En política son tan importantes las formas como el fondo, sobre todo, si quienes la ejercen pretenden aspirar a las más altas responsabilidades institucionales en los poderes Ejecutivo y Legislativo. En política, además -bien lo sabemos los medios de comunicación-, a los y las españolas nos gusta más una serie de luchas partidistas internas a lo Baron Noir, aunque sea en plan castizo, que la invasión rusa a Ucrania. Es duro, pero es un hecho y ahí tenemos las audiencias en los medios para confirmarlo. Cosa distinta es que la opinión pública diga estar hasta los ovarios de todos y todas nosotras, políticos y periodistas; partidos y medios de comunicación.
Por eso, porque muchos informativos prefieren abrir antes con la salida de Enrique Santiago, líder del PCE, de la Secretaría de Estado de Agenda 2030 que con los incendios de Zamora, por ejemplo, hay movimientos que, vistos desde fuera de los partidos (dícese "con perspectiva"), resultan incomprensibles y hasta innecesarios por el desgaste que conllevan de cara a un electorado desmovilizado y a unos lejanos representantes territoriales agotados de luchar contra el discurso de la derecha con la única herramienta de unos pésimos resultados electorales y peores encuestas.
Existe un proyecto, Sumar, con un liderazgo en ascenso y potente en la persona de Yolanda Díaz. Como mínimo, este plan de proyección nacional por ahora (elecciones generales de 2023) genera expectativas y alguna esperanza, por leve que sea, que ya es mucho. Alrededor de Sumar hay una constelación de partidos dispuestos a sumarse -o eso dicen-, donde destacan Podemos e IU, particularmente, por sus posiciones de Gobierno, que son menos si tenemos en cuenta que la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, así como su equipo, no representa unas siglas como tal, sino el liderazgo de un proyecto que ha empezado a tejerse.
Más peso que estos partidos están asumiendo las organizaciones, asociaciones, plataformas, ciudadanos y ciudadanas representativos... con los que Díaz ha emprendido la configuración de su plan de apertura del espacio político. Pero esos mismos partidos parecen no ser conscientes de la dimensión que puede adquirir ese movimiento social frente al partidismo ya estructurado. Error.
Dentro de la constelación, los partidos se miran unos a otros con escepticismo. Podemos aspira a una posición de relevancia en Sumar por entender que cuenta con el mayor peso político del grupo, cierto, aunque el decano sea IU y eso le otorgue también cierto potencial. Ambos partidos lograron puestos en el Ejecutivo gracias a una coalición que se alcanzó en 2019 en unas circunstancias completamente diferentes a las actuales, a las que se sumaron la debacle de la izquierda en la Comunidad de Madrid y en Andalucía. Sí, la debacle sin paliativos.
Quienes llevamos 25 años viendo pasar a cargos políticos delante de nuestras narices, en mi caso, desde el primer Gobierno de José María Aznar hasta hoy, sabemos del peligro de pisar moqueta y desconectar de la realidad, de verla de una forma distinta a cómo se percibe desde fuera; no solo en materia política sino también partidista: los líos internos provocan enfado y frustración en el electorado, sobre todo, al lado izquierdo del tablero, especialista en cargarse buenos proyectos con utopías y ombliguismo. La derecha española se rearma enseguida porque los intereses que defiende no le permiten distraerse demasiado y aun así, también sufren un tiempo. "Las derechas se unen por intereses y las izquierdas se dividen por ideas", recuerda siempre Pepe Mujica. Ahí tienen al PP con Alberto Núñez Feijóo, como una balsa de aceite hasta las generales, pueden darlo por hecho.
Ilustremos este análisis con el último ejemplo que genera frustración: nadie cuestiona la capacidad de Lilith Verstrynge para gestionar la Secretaría de Estado de Agenda 2030, ni mucho menos, aunque algunos y algunas machistas recalcitrantes que no conocen ni la mitad de su brillante currículum se atrevan a gruñirlo, que la ignorancia cromañón es muy osada. La cuestión es si era necesario y para qué destituir a Santiago por una "reestructuración" que va a aportar ¿qué? ¿Algo que compense la sensación permanente de pulso interno entre los partidos llamados a conformar Sumar? ¿Creen esos partidos, los del Ejecutivo y los demás, desgastados lógicamente por dos fracasos electorales y la gestión de crisis endiabladas que se unen unas a otras, que su estructura es más relevante que el proyecto Sumar en su conjunto? ¿Pueden explicar a sus votantes por qué son tan importantes los cambios -sospechosos inevitablemente- como para volver a incordiar sus expectativas con tensiones internas estériles? ¿Tan importantes como para arriesgar unas elecciones en las que, hoy, la derecha lleva las de ganar? ¿Y si la prioridad fuese la unidad de aquí a 2024? ¿Son capaces de legislar contra viento y marea -y la banca y las energéticas- y no de mantenerse unidas? Error.
Y no echen la culpa de todos los males a los medios; ese victimismo, justificado o no, resta ilusión por su proyecto: sus líos internos son suyos y si no van a explicarlos honestamente, si no van a comunicarse entre partidos, si van a emprender una batalla de listas,... Pues ya conocen la historia: nadie está obligado u obligada a estar en política si no es por el interés general. Y hay mucha necesidad de este, muchísima.
Comentarios
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