Opinión
El cordón sanitario de San Blas


Periodista
Juraría que es una tradición de epicentro bilbaíno, pero sé que otros municipios le rezan al mismo santo. Todos los años, cada 3 de febrero, mis abuelos compraban cordones de colores y los llevaban a las bendiciones de la Iglesia de San Nicolás. Resulta que San Blas es patrono de los otorrinolaringólogos y por eso le pedíamos que ejerciera su influjo benéfico contra toda clase de catarros, faringitis y arrechuchos de la glotis. Bastaba llevar el cordón al cuello durante nueve religiosos días y después echarlo al fuego de cualquier hoguera. El remedio era más efectivo si venía acompañado de caramelos de malvavisco y rosquillas de anís.
De niños y no tan niños cumplíamos escrupulosamente las instrucciones con la esperanza de espantar las amigdalitis y las toses perrunas. Al fin y al cabo, decían que el bueno de San Blas había salvado a un cuitado de atragantarse con la espina de un chicharro. O de un verdel, da lo mismo. Lo que importa es que el tío era un terapeuta de poderes celestiales y nosotros creíamos en su magia. Además el cordón era chulo y los caramelos deliciosos. De todas maneras, aquella superstición tenía un carácter meramente auxiliar y no reemplazaba a nuestros médicos de cabecera. Y es que frente a los males de garganta no hay milagro más solvente que la sanidad pública.
Esta semana me he vuelto a acordar de San Blas porque la prensa, en plena resaca electoral alemana, ha traído a colación la genealogía política de los cordones sanitarios. Se supone que los conservadores germanos, escarmentados por la experiencia nacionalsocialista, respetan un pacto tácito que les impide unir sus votos a los de la ultraderecha. La misma lógica opera en la derecha francesa. Hay quien defiende que los xenófobos solo merecen el ostracismo. También hay derechistas que simplemente prefieren no dar alas a aquellos que en el fondo son sus competidores. Sea por sincera convicción o por mera estrategia, el cordón sanitario existe. O ha existido.
En 2020 hubo tangana en Turingia. El candidato de Die Linke, Bodo Ramelow, había ganado las elecciones pero la CDU sumó fuerzas con los ultras de AfD para que no gobernara la izquierda. El Führer de la ultraderecha turingia no es un cualquiera: Björn Höcke iba a ser condenado en dos ocasiones por utilizar un lema de las SA en un mitin. La ruptura del cordón sanitario levantó tantas ampollas que la CDU tuvo que desfazer el entuerto y la líder del partido conservador, Annegret Kramp-Karrenbauer, terminó renunciando a suceder a Merkel en la Cancillería. Cuatro años después, el filonazi Höcke ganó de calle en Turingia.
La renuncia de Kramp-Karrenbauer allanó el camino al millonario renano Friedrich Merz, que se hizo dos años después con las riendas de la CDU y se impuso en las elecciones del domingo. Merz responde a las pulsiones más derechistas de su formación. De hecho, llegó a las urnas con una sombra de sospecha tras haber roto el cordón sanitario en el mismísimo Bundestag. El pasado mes de enero, los democristianos arrimaron sus votos a AfD con la promesa de estrechar las políticas de asilo. A modo de respuesta, las calles de Berlín se revolvieron en una manifestación a favor del cortafuegos antifascista.
Hoy la prensa de buena fe suspira aliviada porque la CDU ha revalidado su compromiso con el cordón sanitario. En el debate poselectoral, la llamada “ronda de elefantes”, Merz desdeñaba la mano tendida de Alice Weidel. La candidata ultra ondea el nuevo mapa electoral y defiende su oferta con argumentos cromáticos: es cierto que Alemania del Oeste se ha pintado con el negro de la CDU, pero también es verdad que Alemania del Este luce tan azul clarito como AfD. Después de todo, repite Weidel, nuestros programas tampoco son tan diferentes. ¿Cómo pretende usted cumplir sus promesas de la mano de los socialdemócratas? Con nosotros apenas tendrá que hacer concesiones.
Y aquí está el quid de la cuestión, el meollo del bollo, la mano que mece la cuna. Viendo el crecimiento de AfD, los analistas más cerebrales se preguntan si el cordón sanitario es realmente tan eficaz como lo pintan. Al otro lado, con paciencia pedagógica, el movimiento antifascista explica desde hace años el abecé de las nuevas derechas populistas. El objetivo de la extrema derecha, entendida como prótesis del capital, es hacer que las viejas formaciones liberales asuman propuestas de extrema derecha. De nada sirve aplicar cordones cosméticos en los parlamentos si no se acordonan los discursos de los ultras. Si aceptamos sus marcos ideológicos. Si jugamos en el barro de su terreno.
“Quien decide de qué va el juego, decide también quién puede jugar”, apunta el politólogo Elmer Eric Schattschneider. Dicho de otro modo, aquellos que establecen los términos del debate tienen todas las papeletas para ganar el debate. Y la campaña alemana se ha dirimido en los términos que establece la ultraderecha, obligando a los candidatos a malgastar todas sus fuerzas en controversias migratorias con una tramposa dicotomía: extranjeros sí, extranjeros no. “La definición de las alternativas es el instrumento supremo del poder”, dice Schattschneider. No importa el medicamento que elijas si el diagnóstico es errado.
¿Cómo es posible que me pique la garganta y tenga la laringe en carne viva si cumplí al dedillo con los preceptos de San Blas, si he llevado el cordón al cuello durante nueve largos días, he chupado caramelos como un condenado y he encendido un fuego purificador para cerrar el rito? Pues resulta que el cordón sanblasero, como el cordón sanitario, es bonito pero no obra milagros. Durante la campaña electoral, Merz propuso endurecer las leyes migratorias como herramienta para derrotar a la ultraderecha. Vencer a los ultras con las armas y el bagaje de los ultras. Un lumbreras. AfD ya ha ganado Alemania. La democracia ha vuelto a perder por incomparecencia.
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