a coruña
Actualizado:La estrategia de ocultaciones y mentiras con las que el Gobierno de la Comunitat Valenciana ha encarado la DANA y sus catastróficas consecuencias tiene su antecedente en Galicia. Hace 22 años, el Partido Popular de José María Aznar y Manuel Fraga también intentó camuflar sus errores en la gestión de una tragedia, la del Prestige, con un laberinto semejante de ficciones, enredos y patrañas.
Entonces, las mentiras acabaron por provocar un sonado levantamiento social que terminó por costarle al PP, menos de tres años después, el poder en la Xunta que detentaba desde hacía 16 años. Ese declive en Galicia empezó a erosionar al Gobierno de Aznar, que caería en 2004 tras reincidir una y otra vez en estrategias comunicativas similares con la guerra de Irak, el accidente del Yakovlev 64 y los atentados del 11M.
El 13 de noviembre de 2002, el capitán del Prestige, un petrolero griego con bandera liberiana de conveniencia cargado con más de 77.000 toneladas de crudo de petróleo, advirtió una grieta en el casco del buque cuando navegaba frente a la costa gallega y envió una señal de socorro. Lejos de ofrecerle refugio en un puerto o en una playa de abrigo, donde se le podría haber rodeado de unos centenares de metros de barreras flotantes para contener el vertido y limitar sus efectos, como recomendaron los técnicos, el Gobierno ordenó al capitán que siguiera navegando hacia alta mar en medio de un fuerte temporal.
Seis días después, y tras recorrer de arriba abajo el litoral atlántico de la comunidad en un errático e incomprensible periplo improvisado por las autoridades, con las olas agrietando la primera brecha en la estructura del buque hasta que la rompieron por completo, el Prestige se partió en dos y se hundió a 250 kilómetros de la costa. Por entonces su carga ya había contaminado miles de kilómetros de arenales, rías y puertos. Durante meses, el barco siguió vertiendo fuel desde el lugar en el que aún reposa a casi 4.000 metros de profundidad.
Marea negra, marea marrón
Si la DANA ha teñido de marrón comarcas enteras en el País Valencià, el Prestige también pintó de negro toda la costa de Galicia. Salvo por esa diferencia de color, las fotos y las crónicas que dejan ambas catástrofes se parecen mucho: miles de personas armadas con enseres caseros tratando de suplir con sus manos la inacción de las administraciones, oleadas de voluntarios y voluntarias improvisando ayuda física y soporte moral para los y las afectadas... Y también mentiras, muchas mentiras sobre la gestión política de la catástrofe, y disfraces de supuesta faena con las que camuflarlas.
Desde que supo que las riadas se habían llevado por delante centenares de vidas en su comunidad, Mazón no se ha quitado el chaleco rojo con el que parece querer identificarse, desde su trabajo en un despacho, con quienes participan activamente en las tareas de rescate a pie de barranco. En Galicia, algunos de los responsables de la decisión de no haber dado refugio al Prestige y de haberlo paseado imprudentemente por la costa, también comparecían ante los medios con katiuskas y traje marinero de aguas sobre la moqueta de la Delegación del Gobierno en A Coruña, simulando el embozo de quienes de verdad estaban en las playas limpiando chapapote.
El mismo día en que la gota fría arrasaba su comunidad, Mazón permaneció inexplicablemente desparecido durante cinco horas, quizá las más cruciales en la toma de decisiones que podrían haber salvado decenas, quién sabe si centenares de vidas. En una actitud que le recuerda, Manuel Fraga, entonces presidente de la Xunta, decidió irse de fin de semana a Aranjuez para participar en una batida de caza el viernes 15 de noviembre de 2002, cuando la marea negra ya estaba llegando a la costa. También se fue de caza ese mismo fin de semana, en su caso al Pirineo de Lérida, el entonces ministro de Transportes de Aznar, Francisco Álvarez Cascos. Tardó más de un mes en visitar las zonas afectadas.
Cuando el Prestige naufragó no había redes sociales, ni streamers ni pseudomedios en Internet financiados por el poder económico y político para expandir bulos, infundios y embustes. Pero las fake ya existían y se difundían a través de los medios convencionales. El día en que el chapapote llegaba a la playa do Coído, en Muxía, la zona cero de la catástrofe en Galicia como hoy pueden ser Paiporta o Benatúser en València, el entonces ministro Agricultura y Pesca, Miguel Arias Cañete, dijo a través de la televisión pública que gracias a la acción de las autoridades se había evitado una marea negra. El de Medio Ambiente, Jaume Matas, estaba ese día en Alicante inaugurando una desaladora.
Marea negra
El delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa, quien con el tiempo llegaría a ser director de la Guardia Civil, llegó a asegurar que el fuel nunca llegaría a la costa cuando ya lo había hecho, destrozando estuarios, caladeros, bancos marisqueros y polígonos de bateas de mejillones y criaderos de salmón. En Muxía, los vecinos comprobaron atónitos cómo una dotación militar del cuerpo de protección civil enviado por el Gobierno belga llegaba al pueblo preguntando dónde y cómo querían que los ayudaran, mucho antes de que lo hiciera el Ejército español. A éste lo dirigía Federico Trillo, ministro de Defensa de Aznar, quien sólo lo movilizó semanas después. Hasta entonces, el único uso que se le había ocurrido dar a las fuerzas armadas era para bombardear el Prestige con aviones Harrier.
Cuando advirtió la verdadera magnitud del desastre ambiental que enfrentaba, Aznar envió a Galicia a su vicepresidente primero, Mariano Rajoy, gallego de Pontevedra y quien años después le sucedería en la presidencia del Gobierno. Junto a su exministro de Sanidad José Manuel Romay Beccaría, Rajoy lideraba la facción del PPdeG conocida como la de "los birretes", apegada al aznarismo centralista de Madrid y enfrentada a la de "las boinas", de cariz galleguista y encabezada por el conselleiro de Obras Públicas y delfín de Fraga, Xosé Cuíña.
"Las boinas" de Cuíña habían empezado a cuestionar la incapacidad del Ejecutivo para gestionar la catástrofe y amenazaban al PP con una escisión, pero Rajoy frenó en seco aquella incipiente división: emprendió una campaña política destinada a variar la línea editorial crítica de los grandes periódicos de la comunidad, criminalizó al movimiento Nunca Máis que había aglutinado la contestación social, derivó todas las culpas al capitán del petrolero y, sobre todo, profundizó en las mentiras.
El ejemplo paradigmático de aquella estrategia fue la patética valoración que hizo durante una rueda de prensa sobre las miles de toneladas de fuel que los restos del Prestige seguían enviando a la costa desde el fondo del océano. Solo eran, aseguró "pequeños hilitos, cuatro en concreto, regueros con aspecto de plastilina en estiramiento vertical". Pero la campaña de Rajoy fue mucho más profunda y efectiva. Acabó forzando la dimisión de Cuíña, después de que se filtraran desde el propio partido las acusaciones de que las empresas de la familia del conselleiro habían vendido material de limpieza a la Xunta. Cuíña se defendió asegurando que lo habían proporcionado a precio de coste y con el único interés de ayudar, pero ni su carrera política ni la facción de "las boinas" se recuperaron nunca del golpe.
Mazón, Feijóo y Cuíña
La soledad política que sufrió aquellos días Cuíña, fallecido en 2007, también se parece mucho a la que experimenta hoy Carlos Mazón, de quien todos se apartan hoy en su partido, incluido su líder, ante las evidencias de que su ausencia, pasividad e inacción durante los momentos decisivos de la gota fría contribuyeron a intensificar su dimensión, y de que su chaleco rojo no es sino el disfraz de mentiras con las que pretende camuflarlas.
Lo que resulta cuanto menos paradójico es que a ambas catástrofes, la DANA y el Prestige, la marea marrón de barro de València y la marea negra de chapapote en Galicia, Muxía y Paiporta, separadas por más de 1.000 kilómetros de distancia y más de dos décadas de tiempo, estén unidas por las mentiras y por un mismo protagonista: Alberto Núñez Feijóo, que sucedió a Cuíña en la Xunta para iniciar la trayectoria política que lo ha llevado a sentarse en la presidencia del PP 22 años después.
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