Opinión
El tranquilo resurgir de Podemos

Por Roberto Uriarte Torrealday
Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco
Hace sólo un año, muchos daban por recompuesto el tablero político español, como consecuencia de la “muerte” del partido que lo había puesto patas arriba diez años atrás. Las expectativas de Podemos al arranque del año 2024 no podían ser menos halagüeñas. Las encuestas le daban en torno a un 2% de los votos y le dejaban sin representación en el Congreso. Unos meses después se celebraron las europeas, en las que obtuvo un 3,3% y, al cabo de un año, los sondeos le dan por encima del cuatro, y dentro de una línea ascendente sostenida. Que un partido consiga más que duplicar sus expectativas en un año no es algo anecdótico, por mucho que ningún avance vaya a ser comparable con el despegue meteórico que tuvo Podemos en su primer año de vida. Sin embargo, y a pesar de los buenos datos, nadie echa las campanas al vuelo todavía.
En parte, porque el punto de partida era muy bajo. Tanto, que muchos daban a la organización por amortizada; entre ellos la práctica totalidad de los generadores de opinión, incluso con fanatismo propio de converso, en el caso de aquellos que hasta las vísperas habían sido más cercanos a ella. Llegaron muchos a defender la sorprendente hipótesis de que la ampliación de la casa común de la “izquierda transformadora” debía empezar por la eliminación de la más fuerte de las patas sobre las que se asentaba; aunque no faltó alguna excepción, como la del analista catalán al que su pensamiento moderno le impidió comprar los saltos en el vacío postmodernos que tan buena venta suelen tener en la capital del reino.
Y seguramente también, no redoblan las campanas porque es sabido que el sistema electoral al Congreso perjudica enormemente a aquellas fuerzas de ámbito estatal que se quedan por debajo del 10%; no tanto por culpa de la ley D'hont, como la mayoría piensa -dicha ley funciona correctamente en las elecciones municipales o europeas-; sino por el tamaño excesivamente pequeño de la circunscripción, la provincia, que impide que una ley relativamente proporcional pueda desplegar resultados proporcionales, más allá de las pocas provincias con número suficiente de escaños a repartir.
Pues bien; si los principales matices al resurgir de Podemos son el bajo punto de partida y la penalización que conlleva el sistema electoral por debajo de ciertos porcentajes, la principal fortaleza es el ritmo constante y continuado de su progresión, sin dientes de sierra reseñables.
Así las cosas, ¿qué le depara el 2025 a dicha fuerza? No me parece improbable que su recuperación se siga consolidando. En primer lugar, porque la capacidad de ser un actor político relevante no depende sólo de su dimensión en escaños, sino también del contexto, de la capacidad estratégica, e incluso, de la ambición. La Francia insumisa, el partido hermano de Podemos, es el elemento vertebrador de cualquier alternativa progresista en Francia, con sólo un 4,8% de voto en las últimas elecciones a las que concurrió en solitario. Aunque la correlación de fuerzas -o debilidades, si se prefiere- y los procesos electorales son bastante diferentes en España, no le faltan oportunidades a Podemos de actuar como una fuerza más relevante de lo que sugieren sus actuales escaños. Me refiero a la circunstancia de que el gobierno carece de mayoría en el parlamento (en el Congreso no hay mayoría estable, y en el Senado, la tiene el PP). Ello permite a grupos sin muchos escaños ser decisivos para la conformación de mayorías coyunturales, de forma que, igual que Junts puede “ponerse una medalla” cada vez que tira del gobierno hacia posiciones conservadoras, igualmente Podemos, cuando consigue hacer que se mueva a la izquierda. Con ello, su potencial votante puede entender que se trata de una opción útil para cambiar cosas, incluso sin necesidad de esperar a que su resurgir se consolide.
Otro elemento que hace augurar que la progresión ascendente pueda consolidarse es el de la cohesión interna de dicha organización, una cuestión que no es menor, aunque no suele suscitar tanto interés como las cuestiones estratégicas, y no se le presta atención salvo cuando las cosas se ponen feas. Una organización incapaz de canalizar correctamente sus disensos compite en franca desventaja. La pluralidad, las estrategias diversificadas, los liderazgos con perfiles diferentes, pueden ayudar a un partido a pescar en distintos caladeros y ganar hegemonía social, si se gestionan bien, y si las personas y los sectores en minoría aceptan las reglas de juego y no rompen la baraja con estrategias de desgaste y escisiones. Pero nada pasa tanta factura a los partidos como los disensos internos mal canalizados. En ese sentido, a día de hoy Podemos no transmite esa imagen de peleas de familia que tanto le perjudicó en su momento. Sus liderazgos se han ido consolidando e incluso, está consiguiendo gestionar dignamente una cierta bicefalia, aunque sin llegar a la bicefalia estricta que practica, por ejemplo, el PNV -y últimamente también EHBildu-, cuyos líderes se dedican en exclusiva a consolidar la organización, y no concurren a procesos electorales, ni acumulan cargos públicos a los internos. En todo caso, la entente entre las dos personas que actualmente lideran Podemos transmite una imagen más colaborativa que competitiva.
En resumen, creo que si las condiciones de oportunidad descritas y las formas de gestión de esas oportunidades se mantienen sin grandes alteraciones, no es improbable que la progresión que ha experimentado Podemos a lo largo del año 2024, se siga consolidando en el 2025. En todo caso, es evidente que los spin doctors que certificaron hace un año su defunción erraron en su diagnóstico; y que a día de hoy, el actor que irrumpió en el tablero político hace diez años, ha abandonado ya el hospital y hace vida normal.
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