Público
Público

Torturas y psiquiatría franquista en una clínica de Santander: la historia de la artista Leonora Carrington

Leonora Carrington fue uno de los rostros más importantes del surrealismo en el siglo XX. Lo que no muchos saben es que estuvo internada durante un tiempo, a principios de los años cuarenta, en una clínica de Santander, y que allí le sometieron a barbaridades supuestamente médicas que la iban a acompañar toda su vida. Esta es su historia.

Leonora Carrington
Leonora Carrington, 1960. Cedida por la Fundación Mapfre / © Inge Morath/Magnum Photos/Contacto

Alguna vez me llevaron, de crío, al Parque del Doctor Morales. Era cuando íbamos hasta Santander, que antes por la nacional resultaba camino largo, y entonces ya casi te obligabas a pasar el día allí. Y eso, que alguna vez, a lo del doctor Morales, justo enfrente de la Teka, con su bolera en la planta superior. Allí, en el parque, había cuestones gordísimos, árboles, dos o tres estanques con patos (en Cantabria hay patos por todos laos, así que tampoco impresionaba mucho) y una especie de cuevas falsas como las de Gaudí. Recuerdo raposas dentro, pero pregunto a unos y otros y lo de las raposas dicen que no, será un hueco de mi mente...

Lo que aun no sabía es qué historia oscura encerraban aquellos pedruscos apilados.

Cuentan que si son lo último que queda, lo único que estaba así entonces. La finca, la finca grandísima, como de diecisiete hectáreas. Con su casona que construyó algún indiano, con su palacete de penachos góticos recién huido de Tim Burton, con sus pabellones repartidos aquí y allá. Sanatorio de Peñacastillo, le decían, aunque por Cajo estuviera, más bien.

Sanatorio psiquiátrico.

Si tú buscas, si buscas declaraciones, memoria oral, surgen historias. Recuerdos. Los gritos, sí, los gritos que salían de allí. Los gritos de los enfermos. Los gritos para curarte.

En ese lugar estuvo encerrada Leonora Carrington. En la hacienda de los gritos.

Leonora nació en Inglaterra a mitad de la Gran Guerra, y nació de buena familia, porque el padre era industrial y tenía dinero de sobras. Así que su infancia fue la infancia de los "todos", pero a ella se le hizo infancia del no tener. Porque aborrecía normas, porque le gustaba contestar, porque pinta y muestra inquietudes que no son las de una mujer de alcurnia y educación. Por todas esas cosas. Porque las escuelas aburren, porque los maestros hastían. Así que, veinte añitos, salta a París, que es donde está el mundo entonces. El París de los treinta, el de la Exposition Internationale del Surréalisme. En Francia conoce a Max Ernst, en Francia cambia su destino. Van a Sant-Martin de Ardiche, se aman, se vuelven a amar. Hasta que todo ocurre.

Leonora Carrington
Leonora Carrington pintando su cuadro 'Nunscape at Manzanillo', en 1956. Imagen cedida por la Fundación Mapfre / Archivo Privado de Fotografía y Gráfica Kati y José Horna. © 2005. Ana María Norah Horna y Fernández

Max es germano, Max es surrealista, Max es miembro de los artistas degenerados, Max es persona indeseable en aquella Francia que está en guerra. Lo capturan, lo encierran. Leonora se rompe por dentro, se quiebra.

Es 1940 y Leonora no puede estar con Max. Es 1940 y él está en un campo francés, ella busca salvoconducto para rescatarlo, quizá saltar el océano. Es 1940 y quiere ir a Lisboa, pero se queda en Madrid. Leonora tiene episodios erráticos. En uno de esos pasea por un parque, ya caída la noche. Pasea por un parque en aquel Madrid de 1940, en aquella ciudad de ruina y miseria. Pasea por un parque, y se cruza con requetés. Y los requetés la violan. Ella lo oculta, pero su equilibrio se hace cada vez más precario. El señor Carrington tiene oídos en todas partes.

Primero la declaran incapaz, la reconocen el doctor Pardo y el cónsul del Reino Unido. Encerrada en una habitación de hotel, bromuro a litros. Más tarde encierro en un convento de monjas, pero las monjas no pueden con ella. Finalmente, secuestran a Leonora. En Madrid. Secuestran a Leonora, la arrojan a un coche, le duermen con narcóticos.

A Leonora le inyectan. Le inyectan cosas. Una anestesia, plena espina dorsal. Como muerta. Cuando despierta está en una cama, manos y pies con lazos, completamente desnuda. "Podían hacer lo que quisieran conmigo: me mostré obediente como un buey", recordaba ella en la escalofriante Memorias de Abajo (Alpha Decay, traducción de Francisco Torres Oliver).

"Yo llegué a Leonora porque trabajé en la Colección Peggy Guggenheim de Venecia. Me interesé y empecé a leer, sobre todo, su literatura. Memorias de Abajo, claro, que es una de las grandes obras maestras del surrealismo. Otros surrealistas habían jugado con la locura, pero desde un punto de vista poético. Ella no, ella estuvo dentro". Carlos Martín es historiador del Arte y comisario de Revelación, la muestra que sobre Leonora Carrington se expone estos días en la Sala Recoletos de Fundación Mapfre, en Madrid. Allí realizan un paseo por toda su vida y su obra, y se presta atención especial, claro, a esos días oscuros de Santander. "Ella era una mujer de veintidós años que rompió cualquier vínculo con su padre, pero en Madrid busca ayuda de personas comunes a ambos. Es como su familia se entera dónde está y deciden enviarla a Santander. ¿Por qué? El Sanatorio del doctor Morales era conocido por la alta burguesía europea, las clases adineradas. En aquel momento, una familia con poder adquisitivo tiene capacidad para imponer sus deseos en cualquier lugar del continente. Sabían dónde la mandaban, pero no puedo asegurar que fueran conscientes del tratamiento que allí recibiría".

A Leonora le inyectan, y le llevan a un edificio que se llama Covadonga. Dice que es por una hermana del doctor Morales. Una hermana muerta. El sitio para los locos más agresivos. Que le arrancan la ropa, que la inmovilizan, que yace días y noches entre sudor, orinas y excrementos. Ella empieza a desarrollar una conducta ambivalente hacia Morales. Equívoca, casi deificadora. "Un ser lo bastante poderoso como para infligir tal tortura debía ser más fuerte que yo". El doctor contaba, después, que curó a Leonora con solo tres inyecciones de Cardiazol. Solo tres inyecciones. El Cardiazol provoca espasmos, ataques semejantes a la epilepsia, hiperventilación. Sensación, en suma, de morirte. Se usaba para que salieran todos los malos humores del cuerpo insano, provocaba depresiones profundas. Ya nadie lo utiliza.

(Entonces casi no existían los electrochoques, así que el Cardiazol jugaba a generar los mismos efectos. "El lavado cerebral dicen que es la última palabra en torturas", escribirá Leonora).

"Escuché en la radio, hace tiempo, que Leonora había muerto, y allí decían que una de las claves de su vida fue la estancia en el Sanatorio del doctor Morales, en Santander. Yo me crié en un barrio cerquita, y de niño iba allí, al parque Morales. Llegué a conocer hasta la casona, que parecía la de Psicosis. Aquel sitio me traía recuerdos". Hablo con Pati Domenech, de la compañía teatral Ábrego. Ábrego montó en 2015 La novia del viento, un espectáculo sobre aquella estancia de Carrington en Peña Castillo. A día de hoy aun siguen haciendo representaciones de esa Novia. "Así que me puse a investigar, y descubrí toda la historia. Y nos pusimos con ello. A mí me interesaba ese desagravio poético-teatral con algo tan olvidado. Sucede mucho en las ciudades, creo, que no se tiene la valentía de reconocer que aquí estuvo una persona y lo pasó mal". No luce, supongo, no atrae turismo. "Nosotros intentamos dejar bien claro en la propuesta escénica que aquel es un personaje real, que su vía crucis ocurrió".

Map of Down Below. Obra de Leonora Carrington
'Map of Down Below'. Obra de Leonora Carrington. Imagen cedida por la Fundación Mapfre

Era sitio de élite, no vayan a pensar. El sanatorio, cuento. Mariano y Luis Morales, padre e hijo. Cuentan que si allí acudían cachorros y ribetes de las grandes familias europeas, que si era apreciado por sus praducos, por aquellos espacios donde se podía, incluso, galopar a caballo. Cuentan que, en años donde la salud mental era tabú, donde tratamientos y diagnosis se disfrazaban como reposos de estío, aquel era uno de los predios más disputados del continente. Que hasta de Inglaterra venían. Que Morales (Mariano y Luis) eran sabios con respeto allá donde fuesen. Que el segundo, incluso, estudió en Alemania. En Alemania, sí, por los años treinta.

Y cómo se prepara alguien para entrar en Leonora, para ponerse en su piel. Hablo con María Vidal, que fue Carrington en aquel La novia del viento que dijimos antes. "Pues es algo muy íntimo, muy personal. Te documentas, usas las herramientas a tu alcance, estudias el texto, las motivaciones. Desde que comienza el proyecto hasta que lo llevamos al escenario pasó mucho tiempo, así que tuve esa posibilidad para digerirlo todo, porque es complejo".

Es complejo.

Pinta, allí, Leonora. Pinta, al menos, dos cuadros. Dos cuadros paradójicos. Uno se lo dedica, en su parte trasera, a Renato Leduc, el mexicano que le facilita escapar de aquella Europa que solo dolor y muerte regalaba. Se llama Down Below, como el libro, y reproduce una escena fantasmagórica, los jardines del sanatorio, conversaciones a medio decir entre seres a medio formar. Es un cuadro verde, pero de verde lorquiano.

"La huella del sanatorio se puede rastrear en su obra posterior, especialmente en los años siguientes, que es uno de los periodos más prolíficos de su carrera", dice Carlos, "sobre todo en su obra literaria. Hay espacios de confinamiento, de reclusión, presidios, islas. En su vertiente pictórica empiezan a aparecer subterráneos, y la figura de la crisálida, que es algo muy simbólico".

Y después está el otro, que se titula Villa Pilar. Uno lo regala a su salvador, otro a quien la mantuvo cautiva. Ese Villa Pilar quedó en manos de Luis Morales, y nunca se ha expuesto desde la muerte del médico. "Es un cuadro de tremenda importancia histórica, porque es una obra bisagra en la producción de Carrington", continúa Carlos. "Leonora tenía una relación muy ambigua con el doctor, hay un momento en que ella llega a decir que se siente atraída por él. Es un carcelero y también un sanador". Asimismo, dibujó, dibujó mucho, dibujó figuras de mirada enloquecida y movimientos frustrados, figuras a mitad de camino entre lo que se sueña y lo que se sufre. Hay, incluso, un mapa... un mapa de aquel sitio, un mapa imaginado que fija el territorio real, un mapa del sanatorio, de los pabellones, una cartografía del horror. Una forma de aprehenderlo para escapar, al fin, de él. Allí hay soles asomando, cuatro o cinco arbolillos, cárceles, báculos, cruces, barcos al fondo. También, sí, espirales o edificios con forma de ataúd.

"La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques".

Todo recuerda, todo, a Peña Castillo.

No fue el único. Morales, no fue el único. Más bien al contrario, el franquismo utilizó las nuevas corrientes de la psiquiatría como un arma que intentaba explicar (menos) y castigar (sobre todo) a los sujetos que el régimen consideraba como indeseables. Y de ahí surge toda una pléyade de científicos crueles y chiflados que usaron teorías contrarias a la razón para satisfacer quién sabe qué obsesiones o traumas. Estaba allí, por ejemplo, el famoso Vallejo Nágera. El que decía que las mujeres y su psique tienen muchos puntos en común con niños y animales, y que cuando "desaparecen los frenos que contienen socialmente a las mujeres y se liberan de las inhibiciones frenatrices de las impulsiones instintivas, entonces despierta en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas".

Y por eso se volvían marxistas, y rojas, y atentaban contra todo aquello que era bueno en España. Y es que los seres inferiores ven en la democracia la oportunidad para prosperar en detrimento de los superiores... No se extrañen ustedes porque, decía Vallejo, la raza española ha perdido en los dos últimos siglos los valores que la habían caracterizado desde el siglo XVI, entre miasmas de ilustraciones, liberalismos y democracias, olvidando la conciencia colectiva de esas "constelaciones de Dios, Patria y Familia que tanto influyen sobre la sensibilidad del pueblo". Que el libro donde afirma esto se titule Eugenesias de la Hispanidad y regeneración de la raza lo dice todo. Que tire de teorías eugenéticas germanas siendo profundamente católico demuestra un cacao importante, también.

También Juan José López Ibor anduvo investigando sobre la auténtica esencia del español, cuya raza era mixtura entre lo nórdico y lo mediterráneo (vaya usted a saber razones). Y, bueno, que tal esencia se caracterizaba en tres rasgos fundamentales: sobriedad, idealidad e individualidad. Con tal pedigrí, y suponiendo que España debía ser reserva espiritual del mundo, López Ibor justificaba una élite de españoles selectos que debía liderar este cotarro, porque los marxistas, esos enfermos mentales, podían terminar con la civilización moderna.

Francisco Marco Merenciano, otro de la gleba, llamaba a esto "psicopatología del resentimiento". Que si no triunfas en la vida, pues eres un resentido, y la sociedad te impide manifestar ese resentimiento, y se pospone la venganza, y la venganza te corroe el interior, y, finalmente, hay una explosión violenta, muy violenta. ¿Quiénes eran estos resentidos? Pues los enemigos de España. Los rojos, los masones, los marxistas. Si usted no está con la grey de Franco es un enfermo... Y a los enfermos se les cura. Por cualquier medio posible.

"La salud de la sociedad, como la de los cuerpos, necesita de cuarentena para quienes procedían del campo apestado", dijo, directamente, el dictador.

Leonora sale de ese sitio. Ha mejorado, podríamos decir. Lleva heridas que la acompañarán siempre, podríamos afirmar. Su familia quiere que retorne a casa, que la recluyan en otra institución mental, allá por Sudáfrica. Le acompaña una carabina enviada por su padre. Juntas hacen parada en Lisboa, Leonora da esquinazo a su vigilante. Saltará de Portugal a México. Le ayuda este Renato Leduc que dijimos antes, con quien se ha casado en la embajada mexicana de Portugal. Ernst ya no quería saber nada de Leonora, Ernst cruza hasta Estados Unidos en 1941, con Peggy Guggenheim.

Down Below. Obra de Leonora Carrington.
'Down Below'. Obra de Leonora Carrington. Imágen cedida por la Fundación Mapfre

Leonora sigue viviendo en México. Sigue creando. Pinta, escribe, moldea.

Recuerda para no recordar.

Recuerda aquello que olvidó.

Luis Morales anduvo en más asuntos después de los años cuarenta. Formó parte, por ejemplo, de la Comisión nombrada por la Diócesis de Santander para investigar las supuestas apariciones marianas en San Sebastián de Garabandal. Aquello fue a principios de los sesenta, y el doctor concluyó que nada de milagros. Pasa que más tarde, en 1983, y ya retirado de toda vida pública, Morales se retractó. Fue una conferencia, Ateneo de Santander, y al día siguiente en entrevista que concede a Julio Poo San Román para El Diario Montañés. Allí acaba de esta forma:

"En suma, que la Virgen que se apareció a estas niñas en Garabandal ha actualizado una nueva senda de vida, —oración, sacrificio, humildad…— y de metodología de la ciencia. Por eso termino como en mi conferencia de ayer, pidiendo a la Virgen de Garabandal que los años que aún me quedan de vida transcurran a su sombra, y que Ella me acoja después en su seno".

Este era el hombre que trató a Leonora Carrington.

El parque donde estuvo esa clínica se llama, hoy, parque del Doctor Morales, aunque la espontaneidad popular le dice "parque de la Vaca", porque hay una escultura con forma bovina allí, y porque en Cantabria preferimos recordar los animales de infancia que los doctores de antaño. Hay, allí, una placa en recuerdo a Leonora Carrington. Una placa justo donde la sometieron a torturas.

En la zona del Down Below.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias