Este artículo se publicó hace 5 años.
La dura batalla de los museos frente a la masificación
Las principales pinacotecas tratan de hacer frente a un nuevo tipo de visitante que desborda la salas más emblemáticas y ralentiza la circulación en el interior de los museos.
Madrid-
La imagen dio la vuelta al mundo. En ella se podía ver a La Gioconda, tan impertérrita y ambigua como acostumbra, rodeada de cientos de teléfonos móviles. Una luminaria, parecida a una ofrenda, que no hizo más que constatar un problema creciente que afecta a las principales pinacotecas; la masificación. El Louvre, con sus 10,2 millones de visitantes en 2018, un 25% más que el año anterior, simbolizaba la punta de lanza de ese nuevo paradigma de visitante que –palo selfi mediante– focaliza su deleite artístico en no más de cuatro o cinco obras de arte.
Los museos españoles no son ajenos a esta problemática. Desde el Museo Nacional del Prado, con un de sus grandes apuestas ya en cartel –Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia– y otra en ciernes –Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines– han optado por “aforar” la entrada de visitantes. Lo cual –remarca Carlos Chaguaceda, jefe de Comunicación de la pinacoteca– “no significa limitar la cantidad de personas que entran, sino establecer un flujo continuo, asegurar a la cañería un tráfico regular y no a oleadas”.
Se trata, a fin de cuentas, de que la experiencia del visitante sea lo más enriquecedora posible. Una preocupación que ya deslizaba su director, Miguel Falomir, en una reciente entrevista con Público: “Es un problema que no tiene una solución fácil porque el visitante de museos es muy selectivo, es decir, cuando uno va al Louvre, que es el museo con más afluencia, hay espacios donde no puede entrar nadie más y otros que, en cambio, están vacíos. A nosotros la saturación nos viene con El Bosco, mientras que hay espacios que apenas cuentan con público. No es fácil, por el momento no se ha encontrado una solución”.
Junto al intento por modular la entrada de visitantes, Chaguaceda hace hincapié en otra medida, en este caso heredada –no sin cierta polémica–, que se ha revelado como “una de las claves para prevenir aglomeraciones”. A diferencia del Louvre, pero también del Hermitage de San Petersburgo, la National Gallery de Londres o el Metropolitan de Nueva York, el Prado es uno de los pocos grandes museos en los que no está permitido proceder a la instantánea en ninguno de sus espacios. Una decisión que fue tomada por Miguel Zugaza en el 2002 y que el actual director ha decidido mantener.
Se trata de una medida que el Museo Reina Sofía implementa en uno de sus espacios más emblemáticos, a saber; el destinado al Guernica de Picasso. “Hay quien dice que lo hacemos para vender más postales, pero el único motivo es fomentar cierto dinamismo en la sala, sabemos que si las fotos estuvieran permitidas, el ritmo de las visitas sería más pausado”, apunta Concha Iglesias, responsable de prensa del museo de arte contemporáneo.
Cálculo de aforos
Desde el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, su director gerente Evelino Acevedo incide en la importancia de conjugar variables como el espacio transitable, el tiempo necesario para el visionado y la afluencia esperada. Para ello, dice, “las reservas online son claves en la gestión de los aforos y tratamos de fomentarlas”. De esta forma, se consigue que la experiencia museística sea lo más plácida posible, “ubicando en los horarios valle los grupos organizados y tratando de dosificar la venta en taquilla”.
Con todo, asegura Acevedo, “no siempre es fácil determinar el tiempo que cada visitante puede necesitar en su visita, lo que para unos visitantes lleva 45 minutos, para otros, en cambio, puede rondar la hora y media”. Contingencias difícilmente gestionables que, en el Reina Sofía, tratan de solventar facilitando los itinerarios alternativos entre salas: “Cuando una sala se congestiona tratamos de que el aforo de gente fluya hacia otros espacios habilitando salidas alternativas”, añade Concha Iglesias.
Una alternativa imposible cuando se trata de sedes como el Palacio de Cristal o el Palacio de Velázquez, espacios únicos que no permiten la circulación interna, por lo que las colas se hacen inevitables en ocasiones. “Estamos sujetos tanto al tipo de espacio, como al tipo de exposición, no en vano hay obras que requieren de una atención mayor, por lo que el flujo de visitantes tiene que ser mucho más contenido”.
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