MADRID
La universidad no es lugar para la clase trabajadora. Hoy en día solo el 10,6% de universitarios tienen este origen social, según el informe Ser estudiante universitario hoy, de la Xarxa Vives d'Universitats. Frente a eso, el 54,7% de los alumnos de grado son de clase alta y el 34,7% de clase media. Una situación de desigualdad estructural que en las últimas décadas se ha tratado de parchear a través del sistema de becas. Al menos hasta 2012, cuando la llegada de José Ignacio Wert al Ministerio de Educación provocó un vuelco en los criterios de concesión.
Estos cambios, que le costaron una oleada de protestas y huelgas estudiantiles, radicaban en que el mero aprobado ya no bastaba para el acceso a beca, sino que había que alcanzar una nota que llegaba a ser de hasta 6,5 puntos, según la rama de estudios. No era solo eso. También se establecía como condición necesaria que se aprobara un elevado porcentaje -el 90% en algunos casos- de las asignaturas matriculadas.
Esto se ha convertido en "un factor excluyente" para más de 45.000 alumnos que cumplen con los niveles de renta para ser becarios, pero no los académicos, según el informe La universidad española en cifras 2017-2019, elaborado por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE). Juan Hernández Armenteros, profesor de Economía de la Universidad de Jaén y coautor del estudio, explica que la situación "disuade a las personas para que continúen en su desarrollo educativo preuniversitario y universitario, porque las familias saben que con 1.500 euros no cubren ni los gastos que ocasiona que su hijo esté en la universidad".
En este sentido, la reforma de las becas no tenía en cuenta cuestiones como que el estudiante trabajara a la vez que estudiaba, algo que genera el efecto rueda: suele perjudicar el rendimiento académico y, sin este, se pierde la beca y el acceso a la universidad. "Si cualquier alumno depende de la norma de permanencia de su universidad, esos tienen que ser los criterios a aplicar al alumno que recibe beca", defiende Hernández, pues "no tiene sentido que por no tener capacidad económica se exija más que al resto de los estudiantes".
Este profesor considera que "el nivel para permanecer en la universidad es muy bajo para todos los alumnos" y, por lo tanto, "el que tiene capacidad económica puede vivir en la universidad, porque las normas garantizan la permanencia del que está relajado y no del que no está relajado pero no alcanza lo exigido".
Asimismo, Hernández recuerda que "un alumno que no tiene la condición de becario sigue disfrutando de una reducción de entre el 75% y el 80% del gasto que ocasiona la universidad, porque la matrícula no cubre todo [el gasto], y eso lo pagamos todos: los que van y lo que no van a la universidad".
Los que se quedaron fuera: "Te sientes un deshecho"
En principio, esta coyuntura está a punto de dar otro giro. La ministra de Educación, Isabel Celaá, ya ha anunciado que dará carpetazo a la reforma de las becas de su predecesor en el cargo, José Ignacio Wert. De este modo, la nota media mínima para obtener beca será 5, pero no está claro en qué plazos ni si la parte variable, referente al rendimiento académico, será eliminada o reducida de forma "sustancial".
Pese a ello, numerosos estudiantes se han quedado fuera de la educación universitaria por el criterio que impuso el Gobierno del Partido Popular. De haber continuado, algunos habrían incluso acabado ya sus estudios. Es el caso de Mario, que empezó a estudiar Comunicación Audiovisual en 2012, el año en que cambió el criterio de becas. "Con beca ya costaba, pero es que sin beca era imposible", relata este joven de 25 años a Público.
En su primer año de carrera suspendió tres asignaturas y consiguió recuperar una, pero no bastó para recibir ayudas. "Además de eso, yo no pagaba matrícula por ser familia numerosa, y también me lo quitaron, así que me tuve que ir porque no podía pagar un alquiler como los que hay en Madrid", lamenta. "No sé si suspender dos asignaturas te hace un deshecho, pero sientes que lo eres cuando ves que no te dan beca por ese motivo, aunque me parece algo factible en un primer año en el que estás recién llegado", añade.
Este joven recuerda que la situación le "destrozó muchísimo". "Aunque la carrera no me estaba gustando mucho y me autoengañé un poco por ahí", agrega. Desde entonces ha trabajado como camarero, cortador de jamón en bodas o animador juvenil. "Después de unos años he tratado de evitar el sector de la hostelería porque es muy duro, pero es muy difícil no pasar por ahí. También me lo autoimpuse como castigo", continúa este joven, que desde hace un par de años ha participado en proyectos más relacionados con el mundo audiovisual: "Hasta ahora había tenido un concepto del trabajo súper nocivo y negativo".
Se muestra "contento" de que el criterio vaya a cambiar, pues "tenía amigos que iban sobrados de dinero a los que sí le daban ayudas por sus notas", y no sabe "si eso es todo lo justo que debería". Y afirma que le gustaría volver a la universidad. "Me he sentido muy intrusista. Noto esa carencia de no haber estudiado, yo creo en la titulitis y creo que se necesita esa formación", dice.
Más allá de las becas: el sesgo de clase
El sesgo de clase también afecta a la carrera que se escoge, pues, a no ser que haya una vocación muy fuerte, "si van a acceder a una beca pequeña y hay una exigencia académica para obtenerla, los alumnos de bajas rentas se desplazan hacia aquellas enseñanzas en que el nivel de exigencia sea menor", comenta Hernández. "Tenemos que plantear para qué queremos las becas", apunta.
Hernández sugiere, eso sí, ampliar el foco: "Acudir o no a la universidad no viene determinado exclusivamente porque tengas beca o no, sino porque tu familia tenga capacidad económica para prescindir de que te incorpores al mercado laboral". Por ello, concreta, "lo que se plantea con la beca es un principio de igualdad de oportunidades objetivo y real", algo para lo que "esa renta tendría que tener el Salario Mínimo Interprofesional como referencia, porque es el óptimo que garantiza la igualdad de oportunidades".
Si algún lector se lo estaba preguntando, Hernández lo aclara: "Eso no lo tenemos en España". En los mejores casos, las ayudas han sido de 3.500 euros por persona, "que está lejos de ser el SMI en un año, pero hasta 2012 hubo una tendencia creciente". Cuando se introdujo el criterio de competencia académica, "las becas compensatorias se pasaron a llamar fijas de renta, y la cuantía pasó de 3.500 a 1.500 euros".
No obstante, el número de becarios ha aumentado en este periódo porque "en el umbral de renta exigido han entrado más personas como consecuencia de la crisis, pero antes de dar esa dotación se ha excluido a los que realmente le hacía falta la ayuda: con 1.500 euros nunca van a tocar la puerta de la universidad", apunta.
"Me habría gustado estudiar Historia o Ingeniería de Telecomunicaciones", comenta Náyade, una joven que no pudo siquiera acceder a la universidad: "Me habría gustado de verdad dedicarme a ello, aunque no tengan mucho que ver entre sí". En su caso, lamenta que pese a la situación de su familia, nunca le concedían becas: "Supongo que era porque mi padre es funcionario, pero es que su sueldo no llega ni a 1.000 euros y mi madre es limpiadora y cobra menos del salario mínimo".
Antes solo le habían dado una pequeña ayuda de 200 euros para estudiar Bachiller. "Luego me han ido denegando todo, así que no he tenido opción", señala. Esta joven lamenta que para sus padres no había posibilidades de pagarle la universidad: "Somos cuatro en casa y esos dos sueldos no son mucho para mantener a una familia y pagar una hipoteca".
En cuanto salió del instituto se tuvo que poner a trabajar como auxiliar doméstica, aunque ahora lo compagina con el estudio de un grado superior en Enfermería Veterinaria y otro medio de Técnico Sociosanitario, ambos hechos a distancia. "Estoy formándome todo lo que puedo, pero no puedo pagar una carrera, son muy caras", comenta Náyade. "Es mucho esfuerzo llevar las dos cosas a la vez, pero no quiero estar trabajando en casas toda mi vida. Es un medio para llegar a ese fin".
No ve factible que pueda ir a la universidad pronto, pues tiene que ayudar en casa: "Y con los sueldos que hay hoy, no te da, casi tienes que dedicar un salario íntegro, y eso para mí es o comer o pagar la carrera. "Si una universidad es supuestamente pública, ¿por qué no podemos acceder a ella sin pagar, igual que en la ESO o Bachiller?". "Si pago por algo, es privado", critica. "Si consigo un buen trabajo en unos años, no descarto estudiar una carrera, pero hoy por hoy es imposible. Llega un momento en el que te resignas".
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