Washington DC
Actualizado:La tormenta reaccionaria de Donald Trump ha electrizado el paisaje político nacional y mundial. A menos de una semana de la cita, el mundo mira con interés inusitado unas elecciones legislativas estadounidenses, las del próximo 6 de noviembre. De ellas saldrá una nueva Cámara de Representantes (435 asientos) y un Senado renovado en una tercera parte (35 plazas). Ambas cámaras tienen hoy mayoría republicana, por lo que un cambio de equilibrios podría frenar la marcha triunfal del presidente.
También se eligen gobernadores en 36 estados y se celebran numerosas elecciones locales y estatales, que permitirán vislumbrar si el Partido Demócrata recupera pulso a dos años vista de las presidenciales o si, por el contrario, el trumpismo acelera la apisonadora.
A días de los comicios, solo hay algo seguro: estas elecciones son extraordinarias por el momento de gran polarización que vive el país. También por el perfil de algunos candidatos demócratas, que podrían perturbar el sueño de los fanáticos de Trump de una USAmérica blanca, tradicional y conservadora.
¿Un gobernador negro en Florida?
El número de gobernadores afroamericanos en la historia de Estados Unidos es escuálido: cuatro. Pinckney Pinchback fue el pionero. Su mandato apenas superó el mes, entre el 9 de diciembre de 1872 y el 13 de enero de 1873, porque cubrió la baja del gobernador Henry Clay Warmoth, que se enfrentaba a un proceso de impeachment.
Pero en términos electorales, solo en dos ocasiones los votantes han elegido a un candidato negro: Deval Patrick, en Massachussets, que ganó en 2006 y 2010, y Douglas Wilder, en Virginia, en 1990.
Andrew Gillum, de 39 años, opta a ser el tercero, y el primero en Florida, un estado de reñidas batallas entre demócratas y republicanos. Las encuestas le dan una pequeña ventaja sobre su oponente. Tal y como señalaba un analista republicano, Gillum, alcalde de Tallahassee desde 2014, "es el Donald Trump de esta elección", quien rompe con el estereotipo de un candidato a gobernador en Florida. Si propuestas más centristas no han logrado abrir una brecha en el dominio republicano durante veinte años, ¿por qué no probar un poco más a la izquierda?
En un momento de polarización tan intensa, los moderados cotizan a la baja, y Gillum representa esa parte del Partido Demócrata que los republicanos señalan como a un lobo socialista (y que el viejo establishment demócrata mira con recelo).
Horas después de que Gillum venciera en las primarias, su rival en esta elección, Ron DeSantis, hizo un comentario en Fox News de connotaciones racistas. En defensa de la continuidad del trabajo hecho por el actual gobernador de Florida, el republicano Rick Scott (que pelea ahora por una plaza en el Senado nacional), DeSantis dijo que "lo último que tenemos que hacer es el mono" (monkey this up, en el original en inglés).
El republicano, defensor incondicional de Donald Trump, ha basado gran parte de su campaña en señalar a Gillum por una investigación que el FBI tiene abierta por corrupción urbanística en su ayuntamiento y por una serie de mensajes que apuntan a que el alcalde habría aceptado diversas prebendas de un promotor inmobiliario que resultó ser un agente encubierto del FBI. Trump, saltándose aquello de que "todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario", hizo una excepción con Andrew Gillum y lo calificó de "ladrón".
En la Florida del candidato demócrata, los agentes de inmigración trabajarían menos, el salario mínimo por hora para los trabajadores sería de 15 dólares, no existiría Stand your ground (la ley de defensa propia que permite a un ciudadano disparar sobre otro cuando se considera que su vida está en riesgo), todo el mundo calificaría para Medicare (cobertura médica a partir de los 65 años), los presos recuperarían su derecho al voto al salir de prisión, las grandes empresas pagarían más impuestos y, de esa forma, subirían los salarios de los profesores. Propuestas susceptibles de encontrar resistencia entre muchos legisladores estatales.
El reto de lograr ser la primera gobernadora negra
De obtener los votos necesarios, Stacey Abrams se sumaría a la lista que aspira a engrosar Andrew Gillum y se convertiría además en la primera gobernadora negra de los Estados Unidos. Pelea por serlo en Georgia. Es decir, en el sur de pasado esclavista y en una región en la que un 32% de la población es afroamericana.
De 44 años, nacida en el estado de Mississippi, y formada en Derecho por la Universidad de Yale, fue una prolífica autora de novelas románticas firmadas con seudónimo antes de entrar en la política. Trabajó primero como abogada para el ayuntamiento de Atlanta, después se ganó su plaza en la Cámara de Representantes de Georgia, donde se convirtió en la líder de la minoría demócrata. Entre sus promesas, el aumento del presupuesto en educación y la expansión de Medicaid (atención sanitaria para gente pobre) para llegar a ofrecer cobertura a medio millón de ciudadanos de su estado.
Para lograr gobernar Georgia, Abrams contará a buen seguro con el apoyo de una mayoría de las mujeres negras del estado. En las elecciones de 2008, que convirtieron a Barack Obama en el primer presidente afroamericano de la historia, ellas conformaron a nivel nacional el grupo demográfico con un mayor porcentaje de participación. En 2016, el 94% de las mujeres negras votó por Hillary Clinton. Una fidelidad histórica como votantes que no se ha correspondido con su representación en cargos políticos a nivel nacional: solo 12 mujeres negras han obtenido algún tipo de cargo ejecutivo en Estados Unidos.
Pero Abrams necesitará mucho más que el voto negro femenino y su rival no se lo ha puesto fácil. La campaña de Georgia ha estado marcada por las polémicas leyes de restricción del voto y las tácticas de su rival, el actual Secretario de Estado, Brian Kemp, para torpedear el acceso a las urnas de parte del electorado (tendente a votar demócrata) en uno de los estados con leyes más restrictivas. Kemp se defiende aludiendo a una estricta aplicación de la ley que dejó en suspenso 53.000 solicitudes de registro para votar, el 70% de ellas de ciudadanos afroamericanos, un mes antes de las elecciones.
Musulmanes en el Capitolio
Apoyar a Israel es casi obligado para las opciones electorales de un candidato estadounidense. Muchas veces pareciera un estado más de la Unión. Sin embargo, después de estas elecciones, la Cámara de Representantes contará con una congresista palestina.
Aunque nació en Detroit, Rashida Tlaib es hija de inmigrantes palestinos y tiene familia en Palestina. Dado que no concurre ningún candidato republicano por el distrito 13 de Michigan, será con seguridad su voz en Washington DC. En 2008 ya logró ser la primera mujer musulmana en servir en el Congreso de Michigan. Para el currículo de Rashida Tlaib queda la ocasión en que fue arrestada hace dos años durante un mitin de Trump al grito de "nuestros hijos merecen algo mejor".
"Gran parte de mi fuerza procede de ser palestina", aseguró Tlaib la noche en que se hizo con la candidatura demócrata, y prometió que "lucharé conra cualquier estructura racista y opresiva que necesite ser desmantelada". Aunque mide con cuidado sus declaraciones sobre Israel y Palestina, no ha dudado en apoyar la idea de un único estado y de calificar de "apartheid" las políticas del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
Ironías de la vida, después de que Trump prohibiera la entrada al país de ciudadanos de varios países de mayoría musulmana y de toda su retórica antimusulmana, además de Rashida Tlaib, otra mujer de esta confesión puede obtener un asiento como congresista en Washington DC. Para más inri, nacida en uno de los países a cuyos ciudadanos Donald Trump prohibió entrar en Estados Unidos: Somalia.
Ilhan Omar, que pasó cuatro años en un campo de refugiados de Kenia, se presenta como candidata demócrata por el distrito 5 de Minnesota. En las primarias defendió precisamente un incremento del número de refugiados admitidos en Estados Unidos (30.000 es el número máximo que la administración Trump está dipuesta a recibir en 2019), así como la cancelación de la deuda estudiantil o la subida del mínimo salarial. Como Tlaib, califica de apartheid al régimen israelí.
Primera candidata transexual
El estado de Vermont, fronterizo con Canadá, podrá presumir de contar con la primera candidata transexual a gobernadora de alguno de los dos grandes partidos. Christine Hallquist es la cara más llamativa del colectivo LGTB en estas elecciones, en el año en el que, quizá como reacción a una administración con tintes homófobos como la de Trump (intentó prohibir el ingreso de transexuales en el ejército y planifica que solo se pueda definir el sexo de la persona en función de sus genitales), se presentan un mayor número de candidatos homosexuales, bisexuales y transexuales.
Lo hacen especialmente en elecciones estatales (Jared Polis, en Colorado, es el primer hombre abiertamente gay que podría acceder a la plaza de gobernador), pero hay ejemplos como el de Sharice Davids, lesbiana y nativa estadounidense, que busca su plaza en la Cámara de Representantes de Washington DC por el distrito 3 de Kansas.
Otras candidatas transexuales se quedaron a las puertas de la nominación en las diferentes primarias del Partido Demócrata, así que Christine Hallquist se queda como única con opciones, aunque las encuestas no le acompañan. Pelea con el actual gobernador, el republicano Phil Scott, y en Vermont no han votado contra un gobernador en activo desde 1962.
Antes de postularse, Hallquist, de 62 años, trabajó durante 12 como directora ejecutiva de una compañía eléctrica de Vermont. Comenzó su cambio de sexo hace tan solo tres años y su hijo grabó todo el proceso para hacer un documental. Favorable como las nuevas voces demócratas de izquierda a la universalización de Medicare y preocupada por el cambio climático, Christine Hallquist verbalizó uno de sus motivos para presentarse, a su vez el de muchos de los nombres que hoy buscan cambiar el paisaje político de Estados Unidos: "Esto es una reacción a 2016". Sarpullidos en el cuerpo de la USAmérica de Trump.
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