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Actualizado:El rock psicodélico californiano tuvo elementos gallegos, y concretamente de las Mariñas coruñesas. El fundador de Grateful Dead, Jerry García, era hijo de un sadense y el artista que creó la potente imaginería gráfica de ese movimiento cultural, Víctor Moscoso, es natural de Oleiros.
Moscoso Cosmos: El universo visual de Víctor Moscoso llevó a Galicia una amplia selección del trabajo de uno de los diseñadores gráficos más originales e influyentes del siglo pasado y la mayor exposición retrospectiva del autor hasta hoy. En ella también se recogen los catorce números de la revista underground Zap Comix, editada a lo largo de cuarenta años con artistas como Robert Crumbo y Rick Griffin, junto con carteles, cubiertas de discos, cómics e ilustraciones con su sello personal.
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La biografía de Víctor Moscoso da para una novela. Nació en Oleiros (A Coruña) el 28 de julio de 1936, justo diez días después del golpe de Estado militar que dio comienzo a la larga noche de la dictadura. Pocas fechas provocan una sensación tan inquietante, infestada de un hiriente sentimiento de pesar; un dolor que parece brotar aún en el tiempo. La familia viaja poco después a los Estados Unidos, cuando el artista tenía apenas tres años y medio de edad. Víctor Moscoso es hijo de la diáspora gallega del 36.
En Galicia tenemos una contraimagen que conjura la dramática hendidura que representa el enfermo tatuaje del 36. Hace falta poner esa cifra (repleta de luto) reflejada en el espejo de la esperanza. Hacia el 63 tiene lugar una revolución entre nosotros y también en el resto del mundo. Nace el Laboratorio de Formas por iniciativa de Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane, la Editorial Galaxia… Surgen en ese tiempo aventuras de resistencia también por el mundo adelante. Los años sesenta son tiempos de libertad. La maravilla viva de la solidaridad humana donde los sueños figuran tomar cuerpo enseguida. Un mensaje de felicidad recorre luego el mundo entero en la búsqueda de un reencuentro abierto con la naturaleza.
En este paisaje cultural y social es donde va a desarrollar su propuesta Víctor Moscoso, después de los estudios de formación y múltiples trabajos de supervivencia. Fue discípulo del gran artista Josef Albers, teórico de la interacción del color y creador de una singular jornada de "homenaje al cuadrado". Tal vez el viaje del color, el vaivén cromático, los efectos dinámicos vinculados a los litigios fronterizos de las gamas de color contrastado fue lo que aprendió de Albers, reconocido artista de la Bauhaus que llegaría a los Estados Unidos huyendo del nazismo.
Victor Moscoso tuvo una intensa actividad en la primera línea del movimiento contracultural de los años sesenta en los EUA. Marchó hacia California detrás de la huella de Kerouac por la costa Oeste. Hizo su camino iniciático hasta las orillas. Fue el gran maestro de la iconografía psicodélica en el campo musical, creador de una larga hilera de pósters que representan el mejor diseño gráfico de la época. La era de los años sesenta con su resonar aún vibrante infestado de un poso de la rebeldía beat. La inconfundible firma Moscoso aparece en míticos posters de grupos como The Doors, The Who, Grateful Dead... O Janis Joplin. Hizo asimismo el cartel de algunos de los grandes recitales colectivos del movimiento integrado por poetas como Gregory Corso o Allen Ginsberg, quien lanzó una retahíla con su memorable grito: "¡Howl!".
Viene después su decisiva aportación al cómic underground, junto al gran referente Robert Crumb. Amigo de R. Crumb, con quien iba a hacer la revuelta del cómic a través de revistas como Zap. El dibujante de origen gallego trabaja con sorprendente originalidad, tiene un dibujo vivo y provocador, una radicalidad inédita aboya en esas ágiles viñetas. En los cómics va a hacer una parodia de conocidos personajes de los dibujos animados de la factoría Disney. Traduciendo los populares personajes a unos grafismos dinámicos hechos con una magistral espontaneidad e irreverencia. Una metamorfosis transgresora donde el dibujo es una herramienta precisa que habla de formas libres en un vibrante vitalismo organicista de llamativa calidad artística.
Víctor Moscoso tiene hoy 85 años y vive en San Francisco. Pocos conocen este dato: un niño gallego transterrado a los EUA iba a ser en su juventud el creador de la iconografía psicodélica en los carteles de los recitales de la nueva música en los sesenta con una ornamentación fascinante que sumergió a toda una generación en el ideario visual de la época. Hechizo visual (polícromo magma multiforme), reverberación de colores en ritmos cósmicos en el entrelazo cinético de los cuerpos.
Oleadas de felicidad a la búsqueda de nuevas sensaciones perceptivas. Erotismo sugestivo en un tejido ornamental amontonado. Un océano de felicidad en las reverberaciones de una utopía comunitaria. La hermandad de los seres humanos en una coexistencia pacífica integrada con la naturaleza. El fondo iconográfico de aquella revolución cultural tuvo en Víctor Moscoso uno de los mayores protagonistas.
Llegó incluso crear una tipografía propia (hecha toda de curvas) que expresa el espíritu de la época. Contemplamos cientos de veces aquella seductora producción gráfica, pero desconociendo el origen de su autor. Los dibujos satíricos de un cómic vertiginoso en los setenta, estilizado a relámpagos e infestado de energía visual. Hay un resonar del simbolismo y del ritmo recurrente del entrelazo, actualizado hacia un programa estético a la búsqueda de la ampliación de la conciencia. Inestabilidad óptica en un enfrentamiento de colores imposibles. Cortocircuito en el ojo asediado por la guerra de colores complementarios. La mirada parece no ser capaz de captar la simultaneidad óptica llena de registros antagónicos, pero deja luego una armónica sensación de paz, de placentero sueño sereno, como si hubiéramos descubierto capas desconocidas de la conciencia hasta un nirvana de colores oníricos.
Baudelaire situaba en el hipnótico remolino del caleidoscopio (baile combinatorio de los vidrios quebrados) el emblema de la modernidad fluida. Transparencia seductora de una luz multiforme al girar. Aldous Huxley abría las "puertas de la percepción" a nuevas experiencias a través del destello al ojo, el hechizo de los ritmos visuales y brillos de unos materiales fascinantes.
La propuesta de Moscoso nace de un buen oficio, conocimiento de las técnicas gráficas, un buen saber artesanal. Lenguaje depuradao de las formas que proponen un viaje, un singular trip óptico, un loop visual donde la magia para el ojo es el eje de un itinerario hacia campos alejados de la conciencia, paraísos escondidos dentro de nosotros mismos. Henri Michaux ha expresado con lucidez estas experiencias visuales donde la dimensión óptica y háptica desaparecen en la realidad del sueño.
Moscoso es un dotado generador de trabajos gráficos, un dibujante creador de alguno de los carteles legendarios de aquella poética próxima a la sensibilidad hippie. Colaboró con las mejores revistas, que tenían una gran irradiación, proponiendo una cultura alternativa, basada en el ideario de la solidaridad y apoyo mutuo. Una comunidad renovada por el impulso de las generaciones jóvenes que desde distintos canales ofrecían una opción liberadora, con la esperanza en la revuelta del pacifismo, en un excedente de energía hedonista y en el saludable impulso ecológico.
Al otro lado del ser humano unidimensional atrapado en la "reja de hierro", siempre caminando por el sendero correcto, siguiendo el análisis certero de Marcuse y de la Escuela de Fráncfort de la primera época, esta nueva cultura propone una indómita espontaneidad vital. Los referentes de Moscoso están en el modernismo, en la radiografía de la línea en un dibujo podríamos decir caligráfico, en el simbolismo femenino, en el vistazo hacia la reinterpretación de la naturaleza que brota en una sensibilidad reinventada del romanticismo. Sus ritmos envolventes postulan una mutación, luego la urdimbre ornamental es promesse de bonheur, viaje iniciático hacia capas desconocidas de la propia mente liberada en el sentimiento expandido.
Sumergidos hoy en el desencanto programado, cataclismo moral de la hiperrealidad cínica, con la ristra de privatizaciones donde está secuestrada la palabra «esperanza», acechamos en la mirada retrospectiva una revuelta de los sentidos, universo retroprogresivo de una anhelada utopía posible. Oxígeno de libertad, fraternidad que parece nacer de la energía del afecto, en la expresión de los sentimientos, en el trabajo artesanal al lado de la materia, en el reciclaje sostenible. A escrutar en el mundo de las cosas, en el relieve de la experiencia próxima, en las relaciones de alteridad y pertenencia a un hábitat común de la humanidad.
Entre nosotros tal vez solo Reimundo Patiño conoció en profundidad el movimiento beatnik en el campo de las artes visuales, la convulsión de la action painting y del cómic underground. El gran pionero del cómic gallego fue autor de una pieza central: El hombre que hablaba Vegliota. Sabía de sobra de la contracultura, de la psicodelia, del cómic experimental y de la ciencia ficción. Heredero de la heterodoxia dadá y de la virulencia radical "situacionista". Comparten las propuestas de Víctor Moscoso y Reimundo Patiño los colores eléctricos y un mismo deseo de transformar el mundo.
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