazón de la Casa Blanca en mantener un férreo candado sobre su primer diagnóstico del covid-19 está entre las decisiones más costosas de cualquier presidencia moderna de EEUU”, concluye, antes de sentenciar que "Trump estaba inicialmente equivocado y su núcleo duro de asesores promovieron el error con su retórica reincidente y con políticas fallidas durante tiempo demasiado prolongado, incluso hasta la actualidad. Y los americanos pagaremos un precio muy alto por ellos durante décadas".
Lo más paradójico del escenario creado por la Administración Trump en EEUU es que, al mismo, tiempo, el presidente republicano habla en términos de "economía bélica". De que la crisis del coronavirus es un peligro excepcional, de dimensiones globales. Como otros líderes. Xi Jinping fue el primero, por ser China el origen del covid-19, en hablar de "guerra del pueblo" hace dos meses, mientras Emmanuel Macron declaraba, sólo unas semanas después, que Francia estaba "en guerra" con el coronavirus, y en Italia, el primer ministro Giuseppe Conte llamaba al país a "equiparse como si estuviera en economía de guerra".
Trump fue más ególatra y declaró ser un "presidente en tiempos de guerra", aunque casi sin solución de continuidad, aseguraba, para argumentar su rechazo a la hibernación de la mayor economía del mundo, que "EEUU no había sido construido como país -todo un alegato nacionalista- para ser clausurado" por el covid-19 y daba luz verde al programa billonario del Congreso para mantener un cierto pulso de actividad y dar coberturas a la sociedad civil estadounidense: 2 billones de dólares, una cantidad que supera el montante del rescate a la banca y del plan de estímulo fiscal pertrechado por Barack Obama para capear los efectos de la crisis de 2008.
De repente, ante la virulencia de su expansión por EEUU, Trump invocaba la Ley de Producción de Defensa (DPA), aprobada durante la Guerra Fría para priorizar fuentes de suministro fluidos desde sectores estratégicos, para prever materiales sanitarios y clínicos necesarios destinados a luchar contra el covid-19 y a reconstruir los desequilibrios de un frágil sistema sanitario público.
Sin descartar la gran herramienta en tiempos de paz, un New Deal, o la activación de los Works Progress Administration, un elenco de medidas de inmediata activación por las que se pondrían a trabajar un número ingente de los desempleados que han solicitado coberturas de paro en las últimas semanas, y que se han disparado por encima de los tres millones de peticiones semanales. A disposición de las necesidades clínicas e industriales que demanda el combate contra la crisis del coronavirus. Sólo en maquinaria de respiración asistida, EEUU precisará exceder los 50.000 ventiladores terapéuticos que registra la producción anual en todo el planeta.
Porque, para el presidente republicano, cualquier número de fallecimientos en torno a los 100.000 "será una señal inequívoca de buena gestión". Otro síntoma claro de su tardía interpretación correcta de los daños colaterales, la admisión de un número incontrolado de muertes. Al que hay que sumar su doloroso reconocimiento de que, en vez de restaurar la economía al término de la Semana Santa, "EEUU tardará, como poco, entre tres y cuatro meses en abrir su mercado a los negocios".
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