Es difícil llevar la cuenta de cuántos presidentes ha tenido Perú en los últimos años. Es también complicado entender por qué muchos de ellos han acabado procesados o fugados. Da la sensación de que nadie puede gobernar un país tan inestable. A Pedro Castillo, el maestro rural que ganó inesperadamente las elecciones en 2021 y que hoy duerme en prisión fruto de un acto desesperado, no se le dio ni un día de gracia. Su gestión, plagada de errores, disputas internas y corruptelas, fue sometida durante 16 meses a lo que bien podría calificarse como un golpe a fuego lento, cocinado por las mismas fuerzas que han hecho de Perú el país de la ingobernabilidad perpetua.
A rey muerto, rey puesto. Así camina Perú. A Pedro Pablo Kuczynski, que llegó al poder en 2016, le sucedió Martín Vizcarra. A este Manuel Merino. Y antes de la presidencia de Castillo gobernó un rato un tal Francisco Sagasti. Desde el jueves, la inquilina del Palacio de Gobierno es Dina Boluarte, una abogada de 60 años que fue ministra de Desarrollo e Inclusión Social y vicepresidenta en el gobierno de Castillo. El sábado tomó juramento a los ministros de su gabinete, un equipo de tecnócratas que estará sometido al imperio de los amantes de la cocina a fuego lento. Mientras, el conflicto social se extiende por el país, con cortes de carreteras y marchas en las que se reclama la disolución del Congreso y la convocatoria urgente de elecciones.
La enésima crisis de Perú estalló el jueves pasado. El mandatario debía acudir al Congreso ese día para someterse a una moción de censura (la tercera durante su mandato) planteada por la ultraderecha y la derecha parlamentarias. La oposición estaba cerca de lograr los dos tercios necesarios para destituirlo ni más ni menos que por "incapacidad moral permanente". Se da la circunstancia de que el presidente del Congreso, José Williams, tercera autoridad el Estado, es un general retirado acusado de graves violaciones de derechos humanos y miembro de la formación ultraderechista Avanza País. Pero, por lo visto, su capacidad moral no está en entredicho.
En algún momento de la mañana del jueves, a Castillo se le cruzaron los cables y decidió, por voluntad propia o aconsejado por sus colaboradores más cercanos, no acudir al Congreso sino disolverlo y, con ello, proceder a su suicidio político. El mandatario no estaba facultado para ese cierre. El artículo 134 de la Constitución peruana establece que el presidente de la República solo puede disolver el Congreso si este ha censurado o negado su confianza a dos consejos de ministros, una condición que no se cumplía. Como le temblequeaban las manos al leer sus papeles ante la televisión, surgieron versiones de todo tipo. Hay hasta quien sospecha, como el expremier Guido Bellido, que pudieron haber drogado a Castillo. El exmandatario le habría dicho a su expremier, ya en prisión, que no recordaba siquiera haber leído el discurso.
El contragolpe
Para Héctor Béjar, efímero canciller de uno de los cinco gabinetes de Castillo, más que un golpe de Estado de Castillo, lo que ocurrió el jueves en Lima fue un golpe contra Castillo: "Él nunca fue aceptado porque Perú está gobernado por una casta alimentada por los bancos y las empresas mineras que usa los medios de comunicación como arma de combate. Ganó las elecciones de manera ajustada (derrotó a la derechista Keiko Fujimori en segunda vuelta) y su triunfo no fue aceptado. Esa casta logró finalmente lo que quería. Aunque en Perú es mejor no hacer profecías, una alternativa es que la derecha tome el control total de la situación. Habían perdido solamente el Ejecutivo, pero es la puerta para el presupuesto y las inversiones mineras, y eso es muy importante para ellos".
En la ecuación de lo que ha sucedido en Perú hay dos variables que, según Béjar, son esenciales para no perder el hilo de los acontecimientos: "racismo y negocios". Para este veterano escritor y diplomático peruano, que fue un actor político relevante durante el gobierno del militar progresista Jesús Velasco Alvarado en los años 70, Castillo ha sido presa de esa casta que dirige los negocios y la vida política en Perú y que nunca soportó que un hombre de provincias llegara a la presidencia: "Ha pagado su ingenuidad y su desconocimiento de los códigos de la clase alta limeña y de las élites políticas y económicas. Quiso acercarse a la derecha y olvidó a la izquierda", comenta Béjar en conversación telefónica desde Lima.
El ya exmandatario ganó las elecciones al frente de un pequeño partido marxista-leninista, Perú Libre, cuyo líder e ideólogo, Vladimir Cerrón, estaba inhabilitado por la justicia para ser candidato. De forma inopinada, el maestro rural de 53 años en cuyo currículum político solo figuraba hasta ese momento su participación en huelgas magisteriales, se hizo con el primer puesto en primera vuelta (19% de los votos) y batió a Keiko Fujimori después gracias al rechazo que despierta la hija del dictador Alberto Fujimori entre buena parte de la población peruana. Paradójicamente, Castillo puede pasar a la historia en el mismo capítulo que Fujimori, autores ambos de un autogolpe. Las diferencias son, sin embargo, abismales. El Chino preparó el suyo concienzudamente en abril de 1992 y contó con el apoyo de las Fuerzas Armadas. El de Castillo, por contra, parece haber sido ideado por un bufón de palacio. Es, en todo caso, el golpe más raro de la historia, con un solo participante, si tenemos en cuenta que el círculo que rodeaba al expresidente se ha desentendido ahora de su decisión. Un golpe sin el concurso de institución armada alguna y que si fracasó no fue por los sólidos resortes de la democracia peruana, como pomposamente han tratado de instalar los grandes medios de comunicación del país andino, sino por la propia naturaleza cantinflesca del pronunciamiento.
"Fue como un chiste", tercia Béjar, para quien el golpe de Estado se lo dieron a Castillo en las narices. "Fue un golpe muy inteligente, una nueva modalidad. Ahora todos sabemos en América Latina que si antes nos perseguían con el Ejército y la policía, ahora lo hacen con fiscales. Lo nuevo en Perú es complementar eso con operativos especiales. Lo que se presenta como un intento de golpe fallido de Castillo es, en realidad, un golpe contra él. Es evidente. Basta analizarlo. La señora (Dina Boluarte) tenía su vestido y su discurso preparados para la juramentación. Días antes, la comisión de fiscalización del Congreso le había limpiado de todos sus cargos (por presuntas irregularidades administrativas)".
El sociólogo Sinesio López también cree que el golpe se lo dieron a Castillo. En una entrevista radiofónica, López calificó la decisión del dirigente de izquierdas de disolver el Congreso como "un acto de desesperación" ante las continuas presiones del Congreso. A Castillo no le autorizaban ni siquiera a viajar al extranjero para representar al país. "Hay un golpe que fracasó, el de Castillo, y otro que sí triunfó, el del Congreso (…) No es que triunfó la democracia -razona López-. El de Castillo no tenía viabilidad. El otro sí. Castillo se desesperó e hizo un acto de locura quizás pensando que podía tener el respaldo de la fuerza armada que nunca tuvo".
El analista político Julio Schiappa, sin embargo, no cree que el Congreso diera golpe alguno. "El Congreso no contaba con los votos suficientes (para la destitución del presidente). Le faltaban entre ocho y once votos (para llegar a los 87, los dos tercios necesarios). Podían suspenderlo por obstrucción de la justicia, pero eso era muy cuestionable desde el punto de vista constitucional. Con su acto fallido, un error político grave, Castillo genera una situación que da motivo a su destitución aplicando la Constitución (fue depuesto con 101 votos a favor, seis en contra y diez abstenciones)", explica Schiappa por teléfono desde Lima.
El principal problema en Perú ahora es, en opinión de Schiappa, la inseguridad que ha provocado la caída de Castillo: "Hay una protesta social creciente en varios lugares del país, como Cuzco. Es una reacción por la falta de explicaciones sobre lo que ha pasado. Los actos fallidos tienen a veces un rol determinante y este es un caso bien claro. Castillo aceptó una decisión de sus asesores por falta de experiencia y terminó metiéndose en un tremendo problema constitucional".
El maestro rural prometió gobernar para las clases populares que le auparon al poder, esos millones de peruanos que viven inmersos en la pobreza o la precariedad laboral. Su inexperiencia y falta de liderazgo lo llevaron a buscar el beneplácito de una derecha que, en realidad, se conjuraba cada día contra él, y a alejarse progresivamente de los sectores de izquierda. Al mismo tiempo -señala Schiappa-, se fue rodeando de varias camarillas: gente de su gremio y empresarios chotanos (de la provincia de Chota, en el departamento de Cajamarca, de la que proviene Castillo). Unos círculos con poder en la sombra entre los que abundaron las corruptelas. Según la fiscalía general de la nación, el propio presidente estaría involucrado en algunos de esos casos de corrupción.
Un gabinete gris
La sucesora de Castillo, Dina Boluarte (la primera mujer al frente de un gobierno en Perú), prometió un gobierno de unidad nacional para apaciguar los ánimos. Los ministros que juraron sus cargos el sábado conforman, antes que otra cosa, un equipo de tecnócratas que tendrá que lidiar con una fuerte contestación en la calle por parte de los seguidores de Castillo (muchos de ellos ven a Boluarte como una traidora) y con la espada de Damocles de un Congreso todopoderoso. Schiappa confía en que Boluarte pueda manejar la situación de transitoriedad hasta la celebración de unas elecciones en el plazo aproximado de un año: "Es una persona sumamente honrada, carismática y hábil, pero con poca experiencia política". Sin embargo, su gabinete es, a su juicio, "bastante tecnocrático y gris". El nuevo primer ministro, Pedro Angulo, es un abogado progresista, "pero no una figura destacada de la izquierda". Para el sociólogo Sinesio López, Boluarte y su gobierno están prisioneros de un Congreso que sigue controlando los hilos del poder.
Mientras la calle arde en reclamo de una asamblea constituyente y en palacio se ha volcado de nuevo el reloj de arena que contará el tiempo del nuevo gobierno, Aníbal Torres, expremier y hombre de confianza de Castillo, anunciaba el sábado su paso "a la clandestinidad" después de que la fiscalía lo acusara de rebelión. Es el penúltimo capítulo de un sainete político que acumula ya numerosas temporadas en Perú bajo un mismo argumento: la ingobernabilidad perpetua considerada como una de las bellas artes.
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