ferrol
La médica y escritora de origen ferrolana Paula Farias acaba de publicar su tercera novela, Piel de deriva. Se trata de un relato sobre la migración en el Mediterráneo y los años de la primavera árabe. Una realidad que conoce bien después de la experiencia de navegar para rescatar pateras y de presidir la ONGS Médicos sin Fronteras.
Reconoce Paula que su cerebro está escindido entre la parte científica y la literaria, y en esta última tiene una influencia capital su padre, el escritor ferrolano Juan Farias, nombre de referencia de la literatura infantojuvenil de las últimas décadas. De estas claves surge la conversación.
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Desde finales de los años noventa lleva Paula Farias (Madrid, 1968) trabajando como cooperante en países como Afganistán, Venezuela, Guinea Bissáu, los Balcanes, la India, o en un barco en el Mediterráneo. Lo hizo primero en Greenpeace y, sobre todo, después, en Médicos sin Fronteras, ONG que presidió durante un lustro.
Ahora continúa menos en la primera línea, pero con varios proyectos más cerca de la casa porque la familia obliga. E influye –reconoce–, comenzando por su padre, Juan Farias, uno de los clásicos de la literatura infantil y juvenil que infestaba sus historias de los recuerdos de su infancia en Serantes y Ferrol.
Torrente Ballester
"El sonido de mi niñez es el de la Olivetti de mi padre", recuerda Paula. Y junto al trabajo constante recuerda amistades de la tierra como la de Torrente Ballester. "Mi padre lo admiraba. Hablaban mucho en la cocina de la casa en Madrid, recordando anécdotas de Ferrol, discurriendo proyectos que incluso hacían. Se comportaban cómo dos gallegos fuera de Galicia".
"El sonido de mi niñez es el de la Olivetti de mi padre"
Fue el escritor quien impulsó su parte de narradora a través de un programa infantil de televisión de comienzos de los años ochenta, La mansión de los Plaff. "El programa tenía un punto surrealista y parecía que el guionista había tomado unos ácidos. Lo hacía mi padre solo, algo ahora insólito, y tenía que escribir su guión semanal de 40 minutos. Era en la época en que se comenzaba a usar el croma en TVE y permitía hacer unos efectos especiales alucinantes. Papá estaba en el salón con su Olivetti, nos decía de qué iba el capítulo y nosotros le echábamos una mano con sugerencias y todo acababa en unos guiones insólitos. Ese fue mi primer trabajo cuando era niña: guionista de La mansión de los Plaff.
Pero enseguida los intereses de Paula fueron otros: "Estudié Medicina, tropical y de familia, con la intención de irme por el mundo adelante. Tenía claro que una consulta no era para mí. Como siempre, la culpa de todo es de mi padre y a pesar de él. En mi familia a única persona que hasta entonces estudió una carrera más al uso fui yo, y mi padre me miraba preocupado y decía: "Pauliña, ¿qué hice mal contigo?. Estaba estudiando y me decía: "Pero, ¿qué haces?, ¡que es primavera!". Acabé y me fui porque ser médico es una herramienta que te permite muchas cosas por el mundo y en todos los lados hace falta un médico, así que puedes viajar, pero participando, no solo mirando. Siempre hay algo que hacer".
Miedo
En cuanto al trabajo y la vida al límite en los países en conflicto, sintetiza Farias: "Claro que pasé miedo después de estar en varias guerras y bombardeos. Quien diga lo contrario es un inconsciente. Es cierto que cuando estás trabajando no te da tiempo a tener miedo, estás más pendiente de la gente que estás ayudando y no te preocupa tanto la violencia alrededor. Cuando paras o regresas a casa y pasa el momento de adrenalina es cuando tomas conciencia del peligro. Es algo que asumes. Nunca pensé en no volver, siempre regresé con la mochila llena de ilusión, sobre todo porque trabajé con equipos de compañeros muy buenos. Lo importante, más que la violencia alrededor, es la gente que está contigo. Tuve mucha suerte, una trinchera llena de gente estupenda con la que te retroalimentas. En una novela de Hemingway, hay dos amigos y, cuando llega la guerra, se suma otro que dice: ¿'Con quién vamos a compartir la trinchera?'. '¿Y que importa eso ahora?', le contesta otro. Y el primero responde: 'Eso importa más que la propia guerra. Yo siempre tuve suerte con mis trincheras'".
En relación con las personas de los países a los que va, destaca Farias: "A veces te agradecen y a veces no. Hay quien te recibe con los brazos abiertos y hay quien no. En ocasiones, tienes que trabajar la confianza y que vean que no llevas cartas en la manga. Y aun así, con frecuencia, nos expulsan de muchos sitios, no es fácil".
"Los cooperantes nos concentramos en lo que hacemos, no en lo que queda por hacer"
Un trabajo, el de cooperante, lleno de dureza y satisfacciones y teniendo claro los objetivos: "Los cooperantes nos concentramos en lo que hacemos, no en lo que queda por hacer. Las necesidades son tan infinitas que, como pares a quejarte, te hundes en la miseria. Pero sí hacemos mucho. Cada oportunidad que facilitas, cada persona que pones en pie, cada niño que sacas de la malnutrición… ¡Eso te da tanta energía! Y sí, el mundo es un lugar terrible, pero también maravilloso, y esa gente a la que ayudas es lo que te llevas. Y eso que, a veces, lo primero que hacen los niños recuperados es tirarte una piedra, pero esa piedra te sabe a gloria porque hace cuatro días no contabas con sacarlos adelante".
La cooperante no mitifica un trabajo que asume con naturalidad profesional: "Te enteras de las cosas esenciales, que merecen la pena, pero cuidado: tampoco cuando regresas a casa todo te resulta frívolo y superficial, que es una actitud que puede llegar a ser muy cargante. Hay que entender cada contexto y tratar de vivir con las claves de cada contexto, haya o no haya comodidades. Es cierto que a mí me preocupan pocas cosas en el aspecto material, pero ya antes era así".
Afganistán
Y sobre los lugares de trabajo, Paula tiene en mente Afganistán y lo que allí sucedió. "La experiencia allí fue muy emocionante, era gente muy auténtica, muy noble. Llegamos justo después de los norteamericanos y lo de las Torres Gemelas y cuando caen los talibanes por primera vez. Fuimos a una aldea en la montaña, en el Hindú Kush, reconstruimos un hospital destruido por los talibanes y vimos cómo regresaba la gente para dejarlo todo muy bonito y con la idea de que todo iba a mejorar. Luego pasaron veinte años de no hacer nada, excepto dar armas y más armas sin invertir en reconstruir el país, en educación y en algo valioso como un tejido social que lo sostenga todo. Así que, cuando cayeron los muros del castillo, volvieron los bárbaros".
En lo tocante al papel de la prensa en la información sobre los conflictos, Paula es clara: "No cuenta bien lo que pasa porque es imposible. En las noticias de los periódicos y las teles no se puede oler y no escuchas el llorar bajito de la gente. Te quedas con el titular o con la violencia más evidente, pero lo que pasa fuera de esa violencia no se puede contar porque hay que estar. Después de un bombardeo, en los escombros, escuchas gente llorar bajito y eso no se cuenta. Y resulta difícil empatizar con algo que no tocas, no hueles… Hay demasiada distancia. Con Ucrania nos identificamos más porque en algún delirio nos parece que tenemos más en común con los ucranianos que con los sirios, pero aun así ocurre muy pocas veces. De hecho, ¿cómo nos puede dar igual lo que pasa más de cerca, en el Mediterráneo?".
Y, precisamente, de lo que está sucediendo en ese mar habla su tercera novela, Piel de deriva, que se nutre de las experiencias en un barco de Médicos sin Fronteras, pero también de la primavera árabe o del desmantelamiento de barcos en la India.
Personas reales
"Escribo constantemente por el mundo adelante, cosas que voy guardando en un cajón. En cierto momento me entero de que tengo varias historias de mar y ligadas a la idea de la farsa. La novela ocurre en tres tiempos y hay una parte de farsa que fía esos tiempos. Quería hablar de la primavera árabe, de la caída de Gadafi, de los barcos desmantelados en la India y su desastroso mundo del trabajo y, por supuesto, del Mediterráneo y la crisis migratoria. Debajo de esos grandes temas están esas personas reales que pueblan esos grandes titulares. Busco la parte más doméstica, tratando de habitar la realidad con situaciones creíbles a través de rompecabezas de historias y personajes. No quería hacer crónica, denuncia o activismo, por eso no son tan importantes los hechos, sino los propios personajes. Yo con la literatura busco el placer de las palabras, colocar el adjetivo y la coma precisos. Me interesa más el baile que el salón".
Entre los lugares que conoce y narra está la fantasmal ciudad de Alang, en la India: "Es un lugar que se dedica al desmantelamiento de barcos, algo que en Occidente está prohibido, pero allí no. Son los requiebros de la miseria, que te permiten hacer cosas que en tu casa no harías. En la época en la que trabajé con Greenpeace nos dedicábamos a hacer activismo, a amarrarnos a las anclas de los barcos que iban a varar, a evitar que pudieran coger la marea viva, y así los obligabas a perder hasta un mes, con lo que eso suponía, y apremiar a todas esas navieras europeas para que dejaran de contaminar con ese atajo, porque el desmantelamiento es muy contaminante, por no hablar de la cantidad de gente que allí moría".
Precisamente, uno de los personajes de esa ciudad acerca una clave que explica la doble razón de sus problemas y su huida hacia el Mediterráneo: "Pedir pan para uno es hambre, pedir para los demás es política".
"Pedir pan para uno es hambre, pedir para los demás es política"
Aun así, la novela desecha la violencia explícita, lo que llevó a Paula a prescindir prácticamente de personajes femeninos en base a la realidad. Lo explica así: "El mar es un mundo de hombres. Hay una mujer que era capitana de un barco de la ONG, pero ya. Yo no quería entrar en la violencia explícita, hay presencia, pero es tangencial con respecto de los personajes. No me interesa entrar en la carnicería, sería muy fácil. ¡Podría contar tantas barbaridades de lo que vimos! Pero cuando la sangre salpica no hay matices, y yo quería contar la violencia, pero desde la periferia. Y meter personajes femeninos me habría resultado muy difícil sin entrar en la parte más bárbara. Puedes meter a un tipo que va viajando y observando, pero a una mujer no. Desde que salen de sus países son violadas una y otra vez. Todas las mujeres que recogíamos en el barco habían sido violadas por el camino, venían con niños a la espalda, bebés fruto de esas violaciones. Cuando habían salido de su tierra un par de años antes habían puesto un parche anticonceptivo porque sabían que las iban a violar. Como yo no quería contar eso, si meto una mujer observadora de lo que pasa sí que habría sido una farsa".
Sin embargo, entre las farsas de la novela y de su propia historia personal también abunda la hipocresía de los países que coaccionan los barcos de la ONG: "Lo adapto en la novela, pero en una ocasión inmovilizaron nuestro barco 15 días con la excusa de que habíamos separado mal la basura y encontraron en el contenedor de plástico un papel. En un lugar como Sicilia, donde cuando desembarcas en tierra con los cubos de basura llega un camión y los echa todos en el mismo sitio, es de chiste. Además de que ya se sabe quien gestiona allí la basura (risas). Cosas así pasaban".
En cuanto a la situación en el Mediterráneo, la crítica de la expresidenta de Médicos sin Fronteras parece aquello de poner puertas al campo: "Deberíamos articular maneras de darle asilo y refugio a mucha gente que lo necesita, que no se vean obligados a saltar vallas. Organizar vías legales y seguras. Se ha establecido la falacia de que no cabemos todos. La mayoría de la gente ni siquiera viene a Europa, se queda por el camino. Pero Europa se comporta de manera miserable con frecuencia. Muy bien por lo de Ucrania, pero ¿qué pasa con los sirios? Mira, aquí hay quien come solomillo y quien come huevos fritos, pero todos vamos tirando y llegamos a la noche con algo en la barriga. Aquí vemos cómo el personal juzga y propone soluciones sencillas a lo que sucede en el Mediterráneo. Desde aquí, desde nuestro confort, opinamos y hablamos de cosas y personas que no conocemos con una enorme arrogancia".
En cuanto al futuro de la migración a Europa, Paula concluye criticando los parches que se están poniendo desde la Unión Europea y acerca una clave en la solución del problema: "Imagino un endurecimiento de las políticas migratorias en el Mediterráneo, no dejar atracar los barcos, como está sucediendo en Italia. A lo mejor se le echa una mano a las autoridades libias para reforzar el control del mar con más guardacostas operativos y metiendo a la gente en sus cárceles. Todo parches sin sentido, porque cada vez están aumentando más los refugiados climáticos; ya hay muchas zonas de África que aumentan su desertización, no queda nada. O el caso de Bangladesh en Asia y la amenaza de las inundaciones. ¿Qué hacemos con toda esta gente? En Europa, el continente envejece y necesita la emigración para todo tipo de trabajos. Y ojo, serán tanto personas con formación como sin ella".
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