Silencio. En el patio del Instituto Hispano Americano de la Palabra (IHP) no se oyen gritos ni lloros a pesar de los 38 niños de entre 3 y 16 años que corretean por sus pasillos cargados de muñecos, libros y juguetes. Un enjambre de manos, que dibuja a zarpazos sus palabras en el aire, sustituye al habitual bullicio de los recreos. Son los alumnos del último Centro de Educación Especial para sordos que queda en Madrid. El próximo 20 de junio, cerrará definitivamente y la mayoría de sus profesores y alumnos se trasladarán a centros de educación inclusiva, donde niños sordos y oyentes comparten pupitre.
Con el cierre del IHP, terminará en la capital un modelo educativo con más de 200 años de historia. El primer educador de niños sordos en España fue Fray Ponce de León, que empezó a dar clases en el Monasterio de Oña (Burgos) en el siglo XV. Pero el primer colegio no apareció hasta 1805, en víspera de la llegada de las tropas de Napoleón a la península, según informaba La Gaceta de Madrid el 5 de febrero de aquel año. Desde entonces, se han sucedido diversos sistemas educativos. El actual, está regulado por la LOE de 2006.
“Es difícil saber cuántos colegios específicos para sordos quedan en España, pero están desapareciendo a pasos agigantados por el aumento de los centros compartidos”, explica Arancha Diez, coordinadora del Área de Familias y Educación de Fundación CNSE (Confederación Estatal de Personas Sordas). La diferencia más llamativa es la presencia de dos profesores en el aula cuando algún padre quiere que se eduque a su hijo en lengua de signos. Uno (el de toda la vida) imparte la asignatura de forma oral; el segundo, que no es un simple traductor, lo hace con lengua de signos. El temario es común.
Clara, alumna de 12 años de sexto de Primaria, está aprendiendo a comunicarse con sonidos gracias al trabajo de su logopeda, aunque todavía prefiere hacerlo por medio de un intérprete. Y está entusiasmada por compartir pupitre con alumnos oyentes el próximo curso: “En mi pueblo tengo amigos que oyen bien y me gustaría tenerlos también en clase. Es más divertido y se puede hablar de más cosas. Cuando empiece el nuevo curso, ya podré hablar con ellos”.
En la planta baja del colegio, entre paredes plagadas de dibujos, los niños de educación infantil (de 3 a 6 años) escuchan atentos al cuento de los tres cerditos que cuenta su profesora, Pilar. Una maestra de apoyo, Natalia, les enseña los dibujos del libro al mismo tiempo. “El contacto visual es fundamental. Hay que trabajarlo antes que cualquier enseñanza porque si no te miran no hay comunicación”, explica Natalia. Además de profesora, es sorda con titulación universitaria, una extraña combinación en España por la escasa presencia de este colectivo en la Universidad.
El índice de niños sordos que abandonan los estudios en España tras la educación obligatoria es superior al de los oyentes. El 78% de los 6.486 alumnos sordos que estudió en el curso 1999/2000 lo hizo en cursos de Infantil, Primaria o Secundaria. En Bachillerato, BUP o COU, el índice fue del 3,2%, frente al 11,4% de los oyentes, según datos del Libro Blanco de la Lengua de Signos Española en el Sistema Educativo.
Tras el cierre del IHP, la mayoría de sus alumnos se matricularán en el colegio Laudem, un nuevo centro con campos de deporte, laboratorios y aulas de informática que sustituirá al actual chalé de tres plantas, más limitado pero con un ambiente personalizado y casi familiar. El nuevo, con cientos de chavales, tendrá un máximo de “cinco sordos en cada clase de 25 alumnos”, detalla su coordinadora, Pilar Rodríguez. “Dentro de los distintos modelos de educación ordinaria y preferente para sordos que existen, los que mejor resultado están dando son aquellos en los que comparten aula con oyentes”, asegura.
Los asesores sordos que hay en las clases “son referencia adulta, cultural y lingüística para los niños porque algunos de ellos sólo conocen a adultos oyentes y crecen pensando que de mayores también van a ser oyentes”, añade Natividad. A esto se añade el hecho de que cerca del 95% de los padres de niños sordos de España son oyentes naturales.
Las asociaciones de padres están divididas entre la educación oralista y la bilingüe (lengua de signos y oral). “Depende de cada uno. Pero lo importante es que se dote de los recursos necesarios que recoge la Ley para que cada uno pueda elegir”, explica Rodríguez. Estos incluyen los recursos humanos (logopedas, asesores sordos...) y los técnicos (sistemas visuales de alarma, de reconocimiento de voz, emisoras de frecuencia modulada en las aulas...).
Los beneficios de cada una son diferentes. La lengua de signos acelera la comunicación porque su aprendizaje es más rápido. La lengua oral aporta una conciencia fonológica y mejora la lectura, entre otros aspectos. En centros como el Laudem se dará una educación bilingüe, en la que tanto oyentes como sordos recibirán las clases en ambas lenguas.
El auge de este tipo de centros y la concienciación de las autoridades ha servido en los últimos años para desempolvar los derechos de los niños sordos. Sin embargo, la falta de recursos materiales y humanos sigue siendo una tarea pendiente de resolver.
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