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Abuy Nfubea aborda una tradición revolucionaria que parte del cimarronaje en el libro Afrofeminismo. 50 años de lucha y activismo de mujeres negras en España (1968-2018). Editado por Ménades, con prólogo de Cristina Fallarás y epílogo de María Teresa Fernández de la Vega, el periodista y escritor panafricanista profundiza en la historia de un movimiento olvidado porque, como reza uno de sus capítulos, la revolución es femenina y nunca ha sido televisada.
¿Cuál ha sido el papel de las mujeres en el movimiento panafricanista en España?
Su protagonismo ha sido fundamental y, al mismo tiempo, ha estado conectado con la hispanidad. Así lo refleja la prensa: si nos retrotraemos al siglo XIX, en Cuba —entonces una provincia española— se publicaba Minerva, una revista dedicada a la mujer de color que también se distribuía aquí; y, si damos un salto en el tiempo, en los noventa se editó en Madrid África Negra, fundada por Isabel Cardoso, y en Barcelona Tam Tam, impulsada por Lucrecia Ndong. En política, Montserrat Señaba fue una pionera al convertirse durante el franquismo en alcaldesa de San Fernando (Ela Nguema).
Muchas otras participaron en los setenta en los movimientos de base y en los partidos políticos, aunque con la democracia tuvieron que reconvertirse ante una realidad diferente a la que se habían imaginado durante la dictadura. Y lo hicieron en solitario, porque no tenían detrás formaciones políticas, ni sindicatos, ni lobbies universitarios… Su papel ha sido determinante en el movimiento Free Mandela.
Hay muchos nombres, entre los que destaca el de la intelectual Raquel Ilombe, quien en 1985 financió y tomó junto a otras compañeras la Embajada de Suráfrica en Madrid durante una acción contra el apartheid. Todas ellas contribuyeron a articular en los ochenta la conciencia política de los movimientos negros, desaparecidos en su mayoría cuando llegó la crisis de 2008. Si el movimiento panafricanista siguió en pie tras el 15M fue gracias a que en su base había un sustrato femenino y feminista.
¿Ha adolecido el movimiento del machismo presente en otras esferas de la sociedad?
Claro. De hecho, lo denuncio en el libro, donde una dirigente estudiantil recuerda que no le daban la palabra por ser mujer. Uno de los motivos es que el colonialismo expandió el patriarcado. Y el racismo no es más que la manifestación de ese colonialismo, que nadie se cuestiona en el mundo occidental. Por eso fracasan todas las campañas, pues no tiene sentido luchar contra el racismo sin atacar el colonialismo.
Usted sostiene que la lucha antirracista ha sido borrada de la historia. La de las mujeres negras, ¿todavía más?
No creo que haya una lucha de los hombres y otra de las mujeres, porque ambos combaten por lo mismo, lo que sucede es que a algunos la situación les afecta de una forma más profunda. Para escribir el libro, no he necesitado acudir a los hombres, porque las mujeres también estaban presentes en un contexto de lucha —no solo feminista— y a mí, personalmente, me han formado como persona y como activista.
El expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero impulsó leyes que favorecieron a los homosexuales y a las feministas. Así Ada Colau, Ana Botella, Isabel Díaz Ayuso y otras mujeres pudieron llegar a las instituciones, pero no les mejoraron las condiciones laborales a las señoras que limpian su casa: siguen viviendo igual que en el siglo XVIII, sin contrato ni vacaciones.
Los derechos y las libertades permitieron a las mujeres blancas ser alcaldesas, presidentas autonómicas, ministras o vicepresidentas del Gobierno. Sin embargo, cuentan con otras mujeres negras, latinas o árabes para que les limpien sus casas. Y sus hijos no están en la Universidad, sino en los Latin Kings.
Eso no significa que esas mujeres blancas sean racistas, sino que el sistema colonial les favorece y no van a promover ninguna ley para que la señora que limpia su casa cobre más o goce de mayores libertades, aunque siempre tienen en la boca palabras como "derechos" o "libertades".
Cristina Fallarás valora su labor de rescate en el prólogo del libro, pues según la periodista y escritora los "silencios jamás son reparados por las administraciones públicas o los estamentos oficiales".
En primer lugar, tenía una deuda con mi propia familia, por eso en el libro están presentes mi madre, mis tías o mis abuelas. En segundo lugar, el posmodernismo ha construido en la sociedad española y europea una narrativa donde la lucha negra comienza en internet con Barack Obama y con el 15M, cuando en realidad la mística del 15M borra las luchas del pasado.
Entonces comenzaron a aparecer en los medios chicas negras jóvenes que se presentaban como las primeras que iban a generar un marco de lucha, cuando no era verdad, porque pecaban de un gran desconocimiento de la historia negra de España. Producto de esta enorme confusión se produjo una despolitización de la lucha negra en general y de la feminista en particular, presentada en internet como una moda de consumo y de belleza. Así se desconfiguró la labor de las mujeres que protagonizan el libro.
Por otra parte, también tenía una deuda con la propia idea de España, donde se cree que la diversidad es meramente territorial: Catalunya, Euskadi, Galicia y Castilla. Los medios han creado una idea falsa de la historia de este país, cuya diversidad es además étnica y racial. Del mismo modo que el Ministerio de Igualdad debería serlo también para las razas y las etnias, no solo para el género.
En definitiva, mi intención era construir una genealogía del movimiento negro español a través de las mujeres, lo que me permitía hablar de muchas otras cosas en un momento en el que el feminismo está en la vanguardia ideológica de otros movimientos.
En el libro recuerda los casos de Celia Mba, víctima de maltrato y desposeída de sus hijos por la Justicia, o de Rosalind Williams, quien presentó una denuncia cuando en 1992 un policía le pidió que se identificase solo por ser negra.
Rosalind fue la primera mujer que denunció al Estado español a causa de una identificación por perfil étnico, que se produjo en 1992 después de la aplicación de la ley Corcuera. Tras ser tumbado en la Audiencia Nacional y en el Tribunal Constitucional, llevó su caso al Comité de Derechos Humanos de la ONU y, defendida por Diego López Garrido, terminó ganándolo diecisiete años después. Sin embargo, le destrozaron la vida.
Ella no aceptó el trato humillante de un policía en la estación ferroviaria de Valladolid, pues fue la única pasajera del tren a quien le pidieron los documentos. No entendía como siendo española, de origen afroamericano y con un padre que había luchado contra el Ku Klux Klan, la tratasen así.
Sin embargo, cuando el Estado y los partidos de izquierdas abordaron el racismo, se inventaron nuevos liderazgos y olvidaron a mujeres como ella, porque eran incómodas y a su edad no se iban a dejar manejar por Leire Pajín, por ejemplo.
Al final incluyeron en sus filas a mujeres negras sin argumentos, pero no se les puede criticar porque son precisamente negras y mujeres. De hecho, ese es un problema para el movimiento, porque si un partido incluye a un negro en sus listas ya no lo puedes reprender. Si lo haces, eres acusado de facha, machista u homófobo. Sin embargo, cuando las formaciones políticas, incluida Podemos, han llegado al poder han dejado a las luchadoras históricas al margen.
Hay que hacer una autocrítica y, así, en el capítulo De las favelas al Parlamento critico a las mujeres negras que, viniendo de la base, han llegado a las instituciones no para cuestionarlas sino para seducirlas. Cuando se habla de racismo se tiende a hacerlo respecto a otros, aunque nosotros también tenemos la responsabilidad de que algunas cosas no sigan pasando.
¿Por qué no se denunció la paliza y detención de dos familias negras en un parque de Fuenlabrada? Porque el Ayuntamiento es del PSOE. Si fuera de Vox o del PP, se montaría un lío… Y eso lo hacen negros y negras —no blancos— con cargos en partidos de izquierdas. Por ello, si no hay un movimiento negro con fortaleza para criticarlos, se convierten en unos politicastros más de la sociedad.
Plasma la lucha feminista, negra y obrera a través del relato de treinta y cinco mujeres, entrevistadas por un hombre.
No se trata tanto de denunciar la invisibilidad como de luchar para poner fin a esa situación. En este libro lo importante era hablar de esas mujeres para que sean más conocidas. En breve publicaré otro sobre el movimiento panafricanista en general, pero no quería que su papel quedase diluido, por lo que decidí escribir uno donde ellas fueran las protagonistas.
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