El odio
La polémica sobre el libro de Luisgé Martín demuestra que las herramientas para hacerle daño a la madre de las criaturas que José Bretón asesinó siguen estando disponibles para el maltratador.

Antía Yáñez
A Coruña-
Son las 20:49, acabo de dormir a la niña y hacía mucho tiempo que no escribía desde las vísceras. Intento evitarlo porque siempre he concebido la escritura como ese lugar pausado en el que medito las cosas, en contra de lo que habitualmente es mi vida, acelerada, impulsiva. La palabra precisa en el momento adecuado debe cocinarse lentamente, algo incompatible con nuestro tiempo y mi personalidad. Sin embargo, cuando una da biberones en la oscuridad de la habitación, a veces los artículos se escriben solos.
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No he estado meditando sobre esto únicamente mientras cumplía con los deberes maternales, cierto es. La reflexión apareció ya la semana pasada, con los extractos que pude oir en la radio como adelanto editorial, pero volvió con la noticia de que Anagrama paraliza la publicación de El odio, un libro fruto de los encuentros que el autor, Luisgé Martín, tuvo con el asesino de los niños Ruth y José Bretón, su propio padre.
Y es normal odiar una persona así, supongo; el culpable de uno de los crímenes más mediáticos que recuerdo en el Estado Español, y que a mí me pilló con veinte años recién cumplidos. Matar a tu propio hijo, a tu propia hija, porque esa es la manera de infligirle el mayor sufrimiento a tu exmujer, Ruth Ortiz. Por eso entiendo que el asesino quiera seguir hablando: porque las formas de hacerle daño a la madre de las criaturas siguen estando disponibles para él.
Lo que no entiendo es la sorpresa de la editorial al conocer la reacción de Ortiz. ¿Acaso esperaban que la única víctima viva (al parecer hace falta recordar que la madre es una víctima) no tomara medidas legales? ¿Que asistiera pasiva a esa disección de su vida en pareja, de su maternidad, de la culpa que se empeña en devolverle Bretón como si fuera una pelota, sin decir nada? ¿Que soportara en silencio, sin encender la radio ni la tele, sin entrar en redes sociales o sin leer periódicos, este nuevo show con su dolor como protagonista secundaria, cuando le correspondería el papel principal? Porque no nos engañemos: Ruth Ortiz, en pleno siglo XXI, no puede evadirse de una publicación así. Hablamos con nuestros amigos de las vacaciones que nos gustaría tener en las Bahamas y medio segundo después ya tenemos mil y un anuncios de viajes en el móvil. ¿Qué creían que ocurriría en su caso? ¿A quién le agradaría encontrarse con la muerte de sus hijos, o con la cara de su asesino, sin querer, en su día a día?
Por eso no entiendo cómo hay tanto erudito (más bien muchos que creen serlo) comparando el asunto con A sangre fría de Capote (un caso de 1959 donde todos los miembros de la familia fueron asesinados, publicado en 1966) o El contrincante de Carrère (un caso de 1993 y publicado en 2000, donde toda una familia, de nuevo, es asesinada). Pensar que en 2025 un libro como El odio va a aportar lo que esas dos obras ya hicieron no sé si es presuntuoso o de ignorantes. Quizás es que solo repiten un argumentario que han visto en miles de sitios, porque precisamente de esto va el debate. Ruth Ortiz afirmó que "no podemos dar voz a los asesinos", pero en realidad ya la tienen. Lo que hace Luisgé Martín no es darle voz a Bretón, sino subirle el volumen. Actuar como canal, el canal de un maltratador. Publicitarlo. En un tiempo en el que el auge de la extrema derecha tiene que ver precisamente con el tiempo de exposición en redes y medios de comunicación, con un algoritmo que premia y difunde su mensaje, ¿de verdad alguien puede creer que actuar de altavoz es inocuo?
Lo que hace Luisgé Martín no es darle voz a Bretón, sino subirle el volumen. Actuar como canal, el canal de un maltratador.
Porque a mí me surgen varias preguntas sin respuesta. Si quería explorar el tema universal del odio, ¿por qué escogió a Bretón? Con la cantidad de padres asesinos de hijos y hijas que lamentablemente tenemos, ¿por qué al más mediático de todos? ¿Qué hay de literariamente novedoso en escoger un caso mediático y publicar un libro sobre él? ¿La no publicación de esta obra es un atentado contra el derecho a la información tal que deberíamos estar manifestándonos en las calles? ¿Por qué no consideró importante el autor contactar con Ruth Ortiz, o por lo menos avisarla de lo que estaba haciendo? En una publicación de estas características, ¿prima el asunto literario o el morboso?
No he leído el libro, por supuesto, pero sí hay otras preguntas muy sencillas que ya tienen respuesta. ¿Habla de Ruth Ortiz? Sí. ¿Habla de sus hijos menores asesinados? Sí. Para que las profesoras de la escuela infantil donde acude mi hija me manden fotos de ella (a mí, su propia madre), o las cuelguen en una aplicación con acceso restringido, tuve que firmar varios consentimientos. ¿Qué esperaban que pasara, la editorial y el autor, si exponían los pormenores de un caso como este sin previa autorización y/o consulta de la principal parte involucrada?
Al mejor es que esperaban que pasara exactamente esto.
Pero no nos engañemos: el debate no es sobre libertad. Anagrama y Luisgé Martín pueden publicar lo que quieran, faltaría más, pero la misma libertad tiene Ruth Ortiz para interponer las medidas que considere oportunas. El verdadero debate es qué nos importa más en este mundo que ya no es el de Capote ni el de Carrère: leer las barbaridades que dice Bretón y que seguro que están muy bien escritas por Martín o el derecho de Ruth a no volver a ser victimizada, acosada por los recuerdos, maltratada a distancia; a sanar y aprender a vivir, por fin, tranquila, si es que eso está a su alcance después del trauma.
¿Por qué tiene que estar nuestro derecho a conocer las morbosidades que dice Bretón por encima de la vulneración de la intimidad de Ruth? ¿Por qué tiene que estar el derecho de Martín a hacer lo que le dé la gana (que lo tiene) por encima de la salud mental de una de las víctimas? ¿Por qué tiene que estar el derecho de Anagrama (una empresa que yo misma consumo y seguiré consumiendo) a vender libros (si este finalmente se publica, seguramente muchos) por encima del derecho al honor de Ruth y de sus hijos?
Porque esto no va de odio, ni hacia el autor, ni hacia la editorial, ni tan siquiera hacia el asesino. Esto va de la dignidad de las víctimas, de las que ya no están, pero sobre todo, de la que queda.
Son las 21:37 y mi hija sigue dormida. Después del punto final iré a abrazarla.
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