barcelona
A sus 96 años, Joan Busquets es el último maquis catalán vivo. Establecido en Francia desde hace más de cinco décadas, la lucha –contra la dictadura, las desigualdades y por un mundo más justo– ha marcado su vida y tiene claro que quiere que sea así hasta el final.
Ahora mismo batalla porque el Estado español lo reconozca como luchador antifranquista. Y como tal le reclama una indemnización de un millón de euros por los 20 años que estuvo encerrado en prisiones franquistas y las secuelas físicas y psicológicas que esto le comportó, además de la evidente privación de libertad.
El combate contra el régimen le hizo perder la juventud –fue encarcelado con 21 años y no salió hasta los 41–, pero en ningún caso los ideales. Plenamente lúcido cuando se acerca al siglo de existencia, ha detallado las razones de su reclamación al Estado este martes en una rueda de prensa organizada por la CGT Catalunya en la sede del Ateneu Enciclopèdic Popular, en Barcelona.
Su abogado, Raúl Maíllo ha explicado que en julio presentaron el escrito al Ministerio de Justicia y que si pasados seis meses desde entonces continúan sin respuesta recurrirán a la vía judicial. La Ley estatal de memoria democrática, en vigor desde 2022, establece la nulidad de las sentencias franquistas, un hecho que ha abierto la puerta a la reclamación de Busquets. Según Maíllo, "una verdadera reparación y garantía de no repetición tendría que comportar una reparación económica". Es decir, no se conforman con los documentos de reparación "simbólicos" que ya ha entregado el ejecutivo estatal y que el antiguo maquis no ha recibido.
Justo después de la rueda de prensa, Busquets atiende en una entrevista a varios medios, entre los cuales Público, para repasar su vida. Con 18 años, hizo el primer intento de marcharse a Francia y huir de "la España negra y triste" que había impuesto la dictadura. "La juventud se iba porque no había futuro y la Iglesia tenía un papel enorme", recuerda.
En aquella ocasión sería detenido en Espolla (Girona), muy cerca de la frontera, pero lo volvería a intentar poco después y entonces sí que se saldría con la suya. Empezaría a trabajar en una minería de carbón y entraría en contacto con militantes de la CNT –el sindicato claramente hegemónico en Catalunya durante las primeras décadas del siglo XX– y se afiliaría a las Juventudes Libertarias.
La politización de Busquets no salía de la nada. Hijo del barrio barcelonés de Sant Gervasi de Cassoles, comenta: "Mi padre era de la CNT, venían muchos compañeros a casa y siempre he visto la CNT con simpatía". Las lecturas completarían su proceso de politización cuando era adolescente y en Francia se implicó en la militancia y, por ejemplo, repartía Ruta, el diario de las Juventudes Libertarias y a menudo iba a Toulouse, donde "había un ambiente fabuloso, con mítines con miles y miles de personas".
Relativamente próxima a la frontera, la capital occitana acogía numerosos exiliados de muchas tendencias políticas –anarquistas, comunistas, socialistas, ...– y allí el joven Busquets conocería a Marcel·lí Massana, el mítico maquis de Berga (Barcelona).
"Inicialmente me convencía el trabajo político que hacía, pero después vi que no era suficiente y había que ir más allá y hablé con el Massana para unirme a su grupo guerrillero y luchar contra el franquismo", detalla. Era 1948 y arrancaban una época corta, pero muy intensa y decisiva de su vida.
Pena de muerte conmutada
Busquets se pasó un año con el grupo guerrillero de Massana, donde también coincidiría con Ramon Vila Capdevila, alias Caracremada, en el que harían incursiones a Catalunya para intentar sabotear la dictadura. En aquella etapa le pusieron el mote de el Senzill (el Sencillo).
Recuerda sobre todo la acción que llevaron a cabo cerca de Terrassa en junio de 1949, en la que con explosivos tiraron a tierra más de unas cuarenta torres de alta tensión eléctrica y un kilómetro de vía férrea, según él uno de los principales sabotajes que sufrió el régimen. "Tenía los pies en el suelo y ya no pensaba en derrocar al régimen, pero sí que quería hacerle el máximo daño posible y desprestigiarlo totalmente", comenta de aquella época.
Solo cuatro meses más tarde, fue detenido en Barcelona, después de que la policía franquista atrapara a su compañero Manuel Sabaté, hermano de los también guerrilleros Quico y Josep Sabaté. Pasaría semanas en la Jefatura de la Via Laietana, donde sufriría las torturas por parte del comisario Antonio Juan Creix, durante décadas uno de los principales responsables de la Brigada Político-Social de la capital catalana.
"No me dejaban dormir y esto es un martirio, una tortura. Después te daban bofetadas para despertarte, ya te puedes imaginar en qué estado estaba", detalla, antes de rememorar que allí "no sabía si era de noche o de día, solo tenía una bombilla que estaba encendida las 24 horas".
Juzgado en un consejo de guerra, Busquets fue condenado a muerte, junto con sus compañeros Manuel Sabaté y Saturnino Culebras. "Pensábamos en fugarnos, pero al final llegué a la conclusión que si me mataban, moriría dignamente y es muy duro llegar a esta conclusión con 21 años", recuerda.
Finalmente, su pena fue conmutada por 30 años de prisión –de los cuales cumpliría 20 y seis días–, sin que nunca supiera exactamente por qué sucedió. Sus compañeros sí que fueron ejecutados. "El trauma de todos aquellos años cerrado todavía lo tengo dentro y no se irá nunca", subraya.
Intentos de fuga
Las dos siguientes décadas, Busquets las viviría encarcelado, los primeros 15 años en la prisión de San Miquel de los Reyes, en València, y los cinco últimos en el penal de Burgos. "La vida en la prisión inicialmente era el exterminio, porque estaban muy llenas y pasábamos hambre, pero después, una vez fue saliendo gente, ya fue llegando ayuda del exterior", afirma.
Eso sí, no se resignó a la reclusión e intentó escaparse en varias ocasiones. En una de las cuales, en invierno de 1956, sufrió una caída en la que se rompería el fémur. Lo dejaron tirado en el suelo de la celda durante una semana, sin ninguna atención médica, lo que le generaría secuelas casi de por vida.
Con todo, no se arrepiente del intento de fuga: "Siempre he buscado la libertad y siempre lucho por ella, pero todavía no la he conseguido y todavía la lucho". "La libertad es una lucha constante, permanente y hay que luchar por ella hasta la muerte", añade. Palabras que demuestran cómo mantiene sus convicciones y unos ideales, que a día de hoy lo llevan a seguir colaborando con textos del boletín de la CGT del Berguedà.
En este sentido, la Ley de memoria democrática no prevé reparaciones económicas a las víctimas del franquismo, pero el abogado Raúl Maíllo apunta que sí que lo hace el derecho internacional, que "establece la responsabilidad del estado por hechos ilícitos y reparaciones económicas por los perjuicios causados, como daños físicos o mentales".
"Hay que luchar hasta el último día"
En 1969, finalmente, recuperaría la libertad pero su vuelta a Barcelona apenas se alargaría hasta 1972. Más allá de los problemas de adaptación por los cambios vividos durante su reclusión, como por ejemplo la aparición de semáforos en la ciudad, recuerda que "tenía un buen trabajo, bien pagado, pero la policía me hacía la vida imposible".
El horizonte, nuevamente, es el norte. Busquets se exilia en Francia, donde enseguida obtiene el estatuto de refugiado político. Allá conocería la que sería su mujer, con quien tendría un hijo, y se establecerá en Normandía, tras una primera etapa a París. Pero el exilio no le ahorró algunos problemas con la policía y recuerda que "a pesar de llevar una vida normal", en octubre de 1976 la gendarmería lo confinó durante diez días en una isla de Bretaña para "alejarlo" de la presencia del entonces rey Juan Carlos, que visitaba la capital francesa.
Desde entonces nunca se ha planteado volver a establecerse en su tierra natal, en parte por la falta de reconocimiento a su compromiso antifascista. En el pasado, por ejemplo, envió cartas a Felipe González, cuando era el presidente español, y a José Montilla, cuando estaba al frente de la Generalitat, para reclamar una pensión y un reconocimiento a los guerrilleros antifranquistas.
Ninguna recibió respuesta, un hecho que constata cómo su lucha ha sido una de las grandes silenciadas por la democracia española, mientras "los que ganaron la guerra todavía son los que tienen todas las ventajas", lamenta.
Eso sí, Busquets tiene claro que "no se arrepiente de nada" y de haber luchado "a favor de la República sin ser republicano, porque yo soy anarquista". Y a pesar de constatar el avance global de la extrema derecha anima los jóvenes a "luchar para cambiar las cosas". "Hay que luchar hasta el último día", concluye. Y a los 96 años parece evidente que así lo hará.
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