madrid
El humo se disipa poco a poco sobre la Amazonia, dejando ver con algo más de claridad cuál es la situación de la selva tropical. Tras la atención social y mediática recibida este verano y todo el revuelo causado por los incendios en la zona, inevitablemente unidos al repunte de la deforestación, muchas preguntas sobre este fenómeno han quedado sin resolver.
La primera y más inevitable cuestión compete a qué se debe toda la atención internacional recibida este año y si está de alguna manera justificada. De manera inevitable, que Brasil esté presidido por un dirigente tan controvertido y polémico como el ultraderechista Jair Bolsonaro ha influido en la atracción del foco mediático. Además, estos fuegos han coincidido con el despertar global de la conciencia verde, un hecho que se ha visto representado en las protestas a lo largo y ancho de todo el mundo dentro del marco de la 'Rebelión por el clima'.
En 2019, los datos sobre las alertas de deforestación y focos activos en la Amazonia revelan la reversión de una tendencia que había conseguido huir de los peores datos históricos registrados entre el año 2004 y 2005. Entonces, el Gobierno de Lula da Silva se vio obligado a tomar cartas en el asunto y poner en marcha una medida conocida como la Moratoria de Soja en 2006, un pacto de deforestación cero entre la sociedad civil, la industria y el gobierno que prohíbe la compra de soja cultivada en zonas recientemente deforestadas en la Amazonia.
Trece años después, el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE) advertía sobre el preocupante incremento de las alertas de deforestación en la Amazonia que detectaban sus servicios de monitorización. Según los datos mostrados en DETER, uno de los programas dependientes de este instituto, 2019 ya es con diferencia el año con más kilómetros cuadrados bajo alerta de deforestación desde 2015 pese a faltar más de dos meses para darlo por cerrado. Con 7.930 km², supera en casi 2.000 a 2016, segundo año más nocivo para la Amazonia en este aspecto.
En julio se alcanzó el pico de alertas y de crecimiento, con 2.255,31 km² en riesgo, un aumento de un 305,12% con respecto al peor julio de los últimos cinco años, que de nuevo fue el de 2016 (con 739,14 km²). Reactivadas las alarmas sobre esta práctica que ya se creía controlada en Brasil, Bolsonaro despidió al director del INPE, Ricardo Galvão, a principios de agosto, poniendo en duda la veracidad de los datos publicados por el instituto y asegurando que solo tenían el objetivo de “atacar al nombre de Brasil y el Gobierno”.
Fruto de la polémica levantada por las actuaciones del presidente, los incendios y las preocupantes cifras de deforestación, “el mundo ha despertado sobre el universo de las ‘queimadas’ en Brasil”, asegura Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de bosques de Greenpeace España.
¿En qué consiste el fenómeno de las ‘queimadas’?
Bautizadas con ese nombre en Brasil, puede parecer una práctica estrictamente local. Sin embargo, se trata de un modo de proceder universal para todo el mundo agrícola. No es más que la utilización de la tala y el fuego con el fin de despejar el terreno eliminando la vegetación. Además, las cenizas refertilizan el suelo, el cual queda apto para grandes plantaciones de productos como la soja.
Por lo tanto, los fuegos de este verano no son más que la consecuencia del recrudecimiento de la deforestación en el país, pues la tala precede a la quema en esta práctica. Así lo demuestra la investigación realizada por Monitoring of the Andean Amazon Project publicada en septiembre de 2019, la cual consigue ilustrar a través de imágenes satélites cómo se realiza este proceso y recalcando la importancia de comprender que la deforestación y el fuego son partes indisolubles de un mismo proceso.
La presión de la demanda internacional de carne y soja
Si bien los datos del INPE evidencian que la falta de control del Ejecutivo actual es una de las principales causas que están provocando el revertimiento de una tendencia a la baja de la deforestación en Brasil, lo cierto es que se trata de una responsabilidad cuanto menos compartida. Más allá de las fronteras del país sudamericano, la alta demanda internacional de soja, utilizada a su vez para la fabricación de piensos para la alimentación de animales y la producción de carne, está provocando que los espacios agrícolas y ganaderos brasileños se expandan a costa de sus bosques y selvas para satisfacerla.
Actualmente, Brasil es el mayor exportador mundial de soja, según datos de la Food and Agriculture Organization (FAO, organismo dependiente de la ONU). Siguiendo las últimas cifras ofrecidas por esta institución (2017), el país dirigido por Bolsonaro controla algo más del 44% de las exportaciones mundiales, muy por encima del 37% de Estados Unidos e infinitamente superior al algo menos del 5% que ostenta Argentina, tercer vendedor del planeta.
La exportación de soja en Brasil entre 2007 y 2017 creció un 287%
Este liderazgo es, además, el fruto de un crecimiento exponencial de la producción de soja brasileña durante los últimos años. De 2007 a 2017 el valor de las exportaciones realizadas por el país aumentaron en algo más de un 287%. Actualmente, la gran mayoría de este producto tiene como destino China, en concreto un 79% según el Observatorio de Complejidad Económica (OEC).
Este cliente estrella no es casual, pues el país es, al igual que Brasil, uno de los grandes productores mundiales de carne y por ello gran demandante de productos como la soja para el pienso de animales. Además, fruto de las tensiones comerciales entre el gobierno chino y el estadounidense –que exporta el 57% de su soja a China según el OEC–, Brasil se ha convertido en una gran alternativa para el país asiático.
Por lo tanto, la situación de la Amazonia va más allá de la agricultura, pues también está inevitablemente condicionada por la alta demanda de carne que existe en otras regiones del mundo. "La cantidad de ganado que se está produciendo en toda la Unión Europea y los países de la industria en general se está alimentado con piensos que están en su mayoría compuestos por soja", comenta Luis Rojas, Coordinador de Ecologistas en Acción, sobre esta conexión.
Este modelo de ganadería intensiva no puede sostenerse con la soja y materias primas de los propios países productores, por lo que tienen que recurrir a las existencias de países exportadores como Brasil. Una ganadería intensiva que, inevitablemente, impulsa también el auge de los monocultivos y la agricultura intensiva. A su vez, el avance de ambas tendencias se produce bajo el auspicio de "un entramado de tratados comerciales de la globalización como el de la Unión Europea con Mercosur que facilitan que la exportación se pueda llevar a cabo", comenta Rojas.
"Si los incendios del Amazonas este año han sido preocupantes, al final se pierde mucho más poco a poco en pequeños incendios que van ganando terreno a la selva tropical para ese tipo de cultivos", apostilla el coordinador de Ecologistas en Acción. Más allá de la alimentación, Rojas también apunta a los combustibles como otra de las producciones que ejercen presión sobre la región, ya que también algunos de estos productos son elaborados con soja. Sin embargo, el sudeste asiático y más concretamente países como Indonesia y Malasia son los que sufren más a causa de esta industria debido al empleo de aceite de palma en el biodiésel.
La deforestación como motor económico
Se trata, por lo tanto, de una relación compleja y de múltiples etapas, pero al mismo tiempo lógica. La demanda internacional de soja para la producción de carne, aceite y otros productos hace que su cultivo sea un atractivo aliciente económico para Brasil, aunque la expansión de sus fronteras y dimensiones sea a costa de territorios de bosque virgen como el caso de la Amazonia. “Estamos quemando una parte del mundo y la huella ecológica de la carne que comemos tiene el olor del humo de la selva”, sentencia Soto.
"Estamos quemando una parte del mundo y la huella ecológica de la carne que comemos tiene el olor del humo de la selva", Miguel Ángel Soto, de Greenpeace
En este sentido, Soto lamenta que se siga “pensando que el desarrollo de estos países tiene que pasar por la deforestación”. Según él, durante el mandato de Lula y parte del de Dilma Rousseff, Brasil consiguió crecer como país al mismo tiempo que se desacopló su auge económico de la deforestación, empleando para ello espacios protegidos y una utilización eficiente de los recursos.
Problemas y soluciones más allá de la Amazonia
Esta tendencia se trata, sin embargo, de algo en absoluto exclusivo de la Amazonia, pese a que esta región haya recibido gran parte de la atención social y mediática durante el pasado verano. Sin salir de las fronteras de Brasil, la sabana tropical del Cerrado también está siendo gravemente afectada por la expansión de las fronteras agrícolas y ganaderas. Al margen de Brasil, otros países lindantes cuyos territorios también albergan partes de la Amazonia y el Cerrado como Paraguay y Bolivia también han sufrido incendios cuyos daños han sido incluso superiores a los brasileños en extensión.
Paraguay y Bolivia también han sufrido incendios cuyos daños han sido incluso superiores a los brasileños en extensión
Tanto por lo complejo de sus causas como por la extensión de sus consecuencias queda evidenciado que se trata de un problema global. Por lo tanto, de manera inevitable, sus posibles soluciones también están necesariamente abocadas a una respuesta colectiva.
Tal y como indica Soto desde Greenpeace, se requieren respuestas a todos los niveles, empezando no solo por la imposición leyes y tratados comerciales vinculantes de deforestación cero, sino también una gobernanza real que implique el debido cumplimiento de dichas legislaciones. A nivel más global, también destaca la necesidad de que los “países demandantes de materias primas cuestionen su huella ecológica” y establezcan mecanismos de consumo que eviten la generación de más emisiones.
Fuera del plano gubernamental, además de “consumidores críticos”, también se requiere una respuesta por parte de las grandes empresas, que deben “limpiar sus cadenas de producción”. Con ello, Soto apunta a interiorizar una inspección debida que garantice que sus productos no son fruto de la deforestación, en la línea de revisiones que ya están más interiorizadas socialmente en materias como el trabajo infantil.
Despertada este verano la conciencia sobre la nociva situación que vive la Amazonia y otras regiones cercanas, desde el ecologismo se reclama una respuesta global. En definitiva, la inclusión de los gastos medioambientales en una economía que solo suma en términos de beneficios. Con el fin de la época de ‘queimadas’ el humo se disipa sobre la Amazonia. Sin embargo, el olor de ese humo queda perennemente impregnado en la comida que yace sobre nuestros platos.
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