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Actualizado:Ramón Lobo habría cumplido este martes 69 años. Su colega Alfonso Armada no reparó en la coincidencia cuando programó el acto, pero el homenaje al corresponsal de guerra, fallecido el pasado agosto, terminó siendo una celebración. Sus amigos y compañeros de profesión han perfilado su figura y recordado anécdotas del añorado reportero, protagonista de la tercera jornada del ciclo Hotel Florida, que tiene lugar hasta el 27 de febrero en la sala Callao de Ámbito Cultural de El Corte Inglés.
Enric González recuerda que lo leía antes de conocerlo. A comienzos de los noventa, Ramón Lobo se incorporó como redactor jefe de internacional al diario El Sol. El periodista barcelonés trabajaba en El País y se sorprendió con las numerosas firmas de corresponsales que engrosaban la sección en el periódico de la competencia, hasta que le advirtieron: "Ahí está el Maguregui del periodismo". González pronto entendió que algunas crónicas las escribía un tipo barbado, amparado bajo varios seudónimos, desde una redacción a escasos metros de la plaza de Colón.
"Disfrutó en El Sol, aunque a Ramón le gustaba más incomodar a los jefes que serlo", matiza el coordinador del ciclo, Alfonso Armada, quien recuerda cuando le enviaba los artículos a El País, donde luego también coincidiría con Enric González. "Me da mucha rabia que no fuese corresponsal, porque habría sido buenísimo. Él era muy de callejear y de darle la lata a la gente", añade el autor de Todas las historias y un epílogo (RBA). "Sin embargo, nunca fue ascendido, ni tuvo un aumento de sueldo, ni se le dijo que sí a lo que pidió", lamenta González.
"De hecho, Ramón fue descendido", replica con sorna Javier del Pino, quien interviene desde Washington por videoconferencia. "Antes de la prensa escrita, intentó dedicarse a la radio, pero un jefe le dijo que nunca iba a conseguirlo porque hablaba muy mal. Fue una paradoja que terminase su carrera en las ondas", recuerda el presentador de A vivir que son dos días, donde colaboraba el homenajeado hasta que el cáncer se lo impidió. "Le recomendé que lo dejase y se dedicara en cuerpo y alma a su enfermedad". Volvería a plantarse ante un micrófono para que lo entrevistase el periodista de la Cadena Ser, aunque vayamos antes a lo alegre.
Inevitablemente, las anécdotas curiosas y graciosas jalonan el homenaje. La escritora Nieves Concostrina recuerda que lo conoció en el funeral de Forges, donde el reportero le confesó: "Lo que suelo hacer en los crematorios es robar flores. Primero le pido permiso a la familia del difunto y luego me voy al cementerio civil a ponérselas a las Trece Rosas o a mi profesor Vintila Horia". Cuando la autora de Acontece que no es poco (La Esfera) se sorprendió ante la elección, Ramón Lobo comentó: "Era un fascista, pero le tengo cariño, no lo puedo evitar". Concostrina le enumeró entonces los ilustres allí enterrados, entre ellos Pío Baroja y Carmen de Burgos. "Hicimos un recorrido juntos y así comenzó nuestra relación".
"Si no te caía muy mal de entrada, te caía bien", razona con su fina ironía Enric González, quien apunta desde el cariño que era "un egocéntrico, como los grandes reporteros". Sin embargo, matiza que "era un personaje que hablaba mucho se sí mismo, pero que también estaba pendiente de los demás". Coincide con Alfonso Armada en que "contaba unos chistes malísimos, aunque tenían gracia por cómo lo hacía". Uno de los muchos rasgos por los que será recordado, cree el periodista vigués, quien subraya que "era una persona que se hacía querer".
La periodista Patricia Simón coincidió con él en la guerra de Líbano "cuando ya era Ramón, el maestro". Tras arrodillarse para hablar con un niño, Lobo la elogió por saber ponerse a la altura del entrevistado. "Eso era lo que hacía él. Tenía ese afán por contar lo que era injusto y plasmarlo sin sensiblería ni cursilería, siempre con absoluto disfrute y pasión", señala la autora de Miedo (Debate), quien considera un aprendizaje su transformación cuando lo despidieron de El País. "Se abrió un blog porque tenía la necesidad de seguir escribiendo y denunciando, pero siempre conservó su aspiración a la excelencia".
"Otra forma de entender el reporterismo"
"Reivindicaba la figura del editor y rompió con la imagen de que cubrir una guerra es solo estar en la trinchera, porque también hay que contar cómo se sobrevive en la retaguardia", apunta Patricia Simón, quien considera que brindó a los lectores y a la profesión "otra forma de entender el reporterismo". Hablaba "de los pequeños seres y de las pequeñas historias", sin perder "la capacidad de preocuparse por nosotros, tanto en el plano personal como el periodístico".
Javier del Pino recuerda que le pidió volver a intervenir en su programa para decir que tenía cáncer. "Fue una entrevista impactante e imperecedera. Tuve que parar varias veces para recomponerme", asegura el director de A vivir que son dos días, quien no entendía cómo alguien podía hablar "con tanta frialdad y clarividencia" sobre la muerte. Antes, al temer que sería "muy duro" para todos y, especialmente, para el propio Lobo, le pidió a Íñigo Domínguez que se acercase al estudio de la Ser para animarlo tras la entrevista. "Al final, todo el equipo estaba llorando menos Ramón, que terminó reconfortándonos a todos".
"Sabíamos que el tiempo se acababa" (Del Pino). "Hasta que se nos vino encima su enfermedad" (Concostrina). "Y su funeral fue insólitamente divertido" (Armada). Ramón Lobo le pidió un favor a su amiga: "Esto va a salir bien, pero por si acaso quiero que te comprometas a hacer un recorrido por el cementerio dejando flores". La escritora cumplió su deseo y, al día siguiente de despedirse de él en el tanatorio, fue a la necrópolis civil de La Almudena, donde buscó la tumba de Forges, quien los había unido tiempo atrás. "¡Qué bien nos enredó a todos Ramón!".
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