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Gabriela Wiener (Lima, 1975) es una cronista empotrada en la vida. En la suya y en la de los demás. A veces no se sabe si fue antes el relato (o el deseo de relatar) o la experiencia, pero ambos se disuelven en el texto como dos fluidos miscibles, de manera que resulta imposible discernir si flota la realidad o el zumo que extrae de ella.
Gabriela Wiener dice: “Escribo sobre la gente que tengo cerca, a la que quiero más. A veces puede ser un poco cruel escribir sobre una persona desde tu subjetividad, por eso los literatos cambian los nombres de sus personajes y lo llaman ficción. Yo escribo así porque nunca me han gustado las cosas artificiosas. Prefiero la verdad, porque en cada historia siempre hay una búsqueda. Una revelación”.
Gabriela Wiener es una periodista gonzo. A la gente, cuando escucha el término, le vienen a la cabeza los pasotes de Hunter S. Thompson, el de Miedo y Asco en Las Vegas, primer expedicionario del género. O sea, el escritor como actor, aunque ella no ejerce de mera actriz sino de protagonista de la historia. Historias que hablan de los pliegues recónditos del sexo, de las aproximaciones a la muerte, de los nueve meses con alguien dentro.
Gabriel Wiener dice: “No soy exhibicionista. Puedo ser exagerada, pero no me exagero más de lo que soy en la vida. Eso no significa que en mis textos, más allá de la honestidad, también puede haber algo de autoengaño. Sea como fuere, la gente se me acerca como si me conociera, porque le inspiro confianza. Y es verdad: si se han leído mis libros, ya me conocen mucho”.
Gabriela Wiener es una literata del yo que habla sobre las frágiles paredes de los hoteles limeños que frecuentaba con sus amantes; sobre su cuerpo en el espejo (sufre dismorfia corporal, un trastorno que le lleva a preocuparse en exceso por su físico) o en el espejo de otras (cuando, desde la penumbra de la habitación, proyecta su imagen en la mujer que copula con su marido); sobre los piojos que le quita a su hija mientras le pregunta en qué le gustaría reencarnarse.
Gabriela Wiener dice: “Solamente le pasan cosas a la gente que quiere que le pasen cosas. La inmersión implica una transformación del protagonista. Pero hay maravillosos escritores de la nada. Leonardo Faccio estuvo cinco minutos con Messi y escribió un libro sobre el futbolista. Gay Talese hizo un perfil de Frank Sinatra sin hablar con él. Yo, en cambio, soy más de acción”.
Gabriela Wiener es una trasegadora de realidad. Su oficio consiste en trasvasar el papel que desempeña en su vida al papel impreso que le da la vida. Siempre ha escrito de sí misma, pero su autobiografía (todos sus textos son uno solo) no provoca pudor ajeno sino que se lee como una novela. Sólo hay una Gabriela, nadie es unívoco, dice mientras el viento encabrita su falda y ella amansa su melena, que se precipita por su pecho como una cascada negra.
Gabriela Wiener dice: “También escribo sobre seres que no le importan a nadie. Personajes en los márgenes que terminan siendo grandes. A ellos también los expones y, no por ser unos desconocidos, no dejan de merecer un respeto. Es injusto ser escrupulosa sólo con gente importante, por lo que procuro tener el mismo cuidado con ellos. Hay asuntos que no es necesario contarlos y, si hay un detalle que va a iluminar la historia, lo negocio y lo peleo. Eso sí, me callo muchísimas cosas, porque la gente es una caja de secretos”.
Gabriela Wiener es la esposa de Jaime, la madre de Lena, la pareja de Rocío. Viven en un bajo con apariencia de garaje más allá del río. Su cama mide como dos camas. Jaime es poeta y ha publicado Canción de Vic Morrow. Rocío, en pie de guerra contra la nabocracia, es la cantante de Miguel Ángel Mainstream. Lena, a sus ocho años, se ha inventado un término para explicarlos en el cole: la tripareja. Gabriela lo cuenta todo en Llamada perdida, su último libro.
Gabriela Wiener dice: “A Jaime los hombres le dan palmaditas en la espalda porque piensan que es polígamo, pero no tiene nada que ver con eso. Son tres relaciones en una, muy distintas y desiguales, porque el amor no puede ser similar con una persona que con otra. El poliamor, a falta de mejor término, es complicado. No hay salida para lo que nos está pasando”.
Gabriela Wiener es la autora de Sexografías. En un antes difuso, llevaba una doble vida agotadora. Algunos lectores esperan encontrarse con una tipa, dice, dura, salvaje, de orgía diaria. Nada que ver con la realidad, o sea, con esa otra realidad que trasciende sus textos, la de una mujer de hablar pausado, que a veces rehúye la mirada, calma como un esbozo de Gauguin.
Gabriela Wiener dice (en su libro): “Bebo, fumo, salgo de noche, me emborracho una vez a la semana y una vez a la semana muero de resaca, a veces me drogo, como comida basura, soy madre, no estoy bautizada, odio a la raza humana, soy esposa de alguien, veo series de TV en streaming hasta las tres de la mañana [...], soy una periodista especializada en meterse en sitios y escribir en primera persona sobre experiencias extremas. Ah, y casi olvido lo más importante: adoro la sal”.
Gabriela Wiener es una expatriada: llegó a Barcelona en busca de fortuna literaria, encontró el acomodo periodístico en una revista femenina de Madrid y terminó dejándolo todo para refugiarse en el sur (al menos en un sur más allá del Manzanares: nos fuimos del centro de las cosas, dice). Allí, en su Gabcueva (Gabcave en inglés), teclea para El País Semanal, La República o Etiqueta Negra.
Gabriela Wiener dice: “No me imaginaba lo puteada que iba a estar, trabajando en negro hasta conseguir el permiso de residencia. Te cansas de trabajar en precario y, cuando estás en una redacción, de ser tan esclava. Yo iba mejorando y España, empeorando, hasta que al final nos nivelamos. Pero los periodistas están dejando la profesión porque la situación es dramática. Si escribes en castellano, lo tienes crudo. Antes, para destacar como escritor en Suramérica, te tenías que consagrar aquí. Todo ha cambiado y ahora nadie entiende por qué no me vuelvo a Perú”.
Gabriela Wiener es. Gabriela Wiener dice.
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