MADRID
Actualizado:Cerca de 400.000 personas rohinyá han huido de Birmania en apenas dos semanas. Tratan de refugiarse en, principalmente, la vecina Bangladesh de la enésima ola de violencia desatada en territorio birmano contra su comunidad y que los ha colocado en una situación límite.
Los rohinyás viven en "condiciones deplorables por la discriminación sistemática que sufren", denuncia Amnistía Internacional. Están prácticamente segregados del resto de la población y su única salida es huir y vivir en condiciones igual de lamentables en el exilio tras arriesgar sus vidas en el camino. Diferentes voces no dudan en calificarlos como "el pueblo musulmán más perseguido del mundo".
La última oleada migratoria llega tras una contraofensiva del Ejército birmano a un ataque del Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA), un grupo rebelde de origen rohinyá, contra retenes de las fuerzas de seguridad el pasado 25 de agosto. La represión militar ha llegado a tal punto que el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Raad al Husein, ha llegado a denunciar que en Birmania se está llevando a cabo una "limpieza étnica de manual".
¿Quiénes son?
Los rohinyás son una minoría predominantemente musulmana de 1,1 millones de personas que viven sobre todo en el estado de Rajine, situado en el oeste de Birmania, fronterizo con Bangladesh. Viven en Birmania desde el siglo VIII, cuando los comerciantes musulmanes se asentaron en el oeste de Burma. A pesar de ello, no son reconocidos por el gobierno birmano como uno de los 135 grupos étnicos oficiales del país.
Discriminación por ley
Las autoridades birmanas insisten en que todos los rohinyás son inmigrantes ilegales procedentes de Bangladesh y se niega a reconocerlos como ciudadanos, lo que en la práctica los convierte en apátridas, denuncia Amnistía. La Ley de Ciudadanía de 1982, que según la ONG Human Rights Watch resulta clave para la persecución de este pueblo, los dejó sin nacionalidad, sin patria ni bandera. Tienen un acceso limitado a la asistencia médica, la educación o el empleo. Todo ello sometido a férreas restricciones por parte del Estado, que ni siquiera los deja circular libremente ni practicar su religión. Por si fuera poco, las autoridades tienen derecho a visitar e investigar sus hogares sin previo aviso ni permisos mediante, lo que en la práctica se ha convertido en un pretexto para violaciones, abusos y extorsiones.
Una historia de violencia
La historia de violencia y desavenencias entre distintas comunidades en el oeste de Birmania se remonta siglos atrás. Durante el periodo colonial, los británicos aplicaron la máxima del “divide y vencerás”, enfrentando a los rohinyá contra el resto de la población budista de la colonia. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, los rohinyá apelaron a una infructuosa unión con Pakistán. Tras ello crearon un movimiento armado que buscaba desestabilizar al gobierno central y alcanzar la independencia o al menos una mayor autonomía junto al respeto de sus creencias y tradiciones.
El golpe de Estado perpetrado por el General Ne Win en 1962 acentuó las políticas segregadoras a la par que daba un nuevo impulso a la lucha armada del gobierno central. Durante la Guerra de Independencia de Bangladesh (1971-1973) cientos de miles de bengalíes se establecieron en la región de Rajine. Durante la década de los ochenta, mediante la expulsión de sus tierras y la exclusión comercial, religiosa, política y administrativa tuvieron lugar sucesivas oleadas migratorias hacia Bangladesh, país donde los rohinyá no son bienvenidos y donde ya sobrevivían antes de la actual oleada migratoria unos 300.000 refugiados.
Pueblos sin musulmanes
En los últimos 30 años, los rohinyá han abandonado progresivamente la lucha armada y han buscado una solución política al conflicto, sobre todo a través de foros internacionales. Reclaman que se les permita vivir en Rajine, obtener la ciudadanía birmana y un cierto grado de autonomía, donde el respeto a sus creencias religiosas esté reconocido. Uno de los métodos del régimen oficial para ejercer presión sobre ellos ha sido agitar los miedos de la mayoría budista de la región.
La xenofobia y el discurso del odio contra la minoría musulmana acabó en episodios de violencia sectaria en 2012. Grupos de budistas enfurecidos y liderados por el polémico monje Ashin Wirathu provocaron cientos de muertos y unos 140.000 desplazados internos. El gobierno no tomó medidas para proteger a los que considera meros inmigrantes ilegales.
Crímenes de lesa humanidad
En octubre de 2016, tras unos ataques mortales cometidos por rohinyás, el Ejército birmano inició una represión militar contra toda la comunidad, sin distinguir milicianos de población civil. Amnistía Internacional ha documentado una gran cantidad de violaciones de derechos humanos: homicidios ilegítimos, detenciones arbitrarias, violaciones y agresiones sexuales a mujeres y niñas y el incendio de más de 1.200 edificios, incluidas escuelas y mezquitas. La ONG considera que estos hechos podían constituir crímenes de lesa humanidad.
A merced de la ayuda internacional
El estado de Rajine sigue siendo uno de los menos desarrollados de Birmania. Alrededor del 43% de la población vive bajo el umbral de pobreza. Según Amnistía Internacional, entre sus condiciones de vida se cuenta el hacinamiento en “campos de refugiados” o guetos que los rohinyá no están autorizados a abandonar. También hay restricciones sobre el número de hijos, obligación a “colaborar” como trabajadores forzosos y constantes desplazamientos para evitar los enfrentamientos entre las comunidades budista y musulmana. Los rohinyá han quedado sumidos en la pobreza y a merced de una ayuda internacional que el gobierno birmano deja pasar con cuentagotas.
Una trampa mortal
Las precarias condiciones de vida ha llevado a un aumento de la inmigración ilegal, especialmente hacia Bangladesh, donde viven en campamentos pequeños e improvisados, aunque también han puesto rumbo a Tailandia, Malasia, Indonesia e incluso Nepal. Ante la inminente llegada masiva de nuevos refugiados, el gobierno de Bangladesh ha activado un plan criticado por organizaciones humanitarias.
Las autoridades bangladesíes pretender reubicar a los rohinyá en una trampa mortal: en una isla deshabitada e inestable llamada Thengar Char, que se encuentra a dos horas en barco del asentamiento más cercano y donde no hay edificios, antenas de teléfono ni ninguna otra clase de infraestructura. El territorio, además, suele estar amenazado por piratas.
La isla ni siquiera existía hace unos años. Surgió de los sedimentos de la costa de Bangladesh. Es, además, una zona muy vulnerable a los ciclones, según expertos consultados por Reuters. Algunas islas cercanas tiene una amplitud de marea ─la diferencia vertical entre la marea alta y la marea baja─ de seis metros, lo que significa que un fuerte ciclón durante un periodo de marea alta podría dejar la isla completamente sumergida.
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