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El pasado domingo el informativo de la noche del Canal 12 hebreo reveló que el oligarca ruso Roman Abramovich se encontraba en ese momento a bordo de su avión privado, que unos momentos antes había despegado de Tel Aviv con destino a Estambul. Abramovich, que había llegado a Israel solo unas horas antes, poco después de aterrizar en Estambul puso rumbo a Moscú completando de alguna manera el enésimo círculo de su vida.
El dueño del Chelsea, entre otras muchas cosas, incluidos sus gigantescos negocios de petróleo y minerales, no solo tiene nacionalidad rusa sino también israelí. Su condición de judío, unido a las multimillonarias donaciones que realiza continuamente a causas israelíes y judías, le han permitido acceder a esta nacionalidad. Tiene un tercer pasaporte portugués que podría haber sido obtenido de manera fraudulenta a través de un rabino detenido hace solo unos días en Oporto.
Por qué realizó una última estancia en Israel antes de viajar a Moscú vía Estambul es una pregunta sin respuesta. Por qué no se quedó en Israel esperando a que amaine la tempestad es otra pregunta sin respuesta. Algunos medios señalan que los oligarcas judíos se han convertido de la noche a la mañana en "tóxicos" para Israel y Rusia, después de convertirse en objetivo de las sanciones de Estados Unidos, Canadá y Europa.
Los movimientos del avión de Abramovich y de otros oligarcas rusos se conocen gracias al estudiante americano Jack Sweeney, de 19 años, quien se entretiene publicando esos datos de navegación, que no son pocos y que muestran la intensa actividad viajera de los oligarcas en las últimas semanas, siendo su preferido Ben Gurion, el aeropuerto de Tel Aviv.
El racional de Washington y los europeos para sancionar a los oligarcas consiste en que Abramovich y sus colegas se han hecho multimillonarios ilegalmente gracias al cobijo del presidente Vladimir Putin y les acusan de estar financiando el conflicto de Ucrania. Los mandatarios occidentales podían haber actuado antes, pero solo la guerra los ha avivado repentinamente.
A diferencia de los países occidentales, Israel ha evitado sancionar a los oligarcas. Es más, al poco de comenzar la guerra, una gran lista de próceres israelíes, que incluía hombres de negocios, políticos, profesores, abogados y rabinos, escribió una conmovedora carta pidiendo a Occidente que no sancionara a Abramovich argumentando que hace donaciones a causas judías. La última donación, solo unos días después del inicio de la guerra, fue para el Museo del Holocausto de Jerusalén, aunque la lista de entidades judías a las que Abramovich dona es muy larga.
Aunque las propiedades y el capital que los oligarcas castigados en Occidente tienen en Israel son muy cuantiosos, el gobierno de Naftalí Bennett no ha adoptado ninguna sanción. En una entrevista con el Canal 12 el viernes pasado, la subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, instó a Israel a que adopte sin demora medidas de castigo y control contra los oligarcas que han convertido a Israel en un santuario, incluidas las sospechas de lavado de "dinero sucio" a gran escala, pero el ejecutivo de Bennett sigue sin darse por aludido.
La semana pasada los medios hebreos difundieron informaciones que indicaban que en solo diez días se había registrado la entrada de por lo menos 14 aviones de oligarcas procedentes de Moscú. No se sabe quién iba dentro de los aviones pero la cifra parecía alarmante. Desde entonces no ha habido una actualización del número de vuelos desde Moscú pero no sería de extrañar que el movimiento de naves haya continuado al mismo ritmo.
Según medios locales, los oligarcas que han viajado a Tel Aviv son en su mayor parte judíos y quieren aprovechar su doble nacionalidad para eludir las sanciones de Occidente. La actitud del gobierno israelí está siendo de colaboración con esos oligarcas y para ello ignora las demandas de Washington para controlar sus fortunas y sus sospechosas actividades en general.
Nadie sabe cuántos oligarcas hay en Israel a día de hoy, y ni mucho menos nadie sabe cuáles son sus propiedades debido a que habitualmente sus negocios se registran por medio de compañías pantalla o particulares con los que se evita conocer al verdadero propietario, algo que también ocurre en Occidente. Pero aunque nadie conoce esos datos, los medios hebreos señalan que se trata de fortunas colosales, invertidas en arte o edificios que figuran a nombre de terceras personas dentro de confusas madejas imposibles de desenredar.
La anexión de la península de Crimea a Rusia en 2014 fue seguida por una cadena de solicitudes de nacionalidad israelí por parte de oligarcas judíos. Entre los beneficios que obtienen figura el de acogerse a una ley según la cual los nuevos inmigrantes no tienen que pagar impuestos durante diez años, una cuestión que según los economistas permite el lavado de dinero negro con facilidad. Muchos de ellos poseen grandes mansiones y toda clase de negocios en Israel.
Otro multimillonario ruso-israelí, Leonid Nevzlin, que en este caso no comulga con las políticas de Putin y su elite financiera, sostiene que Abramovich, que obtuvo la nacionalidad israelí en 2018, y otros oligarcas, "se han convertido en filántropos judíos, digamos que no desde el fondo de sus corazones sino para obtener protección en todo el mundo. Parece que están usando sus donaciones para ser influyentes aquí y en el extranjero".
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