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Las mayores protestas desde la masacre de Tiananmen retan al autoritarismo de Xi Jinping

Miles de personas se han manifestado contra la estrategia de 'cero covid' del presidente y han puesto al líder chino ante la disyuntiva de ceder ante las protestas o reprimirlas por la fuerza, como ocurrió en la plaza de Tiananmen hace 33 años.

Manifestantes se concentran y sostienen hojas de papel blancas en protesta por las restricciones 'covid zero', mientras homenajean a las víctimas de un incendio en Urumqi (China)
Manifestantes se concentran y sostienen hojas de papel blancas en protesta por las restricciones 'covid zero', mientras homenajean a las víctimas de un incendio en Urumqi (China). Thomas Peter / Reuters

Son las mayores protestas que vive China desde esa masacre de Tiananmen, en el Pekín de 1989, cuando miles de personas fueron asesinadas por el Ejército para cortar de raíz la demanda de aperturismo democrático. La rebelión ciudadana de estos días en Pekín y otras urbes chinas exige el fin de los confinamientos masivos impuestos a millones de personas para atajar la pandemia y podría ser la llama que prenda el polvorín en el que se ha convertido la China de Xi Jinping, dominada por la represión y una crisis económica también sin precedentes.

Si bien la protesta social de momento no amenaza el poder monolítico de Xi, que ha visto fortalecidos sus mecanismos de sometimiento y control social gracias a la pandemia, sí podría poner en jaque a su cuestionada estrategia sanitaria, basada en el confinamiento, las larguísimas cuarentenas y las pruebas médicas masivas y reiteradas.

En algunas de las protestas, que se dispararon este pasado fin de semana, los manifestantes han reclamado incluso la dimisión del propio presidente, con consignas también contra el todopoderoso Partido Comunista Chino y a favor de las libertades democráticas. Durante tres años, los chinos han visto restringidos sus movimientos al mínimo, con un orwelliano control social que también ha perseguido la libertad de expresión como pocas veces se había sufrido en la historia reciente del país.

La vigilancia virtual de la población por parte del poder tiene su contrapeso en la mayor capacidad de comunicación gracias, sobre todo para la juventud en las redes y al margen de la legalidad oficial. Las imágenes de las protestas de este fin de semana pasado se empezaron a propagar con gran celeridad antes de que la censura tuviese tiempo de poner en marcha su maquinaria de censura.

"La revolución de las hojas en blanco"

Algunos hablan ya de la "revolución de las hojas en blanco", por los folios que muestran muchos manifestantes para protestar contra la represión de la libertad de expresión y para subrayar la vacuidad de las políticas de Xi Jinping. Desde el levantamiento prodemocrático de 1989 las principales protestas contra la autocracia china se habían producido en Hong Kong, pero ésta es la primera vez que tienen lugar con esta amplitud en la China continental y directamente contra el jefe del Estado. El hartazgo de la población china ante la estrategia de Xi Jinping es tal que son muchos los que temen más a las restricciones que al propio covid. El desabastecimiento de alimentos y bienes básicos, las carencias sanitarias y el desempleo masivo explican ese temor.

Urumqi, la chispa que encendió las protestas

La chispa de las protestas saltó en la ciudad de Urumqi, en el noroeste de China. Un incendio declarado en unos apartamentos causó el jueves pasado al menos diez muertos, después de que los camiones de bomberos no pudieran acceder a tiempo a la zona del siniestro. Las barreras físicas levantadas para impedir que los residentes en la zona evadieran el confinamiento se convirtieron en una trampa mortal.

Urumqi es la capital de la región de Xinjiang, patria de la minoría étnica uigur, que mantiene un pulso con Pekín desde hace décadas con la demanda de mayores libertades e incluso con corrientes independentistas que en el pasado protagonizaron reivindicaciones violentas. La pandemia sirvió de excusa al Gobierno chino para apretar el puño en el Xinjiang y tratar de domeñar, si cabe más, a su población. Amnistía Internacional y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos han denunciado las violaciones de los derechos fundamentales en Xinjiang, donde proliferan los campos de internamiento, las torturas en centros de detención y las deportaciones masivas.

La llamarada de Urumqi se expandió este pasado fin de semana a otras ciudades, como Pekín, Xian, Nankín, Chengdu, Wuhan, Guangzhou, Hong Kong o Shanghái, que ya en estos tres años habían padecido las estrictas medidas de confinamiento durante meses. En Shanghái, los manifestantes se reunieron en la calle Urumqi de esta megaurbe, como símbolo del homenaje que rindieron a los muertos en el citado incendio y al tiempo para exigir la salida de Xi del poder.

Rebelión en las fábricas de iphones

En Shanghái, donde es especialmente intenso el rechazo a los confinamientos domiciliarios (alguno de ellos de más de dos meses de duración), la policía china detuvo y agredió este domingo al corresponsal de la BBC Ed Lawrence. La BBC indicó que Lawrence "fue golpeado y pateado por la policía", y detenido durante varias horas, a pesar de que "estaba trabajando con una acreditación de periodista".

En China los periodistas extranjeros están muy identificados y controlados

El Gobierno chino señaló que Lawrence no mostró sus credenciales de reportero y que fue apartado del lugar de las protestas como otras personas. Parece difícil de creer esta justificación cuando en China los periodistas extranjeros están muy identificados y controlados por las autoridades locales.

La semana pasada las protestas arreciaron con una especial virulencia en Zhengzhou, en concreto en la macrofábrica que la compañía Apple produce sus iphones. Ante el aumento de los casos de coronavirus, las autoridades habían decidido confinar buena parte de esa ciudad y las protestas se desataron. La macrofábrica de Zhengzhou alberga a más de 200.000 trabajadores que producen un 70% de los teléfonos móviles que vende Apple.

Son muchas las fábricas en toda China que han impuesto el encierro de sus trabajadores para garantizar la producción en medio de la pandemia. Los operarios no pueden abandonar su lugar de trabajo y permanecen prácticamente prisioneros en las fábricas, sin poder ver a sus familias, durmiendo en barracones, con baños comunales y condiciones más parecidas a las de un campo de concentración, con escasez de alimentos y condiciones higiénicas nefastas.

Zhengzhou ya vio uno de estos confinamientos salvajes en la planta de producción de teléfonos móviles de la firma taiwanesa Foxconn. Ahora, estos trabajadores también se han rebelado y han protagonizado violentos altercados para escapar de su encierro forzoso y de las condiciones de auténtica esclavitud derivada de la política cero covid de Xi.

La economía china, muy dañada por los confinamientos

El aislacionismo con el que Xi Jinping ha querido vencer al coronavirus ha puesto a la economía china contra las cuerdas y asfixiado las perspectivas de crecimiento del país asiático, hoy día muy lejos de ese 5,5% de incremento del PIB previsto por Pekín para 2022. La crisis inmobiliaria que afecta a millones de personas, la sequía y la alta inflación derivada de la carestía de los combustibles por la guerra de Ucrania han terminado por dibujar la "tormenta perfecta" para el líder chino. Xi ve cuestionada incluso su propia legitimidad en el poder, tras prolongar a un tercer término su mandato y erradicar cualquier corriente de disensión en la cúpula dirigente china.

La celebración del XX Congreso del Partido Comunista Chino, que en octubre pasado entronizó durante otros cinco años a Xi, había despertado la expectativa de que el presidente anunciaría el fin de los confinamientos y el levantamiento de las draconianas medidas de control sanitario. Pero el autoritarismo de Xi, quien llegó a la presidencia china en marzo de 2013 y puso fin al ligero aperturismo de las décadas precedentes, precisa de un férreo control social, el mismo que se ha visto favorecido por sus campañas de confinamiento.

Las carencias sanitarias, en evidencia por la pandemia

La falta de vacunas eficaces y la mala sanidad del país llevaron a Xi a basar la lucha contra el virus en la fuerza del confinamiento, que si bien ha tenido cierto éxito a la hora de evitar un elevado número de muertes (al menos oficialmente) ha dejado al país a merced de las variantes de la enfermedad que puedan tener mayor capacidad de infección, especialmente entre la población de más edad que sigue sin vacunar. A nivel de la calle, la gente cuestiona abiertamente esas medidas.

Las imágenes de los estadios de fútbol en el Mundial del Catar han causado una notable consternación

Mientras los chinos son obligados a hacerse pruebas de PCR para cualquier desplazamiento e incluso para acceder a numerosos lugares públicos, además de llevar las mascarillas puestas casi en todo momento fuera de sus hogares, por internet pueden comprobar que el resto del planeta ha aprendido a convivir con la enfermedad. Las imágenes de los estadios de fútbol en el Mundial del Catar han causado una notable consternación al mostrar a multitudes de espectadores sin mascarillas y aparentemente despreocupados por el virus. Muchos chinos se preguntan si las imágenes no corresponderán a otro planeta.

Mientras las protestas se extienden, crece la incertidumbre sobre los pasos que dará Xi para atajar la inestabilidad social. Existe el temor de que el líder chino pueda verse tentado a dar un salto sin red y desviar la atención agravando el conflicto con Estados Unidos en torno a Taiwán. El riesgo de un choque en torno a la isla que China reclama como parte de su territorio es muy grande y así lo ponen de manifiesto las numerosas maniobras militares en el Mar de China y el Pacífico Occidental.

No parece que vaya a ser ese el camino que tome Xi. El despliegue masivo este lunes de policías en las ciudades donde se están produciendo las protestas apunta a que la represión interna será el rumbo más probable que tome el politburó chino, además de un mayor cibercontrol. Este paso, sin embargo, será muy costoso a la larga para Xi Jinping y podría sentar las bases de una inestabilidad crónica creciente que puede acabar minando los fundamentos del propio régimen comunista.

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