Opinión
Estamos solas (otra vez)


Por Paco Tomás
Periodista y escritor
-Actualizado a
Cuando escribí Coto privado de infancia reflexioné sobre el cuarto de estar de los hogares españoles y su vigencia en la actualidad. Supongo que en tiempos de hacinamiento rentable, ese histórico cuarto solo permanece, en el mejor de los casos, en el hogar familiar. Para el pequeño Paco, el cuarto de estar era la estancia aparentemente más hogareña. Era el lugar más caldeado de la casa, el menos sofisticado, más de batalla, pero donde las sillas y las butacas eran más cómodas, donde la mesa camilla tenía faldas envolventes y donde siempre estaba encendida la televisión. Ahí, se concentraba la vida.
Escribiendo la novela, pensando en la infancia del niño y del adolescente marica que fui, medité sobre lo valioso que hubiese sido si, en los hogares españoles, hubiera existido una habitación llamada cuarto de ser en lugar de cuarto de estar. Espacios en los que manifestar nuestras características sin miedo, en lugar de decorar estancias para que las opiniones tiranas empapelasen las paredes y las percepciones nos impidiesen ser.
En las casas españolas de los años 70 no era sencillo conjugar ser y estar. Los espacios, públicos y privados, eran de estar y no de ser. De ahí que, durante muchos años, las personas LGTBIQ+ hayamos estado solas. Tras décadas de lucha y reivindicación, fuimos recibiendo apoyos, muestras de empatía y solidaridad que contribuyeron a que dejásemos de sentirnos solas. Eso permitió que empezásemos a poner el ser en el centro, apuntalando nuestra identidad, para así poder habitar ese cuarto de estar sin tener que renunciar a nada. Y es ahora cuando comprobamos que seguimos estando solas. Porque si apuestas por el verbo ser te van a castigar sin el verbo estar.
Amazon ha eliminado el apoyo a las comunidades LGTBIQ+ en sus políticas corporativas. Ellos, que presumían de tener un affinity group llamado Glamazon, ahora, como Judas, nos venden por treinta monedas. Meta, que sacó una carroza de Facebook para desfilar en el Orgullo, ahora permite en sus redes sociales que nos llamen enfermos porque eso es libertad de expresión. Iberdrola retiró una entrada sobre la celebración del Orgullo LGTBIQ+ de su web, en plena ola ultra trumpista, y, al descubrirse su estrategia y quedar en evidencia, disimuló con una explicación tipo aquella de la indemnización en diferido. Google, los del doodle arcoíris cuando llega junio, ha abandonado sus políticas de diversidad en la contratación y suprime las referencias a las comunidades LGTBIQ+ de su informe anual. Y Pixar, el estudio LGTBIQ+ friendly de Disney, ha eliminado un personaje trans en la serie de animación Win or Lose y lo sustituye por uno cristiano. Estos son solo algunos ejemplos, en la punta del iceberg, de lo que está sucediendo en las empresas que fingieron darnos su apoyo pero que hoy nos apartan, como si fuésemos activos tóxicos para su negocio.
EEUU ha pedido a todos los proveedores locales de productos y servicios de sus embajadas que certifiquen que no cumplen con políticas de diversidad. O sea, esas empresas que apoyen activamente los derechos de las personas LGTBIQ+, que se manifiesten contra las terapias de conversión o contra los discursos de odio, sufrirán una congelación de pagos. A este ataque a los programas de diversidad, igualdad e inclusión ya se ha sumado Argentina y ya sabemos lo que opina la ultraderecha española, siempre sumisa con el poderoso y opresora con el vulnerable. Como las grandes empresas.
Nos hicieron creer que no estábamos solas. Llegaba el Orgullo LGTBIQ+ y ahí aparecían, con sus carrozas engalanadas, con sus affinity groups, desfilando, porque ellos jamás se han manifestado. Y ahora, cuando el orden mundial empieza a mostrar las fauces del lobo, dejan de sonreírnos, de apoyarnos, y nos abandonan a nuestra suerte. Como sospechábamos, su apoyo nunca fue verdadero. Esas empresas respondían a un interés económico que siempre se casa con el mejor postor.
Nunca les preocuparon nuestros derechos, aunque tuvieran que fingir que sí para quedarse con nuestro dinero. De ahí que cuando aparece el monstruo, esas empresas modifican sus políticas amables para lanzarnos a la cuneta, para desentenderse de nuestros derechos humanos, con el único objetivo de agradar al monstruo. Porque, para el capitalismo, si el monstruo tiene dinero, deja de ser un monstruo.
La Ley 4/2023 para la igualdad real y efectiva de las personas trans y la garantía de los derechos de las personas LGTBI apunta que las empresas españolas con más de 50 trabajadores tienen que establecer un reglamento que promueva esa igualdad real en el ámbito laboral. Desde el pasado 8 de octubre, un Real Decreto obliga a implantar esas medidas que, a día de hoy, deberían estar negociándose en las empresas. Es relevante que ya se escuchen voces, en los consejos de administración, que no sienten prioritario cumplir con el Real Decreto, teniendo en cuenta que esas políticas les podrían cerrar mercados internacionales, o expongan que se trata de una normativa que será derogada en cuanto ganen las derechas en España.
¿Qué sentirán las personas LGTBIQ+ trabajadoras de esas empresas? ¿Tendrán que continuar en el armario? ¿Tendrán que volver a ver cómo sus compañeros cis hetero les pasan por encima? Aunque lo que llevo preguntándome una semana es si habremos aprendido la lección cuando los tiempos cambien. ¿Qué pasará cuando la ola ultraconservadora sea arrasada por su propia rabia y nuestros derechos y libertades vuelvan a estar bien vistos? Y solo se me ocurre decir que no somos una moda ni una tendencia que se pueda arrinconar. Tampoco somos una cuenta corriente. Somos personas, personas LGTBIQ+. Somos y no estamos solas, porque nos tenemos a nosotras. Comunidades diversas y unidas ante el enemigo. Y os recuerdo que no vamos a olvidar. Nunca vamos a olvidar que cuando vinieron los tiempos malos, os aliasteis con los malos. Porque, a diferencia de las luchas pasadas, hoy somos más personas las que estamos convencidas de ser. Y el ser ya es estar. Y mientras seamos y estemos siempre vamos a recordar quiénes fueron aliados de verdad.
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